Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Historia Antigua de La Palma. El Bejenao bajo el tránsito de las constelaciones.

Miércoles, 07 de Octubre de 2015
Miguel A. Martín González
Publicado en el número 595

Como referente geográfico, marcaba puntos de localización confiables; es decir, puntos de referencia fijos que servían para ubicarse y guiarse en el espacio y el tiempo...

 

 

Existe un principio básico entre los científicos y es que no puede entenderse el funcionamiento del todo sin tener en cuenta cada una de las partes, el ámbito de aplicación y el contexto preciso. Por ello, nos vamos a trasladar a un lugar emblemático en la isla de La Palma, el Bejenao, para intentar desentrañar alguno de los secretos mejor guardados por seres humanos de otros tiempos que buscaron en las alturas las respuestas a su existencia.

 

Lo que para nosotros no es más que un hito geográfico, un estratovolcán o elevación volcánica compuesta por la superposición sucesiva en diferentes períodos de episodios eruptivos de capas de lava, o de lavas y cenizas, con un millón de años de antigüedad alzado directamente sobre el Complejo Basal, para los awara (antiguos habitantes de la isla de La Palma) representaba un lugar simbólico, el paraje privilegiado donde se manifiesta lo sagrado, el santuario donde el cielo y la tierra se unen, la imagen predilecta del centro del mundo. La montaña perfecta.

 

La presencia humana está implícita desde que llegaron los primeros pobladores a la Isla, recorriendo con sus rebaños barrancos y lomos en busca de pastos frescos, habitando cuevas y construyendo cabañas. Los grabados rupestres son abundantes, con una veintena de estaciones y más de 200 paneles sorprendentes por la profundidad de surcos de la mayoría de los motivos. Suelen encontrarse sobre pequeños afloramientos rocosos sobre los lomos, siendo los más destacados el Lomo de Tamarahoya, Lomo Gordo, Lomo del Topo-La Trocha, Los Hornitos, El Rodeo, la crestería de La Caldera, el Pico de Los Cuervos y Lomo del Estrecho.

 

Nos quedamos ahora con sus tres mejores ejemplos: 1. Lomo de Tamarahoya contiene unos 130 paneles divididos en tres grupos principales a lo largo de unos 200 metros de afloramientos rocosos que jalonan su parte superior. Se emplaza por debajo de la Pista de Ferrer, entre los 1150m y los 1220 m sobre el nivel del mar, en medio de un bosque de pino canario. 2. Lomo Gordo I se localiza por debajo de la pista de Ferrer a una cota de 1290 m sobre el nivel del mar y a unos 500 m de distancia de Tamarahoya. Encierra unos 20 paneles de grabados rupestres. 3. Lomo Gordo II incluye, sobre un espacio reducido, unos 10 paneles. Se ubica sobre un rellano, en el margen derecho del lomo, a una cota de 1315 m de altitud y a unos 70 m de distancia del anterior en dirección NO.

 

En todos, la temática de sus motivos es de tipo geométrico, destacando los grupos de las espirales, círculos y semicírculos concéntricos, meandriformes, grecas… ejecutados con la técnica de picado de diferente anchura y profundidad. A estos motivos característicos de la arqueología palmera se añaden otros más sencillos realizados mediante la incisión. Los símbolos construyen, crean y ordenan la realidad inaccesible y trascendente. Lo inferior (el símbolo) puede representar lo superior (el cosmos), no a la inversa. La ideología que subyace aquí ofrece la garantía, a través del paisaje, de la existencia de un mundo en armonía y en orden. El espacio sagrado tiene por efecto destacar un territorio del medio cósmico circundante y de hacerlo diferente, pues se revisten de signos, códigos y lenguajes que indican la sacralidad del lugar por su orientación, las formas, los tiempos, etc.

 

¿Qué papel juega entonces el Bejenao? Como referente geográfico, marcaba puntos de localización confiables; es decir, puntos de referencia fijos que servían para ubicarse y guiarse en el espacio y el tiempo. Esta montaña sirvió de conexión astronómica al facilitar las observaciones de los astros a fin de organizar sus actividades venerables a lo largo del año.

 

Los símbolos construyen, crean y ordenan la realidad inaccesible y trascendente

 

Para justificar todos estos criterios es necesario aportar argumentos, hacer visible su significado. Así que, de este modo, su tremenda complejidad la podemos construir, atendiendo a los fenómenos observables desde Tamarahoya, a partir del siglo VI, cuando la Osa Menor se ocultaba sobre el Bejenao, en el crepúsculo de los días 21 o 22 de septiembre, anunciando la llegada del equinoccio de otoño. Mientras tanto, en el polo opuesto, al amanecer, se producía una alineación acrónica de las estrellas Canopo y Sirio entre Cumbre Vieja y la isla de El Hierro. En otra ocasión, la Osa Menor, en concreto su segunda estrella mayor (Kochab), se ocultaba por el Bejenao al alba, en torno al 25 de abril, coincidiendo con el ocaso acrónico de Canopo por el SSE, finalizando aquí su ciclo invernal. A partir de este instante estará cuatro meses sin mostrarse. Todas estas circunstancias son fenómenos observables, son visibles y se pueden medir.

 

Desde Lomo Gordo I y II, a partir del siglo XII, coincidiendo con el orto helíaco de Canopo sobre El Birigoyo, en Cumbre Vieja, se podía distinguir cómo la constelación de Casiopea se ocultaba sobre el Bejenao, en el crepúsculo a mediados de febrero, repitiéndose el mismo caso, esta vez, en los primeros días de septiembre, al amanecer, coincidiendo con la aparición de Canopo después de cuatro meses oculta. Por otro lado, la Osa Menor se internaba por la vaguada entre el Bejenao y Lomo Gordo al oscurecer del 21 de diciembre anunciando el solsticio de invierno.

 

Es todo un alarde de oxímoron cósmico, armonía temporal entre los polos opuestos Norte y Sur. Cuando se ocultan Casiopea y la Osa Menor por el Norte emerge la estrella Canopo por el Sur. El Este y el Oeste vienen definidos por las orientaciones de los soportes pétreos donde se tallaron los petroglifos que buscaron intencionadamente los lugares por donde surge y se oculta el Sol en sus posiciones extremas durante los solsticios de invierno y verano (Revista Iruene, n.º 6, 2014)

.

 

Miguel A. Martín González es historiador, profesor, fundador y director de la Revista Iruene. Foto de portada: la montaña sagrada del Benejao.

 

 

Comentarios