Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El Culto a la Muerte y los Ranchos de Ánimas en la sociedad tradicional de Gran Canaria (I).

Domingo, 01 de Noviembre de 2009
Francisco Suárez Moreno (Cronista Oficial de La Aldea de San Nicolás)
Publicado en el número 285

Con el título Un Patrimonio de Muerte se celebraba esta semana en la Casa de Colón de Las Palmas de Gran Canaria un seminario que abordó, desde diferentes perspectivas, el tema de la muerte en nuestro contexto cultural. Ante un numeroso público, se cerraban las jornadas con una intervención sobre la muerte y los Ranchos de Ánimas en la sociedad tradicional grancanaria. Este texto que hoy, víspera de finaos, ofrecemos es la primera parte de la charla que cerró estas ricas jornadas.

 

 

 

El tema de la muerte en Canarias no ha sido hasta ahora suficientemente tratado. Las honrosas excepciones las encontramos en los campos del estudio de las mentalidades, la religiosidad y las epidemias mortales que jalonan una historia de lutos acentuados. Y en estas jornadas habrán tenido la ocasión de oír a una parte de los investigadores de esa lista de honrosas excepciones.


Su estudio necesita tener una visión global o integral: lo social, la mentalidad y religiosidad popular, los aspectos clínicos, los laborales, los accidentales… para conformar en un futuro trabajos de síntesis y más concluyentes de los que hasta ahora tenemos.


Por tanto, este tema tiene para los investigadores muchos campos de estudio y para obtener una visión global etnohistórica del mismo todavía nos queda mucho que andar y rebuscar en nuestros archivos; y mucho que preguntar a nuestras personas mayores.


Hoy nos toca disertar sobre un aspecto de la mentalidad y religiosidad popular en el capítulo de las ánimas y sus ranchos cantadores, que eran unas agrupaciones de hombres que primero por el
Día de los Difuntos y luego por Pascua salían de puerta en puerta, con el propósito de recaudar fondos para las almas de los muertos que penan en el Purgatorio, con el atractivo de entonar poemas populares acompañados de una música muy antigua y letra alusiva a la muerte, complementada con la Navidad y la relación social. Sus fines se enmarcan en el Credo del catolicismo, en el concepto post mortem de la Comunión de los Santos y el Purgatorio.

 

 

 

I

La muerte en la sociedad tradicional: hitos, halos, mitos...
 

En la sociedad tradicional canaria se daba una extrema parafernalia con la muerte. Mitos, leyendas y mil cuentos se generaron a lo largo de siglos. Ya la propia sociedad indígena era muy propensa a ella y los esclavos africanos que llegaron forzados también lo eran. A ello se unieron las creencias y normas del Catolicismo, la nueva religión impuesta tras la Conquista, sobre las ánimas, que derivaron en otras creencias y ritos que la Iglesia llegó a perseguir. Veamos algunos ejemplos.


Los caminos insulares están jalonados por muchas cruces de muertos in situ, de las que, en algunos casos, se generaron nombres de lugares, como dan a entender los estudios toponímicos de estos hitos. Un ejemplo: desde muy antiguo se decía que en la Cruz de María, en Artenara, se oían ruidos extraños como arrastrar zaleas, cadenas, luces y cosas raras imputadas a las almas en pena (decían que era la de un cura que se aparecía en carne y hueso a unos carboneros). Sobre los sonidos enigmáticos atribuidos a las ánimas, existe otro claro ejemplo de mito popular: el Cuervo de Zamora, en Guguy (La Aldea), donde periódicamente se oía hasta 1970 un suave y persistente sonido similar al de un graznido, entremezclado con un sonido humano agonizante, que se decía desde tiempo inmemorial estar originado por un alma en pena de uno de los dos compadres que murió allí en lucha por un dinero. Otro fue el caso de Nicolás Oliva, muerto en 1945 por caída desde un risco en El Hoyo, en el mismo municipio; cuando unos 15 años después se oye una especie de lamento nocturno en el mismo lugar del óbito que amedrentó a la población del lugar al querer relacionarlo con su alma en pena, por lo que su familia acudió a una mujer de Artenara que decían que hablaba con los muertos para interceder por su alma en pena. Estos sonidos nocturnos, producidos por búhos y lechuzas, constituían para las gentes de antes la presencia de la muerte, de algún alma penando, a la que había que redimir con rezos, misas, cumplimiento de promesas no realizadas, etc.


Los Ranchos de Ánimas coadyuvaron en estas creencias sobre el más allá; pero dentro de la oficialidad de la Religión. Consideraban desarrollar una función sagrada, en la recaudación de limosnas para favorecer los sufragios, cantando a los difuntos (lo que confortaba al dolorido corazón de los huérfanos) y extendían la idea de que las ánimas tanto podían ayudar a los vivos como estos redimirlas a ellas.

 

 

 

II

El culto y devoción a las ánimas en Canarias

 

El culto a las ánimas tiene una larga tradición en el Cristianismo. Su consolidación en la Edad Moderna se produce en el seno de la Iglesia Católica de la Contrarreforma, tras el Concilio de Trento, en 1563, como reacción frente a la negación que del Purgatorio habían hecho los protestantes y ante el pensamiento de la Iglesia Ortodoxa Oriental, que no defendía la existencia de tanto sufrimiento purificador y expiatorio de las almas en el más allá. Y en Canarias comenzó a arraigarse, probablemente entre finales del siglo XVI y principios del XVII.

 

 

Comunión de los Santos, Cielo, Infierno y Purgatorio.


Decíamos en la introducción que el fundamento de los Ranchos de Ánimas se hallaba en el Credo del Catolicismo, concretamente en la existencia del Purgatorio en el marco de la Comunión de los Santos. Esta hace referencia a la unión común con Jesucristo de todos los santos del cielo, de las almas del Purgatorio y de los fieles que están en la Tierra1.


Para esta doctrina, las almas de los muertos en pecado mortal van al Infierno para la eternidad mientras que las de los que fallecen, en gracia de Dios, van al Purgatorio, y se las conoce como ánimas. Allí estarán purgando hasta la redención y su pase a la Gloria, con la posibilidad de que desde la tierra los vivos pueden interceder por ellas con rezos, misas y plegarias que las ayudan a redimirse y hacer menos el tiempo de sufrimiento en el fuego del Purgatorio.


En ello navega toda una doctrina católica oficial definida en concilios y encíclicas, y toda una serie de creencias populares al margen de la misma pero dentro del propio contexto de la muerte: almas en pena, ánimas benditas, ranchos de ánimas, animeros que hablan con los muertos, etc.


Por tanto, la creencia en el Purgatorio y el Infierno, como antes decíamos, imprimía en la sociedad tradicional una fuerte huella. No se podía encontrar un penar más duro para las almas, tanto de los buenos como de los malos.

 

 

Devoción y cultos a las ánimas benditas.


Por tanto, se generó una devoción, un culto y una parafernalia muy fuerte con las ánimas. Sobre todo ante la idea de que las almas de los buenos forzosamente en el Purgatorio podían estar menos tiempo en el fuego del mismo si los vivos desde la tierra hacían que estuvieran menos tiempo en el fuego antes de ir a la Gloria. En ello estaba, por un lado, la Iglesia Católica con sus cultos, como la Novena de las Ánimas, las misas, las misas gregorianas2 y de San Vicente3, junto a indulgencias y demás actos para la redención -para lo cual las cofradías y ranchos cumplían su misión-; y, por otro, se hallaba la tremenda fuerza de la superstición popular.


El culto a la muerte fue más allá de lo señalado hasta el punto de calificar a las almas que penaban en el Purgatorio como ánimas benditas, con poder para interceder por los vivos ante Dios. Su devoción popular cobró, pues, un desarrollo espectacular dentro y fuera de la Iglesia. A tal efecto, todas las parroquias y muchas ermitas contaban con cofradías de ánimas y otros elementos tangibles. Al anochecer las campanas de las iglesias daban el toque de ánimas, y en la oración nocturna de cada casa se dedicaba especial atención a ellas4; donde, además, se encendían lamparitas en un vaso de aceite, una por cada muerto de la familia, sobre todo por el Día de los Finados en noviembre, fecha en que los cementerios se llenaban también de lamparitas encendidas en cada tumba, lo que al anochecer producía un impacto visual sublime y temeroso, según mi experiencia de niño.

 

 

Creencias y tradición animera fuera de la Iglesia.


Y, fuera de la Iglesia, arropado por las creencias difundidas por la misma sobre aquel más allá, el culto a la muerte tenía otra historia: la de animeros y espiritistas que, al margen de la Religión, intercedían entre los vivos y las ánimas, en el contexto de la creencia popular de las almas en pena por la Tierra y sus contactos con los vivos.


En un mundo de miedos y temores, los animeros representaron un papel muy fuerte y poco estudiado sobre qué y cómo transmitían del más allá de las ánimas en sus contactos con los vivos, más aún cuando decían que los muertos en pena temían comunicarse con los vivos, pero para eso estaban ellos.


¿Quiénes eran y qué hacían los animeros? Eran tanto hombres como mujeres, los que decían hablaban con los muertos. Conformaban una actividad pseudorreligiosa con mucho arraigo popular. Las familias acudían a ellos para que se comunicaran con sus muertos, para ver cómo andaban en el más allá por razones diversas (presentir señales, enfermedades, etc.), y solían prescribirles sobre todo el encargo de misas gregorianas por sus almas, con la complicidad involuntaria de los sacerdotes que luego accedían a tales solicitudes.


Pero esta actividad llegó a ir más allá de la consulta, hasta el punto de realizar los animeros visitas a enfermos supuestamente atormentados por las ánimas. En Tenerife fueron denunciados y procesados en la Inquisición algunos de ellos5. Y hasta los años sesenta en Gran Canaria estaban en activo estas personas que decían hablar con los muertos, que llamaban a familiares de los difuntos contándoles que estos penaban y había que hacerles misas o realizar promesas incumplidas, de lo que tenemos variados cuentos.


Una célebre animera de Gran Canaria fue Cha Zaragocita Cabrera, de Lugarejo (Artenara), fallecida en 1984. Ella afirmaba que las almas en pena se le aparecían con el ruego de transmitir a sus familiares el cumplimiento de alguna pena terrenal pendiente antes de su muerte, que debían de sufragar aquellos para expurgarla (entonces se creía que cuando se moría una persona y no había querido cumplir una promesa religiosa, su alma estaría errante penándola). Zaragocita era portadora de una vieja tradición familiar pues tanto su padre, del siglo XIX, como su hermano mayor también habían actuado como médium sin llegar a los extremos de otros animeros. Y gentes de toda la isla acudían a su casa ante el reclamo, que decían, de sus familiares difuntos, los que pedían las misas gregorianas o que cumplieran las promesas incumplidas. Ella es el personaje de Cha Josefa en el célebre relato novelado de Luis León Barreto, Las Espiritistas de Telde, quien la describe tal como era en la visita-entrevista que le realizó en su misma casa: (…) Las ánimas hablan conmigo para que yo las descargue (…) veo esas luces allí donde me encuentre, tanto de día como de noche (…). (Cap. X, pp. 162-165, 2004).

 

Cuadro de Ánimas en el Altar de Ánimas de la Basílica de Teror. Anónimo del siglo XVIII

 

 


Cofradías, cuadros, altares, paños y Ranchos de Ánimas.


En las parroquias y en algunas ermitas se crearon las Cofradías de Ánimas. Sus fines eran asistenciales post mortem y la organización de la Fiesta de los Finados, a principios de noviembre. Y con ellas también surgieron los Ranchos de Ánimas, pero con organización independiente y, en cierta forma, vinculados a las mismas o a las parroquias. Estos grupos desarrollaron una liturgia, una música y unos ritos muy accesibles a la gente que nada entendía de las misas y funerales en latín. Y se arraigaron profundamente en las clases populares como parte de aquel culto a las ánimas, legitimados por la religión católica oficial. Ellos participan también, o mejor, tratan de adentrarse en el misterioso mundo después de la muerte para ayudar o socorrer a las ánimas por petición de sus familiares, a través de sus cantos6.


En esta popular devoción, las ánimas adquieren un carácter sublime y se las denomina ánimas benditas, con poder incluso para interceder entre los terrenales y las divinidades. Para ello fue muy común hasta tiempos recientes encender en las casas una lamparita de cera en aceite para lograr un bien, o simplemente se encendía a las ánimas por cumplimiento de promesas.


Más fuerte fue la presencia en las iglesias (aparte de oraciones, misas o novenas de ánimas) de elementos tangibles del culto a las ánimas como la dotación de paños, altares y cuadros de ánimas. Estos cuadros tenían un efecto visual tremendo en las gentes, que no sabían leer, con las imágenes de las ánimas en forma de cuerpos humanos ardiendo en el Purgatorio, otros en el momento en que salen y otros que ya se hallaban en la Gloria.

 

 

Decaimiento del culto oficial a las ánimas.


A finales del siglo XVIII penetra en nuestras parroquias el culto mariano dentro de la preocupación de los vivos por sus difuntos. La Virgen del Carmen y su escapulario aparecen como protectores y salvadores ante el más allá; además, desde la élite ilustrada, e incluso desde dentro de la Iglesia, se comenzó a criticar aquella parafernalia sobre la muerte. Como consecuencia de todo ello comienza a disminuir el culto a las ánimas.


Según avanza el siglo XIX, este culto a la Virgen del Carmen y las acciones liberales de la Desamortización de los bienes eclesiásticos (lo que afectó directamente a las propiedades agrarias de las cofradías de ánimas), mitigaron de forma oficial la devoción y los cultos por los muertos. Con ello las cofradías de ánimas y los ranchos cantadores (prácticamente ya todos en tiempo de Pascua) fueron desapareciendo. Quizás el excesivo desarrollo del culto y la devoción a las ánimas, entremezclados con la superstición generada entre la gente y los animeros, que ya escandalizaba a los ilustrados, obligó a la propia Iglesia a recoger en banda, con lo que se arrastró consigo la actividad de los Ranchos de Ánimas.


No obstante, esta devoción se mantuvo hasta mediados del siglo XX. Recordamos de niño el constante culto a las ánimas en las casas con el encendido de lámparas de ánimas, los rezos a las ánimas y la pervivencia agonizante del rancho, que le decíamos Los Panderos, cantando en una casa cerca de la mía. Aparte de los mil cuentos de miedo que oíamos de las almas en pena en la parafernalia del miedo infantil a muertos y brujas.

 

Cuadro de la Virgen del Carmen en el nuevo contexto religioso del culto a las ánimas y su redención de penas en el Purgatorio.

Esta imagen, que se hallaba en casi todas las casas de antes, recoge el papel de la Virgen como redentora de las ánimas,

apreciándose unas que penan en el fuego y otras que salen hacia la Gloria

 

 

Tiempos recientes. ¿Existe el Purgatorio y el Infierno? ¿Y las ánimas?


Una vez rebasada la segunda mitad del siglo XX, y sobre todo tras el cambio social de ese momento, la religión católica ya no enfatiza el culto a las ánimas ni promueve su devoción, pero mantiene en los pilares del Credo el concepto de la Comunión de los Santos y el Purgatorio, aunque se tiende a diluirlos con las ideas renovadoras del Concilio Vaticano II.


Pero con el giro conservador de los últimos tiempos, que ha ido desmantelando las ideas renovadoras conciliares, las cosas parecen mirar mucho hacia atrás en las jerarquías de la Iglesia Católica. Primero, el Papa Juan Pablo II, en su catecismo de 1992, actualiza la doctrina sobre el Purgatorio y los sufragios por las ánimas: «Los que mueren en la gracia y amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación (…). La Iglesia recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia a favor de los difuntos».


Y recientemente, en 2007, el papa conservador Benedicto XVI, en su Encíclica Spe salvi (Salvados en la esperanza) recupera el integrismo preconciliar y, en lo que hoy nos trae aquí, recuerda a los cristianos católicos que habrá Juicio Final7 y que existen el Purgatorio y el Infierno. De su polémica encíclica extractamos: «(S)e puede dar a las almas de los difuntos “consuelo y alivio” por medio de la Eucaristía, la oración y la limosna»8.


Con ello, en nuestra opinión, teóricamente, la finalidad religiosa antigua de los Ranchos de Ánimas se actualiza con esta encíclica; aunque en una sociedad libre y de valores humanos, con el máximo respeto a las ideas, entendemos que el creer en el penar en Infiernos y Purgatorios es un problema de pensamiento para quien lo asuma.

 

 

 

(La segunda parte de este trabajo, que ofreceremos en las próximas semanas, versa concretamente sobre los Ranchos de Ánimas en la isla de Gran Canaria, y en ella también aparecerá la bibliografía utilizada en todo el estudio. Si quieres adelantarte y conocer más sobre estos Ranchos, te ofrecemos un enlace de otro importante trabajo del autor sobre el mismo tema: Los Ranchos de Ánimas en Canarias. Aspectos históricos en la cumbre y suroeste de Gran Canaria)

 

 

NOTAS.

 

1. Los que no están en gracia de Dios participan de la Comunión de los Santos solamente en cuanto pueden alcanzar algunos beneficios de Dios y, sobre todo, la gracia de la conversión.

2. Las Misas Gregorianas fueron instituidas por el Papa San Gregorio Magno (540-604), Doctor de la Iglesia, de los primeros en sugerir la existencia del Purgatorio. Se trata de una serie de misas que deben ser aplicadas para un difunto durante treinta días sin interrupción. La Iglesia ha mitigado la obligación de la celebración ininterrumpida, según la declaración del Tricenario Gregoriano (24-2-1967). Estas 30 misas seguidas suelen denominarse también como misas de San Vicente Ferrer, aunque en principio las de este último eran 47. Aún se suelen encargar en las parroquias tanto por los familiares de los difuntos como por voluntad de estos en vida. Ante la imposibilidad de su continuidad, a pesar de la nueva dispensa papal, la gente suele encargarla a conventos o a curas jubilados.

3. Las Misas de San Vicente arrancan de una tradición según la cual mientras San Vicente Ferrer, Patrono de Valencia (1350-1419), celebraba misa vio a su hermana sufriendo mucho en el Purgatorio por unos pecados cometidos (dos crímenes), no confesados pero arrepentidos de ellos; entonces aplicó por ella 47 misas, y logró su liberación. San Vicente fue muy antisemítico y, en ese contexto, el dramaturgo Antonio Enríquez (1601-1663) escribió la obra teatral Las Misas de San Vicente Ferrer (1661), con un tema similar al de Otelo de Shakespeare, antirracista para la época, y por ello acabó en las cárceles de la Inquisición. San Vicente Ferrer no hizo más que aplicar la tradición de las mismas gregorianas; pero en Canarias es común denominarlas con el nombre de este santo. Aparece así en muchos testamentos de los siglos XVII-XIX. De igual forma se recoge esta costumbre en muchos trabajos que sobre la muerte se han realizado en España.

4. El ritual de las ánimas, en las familias de la sociedad tradicional hasta los años sesenta del siglo pasado, era diario. Aparte de lo mencionado, se hallaban las referencias constantes por la noche en los rezos. Tras el rosario, se dedicaban oraciones a las ánimas benditas; y después de la cena, al doblar o levantar el paño, se hacían santiguados y rezos a las mismas... entre otras costumbres de cada lugar.

5. SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Julio: “Los Animeros de Tenerife”, en Rancho de Ánimas de Arbejales-Teror, Anroart-Ayto. de Teror, 2008, pp. 220-221.

6. VIZCAÍNO DÉNIZ, Óscar. “Antropología”, en Rancho de Ánimas de Arbejales-Teror, Anroart-Ayto. de Teror, 2008, p. 279.

7. El Juicio Final es parte del credo del cristianismo. Recoge que algún día llegará el fin del mundo pues la vida presente es tan solo una prueba preparatoria para la próxima existencia. Al llegar este fin, los cuerpos resucitarán unidos a sus almas para recibir conjuntamente el mismo premio o castigo que ya el alma había asumido.

8. Encíclica Spe salvi (Salvados en la esperanza), firmada el 30 de noviembre de 2007 por Benedicto XVI. Capítulo III. El Juicio como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza. Apartado 48. La Teología de la Esperanza tiene sus orígenes en los trabajos del teólogo evangélico alemán Jürgen Moltmann, una de las figuras más representativas de la teología protestante de entonces. Fue el primero en hacer, con un lenguaje moderado, una severa crítica a los contenidos y la filosofía de la Spe salvi, en el quincenal norteamericano The Christian Century (18-5-2008).

 

 

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