Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Don Manuel Navarro, el Viejo Navarro: le haremos cumplir 90 años.

Jueves, 12 de Febrero de 2009
Manuel Abrante Luis, José Miguel Perera y Cahora Ramos Rivero
Publicado en el número 248

Hoy, 12 de febrero, cumplía Manuel Navarro, el cantador majorero Viejo Navarro, 90 años. Así es... la vida se va nos decía en la entrevista que le hicimos cuando hablaba de su padre. Y esa misma de la que hablaba se le fue en el límite último del año 2008. Más de dos años atrás, BienMeSabe.org lo grabó en su humilde casa, quedando como testimonio en nuestras páginas la historia de una autoridad del pueblo de Fuerteventura. Ahora, en forma de reportaje, quisiéramos hacer un emotivo homenaje a quien tanto se debe...

 



 

Redacción BienMeSabe: Don Manuel, háblenos algo de su familia... Eran un rancho de hermanos... Cuéntenos algo de ellos...

Viejo Navarro: Éramos diez hermanos y aquí nacimos todos: cinco hermanas y cinco hermanos. El más viejo de nosotros, Miguel, murió a los 94 años. Los demás eran más jóvenes cuando murieron. Yo, que soy el más chico de los varones, tengo ya 87 cumplidos, ¡que ya está bien...!


RB: Pero usted está todavía entero, se conserva...

VN: ¿Entero? ¡Yo ya sólo tengo el nombre y los apellidos! Yo he sido medio duro, pero dicen que todo va cansando.


RB: ¿En su familia eran todos parranderos o fue usted "la oveja negra"?

VN: En mi familia había uno que le gustaba tocar el timple un poco, que se llamaba Ángel y murió de 92 años. Y Nemencio tocaba el timple un poquito, pero poco... El más parrandista que salió fui yo, el más chico.


RB: ¿Y cómo aprendió a tocar el timple? ¿Quién le enseñó?

VN: Nadie me enseñó. Yo iba con mi madre a los bailes porque me daba miedo quedarme en mi casa solo; íbamos a una casa grande (antes, en la casa más grande que había, se hacían los bailes), y ponía yo los ojitos inclinados para las manitas de los que tocaban. En mi casa había un timple, que lo tenía mi hermano, y las cuerdas eran de tripa de pollo -eso decían-; no aguantaban mucho estas cuerdas. Trabajaban por la mañana y cuando llegaban, por la tarde, encontraban los instrumentos "desnudos" de estar yo todos los días tocando. Sólo aprendí los puntitos... cuando mi madre me dejaba, porque muchas veces me atizaba fuerte por ello; pero cuando se cansaba, me hartaba solo a toquetear. Eso lo aprendí por aquí, yo solito. Luego, cuando era mayor, vino mi hermano, que ya estaba casado; tuvo una niña y quería celebrar el bautizo con cuerdas, y me dijo: "¡Manuel!, queremos celebrar el bautizo con cuerdas y queremos que tú vayas". Mi contestación fue preguntarle si se acordaba de cuando me atizaba con coscorrones porque yo le rompía las cuerdas. "¡A mí no se me ha olvidado!", le dije. Al final nos arreglamos y allí se celebró. Pero yo aprendí solo, a mí nadie me dijo nada...


RB: ¿Ha tocado usted en algún grupo?

VN: Yo estoy desde los 12 años alrededor del folklore canario. En Las Palmas, en Guanarteme vivía yo, y a esa edad estaba jugando al fútbol en un equipo de infantil, y a los amiguitos míos allí sus padres les dejaban ir al matiné por la tarde. Yo no iba nunca porque a mi padre no le gustaba eso. Un día se lo dije a mi madre, y habló con mi padre para que me dejara ir, que iba a estar con todos los amigos que siempre iban mientras yo me quedaba aquí. Así fue, el hombre me dejó ir al matiné, que era a las 3 de la tarde, cerca del parque Santa Catalina. Fuimos, cuando salimos de allí hacia arriba, todavía era pronto y en vez de coger la guagua nos echamos a caminar los cinco. Llegamos a una cantina, que se llamaba Amigo Marichal: tenía tienda y aparte tenía la cantinita -hoy le dicen bares-. Yo sentí cuerdas allí y les dije: "Ustedes pueden seguir, pero yo voy a escuchar esto aquí". Me arrimé, al ladito de la puerta, y había un grupo de seis personas. Un hombre se acercó y preguntó si a mí me gustaba la música; asentí y me dijo que si cantaba o tocaba. "Las dos cosas", era algo de familia. El hombre sorprendido me llevó con ellos a ver si era verdad. "Te vamos a echar una folía"; era cuando se usaba solo tres piezas: folía, isa y malagueña. Yo no decía nada, sólo me encogía de hombros. Empezaron con la folía y yo seguía mi cantar, y cada uno de ellos el suyo. "Ahora te vamos a echar una isa", me dijeron cuando habían acabado. Acabamos y lo mismo que en la folía: aquellos hombres  estaban asombrados conmigo. Echaron las malagueñas y lo mismo. Ya al final me preguntaron de dónde era y les dije: "Yo soy de la barriada de Guanarteme, aunque nací y me crié en Fuerteventura; lo que hubo años ruines, y mi gente se vino aquí, y yo con ellos". De Fuerteventura era también aquel hombre que me preguntaba, que se llamaba Gonzalo, que tocaba y cantaba de maravilla, jefe del grupo aquel. Le dije los nombres de mis padres y entonces me dijo que mi padre le había hecho una aljibe al suyo, que todavía estaba intacta, como una talla. El hombre siguió hablando conmigo y me contó que a su grupo lo llamaban desde toda la ciudad para tocar; eran sólo cuerdas (entonces no se conocían más que las cuerdas). Me invitó a ir con ellos. Yo, ante eso, no pude contestar sin el permiso de mi padre. Todo esto fue a los 12 años y estuve con ellos hasta los 15.





Una vez hicieron un baile por las casitas que había en Las Alcaravaneras y se nos aclaró el día allí. Luego, cuando llegamos a Guanarteme, había una barbería y al lado una cantina que era del mismo barbero, y encontramos allí a un borrachuzo; Gonzalo también traía unas copitas. Acabaron discutiendo. Antes, en las cantinas, tenían unas medidas de media libra, un cuarto, medio kilo de hierro, que eran pesas. Gonzalo tiró mano a una pesa y se la mandó al hombre. Había sangre; yo me cagué todo, me dio miedo, y me puse a llorar detrás de la puerta. Gonzalo se dio cuenta y limpió con un pañuelo al hombre, y me llevó a mi casa. Cuando lo limpiaron bien le dijo Gonzalo: "Amigo, ¿quiere usted otra copa?" Dijo el hombre: "No, lo que quiero es que me deje la puerta libre para irme a mi casa". Cuando el hombre se fue, Gonzalo me llevó a mi casa, ya estaba el sol fuera, fuimos por la vereda para atajar camino y vimos que mi padre venía. Cuando llegó a la altura nuestra, Gonzalo le da los buenos días. "Venía a llevarle a su hijo", le dijo Gonzalo; a lo que mi padre contestó: "No, a buscarlo iba yo, que me enteré que estaba usted peleando en la cantina y mi hijo llorando detrás de la puerta. No se le ocurra venir a buscar más a mi hijo a mi casa". Ya le había llegado la noticia... mire si corren o no corren. Ya tenía yo 15 años.

En los Siete Chorros -que le decían-, en Las Palmas, se juntaban parrandas de majoreros, chicharreros, conejeros... Me volví a encontrar a los compañeros un día en este lugar. "¿Todavía te acuerdas de cantar, Manuel?". "Todavía... no se me ha olvidado..."

Esa fue mi vida durante ese tiempo, pero he estado en otros grupos, claro... Tengo discos, por ejemplo uno hecho con El Colorao y Juan Carlos El Palmerito, el de la guitarrita. Hay muchos homenajes también. En Puerto del Rosario hay una calle con mi nombre, con la placa a Manuel Navarro Morales.


RB: Cuéntenos algo de las parrandas y los bailes aquí en Fuerteventura.

VN: Al no haber casinos, como les dije, los bailes en Fuerteventura se hacían en la casa más grande que había. Había una que le decían el Casino de Andrés Ruiz, y allí se hacían. Aquí no había otra cosa más que eso. Eran mayormente los sábados. Había en Villaverde uno de los dos casinos más grandes, junto con otro que había en Antigua.


RB: ¿Por qué usted se fue a vivir a Las Palmas?

VN: Tuvimos que irnos porque aquí se dieron unos años malos y mi hermano, que era el más viejo, Miguel, fue el primero en irse. Desde el momento en que llegó allá encontró trabajo y cuando él volvió nos contó la necesidad de trabajadores en Las Palmas. Poco después se fue mi hermano Juan; luego Nemencio, que se puso a trabajar en la misma empresa. Más tarde se fue mi hermana Victoria, la más vieja de las hembras. Mi padre también se fue a trabajar al mismo sitio que mis hermanos. Aquí nos quedamos solamente mi madre, yo y mi hermanilla la más chica. De diez hermanos que somos únicamente quedamos las dos más chicas y yo, que soy el más pequeño de los varones. Así es... la vida se va.



 


RB: ¿Es esta la casa donde ha vivido siempre?

VN: Sí, nacimos aquí los diez hermanos.


RB: ¿Usted a qué más se ha dedicado de mayor, digámoslo así, aparte de parrandero reconocido?

VN: Aquí no había otro trabajo que sacar piedras de cal; y para eso había gente de sobra. Entonces yo me embarcaba con frecuencia, y estaba dos o tres meses navegando, y también trabajaba algunos meses en los hornos… Siempre escuchando a ver cuándo llovía, por eso de las tierras... He hecho de todo: he sido labrador, he trabajado en la construcción...


RB: ¿Cómo era el trabajo con las piedra de cal?

VN: Se sacaba la piedra de la tierra. Esa piedra la llevaban a los hornos, la quemaban y de ahí sacaban la cal. Después de eso la embarcaban, para Tenerife y otros lugares. Cuando llegaba a la isla la echaban en unos solares y allí vendían la cal. Aquí, te digo, no había otro trabajo que ese.


RB: Aproximadamente, ¿en qué año fue eso?

VN: Bueno... yo desde que abrí los ojos conocí este trabajo, mi padre no tuvo otro trabajo que ese, y murió a los 63 años. Teníamos una finquita detrás de la montañita aquella que se ve allá. Mi hermana vino a buscar unos garbanzos que tenía mi padre para plantar en unas tierras que ella trabajaba más abajo. Los cogió, pasó el arenal que tenía mi padre plantado de cebollas, de arbejas, de papas... y se sentó allí... Le dio unas fatiguitas a mi padre... Madre venía con una burrita desde la Villa de Tetir, con un sombrerito. Se sentó, y esperando a que mi madre llegara, le dio un rechazo y cayó en medio de las papas; le dio un colapso, un paro cardiaco de esos... Era el Día de los Inocentes, y venía Celia, que vivía en la casita de arriba (iba para las gañanías), y mi hermana la llamó para que le ayudara con mi padre, que estaba mal. Celia le contestó que era el Día de los Inocentes, creyendo que era una broma. Finalmente se acercó y la ayudó a llevar al hombre hasta la casa. Cuando mi madre llegó ya lo tenían ahí encima de dos mesas, preparado. Avisaron a los vecinos para que lo amortajaran. Así es la vida esta.


RB: La vida también tiene otra cara alegre, que es la de las parrandas, en ese sentido usted es el maestro...

VN: No, maestro no... Aunque yo para un día sólo no salía nunca... Una vez fuimos a tocar a la Fiesta del Carmen de Corralejo (Casimiro Camacho, un tal Domingo Palenzuela -un guitarrero bueno-, Juan Guerra y Antonio Díaz, que era de Puerto del Rosario). Pasó el Día del Carmen y estuvieron parrandeando toda la semana hasta que llegó la octava, que era el otro sábado... Toda la semana, y yo allí... Tocaba el violín con nosotros Domingo Mora, el barbero: ese venía por el día pero por la tarde iba para allá otra vez a pelar. Cuando pasaron esos ocho días me vio y dijo si todavía yo estaba por allí, y quedó sorprendido. Estuvimos dos días más allí, luego nos volvimos con Marcial Estévez, que tenía la "guagüita" de aquel momento... La cogimos y yo tenía que bajarme aquí atrás, en el aeropuerto, para venir caminando hasta aquí; y Casimiro me dijo: "¡Coño! ¡Parece que me están dando ganas de echar otro ratito de parranda!" Yo le dije a Vicente que siguiera para abajo, que todavía quedaban ganas de seguir, y me dice: "¿Pero todavía les queda magua?" Al final fuimos al Puerto y estuvimos dos días más allí.

Cuando llegué a mi casa me dijo mi mujer que no había millo para las cabras. Yo tenía una carretilla por ahí, que aún la tengo, la cogí y fui a la casa de un tal Barrera, que tenía una tiendita; compré el millo y se lo eché a las cabras. Apenas sin comer me acosté y me empezó un sobrefrío, me escurrían las gotas de sudor como una fuente por la mano. Estaba mi mujer en la cocina y le dije que me iba a morir.

Avisaron a un tal Franco y cuando vio cómo estaba, me tomó la tensión y notó el pulso acelerado; y dice: "Vete cambiándote de ropa si puedes que le voy a decir a mi mujer que te voy a llevar a la clínica". Me llevó allí y estaba D. Miguel, que es médico, y según me vio me pesó la tensión y notó que la tenía algo baja, y yo con aquellas fatigas. Ya cansado de que no me hicieran nada, dije: "¡No le da vergüenza, que voy a morir delante del mismo médico!, ¡no ven cómo estoy y no me hacen nada!" Entonces mandó a buscar a un tal Juanillo, que estaba allí en la enfermería, y trajo una silla de ruedas para subirme al segundo piso y ponerme suero. A media noche ya yo estaba fresco. Al otro día, por la mañana amaneció mi mujer allí, y dijo el médico: "¿No se habrá echado usted algunas copas?" Mi mujer no le dejó ni acabar: "¡Lleva ocho días de parranda!" El médico dijo que lo que tenía era una congestión de copas. Todavía cada vez que ese médico me ve me lo recuerda.


RB: ¿A qué edad volvió de Gran Canaria?

VN: Para allá fui teniendo siete años, y estuve allí hasta que estalló el movimiento, cuando a los dieciocho años me llevaron al cuartel.


RB: ¿Dónde hizo el cuartel?

VN: Estuve unos cuantos días en Las Palmas, en los barracones, e íbamos a hacer la instrucción abajo a la explanada del muelle. Mi padre quería sacarme de mantenedor, pues mis otros hermanos estaban en otro lado trabajando. Y me sacó.

En plena guerra había un enorme barco, que era para llevar gente a la Península. Yo estaba pendiente de que me llegara el papel para poder irme antes de que llegara el barco. Un día antes estábamos en aquella explanada por grupitos y apareció un soldado de esos, con un papel en las manos, y dice: "¿En estos grupos no hay un tal Manuel Navarro?" Le dije que allí estaba y me dijo que fuera arriba para que entregara los utensilios "que te vas a licenciar por tener tres hermanos". Yo tenía puesto el gorrillo y no le pedí ni permiso al sargento para irme. Y dice el sargento: "¿Usted se va y no pide ni permiso?" Le dije: "Mire, con la emoción que tengo, ni de usted me acordé". Me dijo que si no le dejaba el gorrillo que yo llevaba de recuerdo y él me dio el suyo; me despedí de la compañía y me vine. La quinta mía en el cuartel estuvo siete años; sin embargo hoy entras al cuartel y sin haber aprendido las instrucciones los licencian... y les parece mucho....





RB: ¿El padre de Casimiro Camacho también cantaba?

VN: ¿Pedro Camacho? Sí, hombre, y yo lo conocí bastante, parrandeábamos juntos. Una vez, en casa de Doña Gracia, estábamos tocando Casimiro Camacho, Domingo El Barbero (que tocaba el violín muy bien), Palenzuela -que lo nombré antes-, yo y un tal Antonio Díaz, que era del Puerto también; Antonio Camacho, un primo de Casimiro, y un tal Angelito… Éramos un grupito bueno, teníamos una parranda estupenda. Cuando acabamos de tocar fuimos a comer, y llegó un tal Germán Fumero de Gran Tarajal,  buen cantador, y el hermano Esteban, que tocaba la guitarrita. Cuando llegaron allí se echa la guitarra detrás de la cabeza y empieza a tocar, faroliándose. Le comentaron al muchacho que allí también había quien tocara la guitarra, pero aquel contestó que nadie le seguía. Se lo dijeron a Casimiro, que no se lo pensó; cogió la guitarra y empezó a acompañarlo. Cuando acabó de tocar las dos piezas que se sabía, Casimiro le dijo: "Ahora usted me va a acompañar a mí lo que yo toque". Comienza a tocar Casimiro, pero aquel no daba una en el clavo. Su hermano, Germán, estaba allí y le dijo: "Esteban, ¿a ti no te da vergüenza estar tocando con un hombre de esos? ¡Si la guitarra fuera mía le pegaba fuego ahora mismo!"

Entonces echamos a tocar por allí para arriba, Casimiro con el violín, Pedro Camacho con la guitarrita y yo el timplito, por aquella cuesta. Cuando asomamos arriba al casino de los Morales, que le decían, venían unas mujeres muy bien preparadas, con unas gafas puestas, y Pedro Camacho comenzó a mirar por debajo del sombrerillo, y les cantó una copla que dice:


La mujer que andar culea
ya los ojos resplandece,
yo no digo que lo sea
pero sí que lo parece…

 


RB: ¿Y lo improvisó en ese momento?

VN: Sobre la marcha... Ese hombre tenía cantares de mucho cuidado, ese hombre era célebre...


RB: ¿Había otros tan buenos como él por aquí?

VN: No, para cantares improvisados no había otro. Bueno, algunos medios amañados, pero eran burgados de media marea...


RB: ¿Usted improvisaba también?

VN: No, yo no... alguno que otro pero no como él. Una vez un tal Raimundo, de Lajares, que tenía unas cabritas, y pasaba todos los días al lado del casino, donde se hacían los bailes, le dijo: "Pedro, voy a matar un cochino". Dice Pedro: "Guárdame una fritura, me la pones en casa de Andrés". Mató el cochino y allí le dejó la fritura. Pasó para allá con las cabras y le dijo a José Fernández: "Allí tiene la fritura de Raimundo…" Dice: "Ah, yo tengo que venir a la noche a gozarme el baile y a comprar aceite, luego me la llevo". Todos los años venían chicharreros que eran médicos, abogados... a la cacería de perdices. Estaban todos allí. El viejillo venía para arriba y el dueño de la casa les dijo: "Ven ese viejillo que viene, le gusta cantar". Los chicharreros le contestaron: "¿Eso?, ese es un guanajo". Como el tiempo estaba a favor Pedro oyó la palabra guanajo. Cuando llegó a su altura le dicen que si quiere una copa, el hombre asiente y antes de acabarla les invita él a otra. Así se bebieron hasta tres o cuatro copas, y cuando ya tenían sus copas encima le dicen: "¿Usted dice que le gusta tocar y cantar?" "¿Quién le dijo eso?" -dijo Pedro-. "El señor de la casa", respondieron. Pedro les comentó que no era cierto, que cantaba de vez en cuando, pero no era lo suyo. Mientras, seguían ellos tocando por allí. En esta que Pedro les echa el cantar que ellos estaban esperando. Y empieza:


Aunque parezco un guanajo
y tenga mala presencia
tengo libre mi conciencia
¡vaya usted al carajo!


 


RB: Tenía la rima ya preparada el hombre...

VN: Dicen: "¡Coño, maestro, eso sí es verdad que no lo esperábamos de usted!" Pedro les respondió que aquí lo que no se espera es lo que se agradece...

El baile empezó y le dijo que allí tenía la fritura de Raimundo, se dio la vuelta, la miró, le hizo cuatro dobleces y pegó a cantar:


Raimundo es un buen vecino,
pero a mí me llenó el tarro,
que me mandó del cochino
los dos huevos y el pizarro.
 


Seguía rascado Pedro, y decía:


El cogote es un destino,
siempre igual que el de una garza,
que está sentado en su casa
para comer en casa del vecino.
 


Era un hombre que formaba los cantos sobre la marcha, donde estuviera; le formaba a uno una fogalera de cantares en un momento.


RB: Por lo que veo, no había quien se enfrentara con él , nadie que le hiciera sombra.

VN: ¡Qué va! ¡Nada, enfrentarse a D. Pedro era perder el tiempo!


RB: ¿Y su madre o su padre no cantaban?

VN: No, ellos no.


RB: ¿Qué otros cantadores ha habido que le gusten?

VN: Ha habido cantadores buenos, ha pasado muy buena gente por aquí. Germancito Fumero de Gran Tarajal también era un buen cantador y parrandero...


RB: ¿Ha recorrido las islas con el folclore?

VN: Yo me he andado todas las islas, en romerías, aunque me queda estar en La Gomera...


RB: ¿Los cantares los hace usted?

VN: Hay algunos que sí los hago.


RB: Díganos alguno que recuerde.

VN: Si estoy solo y sereno le digo cantares como un libro de misa, pero si me dice ahora que le diga alguno… Bueno...


Yo canto pero no entono
y así rezo mi rosario
yo soy como el Padre Hilario
que a todo el mundo perdono.



RB: ¿Y usted los ha guardado, los tiene apuntados?

VN: Únicamente los tengo apuntados en la memoria. Pero aquí viene gente y se llevan quince o veinte cantares en un momento.


RB: ¿Qué es lo que más le gusta cantar: isas, folías, malagueñas?

VN: Yo he cantado de todo, para eso no he tenido nunca miedo a nadie. Me ha gustado desde siempre y la copla lo dice:


Ya me estoy poniendo viejo
ya no valgo pal servicio
como la juerga es un vicio
mientras pueda no la dejo.



 


RB: Le sigue gustando la juerga, eso es lo importante. A uno también lo mantiene vivo esa alegría.

VN: Siempre he tenido buen humor, siempre, y eso me ha valido. El tino también lo he tenido en buen estado, por lo menos hasta la fecha, no sé cuánto me durará, no sé si estará ya cogiendo de la prórroga...


RB: Muy bien, pues nosotros no le molestamos más…

VN: No, hombre, a mí no me molestan estas cosas, se me pasan las horas sin darme cuenta porque yo siempre estoy solo, con los compañeros míos que están por aquí: los perritos estos, unos gatitos que hay por allá -más de veinte-. Estos son mis compañeros; y mi hijo, que sale de madrugada a trabajar y entra de noche.


RB: ¿Y él es parrandero también?

VN: No, ese no. De los míos, al más viejo le gustaba esto, a Manuel, y se echaba sus buenos cantares. Estuvo conmigo en un grupo en Tetir, tres años. Miguel, otro hijo mío, también estuvo. Pero luego se echaron fuera los dos. Yo estuve hasta que un día, en la fiesta del pueblo, llegué y había una mujer al lado de la cantina que tocaba la guitarrita y pegué a tocar con ella. Me eché unas copas y les dije: "Cuando vayan a actuar, ya saben dónde estoy, para que me avisen". Seguí tocando allí y estaba El Colorao y Carlos Cabrera, que fue a las personas a las que les dije que me avisaran, que estaban en el mismo grupo. Llegué arriba, y ya venían bajando: habían actuado y no me habían avisado. "¡Coño! A ustedes dos les dije que me avisaran y no lo hicieron, ¡ustedes no son compañeros ni son nada, ni yo sigo en el grupo con ustedes!" Y no volví más. Estuvimos medios peleados, pero después -yo no sé si fue cosa de copas- un día hicimos las paces y estuvimos juntos en grupos de nuevo. En aquel momento, después de aquello, me dijeron un día: "Mañana vamos a Tenerife, Manuel, por si quieres ir". Yo les dije: "A mí, cuando me hacen una puñetería de esas, no se me quita así como así. ¡No!, vayan, pero yo con ustedes no voy más". Y no fui...





Nos fuimos con la magua de la soledad, de la persona que quedaba allí, como el que tararea en silencio las coplas de siempre, escuchándose en el callado del erial majorero como fantasmas en pleno mediodía. Volvimos, con un queso en la mano, para el cantador; y él, al lado de la puerta verde sin refugio de sol, rodeado de perros y gatos amigos, quedaba agradecido por el rato...


In memoriam, Manuel Navarro Morales, nuestro Viejo Navarro




Puedes ver la entrevista en BienMeSabe TV pinchando aquí.

 
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