Faltan dos semanas:
La metamorfosis de la “milla de oro” palmera en este primer domingo de julio es digna de elogio. La devoción por la Patrona Insular imprime una fugaz espectacularidad formándose tres escenarios diferentes a lo largo y ancho de esta histórica arteria capitalina. El fondo o la base es la misma para las tres fases: tanto fachadas, como galerías acristaladas, balcones de tea, alféizares y ventanales se tapizan con gran profusión de gallardetes, damascos, banderolas, tafetanes, colchas, etc. Sin embargo, dos semanas antes de la llegada de la “Señora”, además, se cuelgan con mimo telas traperas con los símbolos indiscutibles de nuestro folclore palmero: aperos de labranza, sombreros de colmo, grandes panes, utensilios de cocina, ristras de ajos, pimientos, frutas, amapolas, espigas, flores, yuntas de bueyes, cestos de mimbre, piñas, manteles bordados, monteras, cántaros, cencerros… y así un largo etcétera. La imaginación es ilimitada: es el gran día del tipismo palmero para festejar la llegada del “Equipaje de la Virgen de Las Nieves” y el inicio de la “Semana Chica”. Estos adornos y su mimetismo milagroso ya embellecían por la mañana el recorrido apoteósico de la gran “Bandera de María” hasta el Castillo de la Virgen. ¡Comienza la Fiesta Lustral! En esta edición también se ha contado con los arcos triunfales de Garafía y Breña Alta que fueron erigidos a lo largo del “kilómetro áureo” que separa La Alameda del Muelle. Bajo ellos, por la tarde, desfilará la abigarrada y multicolor procesión de los romeros que portan las cuarenta y dos piezas que conforman el altar trono festivo de plata repujada de la “Morenita” y su ancestral baldaquino de 1665. El Pueblo Palmero adorna exquisitamente sus casas y sus vidas con un aire de tipismo peculiar del que se siente orgulloso y el resultado lo muestra presumido a propios y extraños a los que galantea y finalmente seduce. Una raza de hombres y mujeres que efímeramente reviste uno de sus tesoros más preciados, un importante pilar en el que se fundamenta y por donde gravita su vida y la de su ciudad: la bella Calle Real se convierte en la sonrisa amable de toda una Isla.
Faltan seis días:
En el “Lunes Grande” tiene lugar la tradicional “Pandorga”: un espectacular desfile nocturno de frágiles figuras confeccionadas con cañas y papeles multicolores de seda que se iluminan interiormente con velas para alumbrar simbólicamente el camino por el que pasará la Virgen seis días más tarde. A ambos lados de la Calle Real se colocan simétricamente decenas de pandorgas fijas encendidas con bombillas. Se produce otro cambio radical de imagen. Esta transformación festiva a la que se somete sin esfuerzo todo un pueblo (porque así lo quiere y nadie lo obliga) constituye el reflejo de cómo éste comparte orgullosamente estos símbolos externos con visitantes y vecinos que son fruto de una alegría sin límites, un fervor heredado a su Virgen de la que se siente íntimamente ligado y es la razón de toda unidad y celebración: Ella es su júbilo y su llegada lustral lo es aún más. Este alegre cortejo de inequívoca influencia oriental, presente en la Bajada, al menos desde 1860, fue introducido por los frailes dominicos o franciscanos en el siglo XVI. Cuando se colocan fugazmente en las paredes, la Calle muta, se transforma en más festiva y bella si cabe: ya falta menos para recibir a la “Negrita” y el nerviosismo se va palpando por doquier. Están llegando los miles de visitantes, de conocidos, de familiares ausentes, de añorados amigos… Los flecos de las pandorgas de papel bailan y juegan alegremente con el aire y se convierten en presagios de abrazos, lloros y rezos. El bullicio se hace más latente sobre el empedrado y sobre las cabezas de los transeúntes, ahora más contentos y emocionados, la simplicidad y la belleza de las figuras (el sol, la luna, las estrellas, los barcos…) cobran vida para contagiarnos y deleitarnos a todos. La magia de los niños también lo es de los adultos.
Ya llega la Virgen:
Es la hora de los bellísimos mantones de Manila. Por todo el hermoso recorrido procesional se colocan estos chales, muchos de ellos bordados en seda con gran profusión de motivos ornamentales, como pájaros o flores. Se cuelgan el “Domingo Grande” o incluso en su víspera para anunciar la llegada de la “Dama del Monte”. Los hay bordados en colores sobre fondo negro, blanco o crema, o de un solo color, igual o distinto del fondo. Los vecinos pujan por poner los más espectaculares, como seña de identidad, los de mayor calidad: cuanto más ancho y trabajado sea el fleco de seda que lo bordea. Unas artísticas piezas que se usaron originalmente como prenda de gala por las mujeres de las clases populares españolas y que se utilizaron más tarde en La Palma como motivo ornamental en los bellos balcones de tea y amplias y acristaladas ventanas de nuestra ciudad. Este efímero expositor de las mejores galas está relacionado con la bienvenida a la Virgen. Una vez concluida la Loa, la procesión entra en El Salvador y es entonces cuando se van guardando las piezas para evitar el daño del sol, de las palomas, etc. Los engalanados vecinos lanzan lluvias de pétalos de flores frescas al paso del trono de la Virgen apoyados en los mantones, mientras asisten emocionados, una vez más, afortunadamente para ellos, al tan anhelado hecho lustral. Los mantones de la Calle Real huelen a flores, a incienso, a lágrimas… y son distintivos de lujo y belleza y tradición en estado puro. Estamos ante una profunda devoción de un pueblo que recibe jubiloso y luego despide melancólico a su 'Virgencita de Las Nieves' hasta el interminable “año que viene” en el extraño pero divertido idioma de los palmeros.