Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Las Viejas Noches de Reyes, los villancicos... De la creación propia a la importación.

Jueves, 28 de Diciembre de 2006
Néstor Álamo
Publicado en el número 137

Les presentamos una cadena de tres artículos publicados por Néstor Álamo a finales del año 1975, en los que presentando los Villancicos y la Noche de Reyes como tema central, aprovecha para expresarse sobre todo aquello que le pareció oportuno.



¿Han pasado los Reyes con su noche de milagro? ¿Han pasado los villancicos? No lo cree uno aunque el lector habrá de estimar, como el que escribe, que los instantes no son idóneos para tratar de estas "garipolas". Pero de algo hay que hablar, aunque sea de villancicos. Sin esquivar lo de que las "garipolas", salvo que coronen arquitecturas de nubes, responden por lo común a solidez de base. Quiero decir que se asientan en hechos contrastados, en hechos velados por la tradición, pero hechos. La tradición, por ley, se enraíza en ellos, en hechos de seguro contraste.

En nuestra tierra y en los tiempos últimos los villancicos han sido, con excepciones mínimas, material de importación: en el pasado no. En otras épocas se creaban aquí y aquí se consumían. Por lo común y en fuerza de principios no escritos eran musicados por los Maestros de Capilla de nuestra Catedral insigne, expertos por oficio en lides pentagrámicas. No hace mucho -sí hace mucho- “sanana" estimó lo conveniente de resucitar el género con determinante regional: "Cantar de arrorró". El asunto fue de aborto: la promoción resultó ingenua, sin malicia, digna del Padre Trepiana y sus tiempos de eclosión. Las gentes, siempre en derroche de inteligencia, decidieron no enterarse. Las gentes suelen adoptar con frecuencia tan sabias resoluciones.

Con un nombre o con el otro los villancicos no habrán de pasar, no habrán de morir. Anda la razón en que ese canto a “lo divino" es la más ingrávida vivencia de la Gracia dentro de una frescura de espíritu sin apelaciones. Hasta en la Rusia post-stalinisna -dicen- se oyen villancicos en las fiestas obligadas dentro de las casi inexistentes Iglesias católicas del Imperio que Lenin creara. En Polonia -repiten- se cantan tanto como en Castilla y basta.

La literatura del mundo cristiano se ve tornasolada por esta poesía del pueblo con reflejos melódicos de estimación igual. En tales páginas repletas de entrega al Misterio imaginado la concepción del cielo se humaniza hasta lograr comunicación perfecta con el ánima del creyente: en ocasiones -muchas-- hasta del que no lo es.

El Dios que se acerca al humano en esas noches -Natividad, Epifanía- es ente no teológico o de teogonías embarullantes sino algo que se acerca a él sin dogmatismos ceñudos, suelto y alegre; asequible. Queda inscrito en los aires como queda en ellos la alegría del cascabel movilizado por manos infantiles. El conjunto aparece para muchos como limpio reflejo de la Fe, de lo que de ella nos va quedando. El villancico, en esas noches, nos aporta una concepción tan cómoda y a la mano que cualquier hombre del pueblo, cualquier artesano y su familia pueden asimilarlo -en forma honesta y venerable- como lo hiciera el trío de Belén en el portal.

Creemos haberlo escrito alguna vez: la torpeza, cuando se estofa en sapo-rabudez, resulta la más erizante de todas las "virtudes" ... negativas. Suelen disfrutar estos dones gentes a quien Naturaleza ha negado el poder de creación. En revancha se ejercitan en el deshacer reencoroso en imitar o dar al desprestigio la obra creada por los otros y lo hacen con más seña de haber hecho suya el pueblo esa obra, esas obras. Es entonces cuando intentar que ese propio pueblo admita y ampare otras labores que no pasan de "churrería" oficial indigerible, inútil. Inútil pero cobrable. Pero hablemos de Támara.

Al margen del significado de la España inquisitorial y absolutista existía en la Támara dieciochesca un núcleo de hidalgos -pocos- que se alistaron, sospecho que "subconditione" a lo esencial de la "Ilustración”. Se sabían, en principio, amantes de las “luces y reformas". Ambos módulos convivieron y pervivieron en la villa en forma, larvada hasta los inicios del XIX para proseguir bajo las distintas formulaciones de "los partidos" al largo de todo él e irrumpir en los prolegómenos del XX. Ello no ha evitado a Támara el disfrutar espacios de beatífica, bovina estolidez.

A lo que decían aquel tono ilustrado había sido impuesto al conjunto, casi desde los tiempos de Carlos III, por una familia ilustre: la de Valdés. Gentes de prosapia vieja y asturiana que sostuvieron allí connatados saberes enciclopédicos, navegantes -a través de traducciones, supongo- entre Voltaire, Rosseau, y D'Alembert con algún perfume jansenista, que de todo habría.

Los ingenios que se citan y aunque no lo parezca eran leídos en la isla y esparcían entre los escogidos una especie de vaho de marihuana socio-espiritual. Se les leía en secreto, escurriéndole el bulto a la Inquisición - ¡enemiga eterna!- que aunque aletargada no dormía.

Hubo en Támara otras estirpes ilustradas, pero fue la de Valdés la de mayor nota, la de más precisos indicios librepensantes; acaso también la de mas desdeñoso perfil frente a la masa, esquiva a su fusión con la masa, a cualquier igualitario contacto con ésta. Las cosas a veces suelen ser así.

Aquellos hidalgos hacían pensar en unos "Caballeritos de Azcoitia" en cadencia muy menor. Ellos, en su parte significativa, hubieron de pertenecer a la nunca bien exaltada Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria importadora segura de las nuevas ideas.

En Támara, a la que en ocasiones tengo por mi tierra y cuya definición más exacta y actual sería la de sepulcro sin cadáver, se cantaban villancicos de los buenos, de los viejos. En otros tiempos y hasta finales del XIX contaba la villa con parte de esa minoría a que me refiero que si bien podría tenerse por poco afecta al significado de aquéllos no dejaba de tenerlos por entretenimiento fácil, soporte de otras celebraciones más conspicuas. Esta actitud, esta postura unida a otras de pareja línea fue causa de que a la villa se la catalogara entre las de más amarga cáscara del territorio. Puede que les acompañara la razón. Hasta un mote o nombrete le colgaron: "Coco del Norte". Todo porque la parte decisoria de sus vecinos era poseedora de unas inquietudes a las que los del Contorno se sentían ajenos.

(Continuará)


Este artículo fue publicado el 8 de noviembre de 1975 en el Diario de Las Palmas.

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