El cambio socioeconómico de finales del siglo XX en el ámbito mundial, y la caída de los regímenes del Este Europeo, ha dejado el panorama historiográfico maltrecho en tanto en cuanto sus escuelas han perdido buena parte de sus motivaciones y argumentos. Incluso el sociólogo norteamericano Fukuyama se atrevió a pronosticar, en 1991, el “Fin de la Historia” ante la mundialización de la economía. Sin embargo el proceso Globalizador se ha encontrado con múltiples resistencias, entre ellas la historiográfica. Así en los últimos 20 años ha surgido un interés creciente por las historias locales y regionales, con una inquietud evidente por una nueva historia social, económica y también de género.
Los habitantes de Guía, como hijos de nuestro tiempo que somos, recogemos el testigo y pretendemos que, sin dejar de lado una modernización perpetua, nuestra conciencia de pueblo y nuestro respeto por nuestros mayores y tradiciones sirvan de elemento guía al devenir histórico de este pueblo.
En dicho estudio destaca la labor realizada por don Pedro González Sosa. Innumerables son sus artículos en la prensa local y, entre las distintas publicaciones que ha llevado a cabo a través de los años, cabe destacar su ya incunable libro Contribución para una Historia de Guía de Gran Canaria, o el relevante Fundación de las ermitas, capillas y altares de la Parroquia de Guía. Además, debemos reseñar sus trabajos sobre los insignes guienses don José Miguel Luján Pérez o don Pedro José Gordillo y Ramos, intentando con todas ellas y con buen criterio acercar la historia de su pueblo a los y las guienses y a la sociedad canaria en general.
Hace cuatrocientos setenta y nueve años, el gobernador de la isla, Martín Fernández Cerón, entregó una vara de alcalde a Fernando Alonso de La Guarda, que marca el nacimiento de una nueva villa, la de Guía de Gran Canaria. Sin embargo, con anterioridad, sobre el suelo del actual municipio, ya se trabajaba de manera febril, ya existía pues un grupo de hombres y mujeres que ponían los cimientos de la primero villa y después ciudad.
Antes de la conquista de la isla, nuestro territorio municipal era sin lugar a dudas, un lugar feraz y preciado por los aborígenes canarios. De la riqueza de sus campos es mudo testigo el mayor granero colectivo de la isla, el Cenobio de Valerón. No creamos que este magnífico monumento es el único punto en que se puede documentar esa habitación de los antiguos canarios. Guía cuenta con una riqueza arqueológica que el día en que las condiciones económicas lo permitan, se convertirá en uno de los tesoros más preciados de nuestro Patrimonio Histórico. Lugares de enterramiento como los que se encuentran en las laderas del Palmital, Farailaga, Mondragones o el Barranco del Río entre otros; asentamientos como los propios del Hormiguero, Montaña de Vergara, La Degollada, Anzo, Bascamao o Tirior, donde los antiguos canarios construyeron otro importante granero. También en el apartado de lo mágico-religioso, nuestro pico de la Atalaya cuenta con un grupo de cazoletas de posible adscripción ritual.
Pese a que la conquista fue en principio realizada por la corona de Castilla, la financiación de la misma se lleva a cabo mediante préstamos. Los principales inversores eran italianos, que buscaban nuevos ámbitos de inversión alejándose de un mediterráneo cada vez más otomano. Las expediciones buscaban nuevas rutas hacia las riquezas africanas, y los que las financiaban a cambio recibían materias primas de aquellos lugares o bien tierras y aguas en los lugares conquistados. Canarias no fue la excepción, y concretamente vemos como en Guía se asientan los Riverolis, Sopranis o Cairasco entre otros.
Una vez asentados en esos terrazgos de tanta riqueza, los beneficiados en los repartos tras la conquista ponen en marcha un cultivo, la caña de azúcar, que rápidamente aclimatado se conformó como el primer gran producto de exportación que conoció Canarias. La ejecución de sus proyectos agrícolas necesitaba mano de obra, de ahí que desde Canarias se dirigieran numerosas razzias hacia el vecino continente africano en busca de esclavos, ya que los aborígenes canarios debían ser más bien escasos, además de estar protegidos por algunas leyes de conquista. A su vez los trapiches e ingenios de azúcar demandaban trabajadores cualificados para su gestión, con lo cual numerosos portugueses, procedentes en buena parte de la Madeira, se asentaron en Guía como maestros de azúcar.
Esta amalgama de nacionalidades a la que se unen los propios castellanos, comerciantes flamencos, franceses e ingleses, hace que la comarca en general y Guía en particular se convirtiera en una pequeña villa floreciente, al estilo de los burgos que desde la baja edad media podíamos encontrar por Europa.
Esta próspera villa se ordenaba alrededor de la ermita bajo la devoción de Santa María de Guía, que el conquistador Sancho de Vargas y Machuca había mandado construir ya antes de 1505, en las tierras que le tocaron en los repartimientos. La conformación de la villa en ciernes fue de acuerdo a los cánones urbanísticos europeos, favoreciendo el desarrollo de un casco urbano ordenado y acorde con las necesidades económicas del momento, por supuesto tomando como referencia la iglesia y la Plaza Mayor.
A mitad del siglo XVI el azúcar antillano hizo que la demanda del azúcar canario decayera. Por ello a finales de ese siglo parece que las oligarquías de la isla encauzan sus inversiones hacia un producto que había llegado con los conquistadores y que ya se documenta con frecuencia desde principio de siglo, el vino, siendo su producción y calidad alta.
Pero en el siglo XVII la prosperidad de Guía se basó en que el cultivo de las vegas y la práctica totalidad en medianías fue dedicada a la producción de cereales, papas y millos. Nuestro pueblo abastecía por un lado a la isla y por otro a Tenerife cuya ingente producción vinícola necesitaba de los productos grancanarios para hacer frente a la demanda de alimento de la isla.
El uso de tierras para viña, pero sobre todo para otros frutos de labradío, se atestigua perfectamente en la fundación, en 1672, del patronato de la ermita de San Felipe Neri en la Costa de Layraga. Además de las casas, bodegas y lagar, dicha hacienda contaba con un pedazo de viña de unas seis fanegadas más o menos frente unas cuarenta fanegadas de labradío, entre otros bienes.
Se nos presenta Guía como la única villa que parece hacer frente a la tremenda crisis de fines del siglo XVII en Gran Canaria, cuando la presión de las guerras europeas, las coyunturas climáticas y las plagas de cigarras agudizaron una precaria situación de la que no terminaba de salir la isla. Esto se llevó a cabo por la conciencia de las élites guienses, que protagonizaban la economía de la zona, y que reconocían los beneficios de esta entrada indirecta de capitales extranjeros, a través del comercio con Tenerife y el control de los puertos de Sardina, Agaete y el Juncal.
Guía dio lugar así a que la población se concentrara en su entorno a la sombra de una prosperidad casi constante. En estos momentos de fines del siglo XVII y principios del setecientos, aparecen numerosos pagos en la zona de medianías sobre todo por debajo de los 600 metros de altitud, dándose hasta 1750 un auge poblacional de gran entidad. Estos pagos cumplen una función predeterminada, abastecen de mano de obra barata a los terrazgos de la oligarquía o se emplean como pastores o jornaleros. De ahí que no se interrumpa el continuo bombeo de capital desde aquellas áreas de producción hacia los lugares de asentamiento del grupo de poder, el casco de Guía.
Si hay algún hecho que caracteriza el siglo XVIII en la isla de Gran Canaria, por supuesto también a Guía, es la conflictividad derivada de los incrementos demográficos y de la escasez de suelo cultivable. Las tensiones en torno a las propiedades realengas se centran en nuestra comarca en torno a la Montaña de Doramas. Son numerosos los desordenes provocados por los vecinos de nuestro pueblo que, en unión de los de Moya, son los principales interesados en la roturación de tierras para lograr de esa manera que mermen las dificultades planteadas por las epidemias, el mal clima y las plagas que en el último tercio del siglo XVIII y primeras décadas del XIX se sucedieron. De especial virulencia fue el periodo entre 1810 y 1813 con langosta y fiebre amarilla, que sumieron la isla y el municipio en el desorden. De estos momentos datan también movimientos relevantes de emigración que llevaron a un buen número de guienses hacia América.
En este periodo, en el que Europa se encuentra en plena ebullición tras las revolución francesa, en Canarias la Ilustración está alcanzando su cenit. En el entramado cultural y político que se dio en las islas, sobresalen dos guienses de renombre y talante liberal, como son don José Miguel de Luján Perez, de cuya obra es nuestro templo testigo privilegiado, y don Pedro José Gordillo Ramos, Arcediano que fue de la Catedral de la Habana, pero sobre todo perspicaz político que llegó a presidir las primeras cortes constitucionales españolas en 1812.
El principio del siglo XIX, como vemos, no fue nada fácil, ni siquiera en el plano político debido a las continuas fluctuaciones que se dieron en el primer tercio de siglo con los estertores del absolutismo y con un liberalismo que luchaba por alcanzar a los homólogos europeos; a esto podemos unir del inicio del pleito insular. En Guía el Ayuntamiento toma el protagonismo, junto al de Moya, en la reivindicación de los repartos de la Montaña de Doramas, amparándose en los poderes que los ayuntamientos reciben a partir de 1812 y la constitución. A la abolición de ésta continúan con sus peticiones de legitimidad ante el Cabildo y con la plena instauración del sistema municipal ya en 1836 vemos cómo se ha producido un proceso contrario al defendido en las peticiones ante el Cabildo, lo que eran tierras para pobres, se han concentrado en manos del grupo burgués agrario que al mismo tiempo detenta el poder político.
En lo económico, la puesta en producción de las muchas fanegadas de tierras de propiedad, hasta ese momento pública o eclesiástica a partir de las desamortizaciones planteadas por los ministros Mendizabal en 1836 y luego Pascual Madoz en 1855, dio lugar a una cierta agilización de la economía. Por desgracia, nuevamente, las tierras no fueron a tener a manos de los más pobres sino a las de la nueva burguesía agraria heredera de la antigua nobleza. Lo que sí se pone en marcha es una reforma agraria heredera de las ideas ilustradas que también llegará al Noroeste de la isla, lo que unido al establecimiento del régimen de puertos francos en 1852, hizo que las nuevas medidas arancelarias dieran auge a un nuevo producto para la exportación, la cochinilla. En nuestra villa, a partir de ese momento, las tierras se llenaron de nopales, de tuneras. A la sombra de este cultivo tintóreo, Guía conoce un nuevo empuje que se ve reflejado incluso en la arquitectura de sus viviendas. Por desgracia los tintes sintéticos desarrollados en Europa hicieron que quien se obstine en mantener las inversiones en la cochinilla acabe por arruinarse.
La crisis económica que Canarias sufre tras el fracaso de la cochinilla, en las dos últimas décadas del siglo XIX, mostró cómo el modelo económico de los puertos francos aún no se encontraba consolidado. Será en esas dos últimas décadas y en las tres primeras del siglo XX cuando los guienses, al igual que muchos otros canarios, por distintas causas pero sobre todo por la económica, busquen el continente americano como tabla de salvación. Cuba ofreció en esos momentos la pujanza de su caña de azúcar a muchos emigrantes canarios, de los cuales varios eligieron quedarse en aquella isla.
Con los capitales y experiencias adquiridas por las continuas idas y venidas de los emigrantes canarios a Cuba, se intentó implantar un nuevo sistema, introduciendo el denominado modelo cubano, que tenía como eje los cultivos de la caña de azúcar y del tabaco. Guía también se sumó a esta nueva experiencia, aún se pueden observar las ruinas del secadero de tabaco construido en Farailaga. Sin embargo y pese a las inversiones, el nuevo modelo también fracasó.
Las nuevas necesidades de la sociedad europea y sus gustos por las frutas exóticas sólo cultivables en climas tropicales, dan lugar a la entrada en liza de nuevos capitales extranjeros en Canarias, sobre todo ingleses. El plátano y el tomate se muestran como la tabla de salvación de la economía canaria. La platanera sin duda va a ser la protagonista económica de finales del siglo XIX y la práctica totalidad del XX, no sólo porque será fuente de riqueza sino por ser la obligada culpable de la desecación de nuestra riqueza hídrica. Efectivamente, la demanda de agua de las fincas de plataneras hizo que rápidamente se realizaran perforaciones en todos los barrancos del municipio, con intención de acaparar el mayor número de litros de agua posible.
Consecuencia notable del asentamiento del cultivo de la platanera y el tomate fue, sin duda, el paulatino auge que adquieren unos barrios que hasta aquel momento no aparecen en casi ningún documento: el de la Atalaya y el de Becerril. Desde distintos puntos de las medianías de Guía y de Gáldar y de otros puntos de la isla, se van a ir asentando en las faldas del pico de la Atalaya familias que tendrán como principal fuente de sustento los cultivos de platanera de las grandes fincas de Tarazona y Llanos de Parra, además de las fincas de tomateros de Santa Elena y el área de la Montañeta.
Don David John Leackoc, hijo de uno de aquellos comerciantes que a fines del XIX arribaron a Canarias, sin duda fue el principal protagonista económico del Noroeste de Gran Canaria durante buena parte del siglo XX. Es obligatorio hacer mención a este inglés, Mister Leackoc, que será recordado como el hombre que además de ser el mayor propietario de nuestra zona, fue el encargado de modernizar la industria, la agricultura y la hidrología de la comarca.
Los costosos años de las guerras y posguerras mundiales y sobre todo de la española, con unas carestías que llevan a nuestros mayores a hablar de verdadera hambre, fueron medianamente superados por las familias que trabajaban en aquellas fincas señaladas. El otro cultivo exportador que complementaba al de las plataneras, pero con menor exigencia de suelos y agua, fue el del tomate. Éste ocupó toda el área sobre los acantilados costeros, hasta que algunos fueron acondicionados por los grandes propietarios, acomodándolos con la traída de tierra de las medianías, a las plataneras. También se cultivaban, pero en menor cantidad, papas y se sembraban cereales con fines forrajeros.
En este momento los habitantes de las zonas altas del municipio conformaron, como en otra época, la punta de lanza de las zafras de las grandes explotaciones. Si antes fueron los periodos de cava y poda de las viñas en toda la isla e incluso en la de Tenerife, en estos momentos del siglo XX las zafras de tomateros reparten a los guienses menos afortunados por el Sur, Este y Oeste de la isla en busca de su sustento, dando lugar incluso a su asentamiento definitivo en aquellas zonas.
En la medianía se seguía cultivando, en menor medida, cereales, papas y millo, la triada que tanto le había servido a Guía, pero la desecación de los nacientes por las continuas perforaciones en busca de agua, hizo que cada vez la gente mirara más hacia la costa. El golpe de gracia definitivo a estos núcleos rurales se les dio en los años sesenta cuando, tras la apertura económica del anterior régimen político, la economía canaria fue abocada hacia la terciarización. Buena parte de los y las jóvenes optaron por desplazarse hacia las zonas en desarrollo, como el área del Este y Sur de la Isla, al mismo tiempo que se da un primer estancamiento en la exportación platanera a principio de los setenta, que obliga a la reconversión de parte de la mano de obra hacia el sector de la construcción o de los servicios. Así existió un descenso claro en el crecimiento del municipio, frente a otros en el que el desarrollo turístico o industrial generaba riqueza.
En la actualidad nadie duda de que la sociedad canaria y la de Guía por derivación, se ha visto beneficiada con la inclusión de España en la Unión Europea. Las ayudas a la agricultura, al turismo, a los transportes y al desarrollo en general, han hecho que podamos mantener un nivel de vida bastante acorde con los países de Europa Occidental, pese a que algunos sectores han sido claramente perjudicados.
En conclusión podríamos plantearnos, aquí desde Guía, ahora que empiezan a oírse fantasmas sobre la posible pérdida de los Fondos de Cohesión, en que cada vez parecen ser más reticentes desde Europa, por los enfrentamientos de intereses de Mercado sobre todo con Estados Unidos, a seguir con los apoyos, una reflexión con respecto a nuestra historia.
Vemos cómo la historia de Guía tiene un comportamiento cíclico, esto es, dependiendo de las necesidades (bien sean externas, las europeas; o internas), el abastecimiento de la isla o de la de Tenerife, las fértiles tierras de nuestro municipio han dado el fruto adecuado para que la población del mismo y sus élites mantuvieran unos niveles de vida en muchos momentos muy por encima de la media canaria. Sin embargo hay momentos en que las coyunturas externas de la política y de la economía nos han obligado a volver a nuestra realidad estructural, nuestra insularidad. Recordemos los momentos en que el azúcar, el vino o la cochinilla dejaron de interesar a los mercados europeos, en esos momentos los que no se adaptaron sufrieron descalabros irreparables.
Quizás en estos momentos en que se ha reinventado la palabra "sostenibilidad", también a los y las guienses nos toque hacer examen de conciencia cara al futuro.