La investigación sobre el pasado prehistórico del Archipiélago Canario ha experimentado continuos sobresaltos, ciclos o pulsiones que han marcado momentos álgidos y etapas de franca recesión. Estos vaivenes han estado condicionados por vicisitudes ajenas a las inquietudes científicas de las personas que se han dedicado al análisis de esta etapa del pasado insular. Las más notorias han sido aquellas ligadas al interés y consecuente grado de apoyo de las diferentes instituciones políticas que han tenido y tienen bajo su responsabilidad las parcelas de Investigación, Cultura o Patrimonio en los distintos órganos administrativos, desde el nacional al municipal.
Al mismo tiempo, la sociedad canaria está cada día más ávida de conocimientos sobre el tema, confundida en ocasiones con informaciones contradictorias, que provienen de ámbitos diversos, en muchos casos pretendidamente científicos, o de esfuerzos divulgativos poco afortunados. De esta manera, asistimos a la paradoja de que, a pesar de que existe una creciente demanda social por reconstruir de forma fidedigna el acontecer preeuropeo de las islas, a pesar de que en estos momentos existe en el Archipiélago la mayor y más brillante pléyade de investigadores sobre este periodo, la producción de conocimientos sobre el tema no ha avanzado en la misma consonancia.1
¿Es que nuestro interés ha descendido? ¿Es que ya no estamos dispuestos a efectuar esfuerzos similares a momentos anteriores? Yo creo que no. Aunque las circunstancias administrativas2 y académicas3 de las distintas instituciones no han favorecido la incorporación y consolidación de nuevo personal investigador, con unas ciertas garantías de estabilidad profesional y de apoyo económico, somos muchas las personas que seguimos perseverando en este empeño. Sin embargo, esa falta de sostén institucional parece querer obligarnos a volver a aquellas etapas heroicas de la arqueología canaria, donde todo dependía de la iniciativa individual, que llegaba hasta los extremos de financiar en ocasiones la totalidad o gran parte de las actividades de investigación con el propio pecunio.
Pero esa marcha atrás, esa vuelta a los orígenes, se torna imposible en nuestros días. Y esto, no sólo para aquellas personas que no tienen una cobertura económica mínima para poder dedicar su tiempo libre a investigar, sino para todos nosotros. La ciencia arqueológica ha avanzado mucho desde la primera mitad del pasado siglo XX. Ahora es inconcebible el trabajo individual, salvo para determinados aspectos concretos. Se investiga en equipo y se necesitan ingentes aportes económicos para afrontar los gastos que exige una variada analítica, destinada a proporcionar datos que hasta hace poco parecían inalcanzables. La ilusión, las ganas de trabajar, el establecimiento de un marco teórico y unos objetivos claros, ya no son suficientes para acometer los proyectos, aunque sigan siendo imprescindibles.
Este panorama poco halagüeño no es un fenómeno exclusivo, sino que sigue la estela de lo que está ocurriendo en la mayoría de las Comunidades Autónomas. Por ello, las actitudes personales de nuestro colectivo convergen en respuestas similares que pueden rastrearse en la producción científica de la última década. Si las restricciones económicas dificultan enormemente el trabajo de campo y el de laboratorio, entonces se tiende a realizar trabajos de gabinete. Este tipo de proyectos suele orientarse en dos direcciones complementarias.
Por una parte se ha desarrollado enormemente la investigación de corte historiográfico, hasta el punto de que son bastante comunes los congresos y los trabajos dedicados al análisis de la práctica de la prehistoria y la arqueología, desde el siglo XIX hasta la actualidad. Por otra parte, se ha incidido en aspectos teóricos y epistemológicos, revelándose los apriorismos de corte idealista o positivista que impregnaban el discurso dominante de la disciplina y proponiendo alternativas razonadas a cada uno de los problemas.
Esta investigación no es novedosa y tiene una gran tradición en otros contextos, pero lo cierto es que, salvo algunas excepciones, no había tenido gran predicamento en España en general y en Canarias en particular hasta la actual coyuntura. Así, deberíamos aprovechar esta circunstancia negativa para buscar su aspecto positivo y desarrollar más la reflexión crítica y establecer nuevos compromisos que guíen el quehacer futuro.
Por ello, cuando El Museo Canario me propuso organizar un ciclo de conferencias sobre el pasado prehistórico del Archipiélago, me pareció que ése podría ser el marco adecuado para rastrear este tipo de preocupaciones. Así surgió el hilo conductor de la propuesta, con un título que pretendía evocar una de nuestras principales preocupaciones: Paisajes arqueológicos versus escenarios sociales en las Canarias preeuropeas. En este caso, la preposición versus adquiere su significado original latino, es decir hacia, indicando una actitud cada vez más arraigada entre nosotros. Cada vez son más completas las reconstrucciones medioambientales, las imágenes macro y micro-espaciales de cada tipo de evidencia, de manera que disponemos de un amplio registro de fotos fijas, de paisajes urbanos, rurales o silvestres, de ambientes domésticos, funerarios, religiosos, artesanales, etc. Pero al mismo tiempo existe la percepción de que es necesario dinamizar esa imagen, concebirla como el escenario donde se desarrollan las relaciones sociales, aquellas que determinan la reproducción biológica y social de los seres humanos que lo modelaron y lo percibieron de una determinada manera, seguramente diferente a como hoy lo aprehendemos.
Por ello decidí invitar a parte de los compañeros y compañeras de las universidades de La Laguna y Las Palmas de Gran Canaria, que son en su mayoría docentes, aunque también se incorpora una arqueóloga profesional, para que expusieran alguna de las preocupaciones que hubieran surgido durante el planteamiento o la realización de sus respectivos proyectos de investigación. En este curso, me interesaba más el desarrollo de una iniciativa que aún no tuviera un colofón, que el relato de una historia concluida. Las aportaciones de cada uno fueron tan estimulantes y reveladoras, tuvieron una acogida tan cálida y entusiasta, que tanto la dirección del Museo como yo estuvimos de acuerdo en que era necesario que perduraran más allá de la exposición oral. Las conferencias se impartieron durante la primavera del año 2002, pero las adversas circunstancias económicas que está afrontando el Museo Canario iban retrasando la publicación de unos originales que se recogieron a finales del año 2003.
Cuando parecía que teníamos que resignarnos a ver envejecer unas contribuciones tan interesantes sin que tuvieran la oportunidad de difundirse adecuadamente, el apoyo surgió desde un colectivo que siempre se ha caracterizado por sus especiales inquietudes hacia el patrimonio cultural en todas sus vertientes. La Asociación Pinolere. Proyecto Cultural, que ha auspiciado tantas iniciativas relacionadas con la promoción y salvaguarda de las tradiciones insulares, se interesó por este proyecto. Así, nos ha ofrecido un volumen monográfico especial de la revista El Pajar para publicar los artículos.
El Pajar, que tiene como subtítulo Cuaderno de Etnografía Canaria, no sólo desarrolla aspectos directamente relacionados con esta disciplina antropológica, pues siempre ha incorporado contribuciones sobre la época preeuropea del Archipiélago Canario. De hecho, tal como nos expresaron sus responsables cuando asumieron esta iniciativa, la mayoría de los autores de los textos que aquí se exponen han sido ya colaboradores de la revista. Somos, pues, gente de la casa como generosamente nos han denominado, haciéndonos partícipes de un proyecto que precisamente este año ha sido reconocido con el Premio Canarias a la Cultura Popular.
La invitación a cada uno de los compañeros y las compañeras de viaje no ha sido inocente. Se ha procurado cubrir un amplio espectro de paisajes convertidos en escenarios dinámicos y hacer de cada caso particular una muestra que ilustrara propuestas y posiciones diferentes en el panorama teórico y metodológico del colectivo.
Cristo Hernández y Verónica Alberto inauguran el periplo con la presentación de un proyecto que pretende el análisis integral de una comarca natural de Tenerife: La Isla Baja, sobre la que se han vertido muchos apriorismos. Los estudios de territorio estuvieron de moda en la década de los ochenta, con planteamientos deudores del ecologismo cultural y otras propuestas materialistas, que posteriormente han sido tachadas de deterministas. Este equipo parte de una seria reflexión teórica, enmarcada en la Arqueología Social, y de un exhaustivo trabajo de campo para crear un paisaje dinámico en el espacio y en el tiempo, configurado por un grupo étnico bien caracterizado. Pero lo más interesante es que su labor trasciende el marco de análisis concreto y puede ser un punto de referencia para otros colegas, que dispondrán desde ahora de una propuesta explícita bien estructurada, lista para ser enriquecida por nuevas aportaciones y análisis críticos.
La importancia de los análisis espaciales aplicados a la arqueología puede verificarse en el estudio de otro lugar que se ha relacionado siempre con la convergencia de actividades especializadas -en este caso las pastoriles- y aquellas otras cercanas a la superestructura de las prácticas simbólicas. Se trata del gran conjunto arqueológico de Las Cañadas del Teide. Matilde Arnay coordina desde hace tiempo un equipo de trabajo que ha demostrado que la tradicional interpretación de este territorio, que bebía de fuentes fundamentalmente etnográficas, no responde a la realidad prehistórica del lugar. El análisis espacial de asentamientos guanches e históricos revela una concepción del entorno muy diferente, que obligará a revisar las ideas que se tenían del uso de este ámbito tan singular.
En cada una de las islas del Archipiélago se ha definido unas relaciones sociales de producción vertebradas, principalmente, en torno a recursos agrícolas y ganaderos. En general, el paisaje que dibuja la arqueología enfatiza ese carácter rural de los asentamientos. Pero tanto las fuentes etnohistóricas como ciertas aglomeraciones de estructuras de habitación, que aún resisten a la actual especulación del suelo, introducen la cuestión de la existencia de centros que tal vez debamos calificar de urbanos, que jerarquizan el territorio y organizan esas relaciones sociales. Por ello resulta imperativo proponer unos criterios que permitan definir las particularidades de cada formación social insular, que trasciendan los lugares comunes emanados por la tradición. En esta línea, se ha invitado a Pedro González a compartir los avatares de otro proyecto colectivo, que tiene como objetivo el estudio de uno de los sitios arqueológicos más paradigmáticos del Archipiélago: el poblado de Zonzamas (Teguise, Lanzarote). En este caso, la tradición oral y las fuentes etnohistóricas se aúnan para designarlo como el palacio de los dirigentes de la isla, sede por tanto del poder político, económico y quizá religioso durante la última etapa preeuropea. Sin embargo, las intervenciones arqueológicas han sido demasiado puntuales para alcanzar a ratificar ese aserto. La intervención en Zonzamas es un ejemplo de iniciativa truncada, ya que por el momento está a la espera de la continuación de un apoyo institucional que permita completar con el programa trazado. Las evidencias de las últimas intervenciones le dan una mayor profundidad temporal al conjunto de estructuras, pero también dejan entrever la necesidad de un trabajo más amplio que permita comprender el significado de cada uno de los fenómenos detectados, para llegar a conclusiones verdaderamente pertinentes sobre el tema.
Incidiendo en esta misma línea, Alberto Bachiller analiza el caso de la isla de Gran Canaria y discute las ideas previas que han existido para definir un asentamiento como urbano. Su trabajo, que expone muchas propuestas teóricas sobre el fenómeno de la urbanización, nos pone en guardia contra los modelos estereotipados sacados de su contexto original. Se nos propone una alternativa que aboga por una solución individualizada, que dependerá de esos paisajes arqueológicos que, en el caso de este territorio concreto, todavía necesitan de un análisis más profundo.
La complejidad de la formación social que residía en Gran Canaria se manifiesta en la actualidad en la gran riqueza y variabilidad de manifestaciones arqueológicas que se están detectando. Uno de los lugares en los que convergen varias de estas evidencias es el sitio de la Montaña de Hogarzales, en La Aldea de San Nicolás. Por ello se ha invitado a Ernesto Martín a compartir las inquietudes del equipo del que forma parte, en el desarrollo del proyecto que se acomete en su entorno. La investigación atañe a aspectos relacionados con la especialización en el trabajo, pues se trata de un centro minero dedicado a la extracción de una obsidiana que se difunde por toda la isla, pero también descubre un enclave donde se realizan otro tipo de actividades, probablemente rituales, quizá en estrecha conexión con las prácticas económicas. De esta manera, esta cumbre del noroeste grancanario es un lugar clave para entender algunos procesos de producción y de especialización artesanal, pero también los mecanismos que sancionan la apropiación de los medios de producción y la distribución de producto. Alguno de estos mecanismos puede verse plasmado en las actividades rituales vinculadas a las montañas y por eso se nos invita a conocer las similitudes y diferencias que concurren en otros ejemplos insulares. El profesor Martín nos obsequia también con comentarios que trascienden el ámbito de esta isla, relacionando sus escenarios con los de otros territorios, de manera que así también tiene cabida en este libro una cita al entorno de la Caldera de Taburiente, en la isla de La Palma.
El trabajo anterior muestra que si complejas son las evidencias materiales, tanto más lo es el intento de ponerlas en relación con una serie de creencias y rituales. Esta circunstancia se agudiza en un contexto que hasta hace poco apenas había sido objeto de atención y de análisis, como es el caso de una isla radicalmente distinta: La Gomera. Por ello, Juan Francisco Navarro nos desgrana un accidentado recorrido por las agrestes cumbres insulares, para reparar en los diferentes hitos que los antiguos gomeros fueron erigiendo para perpetuar de alguna manera la cohesión de su formación social, invocando a los ancestros y a Orahan con ofrendas y sacrificios. En su trabajo se vislumbra una nueva geografía que combina unos paisajes arqueológicos casi inaccesibles y nos muestra unos escenarios sociales vinculados a lo sobrenatural.
Las dos últimas contribuciones de este libro no se concentran en un paisaje arqueológico concreto, sino que analizan una serie de puntos comunes en dos aspectos que han tenido un tratamiento muy asimétrico en las islas.
Por una parte, también se ha querido evocar el estado de la cuestión en una disciplina puntera en Canarias que conjuga la bioantropología, la antropología del terreno y el análisis social. Javier Velasco nos invita a adentrarnos en la caverna que alberga nuestros miedos a la muerte y la ilumina con la vívida semblanza de una comunidad que refleja en ella toda una forma de vida. Para el viaje nos ilustra con el ejemplo de la necrópolis de La Lajura, en la isla de El Hierro, que nos ha deparado tantas sorpresas en distintos aspectos del análisis.
Yacimiento de La Lajura, en El Hierro.
La última contribución, que está a mi cargo, pretende aportar algunos datos a la arqueología de género, que tan poca atención ha recibido en este territorio. No es ésta una de mis líneas de investigación principales, pero las circunstancias me han hecho tomar conciencia de su importancia y al menos he intentado inaugurar un camino que otras y otros deben continuar, con mayor empuje y fortuna. Por ello, se ha comenzado con el intento de analizar el tratamiento que el género ha tenido en los estudios sobre arqueología canaria, y desentrañar si las mujeres han sido concebidas como protagonistas de la dialéctica social o como meros elementos de un paisaje percibido desde una perspectiva androcéntrica. Las conclusiones son las esperadas y el testigo está listo para quien quiera tomar el relevo.
Es hora de dejar la palabra a los distintos autores de los trabajos. Sin embargo quiero aprovechar para agradecerles su comprensión cuando tuve que decirles que la publicación se iba a retrasar más de lo deseado. También al personal del Museo Canario por su apoyo durante la celebración de las conferencias y por la cesión de material gráfico para esta obra. Y, sobre todo, a la Asociación Pinolere. Proyecto Cultural, cuya generosidad ha hecho posible que estas páginas se publiquen finalmente, proporcionándonos un medio que cada año adquiere mayor trascendencia, merced al continuo esfuerzo de sus responsables.
Creo que estas contribuciones siguen teniendo la vigencia y la relevancia del momento de su redacción, pues son la muestra de la variabilidad de enfoques que hoy se dan la mano en nuestro Archipiélago. Éstos, aún siendo distintos, se aúnan en dedicación a un proyecto común: conocer cada vez mejor los escenarios sociales que marcaron el desarrollo del pasado más remoto de las islas Canarias.
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Notas.
1. Me refiero con ello a la realización y publicación de proyectos de investigación, pues lo que se ha denominado Arqueología de Gestión, es decir, las intervenciones arqueológicas efectuadas al amparo de la Ley de Patrimonio, con el objetivo de solventar problemas urbanísticos o viales, ha experimentado un enorme progreso.
2. En la actualidad no existen convocatorias específicas para la realización de proyectos de investigación sobre el pasado preeuropeo de las islas en ninguno de los órganos de gobierno de nuestra Comunidad Autónoma. Además, recientemente se ha comunicado que se abandona también la línea editorial de la Dirección General de Patrimonio que publicaba Trabajos Prehispánicos, con lo que la situación es cada vez más complicada, no sólo para investigar, sino también para difundir los resultados.
3. Recientemente hemos tenido que eliminar 18 créditos de las optativas del itinerario curricular de Prehistoria y Arqueología de la titulación de Historia de la ULPGC pues se considera que no existe suficiente demanda de alumnos para justificar el gasto que supone una nueva contratación.