Asistir a una apañada de ganado en Fuerteventura supone poder revivir una tradición milenaria en compañía de los auténticos majoreros, un especimen cada vez más minoritario en su propia isla. Distinguen dos clases de ganado: el de corral, criado a mano en las proximidades del hogar familiar; y el de campo -destinado a carnear- que se junta o apaña durante las apañadas, grandes y chicas, que se suceden a lo largo del ciclo anual. Los objetivos de las apañadas pueden ser diversos: dar vuelta al ganado para contemplar su estado, proveerse de carne, o controlarlo desde el punto de vista de la propiedad (marcándolo) o del propiamente reproductivo, es decir, capando o escogiendo determinados machos para el consumo.
Las apañadas, sobremanera las principales, las dirige el Comisionado. Se encarga, entre otros cometidos, de repartir el trabajo y de distribuir a los pastores con el fin de reunir el ganado. En cada parroquia de Fuerteventura hay un Comisionado y un Suplente. Son elegidos democráticamente, en reunión a la que asisten todos los ganaderos.
En las tierras de suelta las cabras paren "según el tiempo", depende de cuándo llueva. Y se ha dado el caso de criar, algunas de ellas, dos veces al año. Las reses en el discurrir del amplio campo de pastoreo, se mezclan y deambulan según la progresión anual del pastizal.
Cuando un grupo de pastores (4, 6 u 8) quiere hacer apañada, piden permiso al Comisionado. Esas apañadas, reducidas y parciales, se conocen como rodeos o rodeítos. Entonces, el ganado se va juntando y se lleva al corral más próximo. Para marcarlo al atardecer. O "cuando hay ruina", es decir, en circunstancias de años nefastos, "cuando el ganado está mal, se está perdiendo": cada uno, tras reunirlo, traslada el suyo hasta el corral doméstico y allí lo alimenta con pienso, millo... soltándolo más adelante, al garantizarlo el pastizal.
De ese ganado se consumen, esencialmente, los machos jóvenes. Las cabras madres “esas viven todo el tiempo que Dios las tiene destinadas"; si alguna se manca, la matan y salan. Igualmente, los machos padres o matreros “acaban por perderse", no suelen estar marcados; y no entran en las apañadas "porque saben todos los escondites, se meten desde que oyen bulla, el animal tiene un arte tremendo"; debido a las condiciones medioambientales en las que se crían, difíciles y variables, no crecen tanto como los machos de corral, pero son individuos de enorme valentía: hay quien recuerda ver a un buen perro verdino corriendo, asustado, delante de un macho negro matrero.
Los restantes machos suelen dejarse dos, tres o cuatro años, seleccionando a los mejor acondicionados al régimen de pastoreo de suelta. Los de colores bien visibles, que luzcan a distancia, lo que no suele acaecer, por ejemplo, con el morisco y el melado. Otro macho que se intenta capar también -en el marco de un territorio duro, escarpado, pedregoso- es el que tiene "los huevos rajados", reproductor de hijas “que echan los ubres pabajo como puyones". Tampoco se deja al macho mujo, es decir, carente de orejas donde se pueda marcar "se elimina, sea de quien sea, ¡quita eso pallá, pa los infiernos!; o lo capa o lo mata, hay que eliminarlo pa los infiernos".
Gráfico de la gambuesa de Sisetoto
Los machos se capan con tiempo fresco (noviembre, diciembre...). En verano no, porque hace mucho calor, “les va la mosca y se le cuaja más la sangre”. Tampoco a un macho caliente es aconsejable castrarlo. Suele efectuarse entre dos, a corte de navaja. Hasta pasados tres o cuatro meses de capados no se pueden sacrificar para comer, les da fiebre y se resienten de la capadura. De un año es cuando más se capan; un macho padre no se intenta capar: "eso está muy duro".
Cuando existe necesidad y disponibilidad, en Cofete se celebran dos apañadas grandes, de amplia asistencia pastoril, las de la víspera de San Juan (24 de junio) y la Virgen del Carmen (16 de julio), fechas señeras en el ámbito de Jandía. Su objetivo esencial es el de “recoger carne”, principalmente machos jóvenes que se llevan y consumen durante las citadas festividades.
Ambas apañadas tienen como punto central al corral o gambuesa de Sisetoto. La que tuvo lugar el pasado año -el día 10 de julio de 2004, sobre la que informamos en el número 18-19 de esta misma revista- no concluyó: en lo alto de Jandía, lugar conocido como Risco Blanco, perdió la vida el pastor Salama. Sí finalizó la que aconteció hace muy pocos días, el pasado sábado 11 de junio. Por tener ganado allí, asistieron vecinos de varios pueblos, e incluso participaron pastores de otras islas del Archipiélago.
Es la típica apañada “del Sur pal Norte”, consistente en trasladar los animales desde la cumbre hasta la gambuesa (de 50 metros de largo por 24 de ancho), situada a algo más de cien metros con respecto a la orilla del mar. Cuando la cordillera o parte alta está embromada, es propio que parte del ganado se escape. El indicado día se constituyeron cuatro cuadrillas, designadas por el Comisionado, de forma que “los pastores criollos fueron a la parte donde más se saca el ganado, los conocedores, gente pa tal valle, donde el ganado más batallan”. El papel de las latas o astias y el de los perros es también esencial. Se fue empujando, dirigiendo el ganado hasta el "valle" que confluye en la gambuesa. Allí se encerraron más de mil reses (“cerca de las dos mil”), una veintena ovinas y el resto caprinas. Su estado, a propios y ajenos, nos pareció admirable, rebosantes en salud: “hay que ver esos baifitos chicos tan bonitos, tan arrogantitos, lo que es la naturaleza”.
La gambuesa en sí está distribuida en tres partes o corrales (véase el gráfico que añadimos). Desde que una de las cabras traspasa la puerta principal, la que está enfrente de la cordillera, las demás la siguen. Todas las reses fueron conducidas hasta el corral B o más próximo al mar. Allí, de inmediato, separaron cinco machos guanilos o sin marcar, de año o algo más, para sacrificarlos (fuera de la gambuesa, en el punto S0.) al objeto de consumirlos: "los matan entre todos pa la fiesta". Tras ello, los animales -contemplados por sus dueños- deambulaban libremente por los corrales A y B. Las elegidas para llevarlas más tarde al pueblo, eran atrapadas cogiéndolas por las patas, manteniéndolas en la parte trasera de las camionetas, tratándose principalmente, como es normativo, de “machos pa carne”.
Posteriormente, hacia el mediodía, los pastores, astia en mano, de pie sobre la pared del lado Oeste de la gambuesa, rindieron homenaje y pidieron un minuto de silencio por la memoria de Salama. A continuación se comió, en el remanso de la señalada pared. Todo el utillaje culinario se trasladó en vehículos a través de un territorio sin pistas. Los pastores aportaron diez machos jóvenes: “la carne cabra no le entramos mucho aquí”. Cinco de ellos fueron apañados con anterioridad preparándose en salsa con papas, habichuela y zanahorias. Los otros cinco, sacrificados el mismo día de la apañada, se colgaron con un gancho por las patas traseras, siendo descuerados, abiertos y troceados para asarlos en parrillas dispuestas sobre bañeras viejas en las que se había procurado abundante brasa; en artilugios similares se asó pescado fresco; comiéndose también queso del país, pan y bebidas como vino, cervezas y refrescos.
Después de almorzar prosiguió la apañada. Todo el ganado se pasó al corral B. Desde allí cogiéndolos por las patas, uno a uno o de dos en dos, los baifos se pasaron al corral C o “de hijar”. A los machos y las cabras machorras las fueron enviando al corral de arriba o A. Las cabras paridas también fueron introducidas en el corral C con las crías, pero ello se efectuó de forma progresiva, del modo que a continuación se indica.
Un grupo de pastores separaba un lote de reses, veinte o veinticinco, que llevaban hasta el lado Oeste del corral B, para luego conducirlas hasta el recinto formado por el muro Este del corral C y una cadena humana que se reducía a unos 2 metros de anchura, toda vez que las reses habían entrado, de modo que los tres pastores colocados en la puerta del corral C metían en el mismo a las cabras paridas, al objeto de que fueran a dar con sus recentales, pasando las restantes a A. Esta operación -en la que es propio que se muevan los brazos, toquen las tortas, etc., con el fin de controlar al ganado- se repitió una y otra vez, hasta concluir, a lo largo de unas dos horas. Finalizó a las cinco de la tarde con el siguiente resultado: las madres y sus crías en el corral C, colocándose dos personas en la puerta para evitar que salieran, y el resto en el corral A; luego, se sacó el ganado del C (cabras y baifos) trasladándolo al B, cerrando con una empalizada de palé la entrada del C. Y se estaba atento para que no pasaran del B al A o viceversa. En este último se encontraban los machos; las machorras o cabras sin parir; las secas ("que no tienen leche porque no han parido" ); y las cabras cargadas de leche por haber perdido a sus crías ("se desahijan" ), las cuales son ordeñadas allí mismo para alivianarlas, lo mismo que a las madres que por no mamar el baifo sino de una teta, muestran lleno de leche, y hasta requintado, el otro lado del ubre.
Al ahijar, se contempla perfectamente quién es el hijo o la hija de cada cabra. Entonces, se aprovecha para marcar a la cría con la misma marca que lleva su madre, el símbolo de propiedad de un determinado pastor. Cada uno marca las suyas, realizándose normalmente entre dos pastores, uno aguanta y el otro, con la navaja, hace los cortes correspondientes, casi siempre tres: «a veces se le pone un poco de tierra pa que no se peguen los cortes, pero mayormente nada». Pero la navaja no debe estar recientemente amolada: "porque las limallas crían, son trocitos de hierro; la navaja se amola y se pasa por un palo dos o tres veces para que pierda el filo, pa que no tenga limallas". Dicen los viejos pastores "que la marca limpia era del hijo más chico, los demás hermanos usaban diferencias". La marca podía heredarse o conseguirse por otros medios. Vicente Hernández Santana (Comisionado de Betancuria), quien estuvo en la apañada de Cofete por disponer de ganado en el lugar, posee varias marcas; la que usa, le entró junto con un terreno que compró; es ésta: "en una oreja, jandía y puerta por delante; y en la otra, un bajero". La de su hermano José, de 66 años de edad, la heredó de su suegro y está registrada en el Ayuntamiento de Antigua: "en la oreja derecha, jandía y ramal delante espantado; y en la izquierda, jandía". El ganado guanil "de año arriba" se considera propiedad de los pastores; se contramarca despuntándole las dos orejas; a veces, ya marcado, es subastado por el Comisionado, destinándose el dinero reunido a diversos fines: alambradas, aguadas (mejorar los bebederos), arreglar la gambuesa, comprar para alguna celebración (vino, cerveza..., "porque la carne la tenemos" ), etc.
Son tradiciones inmemoriales que identifican, pertenecen y ennoblecen el pasado y el presente histórico de la isla de Fuerteventura. Alguien habló de haber visto a Salama en el Risco Blanco, sentado en cuclillas, sonriente, contemplando el discurrir de la apañada. Y que lo vieron marchar por El Islote para allá, con su perro y el astia, siguiendo la estela del Caminito del Sol de los Muertos. Como han acostumbrado a contar siempre los Troncos Viejos de esta Tierra.
Este artículo ha sido previamente publicado en la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria, en 2004.