Con maderas de moral
La fortuna natural quiso que un día naciera la gran familia ECHENTIVE y que viera su luz en estas tierras del sur palmero, donde los volcanes optaron por tomar el último respiro, esparciendo un profundo calor que desde el interior se resiste a que el entorno caiga en el olvido, donde los vientos facilitaron el remanso de las lavas sobre las olas del mar, quedando en las medianías el valor y los comportamientos propios del mundo rural.
Aunque los mal países y las escorias hayan tapado la Fuente Santa o la Fuente Caliente, permanece ese paisaje que se ha mostrado en aires de contrastes, con el negro del picón, el verde del pinar y del parral, enriqueciendo la espiritualidad de las nobles costumbres centenarias como esencia humanizada, que va cambiando el tiempo, los rincones, las veredas, arraigando el lugar equilibrado a su modo de entenderlo.
ECHENTIVE ha sabido penetrar en la historia popular, en la búsqueda de los tiempos pasados, creando horizontes de esperanza en los hilos conductores de las singularidades referenciales de esta tierra que se descubre porque se le ama. Ha cogido por la ruta fundamental, la de escuchar a los protagonistas, los verdaderos portadores del conocimiento de la ciencia popular, ha abierto los canales de participación acercando esa forma de vida cargada de valores de solidaridad, comunicación, respeto, tolerancia, creatividad de su entorno material y espiritual, a las nuevas generaciones responsables de la conservación y proyección de ese legado.
Fueron a Los Quemados y volvió el mágico relinchar de las danzas de los Caballos Fuscos, volvió la polca y la partitura y estoy seguro de que volverá la banda de música.
Fueron a los Montes de Luna y se familiarizaron con el lino quizás por mantener la semilla o la costumbre de la siembra.
Fueron a Las Caletas, a Los Canarios y los varones danzaron en la conquista de la dama.
Los pasos de ECHENTIVE han sido buenas nuevas en ese andar por los entresijos de la recuperación de la memoria sumergida en los baúles.
Mujeres y hombres inmersos en el acercamiento por la apuesta de lo que denominamos cultura de barrancos, confirmando las particularidades que cada lugar en su posesión enriquece la propia síntesis identitaria, y por eso ahí están las claves que nos ofrecen desde las danzas ancestrales a los ritmos de tambor, flauta, castañuelas de las interpretaciones del Sirinoque, la Danza del Trigo y el Conde de Cabra, también los clásicos géneros folklóricos que, de distintas culturas, fueron llegando y arraigaron con su propia adaptación al entorno y sus gentes, desde malagueñas, isas y folías como las más generalizadas, las de procedencia palaciega centroeuropeas y, por supuesto, los que arribaron en los últimos siglos donde la cultura de emigración eligió el epicentro palmero como depositario de esa ida y vuelta que se entremezcla en ese mar de distancias de controversias, con el regreso de los sones caribeños, que un cierto día se encontraron en una parranda de isleños y cubanos, donde se dieron la mano las cuerdas hispanas y los tambores africanos y de cuyo mestizaje se sembró la vital vuelta a la tierra de la mamá, expresando rasgos de oralidad que han ido testimoniando ese bagaje de formas y maneras de ser, propias del contexto social de la cadena migratoria. La Caringa, El Manzanillo o La Décima son parte de ese bien común que en La Palma han hecho efecto natural y humano en la convivencia aquí y allá, de ambas culturas.
Vengo a ofrecer mi escucha y agradecimiento de esa cultura campesina que llevan dentro y nos transmiten armonizando el amor a esta tierra.
Con maderas de moral,
tilo, ciprés y almendrero
labras el toque certero,
del rescate musical
y de la danza ancestral.
La tradición se suscribe
desde aquí, desde el caribe,
con entrega y con empeño
como laborioso isleño
con el aval de Echentive.