Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

En el centenario de la muerte de Sabino Berthelot.

Miércoles, 14 de Enero de 2015
Elfidio Alonso
Publicado en el número 557

Berthelot fue un sabio francés que un buen día de 1847 les dijo a sus amigos tinerfeños: Amigos, vengo a morir entre vosotros, y que al recibir en 1876 el título de Hijo Adoptivo de Santa Cruz de Tenerife contestó: Nadie puede poner en duda que soy isleño de corazón.

 

 

Isleña gente, suelta bien grande,
que en peligros ocultos y patentes,
salieron todos hombres excelentes.

Castellanos
(Elegías de varones ilustres, 1589)

 

Hemos tomado los versos de la Etnografía y anales de la conquista de las Islas Canarias, de Sabino Berthelot. Nos dice este gran naturalista francés que el tal Castellanos pinta a los canarios como hombres de gran valor y dignos de elogios. Es curioso observar cómo los extranjeros que vivieron en las Islas, desde Torriani hasta Wölfel (la nómina es impresionante y reveladora), adoptaron actitudes plenamente favorables hacia la raza aborigen, al propio tiempo que han procurado, en todo momento, defender y hasta imponer esta parte del ancestro que hoy, se quiera o no, sigue motivando reacciones y conductas de una buena parte de la población isleña. Veamos, si no, este elocuente párrafo de Sabino Berthelot, que deberían aprender de memoria todos los niños canarios en edad escolar, siquiera como tributo de homenaje a un sabio francés, que un buen día de 1847 les dijo a sus amigos tinerfeños: Amigos, vengo a morir entre vosotros, y que al recibir en 1876 el título de Hijo Adoptivo de Santa Cruz de Tenerife, contestó: Nadie puede poner en duda que soy isleño de corazón. El párrafo en cuestión reza así:

 

 

Examinemos ahora las acciones de este pueblo, cuya fisonomía, trajes y discursos nos revelan su antiguo origen. La más franca hospitalidad, la veneración hacia la vejez, el respeto filial, el amor a sus semejantes, son las virtudes hereditarias que los guanches han legado a sus nietos. Hemos visto en las más miserables chozas pobres cabreros, parten con el extranjero su gofio y su leche y no pedirle en cambio sino la bendición para sus hijos. Tan pronto como el isleño percibe a su anciano padre, se detiene a aguardarle, se apea de su mula y se arrodilla para besarle la mano. He aquí los descendientes de aquellos bárbaros que tantas "virtudes naturales y sencillez poseían", como dice ingenuamente uno de nuestros antiguos cronistas. Es un consuelo para la historia de la humanidad encontrar aún estas costumbres patriarcales en el seno de la sociedad moderna. Tan bellas propiedades se han propagado con la sangre de una raza pura, pues los conquistadores del s. XV, aquellos hombres fanáticos, que hollaron los derechos de las naciones, no hubieran seguramente inspirado a los vencidos sentimientos de justicia y de sabiduría, ellos que faltaron a su fe y les dieron el ejemplo de las pasiones perversas.

 

 

Se dirá que Berthelot fue un romántico y poco más. Y que este pensamiento no tiene validez en nuestro hoy, porque ningún político de la UCD o del PSOE estaría dispuesto a sacarlo a relucir en el Parlamento. Ya no digamos la posible reacción de determinados sectores de la prensa cotidiana, que no se cansan de advertir sobre posibles manipulaciones que viene sufriendo la historia de Canarias, en manos de desaprensivos maestros nacionalistas. Pues bien; los maestros, nacionalistas o no, están eximidos de culpas, porque no han hecho otra cosa que seguir al pie de la letra lo que escribieron el Padre Espinosa, Torriani, Abreu Galindo, Núñez de la Peña, las crónicas antiguas, Viera y Clavijo, Marín y Cubas, Millares o Sabino Berthelot. No hay otra historia. Con cien páginas elegidas de todos estos autores, se podría confeccionar todo un panfleto explosivo, que al día siguiente de salir a la calle correría la misma suerte que los cuadernos de Hupalupa o el libro de Manolo Suárez sobre Secundino Delgado. Y podemos hacer la prueba, si ustedes quieren, con frases de Viera, de Abreu o de Espinosa, por citar tres religiosos que tuvieron que cuidarse mucho ante la Inquisición, como ahora también debemos cuidarnos aquellos que les seguimos. Ni más ni menos.

 

Encontramos pues todavía en el isleño la fisonomía, las costumbres y los usos de los guanches. No posee ya sus creencias, ha olvidado ya su lenguaje, del que no ha retenido sino algunas palabras, pero lo imita aún en sus vestidos y conserva sus hábitos y sus modales. Afable y obsequioso es a su semejanza, humilde y astuto, pasando de la más expansiva alegría a la más concentrada tristeza; atrevido hasta la temeridad en el más inminente peligro, o desconfiado y tímido por bagatelas, amigo del juego, del canto y del baile, apasionado por todos los ejercicios gimnásticos, acostumbrado a todos los trabajos más duros; grave en su porte, sencillo en sus gustos, sentencioso y reservado en sus palabras; tal es el campesino de las Canarias, ya viva en la aldea, ya permanezca aislado en su cueva o en la montaña.

 

Dudo que alguien haya conseguido ofrecer una definición mejor y más ajustada sobre el campesino canario que la que contiene ese párrafo, también tomado de la incomparable Etnografía, de Sabino Berthelot, autor de una obra que, contemplada en conjunto y sin desorbitar juicios de valores —como escribe en el prólogo Luis Diego Cuscoy—, nadie hasta hoy la ha superado ni siquiera igualado.

 

En este mes de noviembre, precisamente el día 18, se cumple el primer centenario de la muerte de tan extraordinario y querido personaje. No vamos a decir que los canarios estamos en deuda con él, porque Berthelot llegó a ser un isleño por los cuatro costados.

 

En recuerdo de su impresionante obra, el Jardín Botánico de La Orotava; el Liceo de Taoro; sus campañas para herborizar nuestros valles y montes; sus esfuerzos para la aclimatación y propagación de la cochinilla, que llegaría a convertirse en el primer recurso económico del Archipiélago; sus afanes para que se dictara el decreto del 11 de julio de 1852, que concedió la libertad comercial (Puertos Francos) a nuestras Islas, amén de su impagada labor en la economía del País y los trabajos etnográficos, históricos y botánicos, rindo aquí mi emocionado homenaje de gratitud al sabio canario-francés, especialmente por haberme inculcado mi desbordado amor por mi pueblo y el respeto que siento por el ancestro aborigen. Y me importa un rábano lo que digan aquellos que sí merecen el título de extranjeros en su tierra.

 

 

Elfidio Alonso publicó este texto en su sección calle del puente de la revista El Puntal (nº 4), en 1980. La foto es un detalle de la portada de Etnografía y anales de la conquista de las Islas Canarias en su versión de la Editorial Goya.

 

 

Comentarios
Miércoles, 14 de Enero de 2015 a las 17:56 pm - victorio díaz marrero

#01 Llama la atención que 34 años después del centenario de la muerte del ilustre etnógrafo y botánico francés Sabino Berthelot, se le recuerde en este artículo de Elfidio Alonso publicado en 1980 en el número 4 de la ya desaparecida revista El Puntal. Esto no quiere decir que esté en desacuerdo, todo lo contrario, ya que sus trabajos de investigación sobre los guanches, junto a su afán por mejorar las condiciones de vida de los isleños, jamás deberíamos olvidarlo.. Mi admiración y gratitud, como canario, hacia la persona de este gran ilustrado. Afortunadamente, la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, le reconoció, en vida, todos sus méritos. No sólo nombrándole Hijo Adoptivo sino también concediéndole el nombre de una de sus calles, junto a la céntrica Plaza Weyler.