Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Palabras de arena.

Sábado, 25 de Febrero de 2012
Yeray Rodríguez
Publicado en el número 406

Una vez me pidieron que explicara qué significaba realmente improvisar versos y se me ocurrió decir, y sigo pensando así, que venía a ser como modelar arena en la orilla del mar. Seguramente muchos versos de reconocidos poetas han nacido espontáneamente, aparentemente improvisados, pero van a parar a un papel.

 

Y así lo dije porque el viento se termina llevando los versos y los castillos que levantamos creyendo que son eternos cuando se acaban enseguida, pero también lo dije porque quien da forma a la arena y quien improvisa versos no tiene más remedio que hacerlo donde lo ven, a la vista de ojos y corazones inquietos que disfrutan del proceso tanto como del resultado final. Y he ahí el secreto.

 

Seguramente muchos versos de reconocidos poetas han nacido espontáneamente, aparentemente improvisados, pero van a parar a un papel, y de ahí, si el poeta quiere que sigan con vida y después de cierto tiempo, al libro, y cuando alguien los lee ya no puede ser testigo sino de su propia lectura. Sin embargo, cuando el improvisador (y el escultor de arena) crean, desnudan también el proceso y enseñan con eso las tripas de la creación. Los gestos del verseador: su inquietud, su mirada perdida, sus nervios... son bocetos y borrones en un papel invisible que acabará desembocando en una voz que dirá, por primera y única vez, versos que, para asegurar que son improvisados, necesitan testigos que den fe de que aquello no ha pasado antes. Por ello, en el apasionante mundo del verso improvisado, es tan importante quien canta como quien escucha, porque quien escucha lee el rostro de quien está a punto de parir versos que ni él mismo conoce y porque quien canta lee los rostros que tiene delante y busca en ellos la complicidad necesaria para saber que las palabras compartidas están llegando donde tienen que llegar.

 

Por eso son tan admirables los verseadores ciegos y por eso cuesta tanto improvisar en un teatro con las luces de sala apagadas. Porque en el fondo, un verseador no canta lo que el público quiere oír, sino lo que quiere decir, lo que se intuye en cada gesto y lo que confirman las frases que brincan entre los presentes, y eso, más que privilegio, es responsabilidad.

 

He ahí, probablemente, lo que explica que improvisar versos siga siendo tan apasionante, porque quien canta y quien escucha miden su capacidad de poner palabras y prestar oídos a un instante que tampoco vuelve. Siempre podremos grabar lo cantado y fotografiar la arena embellecida, pero la diferencia será la misma que existe entre ver una película y que nos la cuenten; porque lo hermoso es poder tomar entre las manos la arena que vimos hecha escultura, como hermoso es acariciar las palabras que escuchamos aquella vez en la que se pusieron de acuerdo para ser un poema.

 

 

Foto: Yeray Rodríguez junto al joven improvisador tinerfeño-gomero Eduardo Duque

 

 

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Comentarios
Viernes, 14 de Septiembre de 2012 a las 06:11 am - Omar Maracay.

#04 A pesar de que se escapa / en los molinos del viento / todo verso en un momento / el suspiro, nos atrapa / y suele volar sin capa / con el cariño de vela, / y en la mar de la espinela / les escribo este retazo / y les envío un abrazo / de Caracas, Venezuela.

Domingo, 12 de Agosto de 2012 a las 23:39 pm - JJ

#03 Desde Madrid echando de menos nuestra isla, se nos ocurre a unas amigas presentarle el folclore canario y quien mejor que la música y los versos de yeray. Un gran poeta y músico, es una pena no poder haber disfrutado de tu música en directo aun. Un saludo y sigue deleitando con tu ingenio y gracia

Viernes, 27 de Julio de 2012 a las 12:53 pm - Luisa Chico

#02 Admiro profundamente a todo aquel que sabe improvisar un verso sin más, me parece un arte inigualable y no debe darnos pena que esos versos tengan poco tiempo de vida porque tienen el gran valor de hacer disfrutar a todo aquel que los vio nacer.

Sábado, 25 de Febrero de 2012 a las 12:31 pm - Pepillo

#01 Excelente reflexión, maestro de la palabra. Muchas gracias por ellas.