Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

La Saga de los Corujo IX: el padre rebelde y las mañas del camellero.

Martes, 20 de junio de 2006
Cirilo Leal Mújica
Publicado en el n.º 110

Nueva entrega de la Saga de los Corujo, en la que se nos acerca el inicio de la vida de emigración de Domingo Corujo Brito, por tierras canarias y también peninsulares.

Foto Noticia  La Saga de los Corujo IX: el padre rebelde y las mañas del camellero.
El río del tiempo sale del pasado y se transforma en un cauce por donde discurre, lentamente, las antiguas historias familiares de los Corujo y la gente de su generación. El pasado se hace presente a través de la mirada del maestro de guitarra Domingo Corujo. Los acordes invisibles de su memoria entran de lleno en la vida y los sinsabores del emigrante forzado, Domingo Corujo Brito, su padre, el hombre que aró kilómetros de tierras andaluzas para sembrar arroz guiando el timón de los imaginarios camellos de su isla conejera natal. Unas historias que tocan las puertas de los acontecimientos que desencadenaron la guerra civil española y obligaron a la diáspora migratoria de los represaliados políticos y de los que buscaban el pan en otras tierras menos inhóspitas que la propia.

Las páginas del libro familiar se abren en esta entrega en la vida de Domingo Corujo Brito, padre del guitarrista Domingo Corujo. Su padre nació el año 1906 y murió en 1988. En vida, como sus antecesores, conoció la experiencia de la emigración. Como los conejeros de su tiempo, partió de Lanzarote a la isla de Tenerife, donde trabajó en las faenas del puerto, más tarde embarca a La Palma, concretamente, al puerto de Tazacorte; las necesidades le obligarían a desplazarse a la Península al cultivo de arroz y más tarde, tras el paréntesis de la guerra civil española, sus pasos se dirigen hacia Venezuela. Domingo Corujo, hijo, está convencido que el destino le ha reservado a las gentes de su tierra el castigo o el mandato de la emigración y la diáspora. Desde que tiene memoria, los Corujo se han visto obligados a transitar de un extremo a otra de la isla y cuando está no era suficiente, a surcar el océano. Esa experiencia de familia y de patria, la conoció en carne propia. Las explicaciones del alma viajera del canario pueden remontarse a los tiempos de la población primitiva de las islas y a lo largo de su historia escrita. La represión y las hambrunas están en los orígenes de estos continuos desplazamientos humanos. Como si el alma lejana del africano trashumante y nómada se resistiera a la quietud y al espíritu del desarraigo de estos tiempos de globalización económica y cultural.

Los jameiquinos
Domingo Corujo habla, en esta ocasión, de una salida propiciada por las propias autoridades municipales y caciquiles del tiempo de su padre. Un capítulo de la historia de pre-guerra que, sin embargo, a Corujo se le asemeja con las represiones y expulsiones que recibieron los judíos.

“Por lo que le oí contar a los mayores siendo un chiquillo, parece ser que a casi todos los jóvenes de San Bartolomé los obligaron a salir del pueblo, mi padre, entre ellos. Un alcalde decía que iba a limpiar el pueblo de golfos y los echaron para Tenerife, Las Palmas y La Palma. A estos jóvenes, fuera de Lanzarote los conocían por los jameiquinos. Nunca he entendido de donde salió esta palabra. No sé si tiene que ver con jameos, pero el significado era el de moro malo. Y, como es natural, por donde iban, no eran muy bien recibidos. Tiempo después, un tío mío fue a La Palma y cuando decía que era de Lanzarote, de San Bartolomé, entonces eres un jameiquino, le decían. Parece ser que en la propia Lanzarote a los habitantes de San Bartolomé se le tiene cierta aprensión porque al santo que representa al pueblo de San Bartolomé, lo desollaron vivo en la India.

–¿Tú eres de San Bartolomé? Ahí le quitaron el cuero al santo, decían. Según parece, aquellos jóvenes eran muy liberales y peleones. Se oponían al caciquismo y eran molestos. Cuando se detenía a algunos de estos chicos, en vez de encerrarlos en el cuarto, los metían en la morgue, en el cementerio. Lo malo para las autoridades es que los muchachos se acostumbraron a la morgue. El alcalde terminó por desperdigarlos por las islas. Salieron familias enteras. Donde iba el joven, se llevaba al viejo. Hay que pensar que hasta hace poco tiempo los viejos eran considerados hasta último hora, como los patriarcas. Eran los que organizaban todo. Mi padre recuerda que siendo chico, cuando había una fiesta, mi abuelo les recordaba que el lunes a las tres de la mañana había que salir con el ganado o con los camellos. Ya podía ser muy anciano, pero cargaba con la organización de todo. A lo mejor él no podía dar un paso por la edad, pero el control de los trabajos que tenía que hacer lo llevaba con toda lucidez.”

El padre rebelde
Domingo Corujo relata que, en el caso concreto de su padre, en la salida de la isla hubo una razón que tiene que ver con el espíritu rebelde de los viejos pastores conejeros. Personas que se resistían al vasallaje y la dependencia de los señores de la tierra y el poder.

“El hecho de ser pastor, era ser gente libre. Mi familia ha mantenido ese espíritu de los mayores, cuando se dedicaban al pastoreo, y se traduce en que hoy viven de profesiones muy libres. En el tiempo de mi abuelo y de mi padre, el sometimiento a las medianías con don Fermín, el médico, no resultaba fácil. A cada rato se le quejaban a mi abuelo de que el chico era muy rebelde. Una vez los señores fueron a Yaiza a las fiestas de Los Remedios y atravesaron el volcán en camello. Los señores iban en el camello enjaezado y el camellero era un chico, mi padre. Tenían que salir del Grifo de madrugada, a medianoche para llegar a Yaiza con el día. Hay que saber lo que es el paso de un camello por el camino del volcán… Al llegar a Yaiza, los señores entraron en una casa a la fiesta y le dijeron al chico donde estaba el palote del millo y el agua para el camello. Picó la comida del camello y le echó agua. El camello comió pero se olvidaron del chico. Y por la noche había que regresar otra vez por el mismo camino y llegaron de madrugada sin haber comido en todo el día. Del interior de la casa se oía aquella francachela y mi padre muerto de hambre.
–Me voy de aquí o mato a don Fermín…

Le explicó a mi abuelo lo que realmente había pasado.
–El camello comió, pero yo no.

Mi abuelo intentó tranquilizarlo. Siempre estaba la duda de si había sido por olvido o a propósito el que no le hubieran dado de comer. Como el chico era rebelde, a lo mejor aquello fue un castigo. Lo cierto es que mi abuelo con lágrimas en los ojos le dijo a mi padre:
–Vete, vete, vete, coño. Ojalá yo tuviera la edad tuya.

Si hubiera sido más joven, se hubieran ido juntos. "Ahí empezó el periplo de mi padre como emigrante. Salió a trabajar en lo que fuera.”

Las mañas del camellero
Los puertos de Las Palmas y de Santa Cruz de Tenerife acogieron una importante mano de obra de las islas de Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera, La Palma y El Hierro. Un trasiego de brazos jóvenes de las islas menores a las capitalinas, ansiosos de trabajo en un tiempo, mediados de los veinte, donde el futuro se vislumbraba con tintes oscuros y pesarosos. Los puertos de Funchal y Casablanca iniciaban un despegue que ponía en peligroso la existencia de los canarios, entrenidos, como siempre, en una eterna rivalidad, que no acabó con la división provincial, a raíz del Decreto divisionisa de 1927. En ese contexto Domingo Corujo Brito emigra de su isla natal de Lanzarote a Tenerife, donde formaría peña con sus paisanos, a la hora de compatir el suelo para dormir o el puchero. Es como una sensación, una emoción que se muta en palabras y se vuelcan sobre estas páginas libertarias para recoger el eco de las vivencias del entonces joven Domingo Corujo, padre, cuando se trasladó al puerto de Tenerife.

La sorpresa y el asombroso del joven conejero, que poco antes se ganaba la vida, arreando camellos, ante el espectáculo del tráfico de mercancías a través de un tren de lanchas, gabarras de pequeño tonelaje; el amarre de falúas y botes del servicio portuario; suministro del carboneo, tanqueros, barcazas; trasiego de emigrantes, etc. Un ambiente de trabajo donde Domingo Corujo Brito llegó a integrarse, como era habitual entonces, en una especie de comuna de conejeros con lo que intentaban paliar gastos y atender las necesidades alimenticias. En ese tiempo, finales de los años veinte, surge la historia de otro conejero, José Reyes, gran aficionado a la lucha canaria que en el puerto de Santa Cruz adquirió fama por su fortaleza y destreza en el trabajo. Este personaje fue uno de los primeros habitantes del Barrio de la Salud y ganó merecida popularidad puesto que en el trabajo hacía lo que dos hombres. De fuentes orales tomamos la descripción que de este conejero hizo Francisco Valentín (1982) “José Reyes era un hombre de una fuerza increíble. Antes venían unos sacos de harina de ciento veinte kilos, a esos sacos se les llamaba Balas de Harina. En cierta ocasión este hombre cargó con dos Balas de Harina y una rueda de jabón inglés. Aquella anécdota espontánea sirvió para que se le bautizara con ese nombre: José Balas de Harina.”

El indiano polizón
Cuenta Domingo Corujo que los vecinos de San Bartolomé que trabajaban en el puerto de Tenerife se reunían a la hora de la comida. Cada uno tenía su ocupación, pero a la hora de preparar el condumio uno se hacía cargo de la intendencia. De ahí nació el siguiente recuerdo.

“Aquel día la comida la preparó Pepe Benasco. Cuando se reunieron a comer los paisanos vieron por el muelle a un hombre hambriento. Se dieron cuenta que era del pueblo y lo llamaron. Contó, con la gracia que le caracterizaba, que había venido de Cuba de polizón en un barco. No sabía lo que era comer desde hacía días porque en ese barco no pudo probar bocado. Lo invitaron a comer. Dicen que el viejo tenía tanta hambre que se mandó la comida de los doce. La comida no se la comió, la devoró. Como si hubiera querido morirse hartado como un cochino. Cuando ya estaba en el pueblo de San Bartolomé el viejo contaba:
–Con el hambre que yo pasé en Cuba, se podía mantener bien todo Tahíche una semana.

A ese buen hombre no le fue bien allá, pero se la pasaba todo el tiempo echando cuentos de Cuba. Esa fue la herencia que trajo de allá.”

Arroz en las marismas
El padre de nuestro narrador dejó el puerto de Santa Cruz de Tenerife y se embarcó hacia La Palma y en Tazacorte, cuando aún no había alcanzado su emancipación municipal, encontró empleo en la sorriba. No aguantó mucho tiempo y regresa a Lanzarote. Al poco tiempo pone proa rumbo a Sevilla al salirle a él y a otro grupo de paisanos una contrata para sembrar arroz en las orillas del Guadalquivir.

“En aquel tiempo el cultivo del arroz estaba en auge en esa zona de Andalucía. Mi padre me contaba que cuando remontaron el río Guadalquivir iban viendo luces por ambos lados, el barco caminaba lentísimo y cuando atracaron en el muelle de Sevilla ya los estaban esperando los de la contrata. Los de tierra estaban comentando entre ellos que estaban esperando a unos canarios y no sabían cuáles eran. Mi padre se da a conocer y les dicen extrañados:
–¡Coño, si son como nosotros!

Estaban extrañados de que fuéramos como ellos.
–¿Acaso nos esperaban con taparrabos?
–Más o menos, más o menos, pero no se ofendan…

Cuando mi padre les entregó los papeles de la contrata se volvieron a sorprender, esta vez por la letra del documento. El contrato lo había escrito de puño y letra el secretario del Ayuntamiento de San Bartolomé.”

Astucia de camellero
Domingo Corujo oyó contar que su padre empezó a trabajar de cortador, pero después se pasó a arar, lo cual parecía un disparate. Para arar la tierra donde se sembraba el arroz hacían a mulas surcos derechos de kilómetros, extensión imposible en una isla, fragmentada por pequeñas parcelas, huertas o propiedades.

“Mi padre vio cómo araban los andaluces y se atrevió a meterle mano. Los demás se echaron a reír. ¿Cómo era posible que un camellero se atreviera arar kilómetros de tierra si en Lanzarote no había tierra para tanto?
–¿Cómo un canario se puede meter a surquear, eso es imposible?"

Él estaba acostumbrado a surcar con el camello y conocía de indicaciones. Probaron con él y cuando vieron los resultados se quedaron maravillados. El surco había salido derechísimo. Pero, ¿cómo hizo usted eso? Pues ahí está el surco. Le preguntaron y no quiso decir qué técnica había empleado.

Mi padre decía que la necesidad hace las cosas. La técnica que empleo cuando le mandaron a hacer los surcos de kilómetros se fijó en una señal, el pico de una montaña, y lo trajo hasta él y fue viendo diferentes piedritas y trazó la línea imaginaria y fue llevando al animal con el timón del arado. No es sólo consistía en marcar la ruta en la mente sino saber manejar a la mula y que te obedezca. Aquí era camellero y sabía hacerse respetar por los animales. Al cabo de tiempo regresa a Lanzarote y entra a filas. Sirve en Fuerteventura y cuando estalló la guerra, es movilizado y tiene que hacer el servicio militar de nuevo.

Imágenes antiguas extraídas del Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC.
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