El emigrante Domingo Corujo aún no había vencido definitivamente su estancia en Venezuela y regresó a su tierra natal –Lanzarote– para investigar sobre el terreno las raíces del folclore canario: el estudio en profundidad de la célula motriz que fuera repetible en todas las circunstancias. “Era un trabajo que lo hacía por mi cuenta. Pensaba dedicarle unos meses y el resultado es que me pasé en esa investigación unos seis años”. La exhaustiva investigación de la música tradicional le llevó al borde del agotamiento. Fue un tiempo de largas jornadas de concienzudo estudio, analizando y escribiendo música. En aquel estado de febril actividad, de excesiva concentración y aislamiento fue cuando tuvo una experiencia que iba más allá de lógica y la razón. Una experiencia que le abriría, en el silencio, las puertas a otras dimensiones, a otras actitudes, a la universalidad de otros fenómenos. Pero serían, varios años más tarde, de nuevo en Venezuela, en conversación con el pintor exiliado o asilado en aquella república, Antonio Torres, un ex preso de Fyffes, cuando comprendió el alcance de aquella visión fantástica.
Una misteriosa luz

“Me pasaba todo el día trabajando y por las noches me iba a dar una vuelta por la playa. Mi mujer me dijo que la avisara cuando saliera a dar el paseo y la llamé y salíamos juntos a caminar. Debo estar trabajando demasiado porque me está afectando a la vista… ¿Por qué?, me dijo ella. Es que aquella luz que está en el mar veo que crece un montón y luego se apaga... Yo también la estoy viendo… ¡Ah, tú también! ¡Entonces no es mi vista!
Al principio pensábamos que era un barquillo calando que había metido una luz debajo del agua. Pero era mucha la distancia. Cuando la luz crecía era como una bola criolla y después decrecía hasta casi apagarse. Me mujer estaba extrañada… ¿Entonces no te parece un barco...? Creo que no. De repente la luz, que estaba hacia Fuerteventura, se puso en fracciones de segundos hacia el otro lado, hacía África. Con una velocidad tal y que nos pareció ver el rayo. Cuando llegó allá, en ángulo volvió y así hizo varios viajes. Era una velocidad vertiginosa. ¿Muchacha, tú has visto eso? La luz que quedó en el mismo sitio que la vimos al principio, creciendo y decreciendo. Nos fuimos de aquel sitio. Durante mucho tiempo seguí buscando esa luz y pensé que jamás volvería a encontrarla. Era un fenómeno bastante extraño que le puede ocurrir a alguien una vez en la vida y nada más.”
El secreto del silencio
Domingo Corujo no relató a nadie aquel incidente. Formaba parte del secreto del artista. De la necesaria locura que ha de tener el creador. El punto de irracionalidad imprescindible para entender este mundo de locos. El hecho, aunque le había perturbado en su momento, al cabo de pocos meses parecía olvidado, como si hubiera sido producto de la extenuación intelectual.
“Sin embargo, un año después volvió a ocurrir lo mismo. Otra vez la misma luz. Aunque en esta ocasión estaba sólo, no me asusté. Me esperé y vi como la luz hizo los mismos movimientos que la vez anterior. Me senté a esperar a ver que más hacía, si se iba o se quedaba. En una de las veces viene hacia acá y se quedó encima de un merendero que estaba cerca de Puerto del Carmen. No quería perderme aquello y me acerqué al merendero que había diseñado César Manrique. Pensaba para mis adentros:
–¡Qué lástima que me pase algo y no tenga testigos!

Sombras oscuras sobre Papagayos
“En el municipio de Yaiza, cerca de la playa de Asche y el Caletón de los González. Un lugar mágico que se produce el mismo fenómeno que la Luz de Mafasca, en la bocaina entre Lanzarote y Fuerteventura. Siempre se ha dicho que por ahí han aparecido extrañas luces en el mar y luego se meten en tierra. El pueblito de Papagayo se fue quedando sólo por ese fenómeno y sus habitantes, los papagayeros se fueron al Charcho de San Ginés. El pueblo se trasladó entero hace unos cincuenta años a Arrecife porque en el pueblo habían brujas. Era un pueblo de marinero y como tales, relativamente supersticiosos. Luces, brujas y miedos fueron la causa del despoblamiento de Papagayo o porque a alguien le interesó propagar esos temores para que la gente se fuera de allí. Papagayo es una de los focos de mayor conflicto que haya en la actualidad por la propiedad de las tierras. Los terrenos se llegaron a vender hasta tres veces, en Francia, en Venezuela y en Canarias. Todos los propietarios tienen sus certificados sobre las mismas tierras”.