Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

El patrimonio celeste de Canarias.

Viernes, 18 de Mayo de 2012
Binter Canarias (nº 106)
Publicado en el número 418

El cielo, la bóveda celeste, ha sido el referente paisajístico de toda la humanidad y de todos los tiempos. Porque salvo matices de la perspectiva, el cielo es único para toda la humanidad y además ha sido el mismo cielo desde que apareciéramos como especie en la tierra. Mirar al cielo en nuestras islas es una experiencia que no agota, infinita, como lo es el número de estrellas que cada noche iluminan el firmamento de nuestra tierra.

 

Esa constancia en la disposición y en los movimientos de las estrellas y de los objetos celestes sirvió para prever los ritmos de la naturaleza y de la vida, de cuándo sembrar y cuándo esperar la lluvia. Todas las civilizaciones y todas las culturas hemos tenido interés por la observación y el estudio del cielo, por la astronomía, porque toda la humanidad hemos tenido el mismo patrimonio celeste. El cielo, la bóveda celeste es el único patrón que tiene regularidad cada día, año tras año, siglo tras siglo, desde nuestros propios orígenes. El cielo como objeto y la astronomía como ciencia han sido las herramientas más adecuadas para una orientación precisa en el espacio y en el tiempo.

 

Desde el Paleolítico (más allá de 9.000 años), desde las sociedades cazadoras preagrícolas, desde el momento que tenemos huellas escritas de las actividades y costumbres de los habitantes de Europa, hay registros de cómo se utilizaba el cielo para medir los ritmos de los años. De lo que tocaba hacer en cada momento del año. Porque una vez que nuestros antecesores descubrieron que el cielo era un referente constante, lo difícil resultó dibujar el mapa celeste para poder orientarnos y utilizarlo de manera regular. De esa necesidad nacieron los nombres de los grupos de estrellas visibles o de las constelaciones que son tan populares y que se recogen en el zodiaco.

 

Y curiosamente la mayoría de esas constelaciones, incluso de los nombres, han sido comunes en muchas civilizaciones y culturas, muchas de ellas alejadas entre sí, en el espacio y en la historia. Los fases de la luna, el triángulo del verano, la posición de Leo en el equinoccio de primavera, el solsticio de verano con Escorpio o el del invierno con Tauro marcan los tiempos de los procesos que se prevén en nuestro entorno, el tamaño de las mareas, los momentos de la siembra, el barbecho o la hora de estar recogidos en casa (o en la cueva, según la época a la que nos refiramos).

 

Porque a lo largo del tiempo el conocimiento del cielo ha sido muy importante para la supervivencia de los pueblos. En la parte material porque ofrecía un conocimiento patrimonial que se trasmitía de generación en generación a través de las costumbres, de la ciencia o del refranero. Un buen ejemplo es aquel que dice la luna de octubre siete lunas cubre. Y se ha demostrado que existe una relación entre la forma de la luna creciente de octubre y las secuencias de lluvia de los meses siguientes. Buena cantidad de agua o sequía persistente.

 

 

Pero también el cielo ha servido como base para el desarrollo de las creencias religiosas, la metafísica o la cohesión social de los diferentes pueblos y culturas. Un buen ejemplo de eso lo encontramos en los templos de la cristiandad distribuidos por todo el mundo. Salvo raras excepciones (que normalmente son fruto de un error en la orientación en el momento histórico de su construcción), todas las iglesias cristianas están orientadas (tienen el altar) al Este, hacia el lado del sol naciente porque según el libro del Apocalipsis de la Biblia Jesús es la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana (el sol que sale por el Este). Eso también ocurre con los presbiterios de las iglesias y las salas capitulares de los claustros. Este uso se generaliza a partir del siglo IV. Antes de esa época los santuarios paganos o cristianos estaban orientados en función del punto del horizonte donde se asomaba el sol el día de la fiesta del dios o del santo al que estaba dedicado el templo. Se trata de una reminiscencia de los cultos solares, de la antigua adoración del sol naciente. En el cristianismo, el sol ya no se adora como un dios, pero permanece como el símbolo de la divinidad del Salvador. Son hechos culturales que derivan de la observación del cielo, de su dinámica y son muy antiguos. Ya en Egipto y Grecia los fieles se volvían hacia el Oriente para adorar al dios del sol y sus muertos se hacían inhumar frente al astro divinizado.

 

Canarias ha tenido una enorme tradición astronómica desde nuestros aborígenes. Los canarios de Gran Canaria y los majos de Fuerteventura estaban muy adelantados en la observación del cielo. El Roque Bentayga con su almogarén, los símbolos escritos en su base, las muescas en el filo del risco y el Roque Nublo como referencia se utilizaron como un observatorio astronómico de los aborígenes canarios. Después vinieron otros observatorios más modernos como el de Maspalomas en Gran Canaria, el de Añaza en Tenerife y el del Roque de los Muchachos en la Palma. Con muchas diferencias tecnológicas respecto a los aborígenes pero observatorios astronómicos al fin y al cabo. Los calendarios canarios eran trianuales y se cree que algunas de las pintaderas encontradas en la Cueva Pintada de Gáldar recogen esta manera de dividir el tiempo. Tindaya es otro ejemplo de la relación de los Majos (aborígenes de Fuerteventura y Lanzarote) con el cielo. Los podomorfos (son dibujos en la roca con formas de pies) de la montaña sagrada indican que la montaña era más un santuario que un observatorio. O quizás ambas cosas a la vez. Un santuario dedicado a la fertilidad, a la lluvia que trae el agua y la vida. Y lo más interesante es que esos podomorfos que pueblan la montaña se orientan entre dos puntos de referencia. El sol poniente sobre el pico del Teide y el sol poniente en el extremo sur de la isla de Gran Canaria, momento solar que sólo se percibe a la altura del mes de noviembre, cuando empieza las lluvias en las Islas.

 

La visión de la luz de las estrellas ha sido y es un derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Generaciones Futuras y una inspiración para toda la Humanidad. Pero también el cielo limpio de contaminación lumínica, donde luzcan las estrellas con luz propia es una oportunidad de turismo, es y será una fuente importante de desarrollo tecnológico y de investigación. Pero sobre todo, porque ese cielo, la visión de todas las estrellas del firmamento son la herencia que recibirán nuestros descendientes. Me consuela saber, dentro cientos de años, pasado mucho tiempo desde que mi estrella se extinga, que mis tatataranietos cuando miren el cielo de Tejeda, del Teide, de Taburiente o de Tindaya verán las mismas estrellas que yo intento ver cada noche.

 

 

Texto y fotos: Rafael Rodríguez Santana y Antonio Miguel Pérez

 

 

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