Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Palabras de Ayer y Hoy para una Virgen del Siglo XXI.

Domingo, 31 de Agosto de 2014
Redacción BienMeSabe.
Publicado en el número 537

El académico terorense Gonzalo Ortega pregonó las fiestas de su pueblo en honor a la Virgen del Pino bajo el título Palabras de Ayer y Hoy para una Virgen del Siglo XXI. A continuación les ofrecemos el texto íntegro del mismo.

Sr. Alcalde del Ilustre Ayuntamiento de Teror,


Sr. Presidente del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria,


Sr. Párroco de la Basílica de Nuestra Señora del Pino,


Sr. Cronista Oficial de Artenara,


Autoridades, señoras y señores, amigos, paisanos, oyentes de Radio Teror y de otras emisoras, ¡buenas noches!

 

Sean mis primeras palabras de gratitud a la corporación municipal del Ayuntamiento de Teror, y en particular a su Alcalde y a su Concejala de Cultura, y también al Cabildo Insular de Gran Canaria, por haberme distinguido con el inestimable honor de designarme pregonero de la presente edición de las Fiestas de Nuestra Señora la Virgen del Pino.


Actuar de pregonero cuando se es hijo de esta villa mariana constituye un desafío aún más difícil que cuando se ha nacido en otras latitudes insulares o extrainsulares. Es tal el bagaje de vivencias vinculadas al terruño que uno ha ido anotando en su biografía particular, que es difícil espigar aquellas que resultan idóneas para ser evocadas en un pregón. Debo reconocer, sin embargo, que haber visto la luz por primera vez a apenas un kilómetro de donde ahora nos encontramos tiene también algunas ventajas.


Así pues, asido a la mano prudente de Baltasar Gracián, quien sostuvo que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, recojo este guante, incierto como la propia vida. Por otro lado, deseo dejar constancia de que, para todo pregonero de una festividad como esta, su pregón tiene algo de simbólico exvoto, por lo que encaro la composición de estas líneas con ese espíritu de ofrenda a la Virgen del Pino.


Habiéndome movido profesionalmente entre diccionarios, resulta casi obligado que, para empezar, reproduzca aquí las definiciones que de la palabra “pregón” registra el de la Real Academia Española, que viene a ser la fuente matriz que sacia nuestra curiosidad lingüística y que resuelve nuestras dudas idiomáticas. Son varias las acepciones que acoge este repertorio a propósito de esta palabra. La primera dice así: “Promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan”. De seguro que este significado de pregón despertará en la memoria de muchos terorenses de edad avanzada la figura poco airosa de un guardia municipal mítico, que era el encargado de pregonar, subido a un banco situado delante de la iglesia, las noticias locales de interés. En estos tiempos actuales de emisoras de radio, canales de televisión, páginas web y redes sociales, esta acepción se ha convertido en algo punto menos que arqueológico. A todo ello se suma el hecho de que de modo insensible el verbo anunciar le ha ido comiendo el terreno a su pariente próximo pregonar.


La segunda acepción de pregón reza de este modo: “Discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella”. Es claro que esta es la que aquí nos interesa.


No habla la Real Academia de un significado que tiene la palabra pregón, sobre todo en América: “Grito o reclamo especial de los vendedores o artesanos para anunciar su mercancía o su habilidad manual”. Este es, por ejemplo, el sentido que posee nuestra voz en Cuba, donde por cierto se han hecho mundialmente famosas canciones-pregón como El Manisero o Frutas del Caney. Pero como estamos en fiestas, vamos a perdonarle a la Docta Institución esta omisión trasatlántica. Además, quien tiene el honor de hablarles ha de ser muy comprensivo en este particular, porque ha invertido muchas horas de su vida tratando de meter, como si fuera una oveja jíbara, cierta palabra en el corral de una definición, sin que esta se dejara encerrar. También lo debe ser porque más de una vez un olvido puntual ha supuesto que se quedaran en el tintero vocablos o acepciones más bien cotidianos.

 

1. Recuerdos en oro viejo

Si me sitúo imaginariamente en mi infancia, lo primero que evoco de las fiestas son “las carrozas”, que era como llamábamos entonces el acto de la romería-ofrenda a la Virgen del Pino del día 7 de septiembre. También me veo, de la mano de mi madre, presenciando la procesión del día 8 y el inmediato desfile militar. Luego había de venir la infaltable foto de familia al amparo de la Cruz Verde. Pero, siendo sincero, debo decir que eran las atracciones que concurrían a la fiesta las que acaparaban mi interés infantil: por ejemplo, la presencia de los “cochitos”, que en otros lugares llaman “cochitos de choque” o “cochitos locos”. Recuerdo los que venían de Portugal y los veo, como si fuera ahora, desplazándose por una pista ovalada de un solo sentido y embistiendo sin misericordia con un parachoques metálico. Algo que reclamaba mi atención era que sus operarios hablaban en una jerga híbrida a la que hoy le adjudicaríamos la etiqueta de “portuñol”. Resultaban entrañables también las “sillitas”, que en otros sitios se conocen como sillitas voladoras, y los tiovivos o carruseles para los más chicos del rancho familiar. “Caballitos” los denominábamos aquí. ¡Y cómo no hablar de la “casa de la risa”, que, plagada de espejos deformantes, convertía nuestros cuerpos en grotescas figuras! ¡Y de las norias, con el bamboleo chirriante de sus cangilones nostálgicos de agua! ¡Y de los circos, que aposentaban sus reales en Teror meses antes de nuestras fiestas mayores y cuyos payasos, contorsionistas y faquires inundaban de magia y de incredulidad la mente de grandes y pequeños!

 

A las últimas ediciones de las Fiestas del Pino apenas si vienen atracciones. Aunque con seguridad habrá motivos poderosos que expliquen esta ausencia, no podemos sino concluir que la animación ha decaído un tanto, pues sobre todo la chiquillería no dispone de un esparcimiento que no sé si tenemos derecho a hurtarle. La cosa se me antoja parecida, perdonen ustedes el triple salto mortal, a un envite en el que no se pega ni una sola caña.

 

También recuerdo, cambiando ya algo de tercio, la costumbre femenina de mudarse de zapatos a la entrada del pueblo, cuando, desde los pagos más distantes y con el ánimo predispuesto para la fiesta, se llegaba caminando al recinto de Teror. De ordinario el calzado “de cuntino” quedaba escondido en una humilde zapatera con apariencia de cañaveral, para ser luego recuperado, tras algo de contenida desazón, en el viaje de vuelta. Y cómo no acordarme del lujo discreto, con el estreno de ropa y zapatos, que quedaba reservado para el día de las Marías, celebración que tenía lugar el domingo siguiente al de la Fiesta Mayor, a no ser que ese día cayera muy próximo al de nuestra patrona, en cuyo caso se aplazaba para una semana.

 

En este cúmulo de imágenes atropelladas que acuden a mi memoria, cómo pasar por alto a los fueguistas, que, en los días centrales de la Fiesta, deambulaban por la plaza con un saco de voladores a la espalda, proponiéndoselos a quienes querían ofrecerle una modesta traca a la Virgen. Luego, a los pocos minutos de la compra, se oían las destempladas detonaciones en la zona de La Fuente de la Higuera, al tiempo que unas lágrimas huidizas rodaban por algunas mejillas infantiles. Y qué decir de los rituales fuegos de artificio de la noche del 7 de septiembre, cuya calidad mucha gente valoraba, para mi extrañeza, más por su duración que por su alarde pirotécnico.

 

Grabada está también en mi retina la estampa de romeros durmiendo hacinados en las aceras, sobre todo en la noche de la víspera y madrugada del día del Pino. Esto nos puede parecer hoy puro tercermundismo, pero no se trata de algo distinto de lo que nos ocurre cuando contemplamos cualquier fotografía en color sepia. Sencillamente era la consecuencia del entonces deficiente sistema de transporte de pasajeros, muchos de ellos peregrinos en el viaje de ida. Recuerdo también las botellas de agua agria alineadas para su venta y cómo sobre ellas unos sacos enchumbados aspiraban a refrescar el líquido elemento y a protegerlo del inclemente solajero, todo ello en una época en que, para los terorenses, las neveras ni pensaban existir. De este recuento desordenado no se me escaparán los puestos regentados por nuestros orgullosos artesanos: por ejemplo, los tenderetes de los hojalateros de Teror, en que se vendían lecheras, faroles, foniles, baldes, regadores y hasta palas para el gofio; o los de la alfarería atalayera, en que podían encontrarse tallas, porrones o platos; o los que, con origen en Tirajana, ofrecían productos artesanales confeccionados con la palma canaria, tales como sombreros, esteras o escobas. Muchas de estas piezas artesanales estaban hechas a escala infantil, para excitar el antojo de los más chicos.


Tampoco puedo echar en saco roto la feria de ganado, celebrada comúnmente el domingo anterior a las Fiestas del Pino y a la que solía ir en compañía de mi padre. Era una concurrencia de muchas campanillas, porque a ella acudían animales de toda la isla, y el listón para obtener algún premio se encabritaba hasta las nubes. La mirada de cierta envidia de los vaqueros humildes de Teror hacia los animales regalones que venían de fuera y cuyos remotos propietarios eran con frecuencia orondos afincados, la tengo retenida en mi memoria visual.
Por último, cómo olvidar la forma escalofriante en que muchos grancanarios de hace cuarenta o cincuenta años, alentados por una fe de piedra, pagaban sus promesas a la Virgen. Por fortuna, esos modos han ido a mejor y hasta la grima que reflejaba en esos tiempos el rostro de Nuestra Señora se ha disipado.

 

Pero ya basta de recuerdos, que a nuestros jóvenes les parecerán batallitas verdaderamente prehistóricas. El tentador heraldo de las jareas asadas, el pecado de los garapiñones de manises o las ansias de cielo de las sopladeras, entre otras mil añoranzas, nos sabrán disculpar.


Ahora, queridos amigos, continuaré, con la imagen de la Virgen del Pino siempre presente en mi cartera de pregonero, por la sugestiva senda de nuestra lengua, único terreno donde siento que mi pie no se hunde con facilidad.

 

2. Modesta contribución de Teror y Gran Canaria a nuestra noble lengua española, con la Virgen del Pino al fondo

Nunca valoraremos bastante la suerte de pertenecer a una comunidad, la hispana, de 400 millones de hablantes, que extienden sus dominios nada menos que por 19 millones de kilómetros cuadrados. Desde los escasos 26 que abarca la superficie de Teror y los 1560 que tiene Gran Canaria, me propongo realizar acto seguido unas cuantas consideraciones de esta índole, que, en la mayoría de los casos, tendrán a la Virgen del Pino como privilegiada referencia. Se trata, en definitiva, de reparar en unos pocos rasgos de nuestra habla canaria, por cierto tan válida y correcta como la que más.

 

2. 1. El diminutivo de respeto cariñoso

En Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote se da el uso peculiar de los sufijos de diminutivo –ito/-ita unidos al nombre de pila de una persona, para expresar la idea de ‘respeto cariñoso’. Yendo al grano, tal particularidad consiste en emplear nombres propios como Santiaguito, Panchito, Juanito o Candidito; Mariquita, Chonita, Luciita o Cristinita para referirse a interlocutores del mismo grupo social que el que habla y con los que no se está emparentado o se está más allá de cierto grado. Estos, sobre todo por tener la condición de mayores, merecen a la par un tratamiento afectivo y deferente. El valor de respeto lo evidencia el hecho de que las madres suelen llamarles la atención a sus hijos pequeños cuando no usan tales formas al dirigirse a personas de cierta edad. Entonces se suelen oír leves reprimendas del tipo “no se dice Luis, se dice Luisito, ¿no ves que es un señor mayor?”. En el ámbito familiar, y dado que los nombres de pila se heredan a menudo, existe un modo ingenioso de identificar a cada generación. Así, dentro de la misma saga podemos encontrar a un Antoñito, a un Antonio y a un Antoñín o a una Lolita, a una Lola y a una Loli o Lolina. Como quien dice, por el “cloquío” de la cencerra, el pastor nunca se equivoca de oveja.

 

Esta costumbre nuestra de emplear fulanito o fulanita para aludir a personas mayores suele crear situaciones equívocas en otras islas. (Sucede aquí algo análogo a lo que ocurre embarazosamente con ciertas palabras que podemos emplear con ingenuidad en algunos países hispanoamericanos, sin reparar en que en dichos lugares designan un concepto tabú o malsonante.) En efecto, tenemos constancia de algún episodio enojoso a cuenta de tales nombres en diminutivo, como el protagonizado por un caballero de edad avanzada de Tenerife, y de nombre Antonio, el cual, al ser llamado por un grancanario joven “Antoñito”, replicó airado: “¡no te parece que ya tengo unos cuantos años para que me estés tratando como a un niño!”.
La denominación es tan común, que incluso hay quien se refiere a la Virgen del Pino con el nombre, cariñoso e informal al mismo tiempo, de Pinito.

 

2. 2. La advocación del Pino en la antroponimia grancanaria

Llevando de nuevo el agua a mi molino, es bueno que haga referencia a la ya declinante costumbre de imponerles a las niñas el nombre de María del Pino, tanto más si nacían en una fecha cercana o coincidente con la de nuestras fiestas patronales. Aunque con notable menor frecuencia, también era normal adjudicárselo a ciertos varones tras el primero: José del Pino, Juan del Pino, Antonio del Pino… De ese apelativo de mujer han surgido las muchas formas afectivas (hipocorísticos las llamamos los lingüistas) del tipo Mapi, Marupi, Pimpi, Pimpa, Pimpina, Pini, etc. A veces el de María del Pino iba asociado a otro nombre (Pino Rosa, Dolores del Pino, Rosa del Pino), pues muchos padres se veían en la obligación de tener que combinar dos antropónimos, uno por cada compromiso contraído: el de encomendarse a la Patrona y el de contentar, por ejemplo, a una abuela reivindicativa. Y hasta es de imaginar ciertos celillos que habría en estos casos entre la Virgen y la abuela de turno, en función de quién presidiera la comitiva. Recuerdo que, en mi niñez, me llamaba la atención el nombre de Pina que portaban algunas señoras mayores de Teror. Me consta que también se registraba esta forma en otros lugares de nuestra isla. Ahora, transcurridas, ¡ay!, varias décadas, sé el porqué: todo era producto de querer convertir en femenino el nombre de Pino , cuya terminación en –o debía de resultar a oídos de los hablantes de la época un tanto contradictoria para aludir a una mujer.


Pero lo afirmado líneas arriba no nos debe llevar a engaño: nos sorprendería comprobar la cantidad de Guacimaras, Vanesas, Jackelines o Yasminas (y hasta algún Zebenzuí y algún Rayco) que, al menos de manera oficial, siguen llevando hoy el nombre de del Pino como segundo apelativo. La mixtura de estilos onomásticos puede ser estéticamente discutible pero es real.


Y ahora me pregunto: ¿Representa un desapego hacia la Virgen el relativo abandono de este hábito tan arraigado en el pasado, consistente en que muchos terorenses y grancanarios portaran el nombre de nuestra patrona? Y me respondo: no lo creo. Ocurre algo tan simple como que en nuestros tiempos globalizados ha cambiado esta usanza, y hoy son otros referentes y motivos los que actúan de modelo a la hora de bautizar a una recién nacida o a un recién nacido.

 

2. 3. La Virgen del Pino y Teror en la fraseología grancanaria

En el ámbito occidental, las referencias religiosas han sido una constante a la hora de que los hablantes forjen sus expresiones y dichos populares. El peso específico que ha tenido la confesión católica en nuestra cultura ha sido tan grande, que esta lo ha impregnado todo: la pintura, la escultura, la literatura, la arquitectura, la música… El idioma, claro, no iba a ser una excepción. En nuestra entrañable lengua española se cuentan por miles las frases hechas que contienen palabras como Dios, demonio, santo, virgen, cielo, misa, etc. Pero, luego, cada variedad dialectal ha contribuido a este caudal común con modismos genuinos, relativos a los usos y a las advocaciones regionales, insulares o locales. Es el caso, lo veremos enseguida, de Nuestra Señora la Virgen del Pino.


Las más de estas expresiones destilan sabor coloquial, pues se suelen emplear en las situaciones familiares propias de la vida cotidiana, sin que ello represente ni una pizca de irreverencia. En ocasiones, incluso, algunos de estos dichos, fruto de las rencillas existentes entre localidades vecinas, hoy en buena medida superadas, denigran a los naturales de un pueblo. Esto es encajado con inteligente deportividad y no poca cintura por los aludidos, ya que en todas partes cuecen habas. Sucede aquí lo mismo que pasa con los nombretes (personales, familiares o gentilicios), pues casi todo aquel que reside en una población pequeña y donde el conocimiento mutuo es un hecho, está “rebautizado” con alguno de ellos.


Entre las frases hechas referidas a la Virgen del Pino, y sin ánimo de rebañar en el fondo del baúl, podemos citar las siguientes, algunas de ellas hoy en franca decadencia: ir o estar más enjoyada que la Virgen del Pino, expresión que se emplea en relación con la mujer que luce una cantidad excesiva de joyas; de Teror, el agua agria y la Virgen del Pino, frase con la que se rechaza, salvadas algunas “honrosas” excepciones, a los naturales de Teror y las cosas propias de este municipio; haber más gente que en un día del Pino, símil para ponderar la gran concurrencia de personas a un lugar; y de aquí pa’l Pino, expresión con la que, mediante la referencia a la fiesta en honor a la Virgen del Pino, se suele rematar una juerga o francachela que ha llegado a su punto máximo de animación etílica; de san Bartolomé al Pino, se moja el camino, refrán que indica que, entre el día de san Bartolomé (24 de agosto) y el de la Virgen del Pino (8 de septiembre), suele llover.


En otros casos, somos los naturales de Teror los que constituimos el blanco de algunos dardos disfrazados de sentencias populares: de Teror, ni los gatos, modismo que denuncia la supuesta mala índole de todo lo relativo a nuestra localidad; ¡en las lenguas de Teror te veas!, leve maldición que censuraba a los terorenses, cuya fama de murmuradores llegó a ser, como se ve, proverbial.


También el eufemismo nos ha dejado algún ejemplo, como el de ir a Teror, expresión que se usaba para aludir al hecho de ‘venirle por primera vez la regla a una chica en la pubertad’.


Como se puede observar, la Virgen del Pino y los que gastamos los días cobijados bajo su manto protector hemos hecho una modesta pero estimable contribución al acervo lingüístico isleño.

 

2. 4. Voces y frases exclusivamente terorenses

Hay también palabras cuyo ámbito de uso se circunscribe a Teror y a sus municipios vecinos, sobre todo Valleseco y San Mateo. Algunas de ellas, con las que a buen seguro habla la Virgen en sus pláticas maternales con los terorenses, son las siguientes: empalambrarse  (que tiene al menos tres acepciones: 1. Arder una cosa con llamas bruscas (el fuego se me empalambró cuando le eché un pizco de petróleo). 2. Extenderse o generalizarse con rapidez las enfermedades o las plagas (voy a ver si le echo herbicida a los cenizos para que no se me empalambren como el año pasado). Y 3. Inflamarse las pasiones (en los bailes era frecuente que la cosa se empalambrara y todo el mundo terminara a la trompada limpia); otra palabra terorense es tabique  (‘líquido que se desprende al cuajarse la leche’), de donde resulta su derivado destabicar (‘en la operación de hacer el queso, oprimir con las manos la cuajada para depurarla lo más posible de tabique antes de depositarla en el aro o empleita’).


De la misma manera, se registran algunas frases hechas exclusivas de Teror y conocidas solo por sus hablantes, al menos por los más veteranos. Muchos de estos localismos fraseológicos se refieren a barrios del municipio, a personajes populares e incluso a animales conocidos por alguna anécdota curiosa.

 

A modo de escueto “florilegio”, escojamos algunas de estas expresiones fijadas.

arco en El Pico, saltapericos. Cuando el arco iris aparece sobre El Pico de Osorio, tal señal vaticina la caída de abundante lluvia, que, al contacto con el suelo, evoca los saltapericos .

cuando El Pico se pone la toca, la gente de El Muñigal recoge la ropa . Cuando el Pico de Osorio se cubre de nubes, ello es anuncio de lluvia inminente. Se alude aquí al caserío de El Muñigal, situado en la vertiente sur del Barranco del Álamo.

ser más bruto que el carro de Juan David. Se decía de la persona que se comportaba con tosquedad u obraba con poca inteligencia. El citado carro o parte de él era, al parecer, de hierro, y pertenecía a un personaje terorense, el tal Juan David, que situamos de forma borrosa a finales del siglo XIX.

correr como los conejos en El Lomo Brevo. Correr mucho, salir de estampía. Lomo Brevo es un pequeño enclave de El Palmar.

ir (ciego) como el de Las Caldereras. En el juego del envite, de gran arraigo popular en nuestra villa, este dicho significa ‘no llevar un participante ni triunfos ni cartas matadoras’. Se alude proverbialmente a un tal don José el Ciego, que vivía en el referido lugar de Teror.

tener más mataduras que Changuito. Tener muchas deudas. Changuito era, al parecer, el nombre de un maltratado mulo de carga, que situamos en el barrio de El Álamo en los años 40 del pasado siglo.

¡a llorar al tártago! Forma de despedida cortante hacia alguien que se queja de algo. En forma metonímica, se alude aquí al cementerio parroquial de Teror, junto al cual hubo en tiempos un tártago o ricino muy frondoso y de gran porte.

los de Fingas pa(ra) Fingas y los de Teror pa(ra) Teror. Este refrán significa ‘cada uno debe irse para su casa’. Como quien dice, ‘cada mochuelo a su olivo’. La frase se atribuye a un guardia del municipio de Valleseco, al que un defecto en el aparato fonador le impedía pronunciar bien. En ocasión de una pelea “empalambrada” ocurrida en las fiestas de San Vicente, patrono del lugar, entre jóvenes de la localidad de Firgas y del cercano Teror, el mencionado agente municipal, al ser requerido para restablecer el orden, pronunció dicha frase, que hizo fortuna.

 

2. 5. Algunos topónimos terorenses dignos de comentario

En lapidaria opinión del escritor gallego Manuel Rivas, “para reconstruir el mundo habrá que volver algún día a indagar en los guiños del hermoso romance de la toponimia”.


Teror, acaso por estar poco poblado en el momento de la conquista, apenas presenta nombres de lugar de procedencia prehispánica. En otras palabras, sus topónimos son, en su inmensa mayoría, de origen castellano. A estos habría que sumar algún que otro portuguesismo procedente del léxico luso que se integró en el español de nuestro archipiélago, merced a la presencia de pobladores de esa extracción geográfica (La Sorriba, La Serventía, El Natero). Sí parece evidente que el nombre del municipio es guanche. Acerca de su significado, solo podemos aventurar alguna hipótesis. Las variantes históricas que conocemos documentalmente son sobre todo Aterura , Terore  (Therore ), Terori  y Teror . De acuerdo con otros nombres con los que guarda un cierto paralelismo formal, como Tirior (Gáldar, GC), Arure (Valle Gran Rey, Go), Areru (Vallehermoso, Go) o Parearure (Hermigua, Go), el significado de Aterura (hoy Teror) podría ser, tras una serie de consideraciones etimológicas que les ahorro, el de ‘lomito’ . Pero el enigma queda abierto hasta que pesquisas más iluminadoras consigan resolverlo.

 

Aunque con vocación de brevedad, no nos resistimos a glosar a continuación algunos otros nombres de lugar de nuestro municipio , como, por ejemplo, el de Basayeta. Este topónimo, que denomina un caserío cercano al casco urbano de Teror, se ha presentado bajo la variante Basaeta , hoy casi extinguida. Ello es muy interesante porque, en nuestra opinión, estamos simplemente ante la forma Pasadeta (pasada  + el sufijo de diminutivo femenino, ya anticuado, -eta), que habría experimentado toda una serie de transformaciones sucesivas (pasadeta > pasaeta > basaeta > basayeta).


Y qué decir de (Los) Arbejales. La singularidad que debemos comentar en esta ocasión es que, si bien el término debería escribirse con uve por provenir de arveja  (procedente a su vez del étimo latino ERVILIA) y significar, por tanto, ‘terrenos poblados de arvejas’, se suele ortografiar sin embargo bajo la forma antietimológica (Los) Arbejales, acaso, al menos en parte, porque a algún escribano o copista no demasiado letrado se le interpuso en la mente la imagen gráfica de la palabra árbol. Por otro lado, alternan las variantes Los Arbejales (hablantes mayores) y Arbejales a secas (nuevas generaciones). Aunque soy consciente de la delicadeza del asunto, entre otras razones porque la forma actual está muy consolidada, tal vez algún día podría promoverse, tras la correspondiente campaña informativa, una consulta  entre los vecinos de este populoso pago de Teror, para decidir si se debe restituir o no la ortografía etimológica del nombre de su barrio. De efectuarse esa consulta y de triunfar el sí, nos ahorraríamos de paso algún comentario poco enaltecedor de algunos de nuestros visitantes cuando leen los letreros de Obras Públicas.

 

Otro nombre interesante es el de Las Rosadas, que alude a un caserío situado en las cercanías de la carretera que lleva desde Teror a Valleseco. Su ortografía debería ser Las Rozadas, puesto que, con toda probabilidad, tal nombre procede de “tierras rozadas” , es decir, ‘tierras habilitadas para el cultivo tras limpiarse de maleza’. Este vocablo, por tanto, merece idéntico comentario que el de las abundantes voces toponomásticas de su misma familia, diseminadas por todo nuestro archipiélago: Roza , Roceta, Rocilla, etc. Normalmente estos nombres propios se ortografían con   /-s-/ por efecto del seseo canario, abonado todo ello por su falsa asociación con rosa. El único miembro de esta familia de palabras que aún posee cierto vigor es rozadera, esa ‘especie de podona gruesa y ancha, que, sujeta a un cabo largo, se emplea para limpiar o rozar malezas, zarzas en particular’. Acaso habría que plantearse también la conveniencia de reajustar la escritura de este nombre de lugar terorense.


Los problemas ortográficos de nuestra toponimia insular afectan también a otros municipios grancanarios. Así, El Sebadal, que alude al conocido enclave isletero de Las Palmas de Gran Canaria, se escribió durante mucho tiempo con /c-/ inicial por creerlo vinculado a cebada, siendo así que deriva del portuguesismo seba ‘alga marina’. Otro tanto podría decirse del topónimo moganero La Humbridita, al que le sobra la /h-/ inicial y la /-d-/ intercalada y ultracorrecta, puesto que, con total seguridad, proviene de umbría.

 

Pero ya va siendo hora, como diría nuestro admirado Néstor Álamo, de que la cabra deje de ramonear por el risco y vuelva a la carretera.

 

3. Conmemoración

Celebramos este año el centenario de la proclamación de la Virgen del Pino como patrona de la diócesis de Canarias y de Gran Canaria, pues, en efecto, el 16 de abril de 1914, el Papa San Pío X, a instancias del obispo Ángel Marquina Corrales, firmó dicha declaración. Para conmemorar tan significada fecha, en el mes de mayo pasado bajó a Las Palmas de Gran Canaria  la imagen de la Virgen del Pino para permanecer en su catedral durante quince días, en lo que constituyó una manifestación multitudinaria de fervor mariano de todo el pueblo grancanario. Por fortuna, esta vez no han sido, como ocurrió en el pasado, las sequías, las guerras, las plagas, las epidemias o las catástrofes naturales las que han motivado el traslado de la excelsa patrona a la capital de la isla.


Sin restarle la menor importancia al discurso oficial, porque la tiene en verdad, estimo que las devociones, como los amores, no se pueden imponer. Con todos los respetos hacia quienes piensen de otra forma, he de decir que siempre me ha parecido un asunto bizantino discutir sobre la jurisdicción de cada una de las advocaciones marianas de nuestras islas. Creo que, en este sentido, casi todos consideramos más auténtico el discurso real que el oficial. La Virgen del Pino es la patrona de todos aquellos que sienten devoción y veneración por ella, que son legión. Así sucede con el resto de las advocaciones de nuestro archipiélago, de España y del mundo. La controversia resulta tanto más artificial por cuanto la Virgen es una y la misma siempre. Tengo, además, el convencimiento de que la contundente realidad geográfica de nuestra región (“islas somos”, dijo el poeta) ha hecho que los canarios nos sintamos vinculados en esencia a la patrona de nuestra isla, más allá de lo que estipulen las proclamaciones oficiales. El predominio insular de ciertos nombres de mujer alusivos a la advocación respectiva es en este sentido bastante elocuente.

 

4. Seis humildes peticiones a la Virgen.

Aun reconociendo que las peticiones que traigo en mis alforjas de pregonero para formulárselas a la Virgen del Pino son desmedidas, no tanto en su número cuanto en su magnitud, confío en su discreción de madre: ella sabrá cuándo satisfacer tales demandas y cuándo no. De seguro que muchos de ustedes las suscribirán.

 

1ª) Que propicie un nuevo orden internacional, para que cese el espectáculo degradante de los desheredados del universo tocando a las puertas del primer mundo. Si somos bien nacidos, no podemos hacer oídos sordos a esas desesperadas solicitudes de compasión y de caridad. ¡Cómo permanecer indiferentes ante el drama cotidiano de quienes mueren en el intento de alcanzar nuestras costas, en pos de un futuro algo más digno que el que les deparan sus países de origen!

 

2ª) Que procure trabajo para los parados, en particular para nuestros jóvenes. Es un drama imponderable que la generación mejor formada de la historia tenga que irse de nuestro país (a menudo para ser explotada fuera) o malvivir en subempleos precarios, porque aquí no hay la menor posibilidad de conseguir una ocupación que esté en consonancia con su capacidad y formación académica. Además, la crisis y el paro consiguiente afectan más a “los de abajo”, que, como nos recordara el escritor Mariano Azuela en una memorable novela sobre la revolución mexicana, son siempre los perdedores y los paganos.

 

3ª) Que ilumine a nuestros políticos y a toda la sociedad, para que cesen los casos de corrupción y se ahonde en la democracia. La desafección de la cosa pública por parte de muchos ciudadanos tiene su raíz en este mal creciente, hijo, entre otras muchas razones, de la excesiva profesionalización de la política y de la carencia de fórmulas claras en la financiación de los partidos.

 

4ª) Que nos dé salud y se la restituya lo antes posible a quienes la hayan perdido, para que los hospitales sean verdaderos arsenales de esperanza y no de mentiras piadosas.

 

5ª) Que, con su auxilio, consigamos mantener a raya esas verdaderas e insidiosas epidemias de nuestro tiempo como son la ansiedad y la depresión. Que tengamos, en definitiva, y a pesar de los sinsabores que conlleva la vida (en forma de desamor, de deslealtad, de desempleo, de soledad), la entereza de ánimo suficiente como para sortear estos y otros problemas semejantes.

 

Y 6ª) Que alerte a los desavisados del peligro que corremos a través del uso de las nuevas tecnologías y de su control por parte de los poderes de siempre, amenaza de la que, con profética lucidez, ya nos advirtió el escritor británico Georges Orwell. Y que les sugiera a los jóvenes que se resistan al hechizo ejercido por estos medios de vanguardia y que lean más y traben contacto con aquello que los incite a pensar y no con lo que los convierte en miméticos cultores de la nada.

 

5. Epílogo

En realidad, Teror, cogollo espiritual de Gran Canaria, es todo el año meta y meca de peregrinos. Sudorosos, algunos con arrobas de más, de día o de noche, se los ve con sus chalecos reflectantes por las distintas carreteras y caminos que confluyen en la Villa. El propósito es llegar a la Basílica y mostrarle a la Virgen lo que traen en sus mochilas, hechas de dos compartimentos esenciales: uno pequeño para los problemas y otro grandote para la esperanza. Pero esto no es motivo para no venir a la Fiesta. Así que, salvo razones de fuerza mayor, nadie debe faltar, desde Las Tirajanas a Moya y desde Telde a La Aldea de San Nicolás, desde La Palma a Lanzarote y desde La Gomera a Fuerteventura, porque aquí cabemos todos. Mi deseo es que las carreteras que conducen a Teror se conviertan en ríos humanos; que los atajos y veredas dejen de ser usurpados por zarzas y cañas, tuneras y pitas e hinojos y tederas, y los ocupe el pie devoto y legítimo de los romeros; que se acaben las pilas en la isla para alimentar a tanta linterna como piensa alumbrar el caminito de Teror; que los feriantes hagan su agosto en septiembre; que se moje la bandera (que se mojará), pero fuera de los días señalados, porque, digan lo que digan, Teror sigue siendo un pueblo agrícola y el agua de riego no sobra; que aquel que no disponga de tiempo, que venga, que fiche y que luego se vuelva, y que tenga la misma preocupación literaria que asaltaba a los personajes del cuento Talpa, de Juan Rulfo, que “querían llegar los primeros hasta la Virgen, antes de que se le acabaran los milagros”. Porque, amigos, el manto de nuestra solícita Señora está hecho de una tela cuya sin igual propiedad consiste en que nunca encoge pero siempre estira, y no por los jalones desconsiderados de nosotros, sus hijos. Oyentes y concurrentes, ¡felices Fiestas del Pino y que no decaiga el civilizado jolgorio y la deseable armonía! ¡Y que los rescoldos de la amistad y el buen talante, avivados con los aires de una buena isa parrandera, no dejen de expulsar pavesas de concordia al aire de Teror, de Gran Canaria y del mundo hasta el próximo año, en que habrá de renovarse la hoguera festiva! Queridos paisanos y foráneos, ¡muchas gracias y buenas noches!

 

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