La Navidad se establece como un complejo festivo en el que se dan cita un importante número de tradiciones que guardan relación con todo un entramado cultural en el que se entremezclan elementos profanos y religiosos. Las noches de Navidad y Epifanía, así como el comienzo del Año Nuevo, según el calendario Juliano (modificado en 1589 por Gregorio XIII) se establecen como hitos temporales que hunden sus raíces en antiguos ritos solares de carácter pagano que fueron cristianizados, pudiendo encontrar en las diferentes comarcas y pueblos de nuestras islas gran cantidad de manifestaciones folklóricas que constituyen un rico bagaje de cultura popular que -en muchos de los casos- corre un inminente peligro de desaparición.
Una de las costumbres de carácter religioso más arraigadas en todo el archipiélago eran las denominadas «misas de luz», llamadas así por celebrarse éstas a las horas en que el alba comienza a despuntar. Estas mismas tenían lugar los ocho días que precedían a la Nochebuena teniendo su culminación el día 24 de diciembre con el nacimiento del niño Jesús, hecho que se festejaba eucarísticamente con la popular Misa del Gallo. Dichas celebraciones religiosas constituían un marco singular en el que se daban cita diversas manifestaciones culturales que oscilaban entre las representaciones teatrales y la expresión musical.
Una de las tradiciones más interesantes de la Misa del Gallo es la que protagonizan los llamados Baile del Niño o Tajaraste del Niño, según se ejecute en La Matanza de Acentejo o en Punta del Hidalgo, respectivamente. Ambos ejemplos de utilización del ritmo y baile del Tajaraste han sufrido diversas vicisitudes a lo largo de su historia reciente. En lo que a la versión matancera se refiere, tenemos noticia de que se empezó a bailar en el año 1816, llegando a durar hasta dos horas, siendo ejecutado por un nutrido grupo de participantes. Con el incendio de la parroquia en 1936, el Baile del Niño dejó de realizarse durante unos años, recuperándose años más tarde por nuevos ejecutores que introdujeron diversas modificaciones tanto musicales como coreográficas. En cuanto a Punta del Hidalgo se refiere, también esta costumbre navideña sufrió un letargo de varios años, siendo recuperada en los años cuarenta por Manuel Ramos, quien revitalizó esta danza incluyendo niñas en su ejecución, que anteriormente fue solamente realizado por hombres.
El ritmo de Tajaraste sirvió también (y aún sirve) para que se introdujera como ritual navideño uno de los elementos festivos más ancestrales y populares de Canarias. En el lagunero pago de S. Bartolomé de Geneto, «La Danza» (nombre con el que se conoce al Baile de las Cintas en muchos de nuestros pueblos) era bailada a la salida de la iglesia, después de la celebración de la Misa del Gallo, aunque también llegó a interpretarse en ocasiones dentro del templo, siempre que el reducido espacio de la ermita lo permitía. Después de realizada una reverencia al Niño, a golpe de castañetas y redoble de tambor, las cintas se van entrelazando como tributo al Niño-Dios. Una antigua costumbre que, afortunadamente, ha sido recuperada gracias a la labor de D. Emeterio Conde en el entrañable pago de S. Bartolomé.
Las misas de luz prácticamente ya no se celebran en las parroquias canarias, aunque ha sobrevivido de modo inalterable la Misa del Gallo, en la cual aún se dan cita algunas de nuestras más ancestrales tradiciones relacionadas con la Natividad, como aquellas que acabamos de mencionar, conviviendo con otras más novedosas como la interpretación de diversas «misas canarias» que suelen ser adaptaciones más o menos afortunadas de la que grabara el grupo Los Sabandeños en 1970.
La iglesia como institución ha reaccionado de diferentes maneras ante este tipo de manifestaciones, prohibiéndolas en algunas ocasiones y sepultando así tradiciones ancestrales de nuestro folklore. En el caso de Lanzarote, el ejemplo más vivo de esta absurda postura viene expresada de forma anecdótica. En el pueblo de Femés, los feligreses solían propinar sonoros silbidos en el momento del nacimiento del Niño, durante la celebración de la Misa del Gallo, tradición que ha pervivido en los tinerfeños pueblos de La Matanza de Acentejo y Tejina. Sin embargo, a comienzos de siglo, al nuevo párroco del pueblo se le antojó que no era aquella una costumbre «decorosa» ni digna de ser ejecutada en un templo, con lo que la prohibió pese a las quejas de los vecinos. Fue tanto su empecinamiento, que no dudó en emplear métodos drásticos para lograr su empeño, de tal suerte que cuando uno de los insumisos feligreses intentó -durante el «besapiés»- entonar su silbido, no dudó el citado cura en destrozar la imagen del niño, espetándola en la cabeza del pobre aldeano. Isaac Viera recoge esta anécdota, aunque también fue trasmitida oralmente, siendo muchos los ancianos de la isla que aún recuerdan la copla que algún anónimo le dedicó al agresivo párroco:
Al niño recién «nacío»
le dio muerte el señor cura
por mor de la calentura
que cogió con el «silbío».
Mención aparte merecen las diversas representaciones de carácter teatral que se ejecutan, bien en la Nochebuena o en la Noche de Reyes, generalmente en el marco de la celebración litúrgica correspondiente. En este sentido, cabe destacar dos denominaciones para este tipo de escenificaciones: Los Pastores (como se le conoce, por ejemplo, en Fuerteventura) y El Auto de Reyes Magos, tan popular en el tinerfeño pueblo de Tejina.
Existe cierta controversia acerca de los orígenes de los textos que se encuentran en el archipiélago, aunque parece estar demostrada la existencia de dos versiones claramente diferenciadas. Una de estas versiones es una adaptación de la obra La Infancia de Jesucristo de Gaspar Fernández y Avila; poema dramático dividido en diez coloquios, impreso por primera vez en Málaga en 1785. Según Navarro Artiles, las representaciones que se realizan en Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote están basadas en el texto de Gaspar Fernández, mientras que las de Tejina, Punta del Hidalgo, El Socorro y Tegueste son adaptaciones de una obra traída desde el pueblo de Garafía (La Palma), probablemente por algún jesuita, siendo el pueblo de Tejina uno de los lugares donde con mayor arraigo y espectacularidad se representa cada año esta singular manifestación teatral.
Pero los canarios no sólo rinden culto al mito de la Natividad al abrigo de nuestros templos. Las calles de las diferentes comarcas de las islas suelen convertirse en el escenario habitual de animadas parrandas que entonan sus cantos en las noches navideñas. Esta costumbre se ha perpetuado de distinta manera en los diferentes pueblos del archipiélago. Sin duda, Tenerife y La Palma son las islas en las que la tradición de Los Divinos (llamados así porque cantan «a lo divino», en contraposición a «lo terrenal») se encuentran más profundamente enraizada, y no es extraño encontrar varios de estos grupos rodando a sus convecinos desde que empieza a avanzar el invernal mes de diciembre. Antiguamente, Los Divinos se encargaban de recolectar dinero que guardaba el denominado «mochilero», y en la ciudad de La Laguna la tradición mandaba que el pecunio recaudado se destinara a los fondos para la posterior organización de las Fiestas del Cristo.
Los Divinos encuentran su réplica bajo diversas formas y nombres en diferentes puntos del archipiélago, como las «tandas» en Tejina y El Socorro (Tenerife), los «Años Nuevos» en Hermigua, Chipude y otros pueblos de La Gomera. En Lanzarote, al igual que en Gran Canaria y Fuerteventura, estas cofradías reciben la denominación de «Ranchos de Pascua», y pueden considerarse como una derivación de los antiguos «Ranchos de Ánimas».
Dentro de las costumbres musicales españolas encontramos numerosos ejemplos de tradiciones encaminadas a recaudar fondos con fines religiosos, siendo éste el caso del llamado «Petitorio» de Madrid, que se realiza con el objeto de recoger dinero para adornar el monumento del Jueves Santo. Una de las manifestaciones de este tipo más populares en todo el territorio nacional la constituyen los llamados «Cantos de Ánima» que eran entonados por un grupo de hombres que recorrían las calles con sus lastimeros y penumbrosos cantos, mientras se pedía limosna para realizar misas de difuntos. Esta tradición parece encontrar sus orígenes en la provincia de Murcia, donde las cofradías denominadas «Agrupaciones de Campana» o «Auroros» aún perviven en la memoria etnomusical murciana como una de las muestras más ancestrales del folklore de esta región. Parece ser que esta tradición se extendió por numerosos pueblos de España, encontrándose enraizada en diversos puntos de la geografía peninsular. He aquí un ejemplo de estrofa utilizada en los «Cantos de Ánima» de Salamanca:
Y las pobrecitas ánimas
tocando están a tu puerta
dale una buena limosna
y ganarás indulgencia.
Pero, ¿qué tienen que ver las ánimas con la Navidad? En lo que a Lanzarote se refiere, los «ranchos» recorrían las calles cantando sincopadas melodías que hacían alusión a su carácter mortuorio y pidiendo de puerta en puerta para los fines anteriormente descritos. Efectuaban sus nocturnos recorridos en fechas festeras (como el día del santo local), siendo en la Navidad cuando más fructuosos resultaban sus esfuerzos, y es por ello que salían con más frecuencia por estas fechas. Con el paso de los años se mantuvieron únicamente las letras referidas al episodio litúrgico del nacimiento del Niño, de modo que las estrofas alusivas a las ánimas fueron desplazadas por romances dedicados a la Virgen y la Natividad. A los instrumentos percusivos de las cofradías peninsulares (panderos, triángulos, castañetas, espadas, etc.) se sumaron los más armoniosos sonidos de las guitarras, bandurrias y timples, de tal forma que con el transcurrir de los años, los Ranchos de Ánimas se convirtieron en Ranchos de Pascua, perdiendo su carácter inicial de recaudadores de fondos para misas de difuntos y saliendo únicamente en el mes de diciembre para cantar estrofas alusivas a la Navidad.
Muchos pueblos de la isla (Tao, La Vegueta, Tías, Guatiza, Tiagua, etc.) contaban con este tipo de agrupaciones, aunque actualmente sólo San Bartolomé y la Villa de Teguise conservan esta arcaica e interesante manifestación etnomusical. El Rancho de Teguise ha sido objeto de estudio por parte de algunos prestigiosos folkloristas (S. Jiménez Sánchez, Fernando D. Cutillas y Elfidio Alonso, entre otros), por lo que no considero necesario pormenorizar las características del mismo. Valga decir, únicamente, que existe un magnífico trabajo discográfico al que acompaña una minuciosa descripción de las diferentes partes del Rancho, realizado bajo los auspicios de la desaparecida Escuela de Folklore de Las Palmas.
Como ya se ha dicho, el pueblo de San Bartolomé es también escenario anual de este testimonio folklórico, en el que se expresa el sabor añejo de una de las más antiguas tradiciones pastoriles de Canarias. Su Rancho guarda algunas diferencias con el de Teguise, si bien ambos comparten la misma estructura organológica (en la que se aprecia la convivencia de arcaicos instrumentos percusivos con los más novedosos cordáfonos), así como el aire reiterativo y lánguido que le imprimen sus especiales líneas rítmicas y melódicas, las cuales hacen pensar en un antiguo tratamiento modal, que se fue tonalizando con el paso de los años. Esta tonalización se observa más claramente en el Rancho de San Bartolomé, siendo probablemente una consecuencia de la incorporación de los instrumentos de cuerda (guitarras, bandurrias, requinto y timple) así como el intento de ajustar las «extrañas» melodías del repertorio a las más «armoniosas» tonalidades de la música occidentalista.
El Rancho de Teguise consta de 4 partes: Corrido, Saltos, Desechas y Pascua, y reconoce en la figura de D. Juan Crisóstomo García (fallecido en 1933) a uno de los principales mentores del mismo, cuya viuda conservó celosamente los manuscritos que aquél le legó, consistente en un cuaderno fechado en 1897. En S. Bartolomé, la persona que todos los informantes recuerdan como uno de los más relevantes «puntales» del Rancho es D. Juan García, apodado Juan «El Jariano», personaje procedente del pueblo de Haría (de ahí el sobrenombre) que llegó a S. Bartolomé a fines del siglo pasado, cambiando posteriormente su apellido por el de Corujo. Fue su hijo Domingo el encargado de perpetuar la tradición, entonando «Las Pascuas» cada año al ritmo de las espadas, los panderos y «las castañetas».
Actualmente es Antonio Corujo (representante de la tercera generación de la singular familia del folkloristas) el solista y coordinador de un rancho formado por hombres que contribuyen a la pervivencia de una herencia cultural que, tras su incesante vigilia de siglos, duerme hoy en la memoria de muchos otros pueblos de la isla.
Las letras del Rancho se componen de romances que narran los bíblicos acontecimientos que giran en torno al nacimiento de Cristo, con pies que repite el coro. Estos pies o estribillos podían cambiar en función de diversos condicionantes como los acontecimientos climatológicos del año (lluvias, buenas cosechas, etc.) o bien teniendo en cuenta que se tratara de Nochebuena, Año Nuevo o Reyes.
Fundamentalmente son cuatro los temas que componen actualmente el repertorio del Rancho: María de Gracias Llena, Pastorcillos, las Desechas y La Majadera. El Pastorcillos (o Pastorcitos) se bailaba antiguamente, y aunque hoy no se ejecute dentro de las iglesias, el bailador Marcial de León lo utilizó como coreografía del actual sorondongo. Citaremos aquí (a modo de ejemplo) algunas de las estrofas de este antiguo baile romancesco, así como la melodía con la que se suele entonar. Téngase en cuenta que la transcripción de estos cantos es tarea harto difícil, ya que no se repiten con igual exactitud de una ocasión a otra.
Venid pastorcillos, venid a adorar (pie)
al Rey de los Cielos que ha nacido ya.
Un rústico techo abrigo le da
de cuna un pesebre de templo un portal.
María de Gracias Llena es el romance con el que el Rancho indica la Misa del Gallo, entrando por la puerta principal y cruzando la iglesia hasta apostarse en el altar.
María de gracias llena (pie)
reina del cielo y la tierra.
Llegados los nueve meses
decretó el augusto César
que los padres de familia
a inscribir su nombre vengan.
Cada uno a su ciudad
donde fue su descendencia.
Era José de Belén
y viendo que era por fuerza
el irse a inscribir allí
a su esposa le dio cuenta.
Momentos de la liturgia como la Comunión, el Besapiés o el final de la misa son en los que el templo se llena con los lánguidos sones del Rancho, culminando la celebración con los siguientes versos:
Adiós dulce Niño
adiós tierno infante
adiós dulce amante
adiós, adiós, adiós.
Por último, no podemos hablar de la música navideña en Canarias sin mencionar el canto más popular por estas fechas. Ya mencionamos que, en general, a todas las cofradías que salen cantando temas religiosos se les denominaba genéricamente Divinos o Grupos de Divino, debido a que cantan «a lo divino», en contraposición «a lo terrenal». Pero Lo Divino es también el nombre de nuestro villancico más celebrado, el más popular, el que no puede faltar a la hora de cantar a la Navidad en ningún pueblo del archipiélago. Son muchas las versiones que se conservan en Canarias, con una importante cantidad de estrofas (sobre todo en Tenerife) que eran cantadas según se tratara de Nochebuena o Reyes. Sin embargo, existe una versión que podríamos considerar como más extendida y estandarizada, que es cantada de modo unánime por cualquier canario. Cabe decir que en cuanto a esta última, nos encontramos ante un auténtico caso de «creación colectiva». La melodía original -según parece- se viene entonando en nuestras islas desde antiguo. Esta melodía, así como las coplas que se utilizaban para cantarla, fueron «retocadas» por D. Fermín Cedrés, a la sazón, organista de la catedral lagunera. Reunido con el político y poeta Gil Roldán, el entrañable «coplero» Crosita y el cantante de ópera Néstor de la Torre, entre los cuatro resolvieron componer una versión de «Lo Divino» para ser estrenada con motivo de un festival a beneficio del Hospitalito de Niños de la capital tinerfeña. Gil Roldán escribió la primera estrofa:
Anuncia nuestro cantar
que ha nacido el Redentor
la tierra, el cielo y el mar
palpitan llenos de amor.
Crosita propuso la siguiente:
Baña el sol con tintes de oro
el azul del firmamento
perlas derrama la aurora,
nace la flor en su centro.
Y Néstor de la Torre, la última:
Las trompas y los clarines
la tambora y el timbal
anuncian el nacimiento
de nuestro Dios celestial.
Fueron la primera y la tercera las que mayor popularidad consiguieron, pasando a ser parte para siempre de la voz del pueblo que, desde entonces, canta Lo Divino con las coplas creadas por Gil Roldán y Néstor de la Torre, cayendo en el olvido la escrita por Crosita.
En cuanto a la segunda parte se refiere (Madre del alma/ cesen tus penas...) parece tratarse de una creación reciente que fue adaptada por Fermín Cedrés a la melodía original. La música está compuesta sobre un texto escrito por su amigo Santiago Beyro, párroco de La Concepción, el cual había pedido a Cedrés que pusiera música a sus navideños versos.
Este artículo ha sido publicado en el número VII de la revista Investigación: folclore-historia-etnografía, editada por el Cabildo de Tenerife, la Asociación para la defensa del Patrimonio histórico de Ycod y el Grupo folclórico Bencheque, en el año 1990.