Revista nº 1036
ISSN 1885-6039

Semana Santa de 1881: el indulto Real a tres reos de La Aldea y alguna historia de los procesados.

Miércoles, 15 de Abril de 2009
Francisco Suárez Moreno (Cronista Oficial de La Aldea de San Nicolás)
Publicado en el número 257

Se trata de un indulto célebre que se decretó el Viernes Santo de 1881, a favor de tres condenados a muerte por un crimen social acaecido en La Aldea de San Nicolás, ocurrido 1876, que generó ríos de tinta en juzgados y periódicos de entonces, en el marco histórico del no menos celebérrimo Pleito de La Aldea.


 

Acabamos de leer en los periódicos que en esta Semana Santa de 2009 el Consejo de Ministros ha aprobado un Real Decreto por el que se conceden indultos especiales a 16 presos de todo el territorio del Estado español, uno de los cuales resulta ser un recluso natural de Las Palmas de Gran Canaria al que le falta poco más de un año para cumplir su condena. Es la primera vez, dice la prensa, que esta tradición de siglos atrás en la Península se aplica a Canarias, por solicitud de la Unión de Hermandades, Cofradías y Patronazgos de Gran Canaria. Al respecto les voy a contar un indulto célebre que se decretó el Viernes Santo de 1881, a favor de tres condenados a muerte por un crimen social acaecido en La Aldea de San Nicolás, ocurrido 1876, que generó ríos de tinta en juzgados y periódicos de entonces, en el marco histórico del no menos celebérrimo Pleito de La Aldea.

 

Los hechos y autores de un célebre crimen social. Tres personajes participaron en la conspiración mortal que había preparado el grupo organizador de la defensa de los aldeanos contra la Casa de Nava-Grimón, en los desahucios masivos que ésta realizaba, entre 1875 y 1876, contra los medianeros perpetuos. Alejandro Jorge, Francisco Segura y Crisanto Espino aceptaron, a cambio de un pago en especies, atentar contra quienes llevaban a cabo los desahucios: el alcalde Marcial Melián (a su vez encargado de la Hacienda Aldea y socio de la Casa, juez y parte en la contienda) y el funcionario a sus órdenes, Diego Remón de la Rosa (secretario del Ayuntamiento y del Juzgado); pero, al final, la conspiración urdida por los líderes del vecindario tuvo efecto en el funcionario municipal que caía del caballo, en el camino real por su trayecto de Tirma, en Los Negros-Carreño, hoy barranquillo del Secretario, por el fuego de una escopeta escondida entre los hogarzos y juncos, y que sería rematado en el suelo por los tres sujetos. La historia del hecho es mucho más larga y compleja. En fin, después de mucho trabajo de la Justicia, la gente de La Aldea se negaba a colaborar con ella. En la citaciones a declarar a tantos ante el Juez especial desplazado a La Aldea: «dicen que mataron al Secretario, ¡sí… eso dicen! ¿Y a usted quién se lo dijo? Pues usted que me lo está diciendo» Más o menos así se cuenta y seguro que pregunta y respuesta debieron ser parecidas. Lo cierto es que una casualidad de última hora descubre la autoría del hecho en el último momento en que iban a ser excarcelados los sospechosos, ninguno de los cuales era de los autores. Se procedió a un largísimo proceso judicial contra varios instigadores y los autores materiales desde el Juzgado de Primera Instancia de Guía hasta el Tribunal Supremo en Madrid. Absueltos otros, los tres autores quedaron desde la primera sentencia condenados a pena de muerte por asesinato premeditado, en solitario y con alevosía.

 

Viernes Santo de 1881: indulto Real. Desde que se dictó la sentencia de pena capital contra los autores de aquella sonada se creó en la opinión pública y en medios judiciales de Las Palmas de Gran Canaria un estado de opinión favorable al indulto. La prensa se pronunciaba contra el levantamiento en la ciudad del horroroso espectáculo del cadalso, que había tenido lugar, por última vez, en La Plaza de la Feria, a principios de 1875, para ejecutar a tres reos. Recuerdo un cuento familiar de mi bisabuela de Tasarte, que oyó decir que uno de los reos, sobre el patíbulo antes de la ejecución, se dirigió a la gente haciendo mención a su historia delictiva más o menos con estas palabras: «Todo empezó cuando robé, siendo un niño, una pata de una tijera y se la llevé a mi madre y ella me dijo que por qué no le traje las dos». Pero los aldeanos condenados a muerte no lo habían sido por robar ni por razones personales. Ejecutaban, a sueldo, una “sentencia” del vecindario en un marco de conflictividad social, de ahí la campaña pro indulto. Decía el periódico de esta ciudad El Noticiero, pocos días antes del indulto, que «de desear es, y muy de corazón, que se tra­baje con afán de conseguir del compasivo mo­narca el que se conmute la pena [de muerte] a dichos desgraciados por la inmediata. Que no se vea más en esta población el horrendo cadalso».

 

En aquel momento de consolidación definitiva del liberalismo, en el marco de un parón democrático tras la experiencia fallida del sexenio revolucionario iniciado en 1869, promovido por la restauración borbónica de 1875; en ese tiempo, les decía, para proceder a la solicitud del indulto Real, primero tenía que pasar la propuesta por los trámites del recurso de casación contra la sentencia de Las Palmas, ante el Tribunal Supremo que la mantuvo. Entonces se iniciaron intensas gestiones políticas en los más altos niveles del Estado. La campaña pro indulto se inició con manifestaciones en los periódicos de Las Palmas sobre la abolición de la pena de muerte, creando un estado de opinión sobre el caso. Luego, desde el Colegio de Abogados de Las Palmas se gestionó oficialmente un movimiento institucional y popular para la peti­ción del indulto, que desde este colegio profesional, corporaciones municipa­les y sociedades, llegó al Gobierno y al Rey Alfonso XII. También se pronunciaron positi­vamente los senadores y diputados de Canarias.

 

El expediente pro indulto llegó a Madrid a principios de abril de 1881 para su resolución definitiva. A partir de los informes, el ministro de Gracia y Justicia iba a proponer para el tradicional indulto Real del Viernes Santo sólo a Francisco Segura por los atenuantes que traía su proceso (el único de los tres reos que contó la verdad y además salvó de la muerte al joven que acompañaba al Secretario, quien al final fue el que los descubrió). Entonces, dentro del mismo Consejo de Ministros, el titular de Ultra­mar era el canario Fernando León y Castillo, quien insistió en hacer extensi­vo el indulto a los tres condenados.

 

Tres días antes del Viernes Santo, fecha en que tradicionalmente los reyes de España ejercitaban la gracia del indulto a algunos condenados a muerte, el Consejo del Estado dictamina un decisivo informe fa­vorable, extensivo a los tres condenados, al considerar como atenuante que el móvil del asesinato era el problema socioagrario que enfrentaba a la mayoría del pueblo con el marqués de Villanueva del Prado, porque así se detalla en el expediente final: «(T)eniendo presente los móviles que impulsaron a los reos a la perpetra­ción del hecho, que según se desprende del proceso, no eran otros que los procedimientos incoados contra la mayor parte de los vecinos de La Aldea de San Nicolás por el Marqués de Villanueva del Prado, en que Remón auxiliaba eficaz­mente la acción de éste y los demás procedimientos que a su vez seguía el expre­sado Remón para hacer efectivos algunos adeudos del Ayt°; todo lo cual los ha­bía atraído la odiosidad de los habitantes de la referida Aldea que lo consideraban su mayor enemigo y considerando que si tales móviles no pueden estimarse para la atenuación del castigo, siempre que se trate la aplicación estricta del Derecho por los Tribunales de Justicia, no pueden menos de inclinar el ánimo cuando se trata del indulto (…)».

 

Finalmente, el 15 de abril de 1881, tras el dictamen favorable del Consejo de Ministros, el rey Alfonso XII firma el tan solicitado indulto a los tres condenados, conmutándoseles la pena de muerte por la de cadena perpetua. Cuando la noticia llegó a Las Palmas, en el vapor correo América, una semana después, la noche del 21 de abril, de inmediato se la comunicaron a los reos. Un periodista, quizás presente en la cárcel cuando Cho Frasco Segura, Cho Santos y Alejandro Jorge la recibieron, escribió: «La emoción que embargaba sus ánimos no les permitió pronunciar una sola palabra», para su publicación en La Correspondencia de Canarias del 22 de abril de 1881. Los autores materiales de aquella conspiración local primero habían sido traicionados por el joven acompañante del asesinado a quien le perdonaron la vida, luego abandonados por los dirigentes aldeanos que les encargaron el asesinato y, por último, les fue aplicada la más dura pena que puede recibir un reo. Y suponemos que si no mediaron palabra alguna sí harían en sus mentes un recorrido desde los hechos de la mañana del 19 de marzo de 1876 hasta aquella noche de 1880, y a continuación sobre el interrogante de qué pasaría después.

 

Los periódicos de Canarias y sobre todo el órgano de expresión de la Justicia insular, La Revista del Foro Canario, además de todas las institu­ciones y opinión publica, se congratularon de esta buena noticia que salvaba la vida a los autores de un crimen que revestía marcadamente el carácter de delito social y que, si humana y judicialmente no tuvo justificación, sí fue dis­culpado por todas las circunstancias sociales, históricas, políticas y económi­cas que casualmente lo originaron.

 

La cadena perpetua en el penal de Ceuta y nuevo indulto. ¿Qué pasó luego? Es otra historia fuera del marco que hoy nos ocupa sobre este célebre indulto a tres canarios en la Semana Santa de 1881: la pena capital que parecía que no iba a tener lugar más en un Estado donde la democracia se estaba construyendo con mucha dificultad desde 1831, con la muerte del más de los denostados reyes españoles modernos: el absolutista Fernando VII. Pero no fue así. Vendrán, medio siglo después, tras el 18 de julio de 1936 con la vuelta del más rancio conservadurismo dictatorial y religioso, más penas de muerte por procesos judiciales sin garantías que acabaron en fusilamientos; se darán muertes sin juicios, las desapariciones en mares, pozos y paredones y, acabada la guerra y posguerra, cuando aún se conservaba el odio y la venganza en las instituciones más altas del Estado, la última negación a un indulto de pena de muerte que Franco protagonizó, en 1959, al huido de leyenda, Juan García, el Corredera.
 



Pero, aunque sea otra historia la que luego debieron afrontar los tres indultados en la Semana Santa de 1880, les contaré, muy por encima (más amplitud del caso lo pueden encontrar con mucho detalle en la segunda parte del libro El Pleito de La Aldea), que fueron trasladados primero al Penal de Santa María y luego al de Ceuta, ubicado en la montañeta del Hacho. Alejandro Jorge murió en aquel penal. Francisco Segura consiguió a finales del siglo XIX un nuevo indulto, por buena conducta, que lo ponía en libertad. Cho Santos también fue indultado por buena conducta, poco después, en 1904. A cuál de los dos no sabemos: Clara, la hija de Diego Ramón de la Rosa, lo vio sobre un carro en Las Palmas o en Santa Cruz de Tenerife. La huérfana, histérica, fue a comunicar a la autoridad que había visto ya suelto a uno de los asesinos de su padre: «ya ha cumplido su condena» fue la respuesta recibida.

 

Qué le esperaba en La Aldea al indultado Francisco Segura. Francisco Segura llegó viejo a La Aldea, con 23 años de prisión en el cuerpo y casi 70 de años de edad, enfermo de las articulaciones por el sobreesfuerzo y las malas condiciones de vida en el penal. Pasó sus días recluido en su casa y malquerido por su familia. Dicen que las únicas palabras que le dirigía Mónica Almeida Carvajal, su mujer y prima hermana a la vez, eran, a la hora de cada comida en la mesa: «¿quieres más?».

 

Murió Cho Frasco Segura en El Albercón, en 1908, a la edad de 79 años. Curiosidades de la vida: en el mismo marco del conflicto social del Pleito de La Aldea, por una revoltura pero sin crimen por medio, en 1786, su bisabuelo, el síndico Mateo Carvajal, había sido recluido en el mismo penal de Ceuta, para cumplir con una pena de cuatro años de presidio en el mismo, 200 ducados de multa y, luego, seis años de destierro de su pueblo; pero con la suerte de estar allí sólo dos años por un indulto del rey Carlos III.

 

Cho Santos, las desventuras de un expresidiario de leyenda local. Crisanto Espino, que tenía 28 años cuando intervino en el asesinato, era el más joven de los tres encausados. Le quitaron los grillos del penal cuando tenía 58 años, después de 27 años de prisión. Vivió luego muchos años, más de ochenta. Pero cuando llegó a La Aldea en 1904, ya parecía un hombre viejo; enfermo como Segura de las articulaciones por las malas condiciones de vida en el presidio, a pesar de que con el tiempo, por su buena conducta, lo ocuparon en trabajos menos pesados de la prisión (cocinero, artesano de fibras…).

 

Al principio no salía de su casa de Los Cardones. Pero superado aquel trance comenzó a dar recorridos primero hasta la Casa Nueva y luego por todo el pueblo. Su vecino Antonio Santana le pagaba para que fuera a Los Espinos a cuidar de noche las piñas de su finca, en tiempos de hambrunas, porque las robaban. En una ocasión, cuentan, que las Herreras fueron a entrar en la finca y pegó cuatro trabucazos que se oyeron en toda La Aldea. A nadie más se le ocurrió entrar en la finca estando Cho Santos de guardián. Cuentan que cada noche dejaba el farol encendido en la chocilla donde se alojaba, que todavía subsiste, y de allí se iba a La Hoyilla, Mederos adelante, hasta La Rosa, donde tenía sus amores secretos que le dieron un hijo natural.

 

Cho Santos caminaba apoyado en dos bastones; su rígido cuerpo avanzaba lentamente sin poder doblegar sus para siempre inflexibles piernas, de las que se decía que tenía la piel de los tobillos marcados por los grilletes de las cadenas que llevó tanto tiempo en el penal. «¡Que viene Cho Santos!» corría la voz de los chiquillos cuando lo veían aparecer y se escondían entre las higueras para verlo pasar, me contaban, en la década de 1980, mis informantes, ya ancianos, quienes entonces eran niños, a quienes les asustaba su yerta figura, que aún aparentaba fortaleza, coronada por un sombrero sobre una cabeza de aún negros y acrinados cabellos; su escopeta, adosada a un largo chaquetón oscuro que había traído del penal, con la que se decía que mató al Secretario; su fama de maldad ingénita, su carácter, cuando el perfil de cada hombre es su buena o mala fortuna… y, en definitiva, les causaba temor una figura resabiada que por dentro encerraba a un hombre desdichado.

 

En la Maquina de la Casa Nueva, la Rosita, que extraía agua del pozo, estaba de maquinista el más célebre de los artesanos de entonces en La Aldea, Ildefonso Rodríguez, mastro Alifonso, con quien Cho Santos pasaba largas horas de conversación, acompañados de los estampidos del artilugio de vapor. Largas horas pasaba porque Ildefonso había hecho el servicio militar en Ceuta años después de su indulto y le contaba cómo estaba el paisaje de aquella ciudad que vio durante 23 años desde las alturas del Hacho, donde estaba la fortaleza del penal. Cho Santos le preguntaba por uno y otro detalles, como era el Pozo de Valdeaguas, al que diariamente bajaba para transportar sobre un carro las barricas de agua, empujándolo con otros penados, encadenados, cuesta arriba hasta el penal.

 

Pasó Cho Santos sus últimos días en Las Palmas, en una casa del Risco de San Nicolás, todo entullido, siempre tapado con una manta en un rincón, en la que tenía un agujero para ver quién entraba en la casa. Sólo se levantaba cuando llegaba un joven vestido de militar, vecino suyo de Los Cardones, Manuel Santana Déniz: «me llevas pa’ La Aldea cuando te licencies… me quiero morir allí». Y ya que estamos hablando de Semana Santa, cuarenta días antes de la primera luna llena de primavera, el inicio de la Cuaresma de 1928, Miércoles de Ceniza, moría Santos sin ver cumplir su deseo de volver a su pueblo, La Aldea, donde nada le debió sonreír desde la cuna, por ser hijo natural, con la carga que ello conllevaba, hasta el terrible suceso de 1876 que lo condenó a muerte y que lo marcó para siempre, sin tener la posibilidad, como la tuvo su compañero en el crimen Francisco Segura, de que la historia cuente de él, como decía Séneca: «donde quiera que haya un ser humano existe la posibilidad para la bondad». Quizá la mayor alegría debió de ser el indulto de la Semana Santa de 1881. Pero tampoco pudo lograr, como todo el mundo quiere, morir en la tierra que lo vio nacer. Me contaba en 1985 Manuel Santana, entonces con ochenta años, el último capítulo de la historia de su vecino Santos, uno de los tres protagonistas de este relato que parece un cuento pero que es de verdad:

 

«(…) aquel fin de semana tuve guardia en el cuartel y no pude ir a verlo y cuando toqué en su casa, me dijeron los vecinos: Eh… aldeano, ayer enterramos a tu paisano Santos. Estuvimos haciendo una recolecta para conseguirle la caja y me quedé… No pude cumplir con la promesa de llevármelo para La Aldea cuando me licenciara, y claro que sí, me lo hubiera llevado, él no me hablada de otra cosa que la de volver y morir en La Aldea».

 

Qué queda hoy en el recuerdo y en realidad. Nadie vive hoy de los que conocieron a estos personajes. Alejandro Jorge murió en el penal, dejando a su esposa en La Aldea sin hijos. Nadie lo reconoce hoy. Francisco Segura dejó una prolija descendencia, a muchos de sus miembros suelo encontrar su parecido según los comparo con las descripciones físicas que hicieron en su momento de él las autoridades: el azul de sus pupilas, tez muy blanca y pelo rubio. Nadie de los Segura se avergüenza, como sucedía antes, de su historia familiar. Queda una nieta nonagenaria y numerosos bisnietos, tataranietos.

 

El hijo natural de Cho Santos, Matías Suárez, falleció soltero, en los años treinta a consecuencia de las heridas recibidas en un accidente de tráfico. No tuvo más hijos varones. Sus hijas fueron a vivir a Las Palmas, de cuya descendencia sólo hemos tenido relación con un nieto, conocido como el Sargento Espino, ya fallecido, que siempre tuvo presente a La Aldea como su pueblo. En su cargo militar, tras continuos ascenso hasta oficial, procuró atender con máxima atención a los soldados del pueblo de su familia. De lo escrito de su abuelo en el libro del Pleito de La Aldea, no puso la más mínima objeción y siempre procuró tener en sus manos cualquier libro de La Aldea. Poca es hoy su descendencia, que llega hasta los tataranietos.

 

El lugar donde ocurrió el asesinato del Secretario, en Tirma, suele ser visitado por caminantes y excursionistas de La Aldea, llamando mucho la atención el caso. Una riada de hace unos cuarenta años modificó el punto donde se hallaba la cruz, colocándose en otro lugar cercano y despareciendo hace algún tiempo, aunque luego unos niños del Colegio de La Cardonera fueron en 2006 y colocaron una nueva.

 

De los descendientes del Secretario asesinado, tuvimos la ocasión de contactar en 1986 con Rosario Remón Delgado, sobrina nieta del mismo, octogenaria, vecina de Santa Cruz de Tenerife, que nos indicó que en Canarias ya no quedaban familiares directos del mismo, sí en otros lugares fuera de Canarias, uno de ellos el célebre portero del Real Madrid y luego preparador de la UD Las Palmas, Mariano García Remón.
 

Tirma. Barranco de Carreño o del Secretario. Trazado del camino real. La flecha indica dónde estaba hasta hace algún tiempo la cruz, aunque la víctima pudo morir antes de entrar en el cauce

 



Este texto fue publicado previamente en la página amiga Artevirgo y en la web del IES La Aldea de San Nicolás.

 

 

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Comentarios
Jueves, 11 de Abril de 2013 a las 18:02 pm - Redacción BienMeSabe

#04 Ya ha sido corregida la fecha que, como bien dice nuestro lector, estaba mal. Le agradecemos en nombre del autor su contribución y desvelo por la mejora de este texto y, por consiguiente, de nuestra revista.

Saludos.

Jueves, 11 de Abril de 2013 a las 00:57 am - Juan Mesa Remón

#03 Estoy haciendo el árbol genealógico de mi familia e investigo los apellidados Remón de Canarias. Leyendo su texto me surge una duda. ¿Cómo es posible que la octogenaria sobrina-nieta de D. Diego, hablara en 1896 de Mariano (futbolista nacido en 1950)? ¿Será que la entrevista se produjo 1996 en vez de 1896?

Saludos y gracias por la información.

Miércoles, 29 de Abril de 2009 a las 00:16 am - Miguel Angel Pérez Garland

#02 Don Marcial Melián es el padre de mi bisabuelo y estoy tratando de conocer algo de sus actividades y relaciones familiares.

Cualquier noticia será reconocida.

Saludos

Viernes, 17 de Abril de 2009 a las 17:09 pm - Guacimara

#01 Gracias Siso.

Tendrás que reescribir más capítulos del Pleito con este estilo y didáctica porque está estructurado como si fuera una novela. Mi curiosidad me llevó a volver a leerlo y no tienes nada nuevo en la estructura esta, simplemente añades algunas novedades y lo enfocas como cuando nos dabas en clase una lección de Historia que nos dejabas dentro un gusanillo por aprender más del hecho.

Un abrazo y recuerdos de Javier