Revista n.º 1044 / ISSN 1885-6039

Extranjerizar la Academia.

Lunes, 4 de diciembre de 2023
José Miguel Perera Santana
Publicado en el n.º 1021

El pasado viernes, 1 de diciembre de 2023, fue la ceremonia de ingreso de Pepa Aurora y Marcos Hormiga como académicos honorarios de la Academia Canaria de la Lengua. Además, ingresó oficialmente uno de nuestros coordinadores, José Miguel Perera, como colaborador de esta institución. Este fue su discurso.

Perera en su discurso como colaborador de la ACL.

 

 

Estimadas académicas, estimados académicos… Querida Pepa, querido Marcos… Querida familia, amigas y amigos, público asistente… Muy buenas noches y gracias por acompañarnos en este día señalado…

 

Para las personas que 25 años atrás fundamos, en la facultad de Filología Hispánica de la ULPGC, la revista Calibán, y particularmente para el compañero y hermano Yeray Rodríguez, así como para mí, la Academia Canaria de la Lengua es una institución a la que desde sus inicios nos hemos sentido emocional y corpomentalmente abrazados, pues por aquellos años de iniciática efervescencia cultural, social e intelectual pudimos contribuir, humilde pero efectivamente, a que el proyecto de la frustrada organización volviera a reanudarse, ya definitivamente y hasta el día de hoy, tal y como recoge Marcial Morera en su detallada crónica de los revueltos comienzos de esta Academia que ahora nos convoca.

 

Cierto es que mi nombramiento oficial como colaborador me fue comunicado, informalmente, en esta misma sala hace algo más de cuatro años, al igual que fue recibido por este que expresa como un motivo de alegría y de compromiso para remar y contribuir con mis movimientos en sus objetivos principales. También es verdad que esta entrada por el pasillo de la legalidad no fue más que una explícita certificación para seguir aportando un trabajo básico que hacía un tiempo, por uno u otro cauce, era ya de algún modo realidad.

 

Así, no han sido tan diferentes mis menesteres en su seno antes y después de octubre de 2019, más allá de asistir a una serie de reuniones de la comisión de literatura cuando los cargados horarios personales me lo permiten. Antes, durante años, y en el presente he colaborado gustosa y activamente en alguna entrada del Archipiélago de las Letras, en alguno de los libros colectivos de literatura, en no pocos números de su revista digital (en la versión primera y en la actual) y –por supuesto– en tres de las jornadas sobre la enseñanza de la Lengua y la Literatura en Canarias. Digamos con anchos trazos que en el seno de la Academia Canaria de la Lengua he ejercido los oficios con los que suelo entender y etiquetar mi praxis en el mundo de las letras: el de investigador, el de crítico literario y el de docente; todos los oficios menos uno, con el que abarcadora y sinceramente más me identifico: el de poeta. Claro que si remito a mi concepción de lo que interpreto como poesía –que viene a ser, sintéticamente, una extranjerización de la lengua, en nuestro caso el español–, pudiera ser que mi carta de admisión en este ámbito de autoridad académica no fuera tan unánimemente firmada.

 

Momento del ingreso como colaborador de la ACL de Perera.

 

Pero –apelo–, ¿qué es si no lo poético? ¿Qué es sino verbo cambado? ¿Qué son –desde este mi singular enfoque– las más valiosas obras líricas sino escorzos e imposturas verbales que han atravesado el redil de la norma, el esquema aceptado y fijado de las tendencias cansinas y consuetudinarias de la cotidianidad reiterada de los usos lingüísticos? ¿No es de ese calibre la más envolvente Pino Ojeda, el más tremendo Pedro Perdomo, el más abisal Tomás Morales, el más atractivo Bartolomé Cairasco? Y porque así lo creo, y porque traduzco mi columna vertebral y pulso desde esta condición de apertura constante a la novedad y a la diferencia de la extrañeza en la expresión, que es aire fresco y vida en marcha, afirmo que la poesía como perspectiva de fondo en la existencia promueve gestos rebeldes e inapresables, esos que intentan siempre zafarse del estatismo en cada uno de los ámbitos donde, con nosotros, alertamente actúa… Y si desde estas formas que digo la entendemos, si en estas maneras la convocamos, la poesía, entonces, lo inunda todo, y el sentido se renueva, y la transformación y la resurrección son posibles…

 

Extranjerizar la lengua, y la existencia con ella, amén de hacerse carne en un tipo genérico de texto (el poema), también supone sostener como crítico una reiterada mirada personal que cuestiona y se hace preguntas ante las obras literarias, además de posibilitar durante la convivencia con las lecturas la erosión de nuestras propias convicciones en una voluntaria actitud de insuficiencia, de acortado conocimiento, pues no siempre ante un texto, incluso si nuestro es, se tiene la razón. La maravilla de la exégesis honda del interpretador consiste en adentrarse en los huecos inentendibles de los textos, aminorando –extranjerizando– nuestras espejeantes proyecciones personales. Esa es la práctica de la hermenéutica heterodoxa que profeso e intento ejercer en mi crítica interpretativa, pues una cosa es que nuestras interpretaciones sean, como finitos humanos, irremediablemente limitadas, y otra que se pueda decir cualquier ocurrencia o borrón ante un artefacto textual.

 

Extranjerizarnos en la lengua y la vida de los antepasados y la diacronía, entrañarnos en esa extrañeza, en un riego análogo al anterior, es abrirse en la investigación histórica a los cuerpos de otro tiempo que ya no son pero que siguen cual ranuras accionando e interrogando nuestro presente, especialmente desde el dolor, y que –empujando– animan el porvenir, otro presente posible hacia un más justo futuro inédito.

 

Extranjerizarnos, ser losotros, losotros mismos (como dirían mis padres, presentes, en una voz pronominal académicamente considerada vulgarismo pero inmejorable ejemplo para entender lo que es la extranjerización nutritiva del idioma), es velar por la existencia desde un foco ético en el que el diferente, lo diferente, lo intruso y amorfo, lo que no somos… nos ayuda y aguijona para no violentar (o por lo menos intentarlo) aquello que rebosa los límites de nuestra suficiencia.

 

Sala completa en el ingreso en la ACL de Perera, Hormiga y Aurora.

 

Me consta, y así me lo han hecho saber, que mi labor de profesor de Secundaria es una de las que más interesa a la Academia cuando me suma como colaborador, y sin duda también en ella mi propuesta de la extranjerización es la guía y la utopía. El docente, sea del ámbito o del nivel que sea, tiene en la erosión de su sí mismo (o en la apertura a las huellas extranjeras del alumnado) la férrea columna primera de su tarea, que es la que ayuda a llevar a cabo un intercambio educativo no impositivo y democrático en el que la autoridad se adquiere por trato apasionado y sensiblemente humano, así como por argumentación de saberes, ambos aspectos abrazadamente atados. Además, el encuentro formativo viene marcado, desde estas maneras, por el respeto mutuo a los hábitos y los conocimientos que trae encarnadamente consigo el discente y el docente.

 

La educación en la que creo, como todos los aspectos de la vida que valen la pena y las ganas, no es asunto de técnicos y técnicas, sino de personas que están dispuestas a contribuir y mejorar la respiración del colectivo humano, que sin remedio –y menos mal– ha de concretizarse desde unas circunstancias sociohistóricas particulares, para nuestro caso las de las Islas Canarias y sus núcleos familiares, comarcales e insulares. Por ello mis propuestas metodológicas hace bastante tiempo que vienen subrayadas por una forma de enseñar el español y su literatura desde la tradición secular canaria que se hace protagonista, que se vuelca perspectiva desde donde afrontar conocimientos de una manera tal que los saberes se sitúan, se conoce mayormente el contexto cotidiano de nuestro día a día, nos posicionamos espacial y temporalmente en el universo, se aumenta la autoestima y la valoración de lo propio a la par que –críticamente acercado– se fomenta el sentido cuestionador y comprometido ante las realidades que nos afectan más directamente, sobre las que más podemos actuar para su transformación, por ejemplo el omnipresente y diario uso idiomático, entre tantos otros motivos. A la par que vamos girando alrededor de cuestiones siempre identitarias, nunca se pierde de vista la extranjeridad contrastiva de lo diferente y del respeto que, como toda posición humana convivencial, se ha de profesar a lo diverso. Interseccionalmente, hay que educar desde las diversidades y desde la ética consciente ante los factores de sexo/género, clase social, raza, capacidades, edades, medioambiente…, pero todo ello, desde aquí, está igual e irremediablemente atravesado por la completa historia canaria que so-portamos en nuestros cuerpos. Y esa historia tiene muchos traumas, tantas rajas, muchos silencios, mucho secreto, tanto dolor… Por eso nuestro asunto es un problema complejo y estructural, y por eso tampoco puede abordarse solamente desde las plataformas educativas formales y al uso…

 

Cada vez que se afronta el tema de los contenidos canarios, en cualquier disciplina, y no digamos en la literatura y la lengua, se siente mucha frustración… Después de más de veinte años en la educación secundaria y en el activismo sociocultural el veredicto (inspirado sobre todo en la unión de las ideas del sicólogo y pensador Manuel Alemán y del conocido pedagogo brasileño Paulo Freire) es claro: hay que educar liberadoramente, hay que enseñar –como escribí hace ya veinte años– para que no vuelva a ocurrir más nunca otra conquista de Canarias, injusta y violenta, para que las invasiones individuales y grupales se extingan, para que no haya más muertes totalitarias de mujeres, para que desaparezcan la irracional intolerancia y la incomprensión egolátrica; para que ni las colonizaciones ni el racismo ni Auschwitz se vuelvan a repetir; hay que educar para el amor y contra la violencia, para que las capacidades otras sean aceptadas…; y esto solo puede ejecutarse, desde nosotros y nosotras, desde una perspectiva canaria crítica deliberada y consciente, desde nuestra condición sicosocial –claramente mermada a lo largo de la revuelta diacronía insular– con enfoques otros que resten la esquemática habitual que nos minusvalora o que, en el mejor de los casos, no problematice la chuchería social que sigue alimentando nuestra pasividad secular. (Quisiera recordar al respecto que lo liberador –para las filosofías y las pedagogías enunciadas desde las culturas marginales de Occidente, también desde Canarias en voces como la del aludido Alemán o la del teólogo Felipe Bermúdez– abarca todo lo humano: lo síquico, lo político, lo lingüístico, lo social, lo personal… pues nada de ello es entendido como compartimento estanco).

 

Después de más de veinte años en la educación formal sería excesivamente inocente creer que solo desde ahí se ejerce y se ha de ejercer lo educativo; y más en el momento que vivimos en esta sociedad en la que las herramientas para hacer llegar valores y contenidos, formación por senda directa o no consciente (publicidad, redes sociales, medios electrónicos, juegos en línea, instantaneidad…), detenta un potencial cuasinfinito… ¡Ya está bien!: ya está bien de culpabilizar al sistema educativo, al profesorado y a los padres y madres de la deficiente educación de jóvenes o no tan jóvenes de hoy. Claro que tenemos nuestra parcela de responsabilidad, pero también la tienen actualmente tanto o más todos los otros agentes sociales que inciden directamente en la mentalidad, los hábitos y los valores humanos. Todos (futbolistas, empresarios excesiva e injustamente adinerados, medios, políticos, influencers y una muy larga lista…) son responsables de esta educación actual; y por esa misma regla de tres la educación formal ha de estar en constante contacto con otro tipo de organizaciones, grupos e instituciones de la sociedad civil con otros métodos y contenidos más sensibles con las problemáticas socialmente importantes, para así expandir la necesaria educación más liberadora que propongo; pues el encorsetado sistema curricular del formalismo universitario, secundario o primario no da; o –en el más nefasto de los casos– está confeccionado para moldear técnicos, especialistas o precarizadas personas que han de adaptarse exactamente a un sistema económico, el capitalismo actual biopolitizante, que maquiniza, chupa la sangre y nos conduce directamente a la destrucción del planeta, de nosotras mismas, de nosotros mismos…

 

Miembros de la ACL con Pepa Aurora, Marcos Hormiga y José Miguel Perera.

 

Yo no he renunciado, ni renunciaré, a la formalización; no renunciaré ni a la institucionalización ni a la normalización, sea en el espectro educativo, lingüístico, político, literario… Pero eso sí: a la institución, a las normas, a la Academia hay que inyectarle hasta el último suspiro un meneo desestabilizador, un zarandeo que la vivifique, una mirada crítica sucesiva y sin fin. En la institución hay que tener siempre una pata dentro y una pata fuera, y sugiero e invito desde aquí a nuestra Academia, a mi Academia (y en ello creo que humildemente algo podré contribuir…), a que su pierna exterior se vaya alargando y anchificando, que su acción formativa y política (en el más profundo sentido de lo colectivo) se acerque también al más allá de lo reglado de la sociedad canaria.

 

O lo que –para mí– viene a ser idéntico: que afronte su naturaleza institucional más extranjerizantemente; o –y sirva la paradoja como deseo, como utopía que presione para el esfuerzo de la consecución– que la Academia Canaria de la Lengua se haga poética, o acaso más poética… Muchas gracias.

 

 

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