Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

Los canarios de Luisiana.

Miércoles, 21 de diciembre de 2005
Yeray Rodríguez, José Miguel Perera, Sergio Hernández Peña y Monserrat Santana Rivero
Publicado en el n.º 84

Todos estábamos más pendientes de cómo decían las cosas que de qué cosas decían. Aquel mismo día siguieron asombrándonos en la Facultad. Irvan Pérez nos decía que el agua es para los ranos, que aunque allí no había barrancos los barcos embarrancaban, que conocían guirre, beletén...

Irvan Pérez, un descendiente de canarios en Luisiana.



Fue a principios de noviembre del año 1998. En el Salón de Actos del Edificio de Humanidades de la ULPGC, se nos convocaba para escuchar a los descendientes de los canarios que emigraron a Luisiana en el siglo XVIII. Estaban de visita por las islas y pasaron por nuestra universidad. Sabíamos que Manuel Alvar había escrito un libro titulado El dialecto canario en Luisiana, pero fue al escuchar al presidente de la Asociación de Descendientes, Irvan Pérez, cuando nos dimos cuenta de que aquel fenómeno alcanzaba una importancia que no podíamos imaginar. Aquel hombre hablaba un español que nos resultaba demasiado familiar. Sorprendente. Era, como dijo José Antonio Samper en la presentación, un caso espectacular de lealtad lingüística. Todos estábamos más pendientes de cómo decían las cosas que de qué cosas decían. Aquel mismo día siguieron asombrándonos en la Facultad. Irvan Pérez nos decía que "el agua es para los ranos", que aunque allí no había barrancos los barcos "embarrancaban", que conocían "guirre", "beletén"... Esto fue un miércoles. Se iban el siguiente sábado temprano y quedamos con ellos para el viernes por la noche. Queríamos seguir escuchándolos, llevarles algo típico de recuerdo, cantarles algunas canciones de la tierra, hacerles algunas preguntas...

 

Nuevamente hablamos con Irvan Pérez. Nos dijo que era su quinto viaje a las islas, que ya había venido en otras ocasiones, incluso a cantar décimas. Esto también es algo que resultaba muy curioso. Él canta temas populares que se han conservado por tradición oral. Algunos viajaron con los primeros emigrantes (en la charla del miércoles había cantado "A la orilla del mar") y otros nacieron en el lugar de adopción, asociados, como muchas de las décimas y de las coplas que aquí se cantan, con acontecimientos de la vida cotidiana (también canta una titulada "El trabajo de welfare"). Por lo visto, cantaban en los bailes y en los casamientos, en los que "tomaban vino y todo lo que hallaban". Comentó que en esta ocasión habían venido treinta y cuatro personas que representaban a descendientes de canarios de todas las islas. Él en concreto desciende de palmeros. El motivo principal de su visita era reclamar ayuda para crear un museo que tienen en proyecto y para conseguir profesores que ayuden a mantener el idioma que ellos tan meritoriamente han conservado.

 

Decían que en el siglo XVIII, a finales, los canarios llegaron a un lugar complicado, donde el río anegaba las tierras todos los años. Entonces se acercaron más a la costa y se asentaron en San Bernardo, donde se pusieron a buscarse la vida. A aquellos lugares les pusieron los nombres que se dejaron en Canarias: Puntafina, Puntagorda, Las Candelarias, el Monte del Tío Ramón, la Punta del Monte... Incluso a la zona la llaman "La Isla". Durante un tiempo cazaban y vendían una especie de la zona con un canto parecido al del canario, también "se pusieron a la pesca y a la zafra y así se buscaron la vida. Y después trampeando, vendiendo las pieles de unos animales parecidos a las ratas. Se hizo una nación dentro de otra. Se gobernaban ellos mismos, se hacían sus propias leyes... y había que respetar a los viejos y a las viejas, porque si no el padre te daba una mascada". Comentaba que su generación fue la primera en ir a la escuela. Los más viejos eran analfabetos pero mantuvieron el idioma, día a día, en sus conversaciones, en las décimas, en la vida. La abuela de Irvan enseñó a su esposa, que es italiana, a hacer comida canaria. No le es extraño el sancocho, ni la pella...

 

Hablamos también con Ricardo González. Nos resultaba peculiar su español: su léxico, su entonación... Fue criado con sus abuelos, con los que aprendió. Comentaba lo mal que lo pasaban en la escuela, cuando los castigaban por no hablar inglés. Su madre hablaba tres idiomas: español, inglés y francés sin haber ido a la escuela. "El idioma se está perdiendo; nosotros no lo sabemos leer ni escribir, y queremos que vayan escueleras de aquí que lo enseñen". Dice que los días de Canarias le han servido para practicar. Interviene entonces I. Pérez: "Yo le dije que los dos primeros días aguantara con el pico callado y que escuchara". También descendiente de canarios de "La Palmita", como dicen ellos, Ricardo nos sorprende al enseñarnos trabajos hechos con palma y al decirnos que un día que se portó mal le pegaron un "viaje".

 

Lynn Robin Gray es la secretaria del grupo. Nos enseña fotos donde se les ve ataviados con trajes típicos de las islas con los que acostumbran a bailar música canaria. Nos dejan árboles genealógicos para que les ayudemos a buscar a sus antepasados: de Fuerteventura, de Agüimes, de Valsequillo...

 

Nos dejan también muchos regalos y una sensación de hermandad difícil de definir. Nosotros sumamente agradecidos, hasta que van a acostarse antes del largo viaje, les acompañamos y les cantamos isas, folías, malagueñas... Ellos, cómplices, sonríen y se divierten y se marchan dejándonos una impresión que todavía nos dura. Darles las gracias es poco.

 

 

Este texto fue escrito en diciembre de 1998.

 

 

Foto de portada: Irvan Pérez

 

 

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