Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Aurelio Carmona López (1826-1901). (I)

Sábado, 05 de Febrero de 2011
José Guillermo Rodríguez Escudero
Publicado en el número 351

Este ilustre personaje ha llegado a ser considerado como el escultor más sobresaliente de cuantos nacieron en La Palma en el siglo XIX. Varios historiadores locales han establecido a la familia de Aurelio durante su juventud en el histórico y céntrico barrio de La Canela, como se conoce al de San Sebastián.

 

 

Datos biográficos 

Domingo Carmona Silva -procurador de los Tribunales, e hijo de Domingo Hernández y de Francisca de la Concepción de Silva- contrajo matrimonio con Josefa López Martínez, natural de Santa Cruz de La Palma. Fruto de esta unión nacieron cinco hijos: María de las Nieves, Cornelia, Aurelio, Higinio y Josefa.

 

Así, en el seno de esta familia palmera de clase media acomodada, nació Aurelio Leandro José Domingo del Sacramento el 13 de marzo de 1826. Fue bautizado en El Salvador tres días más tarde por el beneficiado del templo y su familiar José María Carmona, que desempeñaba el curato de esta parroquia matriz. Su padrino fue José López.

 

Se cuenta que su niñez transcurrió felizmente en las empinadas callejuelas de su barrio. Compaginaba sus estudios impartidos en las escuelas de los conventos -donde fue discípulo aventajado- con el manejo de herramientas de carpintería en los talleres en los que se trabajaban piezas de carácter artístico. No en vano, aquí se formaron prestigiosos retablistas. Sus primeros maestros eran los carpinteros, de los que aprendió a utilizar las herramientas y a querer y manejar las diversas maderas y materiales. En la primera escuela que conoció la ciudad en 1821 se había forjado una generación de importantes figuras como Faustino Méndez Cabezola, Manuel González Méndez, Juan Fernández Ferraz… Podía así adquirir los conocimientos elementales para su futura ocupación escultórica. Fuentes Pérez, a este respecto, informaba de que fue en estos atelieres donde descubrió su sensibilidad y su inclinación por la escultura. Este investigador añadía: … el trabajo de la madera le reveló el secreto de los volúmenes, del modelado y de las formas, de modo que el paso a la talla no supuso mayores complicaciones. Además, al observar los retablistas esculpiendo elementos botánicos, angelotes y personajes bíblicos, pudo conocer mejor la vieja tradición de la imaginería.

 

Quedaba extasiado ante la presencia de las imágenes religiosas que se veneraban en los templos de la ciudad, excepcionales piezas flamencas, barrocas, neoclásicas… que tanto abundaban y abundan en sus iglesias y ermitas. En su período de aprendizaje pasaba mucho tiempo contemplando y estudiando las efigies, tanto locales como foráneas. Esta afición era compartida también por su hermano Higinio, quien se dedicó igualmente a la escultura.

 

Sus estudios acabaron en la escuela palmera cuando contaba con tan sólo 13 años y se nutría constantemente con las lecciones y explicaciones de los dominicos del vecino convento de Santo Domingo de Guzmán, extraordinario expositor de retablos, imágenes, pinturas devocionales, techumbres, etc.

 

Cristo Yacente de El Paso

 

En su juventud también dedicó al teatro muchos ratos de ocio e hizo presencia en escena de varias obras que se representaron en La Palma cuando la ciudad conoció el inicio de su florecimiento teatral a mediados del siglo XIX… (Pérez García). El desaparecido cronista de la ciudad también nos decía que sus apariciones públicas sobre el escenario gustaban muchísimo al público. Obras en las que participó fueron Cecilia la cieguita, Los guantes amarillos, La mujer de un artista

 

Es probable que en sus viajes a Tenerife y Gran Canaria contactara con diversas escuelas artísticas y sus producciones. Gracias al apoyo obtenido y la adecuada orientación escultórica proporcionada por el polifacético y célebre sacerdote liberal Manuel Díaz -llamado el Cura Díaz-, visitó en varias ocasiones tanto la Escuela de Dibujo de Las Palmas -donde conocería directamente la obra del maestro Luján Pérez y las lecciones del escultor Silvestre Bello-, como la Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel -y la obra de Estévez del Sacramento, Pedro Maffiotte y Lorenzo Pastor, entre otros artistas-.

 

Contrae matrimonio con María de Las Nieves Pérez Hernández el 19 de abril de 1854 en el templo de El Salvador, en el transcurso de una solemne ceremonia religiosa oficiada por el beneficiado Díaz. Ya casado, establece su domicilio y su taller en la calle Real -hoy O’Daly-, principal arteria de Santa Cruz de La Palma, lo que evidencia una buena posición profesional. Ese mismo año nace su primogénito, Domingo Narciso Antonio Felipe del Sacramento. Más tarde lo harían sus otros hijos: Higinio, Antonia y Josefa.

 

Recibía pedidos de varios lugares de La Palma como Puntallana y Los Llanos de Aridane. También en Tenerife. Durante su ausencia de la Capital, dirigía el negocio uno de sus discípulos más aventajados, José Aníbal Rodríguez. Sin embargo, quien llevaba las cuentas era su esposa.

 

Fue muy feliz al presenciar la boda de su querido hermano Higinio casado con Clara Rosa González en 1852. Sin embargo, la muerte de éste seis años más tarde lo dejó sumido en una gran tristeza. Los altibajos sentimentales incidían lógicamente en su producción. Higinio dejaba viuda y tres hijas pequeñas. Luego, falleció su adorado padre dos años más tarde. Otra de las grandes alegrías de su vida fue ser testigo -contando ya con setenta años- del enlace matrimonial de su hijo Domingo con Carmen Pérez Camacho el 1 de junio de 1896. Viudo e imposibilitado de ejercer su actividad profesional por los achaques de su salud, dejó el taller a sus dos hijos Domingo e Higinio. A las cuatro de la tarde del 12 de mayo de 1901 moría el gran maestro Aurelio a los 75 años. Fue sepultado al día siguiente en el cementerio de la Capital.

 

Retrato del Cura Díaz en El Salvador

 

 

El Arte de Carmona

Con la apertura de la primera Escuela de Dibujo de Santa Cruz de La Palma, establecida en 1840 por el prestigioso pintor y profesor Blas Ossavarry, se inició para el joven Aurelio un mundo repleto de sensaciones y aprendizajes que tanto lo ayudarían en su prolífica carrera de artista. Una de las pocas pinturas que aún se conservan es la bella imagen pintada al óleo de Santa Lucía que forma parte de una alcancía situada junto a la puerta principal de la ermita homónima de Puntallana. Otro pedido fue el conjunto de estandartes con los atributos de la Mártir para el mismo oratorio. Contaba entonces con 13 años de edad. En 1845 encuadernó un libro de oro para la pequeña iglesia y también pintó un escudo de un velo para la única hornacina del retablo del testero, por el que cobraría 4 pesos. Dos años después fabricó dos pequeñas arañas (lámparas) y más tarde unas macetas de charol doradas. Gustaron tanto estas pequeñas composiciones que recibió el encargo de un fanal de madera para iluminar al Santísimo para la parroquial de Los Remedios de Los Llanos de Aridane. Para la ermita de Santa Rosalía de Villa de Mazo pintó y doró las andas procesionales por lo que recibiría 3 pesos en 1853.

 

Nos recuerda también Fuentes Pérez que una de las magníficas obras que Carmona ejecutó cuando sólo contaba con 18 años, y por la que obtuvo muy buenas críticas, fue la pintura y el dorado del sotabanco festivo de la Virgen del Rosario de la iglesia de Santo Domingo de la capital palmera. En la cofradía de esta advocación, el devoto Aurelio llegó a ser nombrado hermano. Habría recibido este pedido gracias al prior de la orden dominica y cofrade mayor fray Juan Antonio del Castillo.

 

Emulando a Luján Pérez de Gran Canaria y a Fernando Estévez del Sacramento de Tenerife, Aurelio pretendía convertirse en el maestro de La Palma. El palmero no había recurrido a los artistas de los siglos XVII y XVIII, sino que se había constituido en un fiel baluarte del pensamiento romántico que tanto había hecho mella en el maestro Estévez, al que Carmona tanto respetaba. No en vano numerosos biógrafos e historiadores han dicho de él que había llegado a ser uno de sus más apreciados discípulos. Precisamente, un gran amigo de este escultor orotavense, el sacerdote liberal Padre Díaz, fue el verdadero impulsor de que Aurelio estudiase en La Orotava y en la Academia de Bellas Artes. Una influencia esteviana que se hace patente en varias obras del palmero, casi confundiéndose con su maestro.

 

Cabrera Benítez escribía que Carmona fue figura clave dentro del desarrollo de la Isla de La Palma en el siglo XIX; además de que el maestro había sido el promotor y baluarte de un sentir meramente palmero. Comparaba el arte del trío de maestros. Por un lado, definía el de José Luján como un estallido del neoclásico aún con sentir barroco; en cuanto al de Estévez del Sacramento, destacaba su melancolía hacia ese fértil mundo interior que el artista atesoraba; por último, calificaba el de Aurelio Carmona como el de la esencia del carácter propio del natural de esta isla: humilde a la par que arrogante, intimista a la vez que abierto a nuevas tendencias, y sensible a todo lo que le rodea.

 

Virgen del Rosario de Breña Alta

 

Pongamos como ejemplo de arte carmonista a la Patrona de Breña Alta, la imagen de la Virgen del Rosario, de la parroquia de San Pedro. La moda de la época dictaba que todo lo que hacía Estévez fuese altamente valorado y sus obras se cotizaban muy bien. Aurelio no era ajeno a esta realidad y se dejaba influir por el gran artista, al igual que otros contemporáneos, como Arsenio y Nicolás de las Casas, José Aníbal Rodríguez… Aurelio Carmona utilizó fórmulas copiadas del atelier de Estévez en La Orotava. Tanto es así que tuvo la posibilidad de competir con el arte del tinerfeño hasta llegar a esculpir el Niño Jesús de la preciosa imagen de la Virgen del Rosario, venerada en la iglesia de Santo Domingo de la capital palmera, obra sublime de Fernando Estévez. Tuvo como modelo al Niño de la Virgen del Carmen, de también del maestro orotavense, custodiadas ambas imágenes en la vecina parroquia matriz de El Salvador. Fuentes indicaba que lo concibió en idéntica postura. Proseguía el investigador confirmando que este dato demuestra la seguridad que tenía de sí mismo y del cierto prestigio de que gozaba entre sus conciudadanos. Ciertamente, Carmona supo cubrir con sobrada maestría uno de los grandes anhelos de sus vecinos al contar entre sus paisanos con alguien capaz de equipararse a los grandes artistas que desde otras islas, e incluso desde la península o América, enviaban sus obras a los templos y particulares de la capital palmesana y de la isla entera (Cabrera Benítez).

 

Es curioso cómo Fuentes Pérez describe el arte de Carmona. Su arte -para este entendido en el clasicismo aplicado a la escultura- carece de ese gesto de sublimidad, y sus imágenes aparecen desprovistas de fuerza interna, con lo cual quedan reducidas a un modelado correcto a un dibujo cuidado, propio de la Academia de Bellas Artes. Ciertamente Carmona tiende siempre a copiar como recurso último para producir su cada vez más valorada obra. Toca ahora poner en práctica lo aprendido en las aulas académicas. Algunos críticos artísticos han definido sus imágenes como surgidas de un momento de decadencia y de falta de inspiración, incluso de imaginación. Se ha incluso mentado una frialdad psicológica derivada de un cansancio histórico: la pasión, el sentimiento, lo sublime, todo eso ha desaparecido. Sin embargo, otros artistas, como el restaurador-imaginero palmero Cabrera Benítez, concluía su recuerdo al maestro en el centenario de su muerte: podríamos decir que Aurelio Carmona López ha sido el último gran imaginero que La Palma ha tenido, y que sin él no hubiera sido posible buena parte de la reforma estética y estilística que el Señor Díaz impuso en la sociedad insular desde la Parroquia Matriz de El Salvador. Aurelio no sólo cultivó la imaginería procesional, puesto que La Palma no llegaba a ofrecerle unos pedidos regulares que aseguraran su economía y unos ingresos constantes. Por el contrario, llegó a ser un buen retablista, dadas sus excelentes dotes como carpintero. Un ejemplo es el antiguo trono procesional de Corpus Christi de Los Llanos de Aridane, formado por un sencillo baldaquino constituido por una serie de capiteles corintios. Unas andas confeccionadas en madera de castaño y cedro que habían sido trabajadas en el taller de la capital palmera hacia 1859.

 

También cultivó la pintura y sus cualidades al respecto se pueden apreciar, aparte de los óleos que se conservan en colecciones privadas, en el que se encuentra en la sala de la sacristía gótica de El Salvador, de 1860, representando al beneficiado Manuel Díaz. En este retrato, óleo sobre lienzo de grandes dimensiones (100 x 200 cms.), lo plasmó sedente, sobre un fondo oscuro para resaltar sus duras y serias facciones. Llegó a presidir el túmulo que se erigió en esta iglesia matriz con motivo de las honras fúnebres del sacerdote. Realizó al óleo sobre lienzo los retratos de su primo Antonio Rodríguez López (1836-1901) y su esposa Lina Antonia Méndez Cabezola. Es probable que fuese un regalo del artista para la pareja, aunque algunos detalles parecen indicar que el retratista no pudo concluir su trabajo. Se trata del único testimonio visual que ha perdurado de la joven pareja. Hay que destacar que la boda tuvo lugar el 1 de febrero de 1866, fecha de la confección de los óleos, y que Lina Méndez era hermana de Faustino Méndez Cabezola, una de las figuras más relevantes de la época. También se conserva en colección particular el retrato de Antonio Rodríguez López, un óleo sobre lienzo de 1866.

 

Pintó y doró el retablo mayor de la iglesia grancanaria de San Francisco de Borja, según diseño del artista Manuel Ponce de León.

                                                                                                           Lina Méndez Cabezola por Carmona

El polifacético palmero -escultor y pintor- inició, junto a Santos María Pego, el nuevo arte de la fotografía en La Palma. Junto a este amigo fotógrafo instaló en 1863 un estudio en la calle la Cuna (hoy Díaz Pimienta) para quedarse solo más tarde por la ausencia definitiva de su socio.

 

Carmona trabajó en varios encargos en Tenerife. De esta época son el sagrario del altar mayor y la pareja de Santos Varones de la parroquia de San Juan Bautista de La Orotava. Se trata de una pareja de imágenes de candelero de 1,50 mts. de altura adaptadas y vestidas para los desfiles procesionales de Semana Santa. Confeccionadas en madera policromada, son dos tallas de poca soltura artística, muy discretas y carentes de originalidad. Fueron estrenados en 1866. Para la misma parroquia llevó a cabo en 1869 la realización de las espléndidas andas procesionales el Santísimo que, erróneamente, habían sido atribuidas a Estévez. El Time publicaba: Hemos tenido el gusto de ver la hermosa basa y sol que nuestro acreditado paisano el artista don Aurelio Carmona ha hecho para la exposición de la Eucaristía en la parroquia de San Juan en la villa de La Orotava. La maestría con que está acabada aquella obra, así como la perfección de su dorado, compite con los trabajos análogos que admiramos importados de Europa; damos, pues, la enhorabuena al inteligente Sr. Carmona le deseamos tenga siempre ocasión de lucir su habilidad artística.

 

Intervino en la restauración del Señor de la Columna que se venera en dicha iglesia orotavense, a instancias de su cuñado, el párroco José Pérez Hernández. Una intervención que resultó polémica y que fue perfeccionada posteriormente por el pintor Gumersindo Robayna Lazo. Esta polémica se suscitó por la denuncia que apareció en la prensa local (La Federación) firmada por el Marqués de Celada. Este caballero era el mayordomo de la imagen y recientemente cesado por el prelado. Carmona contestó -nos recuerda Pérez García- en el mismo periódico, con una larga y razonada exposición en la que hacía constar que en su trabajo sólo se había limitado a limpiar de impurezas el policromado de la escultura y a pintar el sudario y la columna, cosa que ratificó posteriormente el citado Robayna Lazo.

 

También fue autor de la Dolorosa y San Juan Evangelista de la parroquia de La Luz de Los Silos, perdidas en un incendio.

 

Antigua calle La Cuna

 

Más maduro artísticamente, en 1857 arribó a su isla natal para ultimar varios trabajos inacabados que se fueron acumulando durante su ausencia. Recibieron buena crítica el acabado de los decorados que pintó para su primo el dramaturgo Antonio Rodríguez López cada vez que éste presentaba sus obras en el Teatro Chico. Le gustaba también dibujar retratos al creyón, como el de Josefa Pérez Morales o el del Beneficiado Díaz que se hallaba en la sacristía de la ermita de San Sebastián. Una de las piezas más importantes salidas de su gubia es la imagen de la Virgen del Rosario de la parroquial de San Pedro de Breña Alta, que suplió en el culto a una talla anterior (quizá obra canaria del siglo XVII). Ésta fue retirada del culto para convertirse en una Dolorosa.

 

Se casó con María de las Nieves Pérez Hernández el 19 de abril de 1854 en la parroquia de El Salvador de su ciudad natal. Su esposa era la hija de Antonio Abad Pérez Ortega, propietario y regidor del Ayuntamiento. Pasó a vivir a la calle de la Cuna, en casa de sus suegros, para hacerlo más tarde a la calle O’Daly (en la actualidad nº 40), también propiedad de sus suegros.

 

En su amada Santa Cruz de La Palma fallecería a los 75 años, víctima de la endocarditis que padecía, el 12 de mayo de 1901 dejando dilatada posteridad. Su ciudad ha perpetuado la memoria de este gran artista palmero dando nombre a una de las glorietas.

 

 

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Comentarios
Viernes, 04 de Febrero de 2011 a las 21:04 pm - José Guillermo Rodríguez Escudero

#01 Quisiera indicar que la foto de la Virgen del Rosario de Breña Alta es del archivo particular de mi gran amigo Iván Rodríguez Sánchez, al que agradezco enormemente su amabilidad.