Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Interpretación unamuniana del barranco canario como un desnorte identitario.

Sábado, 04 de Febrero de 2006
Bruno Pérez
Publicado en el número 90

Unamuno eleva la concreción geográfica del barranco a símbolo que explica cierta actitud del pueblo canario como una identidad no resuelta o, por lo menos, así lo comprende él. Don Miguel percibe el barranco como otros escritores canarios: pedregoso y seco.



En una excursión que Unamuno realizara por el interior de la isla de Gran Canaria en 1910 –y como habitante de la Península Ibérica que fue– no pudo evitar extrañarse ante la inexistencia de ríos:

Es, en efecto, uno de los más extraños efectos de esta tierra el de asomarse a una barranca y no ver el agua en el fondo de ella. El agua está acá y allá embalsamada cuidadosamente por el hombre o corre por canalillos de acequia, obra también de mano humana. Pero un río, un verdadero río rumoroso, con sus cascadas, sus colas de caballo, sus remansos, sus rápidos, esto no se ve. Extraña impresión produce en esta misma ciudad de Las Palmas cruzar el puente del torrente del Guiniguada, que no es, en ésta época del año por lo menos, sino un lecho pedregoso y negro por donde no discurre ni el más leve hilo de agua. Y el agua es como el alma del paisaje; en ella se ven reflejados árboles y colinas y como que adquieren visión y conciencia de sí mismos.1


Es natural que la realidad insular motive en los escritores canarios ciertos recursos e imágenes en sus producciones literarias. Así parece suceder ahora en Unamuno, pero por contraste. En su sedimentación literaria y metafórica, el río aparece como recurso recurrente en la poesía española desde que Jorge Manrique lo utilizara en la Edad Media en las Coplas a la muerte de su padre. Al enfrentarse con la nueva realidad y la sola existencia del barranco, se produce el hallazgo de lo diferente.

Sin embargo, en unas breves líneas, Unamuno eleva la concreción geográfica del barranco a símbolo que explica cierta actitud del pueblo canario como una identidad no resuelta o, por lo menos, así lo comprende él. Don Miguel percibe el barranco como otros escritores canarios: pedregoso y seco. Piénsese, por ejemplo, en los primeros versos del poema Canarias de Nicolás Estévanez: “Un barranco profundo y pedregoso,/ una senda torcida entre zarzales,/ un valle pintoresco y silencioso,/ de una playa los secos arenales..."2

Asimismo, la metáfora es utilizada también por novelistas como Víctor Doreste, en Faycán, donde se nos cuenta la historia –que es la creación de un mito– de los perros de la Plaza de Santa Ana, ubicada en Vegueta, la parte antigua y colonial de la ciudad de Las Palmas, cuyas vidas transcurren en las inmediaciones del barranco del Guiniguada. El barranco hace las veces de una reactualización y modificación de la metáfora manriqueña del río, donde la característica primordial es, precisamente, la sequedad y escasez de agua. Si el río representa la vida y su transcurrir, el barranco adquiere las connotaciones de la muerte por esa carencia del líquido elemento.

Sin embargo, Unamuno, dentro de su pensamiento inicial respecto a Canarias, ve en el barranco no sólo la sequedad, sino la ausencia de una identidad: “Y el agua es como el alma del paisaje; en ella se ven reflejados árboles y colinas y como que adquieren visión y conciencia de sí mismos”.

Don Miguel concibe la superficie acuática de los ríos como un espejo donde se puede observar el sujeto. Esta reflexión –no exenta de cierto lirismo– constituye un buen ejemplo de lo que Jacques M. E. Lacan explicará en la década de los 30 como Teoría del Estadio del Espejo. Ésta es una hipótesis psicoanalista que intenta contestar la pregunta de cómo el individuo aprende a gobernarse psicofísicamente y cómo se adquiere conciencia de la identidad. Lacan, inspirado en los estudios de Roger Caillois sobre las máscaras, los juegos y las relaciones hombre-animal, llega a la conclusión –junto con Caillois– de que los seres vivos quedan presos por su ambiente en una acción identificadora e imitadora del mismo. Así Lacan llega a formular que el niño se ve identificado con una imagen fuera de él mismo a la que toma como espejo y comienza a moverse por mímesis, pero que, cuando observa que sus posibilidades de movimiento son distintas, comienza a adquirir conciencia de su individualidad. De esta manera, la individualidad surge de la relación con el/lo Otro.3

La concepción unamuniana del barranco no tiene la rigurosidad científica –tampoco le es necesaria– de la teoría lacaniana, pero hay un nexo común que es el de la identidad. Más que una falta de identidad, Unamuno desvela, de forma no consciente, el desconcierto en el que se encontraban sumidas las Islas a principios del siglo XX como consecuencia de su apertura a la vida de la modernidad que llega a través del Puerto de la Luz y el precedente conflicto bélico con Cuba. La falta de la superficie líquida representa la ausencia de una imagen especular sobre la que adquirir conciencia.4



Bruno Pérez es autor del libro Unamuno. Una interpretación cultural de Canarias, publicado por el Cabildo de Gran Canaria en el año 2005.


NOTAS.

1.- “La Gran Canaria”, Museo Atlántico. Antología de la poesía canaria, Editorial Interinsular Canaria, S. A., Santa Cruz de Tenerife, 1983, p. 36.

2.- ESTÉVANEZ, Nicolás, Canarias, cfr. Andrés SÁNCHEZ ROBAYNA, Museo Atlántico. Antología de la poesía canaria, Editorial Interinsular Canaria, S. A., Santa Cruz de Tenerife, 1983, p. 125.

3.- LACAN, Jaques, “The mirror stage as formative of the function of the I as revealed in psychoanalytic experience”, Écrits. A selection, Tavistock/Routledge, London, 1989, pp. 1-7; LACAN, J., La familia, Prólogo de Oscar MASOTTA, Biblioteca de Psicoanálisis, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1997, pp. 51-57.

4.- En la literatura podemos encontrar trazos que suplen el carácter especular del agua de los ríos en otros elementos del paisaje que se consideran rasgos singularizadores. La realidad insular constituye el mundo fenoménico en el que se desarrolla el hombre canario y pasa a formar parte de un imaginario cultural. Así, por ejemplo, se encuentra la mítica Selva de Doramas, iniciada por Bartolomé Cairasco de Figueroa –a finales de XVI y principios del XVII–, y continuada por los escritores canarios hasta la literatura de la más reciente contemporaneidad. Ésta, al decir de Andrés Sánchez Robayna, cumple la función de una autoimagen: Cfr. SÁNCHEZ ROBAYNA, Estudios sobre Cairasco de Figueroa, Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, , 1992, p. 131. Para una articulación cultural de mito, cfr. GUERRA SÁNCHEZ, Oswaldo, Un modo de pertenecer al mundo. Estudios sobre Tomás Morales, Nueva Biblioteca Canaria 4, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2002.

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Comentarios
Sábado, 24 de Mayo de 2008 a las 12:26 pm - lara

#01 creo que es un libro para leer y dichoso son los que pueden entender y vivir el arte canario.