ANGELA RAMOS es natural de Santa María de Guía de Gran Canaria. Es licenciada en Filosofía y Ciencias de la Información por la Universidad de La Laguna. Inició su andadura literaria durante sus estudios de bachillerato, obteniendo, en el Instituto de Bachillerato de Guía, los primeros premios de poesía y narrativa durante tres años consecutivos. Obtiene, además, el Tercer Premio de la Fase Provincial del “Día del Libro” organizado por el Ministerio de Cultura en 1982 y el Segundo Premio del Ayuntamiento de Gáldar sobre El Quijote.

Terminadas ya sus carreras universitarias, y dedicada de nuevo a la tarea literaria, consigue el Primer Premio en el Certamen de Cuentos organizado por el Gobierno de Canarias en los años 1991 y 1993. En 1992 le otorgan un Accésit en el Concurso de Cuentos patrocinado por la Caja de Canarias.

Tiene publicado un relato “Bajo los castaños” (Tfe, 1998), y el poemario Faltó la primavera (Baile del Sol, 2005), pero cuenta con una extensa obra inédita entre la que se encuentra un libro de relatos cortos, varios poemarios y una novela.

En relación con su trayectoria profesional, ha trabajado en diarios locales como El Diario de Las Palmas y La Gaceta. Su trabajo periodístico se extiende a la sección española de Radio Francia Internacional en París, dirigida pro Ramón Chao, donde estuvo trabajando en 1992. En 2004, además, ha impartido un curso de periodismo radiofónico junto con la también periodista Ángeles Sánchez en la Escuela de Adultos.

Actualmente es profesora de Secundaria en el IES La Laboral de La Laguna, donde ostenta el cargo de Vicedirectora.

Más preocupada por la creación literaria en sí, nunca ha tenido prisa por publicar su obra. “Me gratifica más el proceso creativo que la actividad de marketing”, comenta, aunque entiende que, hoy en día, con la gran cantidad de libros que se publican a diario, es necesario trabajar también la publicidad de la obra en la calle.





“Todo es fragancia y humo”, dijo el poeta, y con ese simple verso de José María Álvarez logramos sintetizar el sentido de este poemario. Porque aquí, donde el horizonte hilvana su tristeza sobre nuestras islas, eternamente aisladas, estamos condenados a arrastrar con los límites del océano y a soportar el siroco africano. Y es que el ser humano ha terminado desvirtuándolo todo y conformándose con la reserva de oxígeno de las plantas del patio. Y las estaciones ya no son lo que eran, ni las emociones que generan a su paso. Por eso también el paisaje acaba perdiendo su virtud de recogernos y arroparnos.

Mientras, sin embargo, en ese juego de ir de fuera a dentro, nos quedamos esperando que alguien se quede antes de irse o huimos antes de que el otro escape. Y en ese mar de confusiones huye también la primavera, su fragancia, espantada por el humo y la confusión que todo lo envilece. Tras su ausencia, apenas sólo prevalece el desvelo y el paisaje después del abandono.




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