Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Cal y apañada: dos símbolos de Fuerteventura.

Domingo, 14 de mayo de 2006
Manuel J. Lorenzo Perera y María Dolores García Martín
Publicado en el n.º 104

Yendo de Betancuria a Ajuy, a mano derecha de la carretera, hay un lugar conocido por La Atalayeja. Allí vive Vicente Hernández Santana, su esposa Concepción Ramos Alonso y su cuantiosa raza o gran familia. Son criadores de considerable variedad de animales domésticos, principalmente cabras. No en vano, don Vicente Hernández lleva treinta y seis años ejerciendo como Comisionado de las apañadas de ganado que se celebran en Betancuria, cargo que, al menos en los últimos años, es legitimado por el Ayuntamiento, tras la elección llevada a efecto por los propios pastores.

Foto Noticia Cal y apañada: dos símbolos de Fuerteventura.



Con él anduvimos los días 14 y 15 de octubre del presente año, escuchando y aprendiendo con las lecciones magistrales de quien, sin proponérselo, es un auténtico Catedrático o, mejor, como acostumbramos a decir, todo un Maestro de la Tierra.

El 14 de octubre, viernes, fuimos hasta el pueblo de Ajuy, en la costa de Betancuria. Nos interesaba el tema de la cal, un recurso complementario (lo mismo que el cultivo del tomate...) al que se vieron obligados a abrazar -hasta finales de la década de los sesenta del siglo pasado- muchos de los habitantes de Fuerteventura. El mundo de la cal en Ajuy ofrece un conjunto perfectamente definido, ubicado en las proximidades de la localidad, en dirección norte, más allá de la playa formada por la desembocadura del Barranco de Río Palmas, Las Peñitas o de Ajuy, denominaciones relacionadas con los rincones por donde discurre. Se diferencian tres elementos: la cantera, los hornos y los dos embarcaderos, conocidos también como Puerto de la Peña.




En la cantera de Ajuy se sacaba piedra de albeo, es decir, la que se empleaba esencialmente para pintar o albear. Era de propiedad municipal, de modo que por cada tonelada que se extrajera había que pagar quince pesetas al Ayuntamiento. Canteras de otro tipo de cal (de cuchara, para la construcción...) son más abundantes en Fuerteventura; en la zona, por ejemplo, la quemaban en el horno del «Ulagar» o Aulagar, trasladándola en camiones hasta Gran Tarajal desde donde la embarcaban a Las Palmas o a Tenerife, “según les cuadraran”. La piedra de cal se arrancaba de la cantera con la ayuda de pólvora: hacían un hueco con un compresor o con taladro y marrón, disponiendo la mecha y añadiendo pólvora que presionaban con un trozo de hierro «y un martillo atrás», de forma que, tras prender la mecha, "no quemaba la piedra sino la abría”.

Los hornos y la pequeña edificación donde se guardaba la herramienta y en la que los obreros mantenían sus pertenencias, eran propiedad de «don Federico, el rey de las cales”. En cuanto a tipología se refiere, los hornos de Ajuy constituyeron para nosotros una auténtica sorpresa. Habíamos visto hornos, simples o evolucionados, que empleaban, respectivamente, leña y carbón mineral, tratándose de auténticas construcciones en el sentido más estricto del término. Los de Ajuy no son otra cosa que dos grandes huecos (unos 12 metros de altura y 3 de diámetro, aproximadamente) excavados en el suelo natural. Escasos metros distancian a uno del otro. Se ubican en un corto acantilado cercano a la orilla del mar, de modo que su parte delantera se corresponde con la línea de aquél, mostrando en la parte baja una abertura o boca del horno, también labrada en el terreno, el lugar por donde se da fuego a la carga y por donde se saca la piedra de cal una vez quemada. Se usó, únicamente, el situado más hacia el sur. Delante de ellos -en su parte superior, lado oeste- existe una pared de piedra seca cuyo cometido no era otro que el de protegerse contra los vientos y brisas dominantes, pródigos en un paraje emplazado en las proximidades de la costa.




A pocos metros de los hornos se encuentra uno de los embarcaderos, especie de pequeño muelle. Y, más hacia el norte, el otro provisto de rampa. Se disponía, a fin de llevarla a Tenerife o Gran Canaria, en las bodegas y sobre la cubierta del velero o vapor, según las épocas.

Poco antes de llegar a Ajuy -bajando por carretera, por su lado derecho, en dirección norte- se inicia una pista de tierra que atraviesa el barranco del mismo nombre, prosiguiendo hasta La Gambuesa del Llano del Sombrero, por donde concluyó la apañada de ganado que tuvo lugar el sábado, día 15 de octubre. El momento especial, idóneo para conversar con quienes viven y sienten las tradiciones pastoriles isleñas, beneficiándonos de sus experiencias y conocimientos. Dos de nuestros informantes fueron Pedro Manuel Alonso Torres, ambos de 75 años de edad, quienes nos contaron, entre otras cosas, que en Jandía, «del año 59 pal 60», había 14.000 cabras y 300 burros, animales que se criaban sueltos.




El territorio del que nos ocupamos se extiende entre los barrancos de Ajuy y La Peña, situado éste más hacia el norte. Se trata de barrancos imponentes -de fondo plano, amplios, con perfil en U- en cada uno de los cuales existe un importante accidente productor de agua, respectivamente, el Manantial de la Madre del Agua y la Fuente las Cañas. El paraje es parco y poco variado en vegetación (las yerbas no nacen todos los años, aunque llueva), destacando la barrilla, el salado y cosco, estas dos últimas aprovechadas por ganado: «cuando llueve, el cosco pierde la sal y es un pasto bueno pa ganado».

La apañada empezó temprano. El Comisionado distribuyó la tarea de “ajunta”. Los pastores, repartidos en cuadrillas, recorrieron el territorio acompañados de sus perros y con la lata en la mano. La lata o astia muestra tres partes claras: la punta (en ocasiones envuelta por una arandela de metal), el palo o lata de tarajal... y el regatón de hierro, no demasiado larga. Se llevaron las reses -algunas ovejas y más de mil cabras- hasta la gambuesa corral del Llano del Sombrero.

Pero, según se nos relató, el uso de dicha gambuesa, como tal, es reciente: «la verdadera es la Gambuesa Nueva; esto era pa disfrutar; cuidar el ganado, ordeñar, hacer el queso...; se quedaban aquí cuando estaban disfrutando, días y hasta a meses».

La Gambuesa Nueva, que aún utilizan, se alza en las inmediaciones de la pared derecha del Barranco de la Peña. Se contempla desde la gambuesa del Llano del Sombrero, levantada en las proximidades del borde, lado izquierdo del mismo barranco; en dirección noreste con respecto a Ia gambuesa anterior, mediando entre ambas una distancia aproximada, en línea recta, de algo más de un kilómetro.

La apañada la coordina el Comisionado, figura que nos hace recordar al Alcalde de los Pastores de la isla de El Hierro. Lo hay en aquellos municipios que cuentan con costas donde soltar el ganado (Antigua, Betancuria, Puerto del Rosario...). Se eligen "pal bien común, pa eso están los Comisionados que son los Alcaldes”. Son conocedores del territorio y de las marcas: «el Comisionado tiene que saber quién está diferenciando con esa diferencia». Efectivamente, hay golpes o cortes y diferencias. Cada marca suele estar constituida por tres cortes en las orejas: «la marca limpia». La marca del padre la hereda el hijo menor; cada uno de los otros hermanos añade una diferencia. Existen dieciocho golpes de marcas “y con eso están marcando todos" y varias diferencias o cortes que hacen en determinadas partes del rostro del animal: “chichofe, moquillo o nariz abierta, manzanilla, barbá...". Una de las marcas recogidas durante el discurrir de la apañada fue ésta: en una oreja, “bujero rompío atrás"; en la otra, «dos cuchilladas patrás».




Los Comisionados del común cuentan con una credencial acreditada por el Ayuntamiento. En el de Betancuria hay un Concejal de Costa y un Comisionado; cuando éste no puede desempeñar su labor, los pastores designan a uno de ellos. En la época de Franco, por tener ganado en las costa, se obligaba a pagar dos pesetas a los ganaderos que eran de Betancuria y cuatro “a los de fuera". Para cobrar, en la puerta de la Gambuesa Nueva y en la de Janey, se colocaba el Secretario del Ayuntamiento y un conocedor de las marcas, Marcial Robaina: «iba contando y el otro arrayando». Sucedió en un tiempo de persecución ideológica y de penas. Por entonces, cuando divisaban el humo del vapor que traía las mercancías (aceite, azúcar, millo...), clamaban su nombre: "ahí viene El Guanche (...) repartían poca cantidad, por cartillas, dos kilos de mello pal mes”. Y cuando Franco vino a Fuerteventura -durante el tiempo que el general García Escámez roturó la finca de Las Parcelas y tomates y un jace alfalfa, en Las Parcelas, pa que viera lo que producía-, la apañada del Llano del Sombrero fue, también, una auténtica fiesta, sencilla, cordial. Estuvieron presentes, junto a auténticos majoreros, personas de otras islas, que acudieron a colaborar y acompañar. Se brindaron platos exquisitos y suculentos: paella y carne de macho frita o compuesta con papas y verduras, así como las correspondientes y oportunas bebidas. Y al final se parrandeó, sin que faltaran letras de cantares alusivos, en cierta medida, a la celebración:

Al campo me voy a ir a hablar con los animales, porque con los racionales ya no se puede vivir.

Qué vida más aperriada es la del pobre pastor, por la mañana al sereno y por la tarde al calor.


Este artículo ha sido publicado en la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria, en 2005.

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