
Música y danza le han acompañado a lo largo de su trayectoria artística e investigadora. En su libro La Música Canaria de Cuerdas, cuya divulgación en el ámbito escolar hubiera supuesto una importante contribución a la formación de los jóvenes músicos y al enriquecimiento de la pérdida y buscada identidad canaria, Domingo Corujo señala que:
“Si consideramos el saber popular como todo aquello que vive en la memoria de un pueblo y rebasa una generación, se podría legitimar en Canarias como parte del folclore hasta los Puntos Cubanos, los Boleros centroamericanos, las Rancheras mejicanas y los Tangos argentinos. Esto está en la memoria colectiva del pueblo canario y aunque ello no lo defina como un hecho diferencial propio o exclusivo, es cierto que en las ciudades más importantes del archipiélago se decía hacia los años treinta que “nadie sabía tocar, si no tocaba la Cumparsita” –tango que hacía furor en aquella época–, del mismo modo que nadie sabía tocar la guitarra clásica, si no tocaba el Capricho Árabe o Recuerdos de la Alhambra. En ese momento, años treinta y cuarenta, había ya una dicotomía entre el músico de las ciudades, cada vez más abierto a la culturación y las influencias foráneas y la gente de los pueblos que trataban en grupos de conservar sus tradiciones como mejor podían. De esta manera, rindo homenaje a la gente mayor que temieron que esto se perdiera y también le dedico este libro a los maestros de las escuelas canarias para que a través de este medio puedan transmitir a los alumnos de hoy y de mañana el conocimiento heredado de los últimos magos”.
Repertorio de música tradicional
El trabajo de recopilación acometido por Domingo Corujo y dedicado a los maestros de música de las escuelas canarias, cuenta con el agradecimiento del autor –el cual acarreó con la costosíma edición, tanto del libro como de los compactos que le acompañan– de sus alumnos de la Escuela de Música, a su hermano Florián Corujo, sobrinos y de su alumna Begoña Luis. En este libro el autor describe los instrumentos tradicionales –guitarra, laúd, bandurria, mandolina y timple–; descripción de toques y tocadores; danzas como el Pasacatre, Siote, Polka, Mazurka de El Hierro, Caringa, Sorondongo de Lanzarote y de Fuerteventura, Berlinas de El Escobonal, El Hierro y La Palma, Aires de Lima, marcha del carnaval; en el capítulo de villancicos destaca La Cunita, Desechas, Pasadoble del cura, Pastores de Belén, Alegría, Lo Divino, Marcha de los pastores, etc.; en los Bailes de Salón aborda la Marzurka, el Pericón y la Marcha árabe. Tampoco falta el folclore marinero, tajaraste, malagueña, folías, seguidillas, arrorró, isas, etc. Un trabajo de recopilación que llevó a Domingo Corujo a sumergirse en el mundo de la oralidad canaria para profundizar en las raíces musicales del pueblo, su procedencia y posibles incidencias y coincidencias en el campo de la música sudamericana. Un trabajo, como hemos señalado, aún pendiente de acceder al mundo escolar, cuyas puertas le siguen cerradas por ignoradas razones para el autor o por conocidos motivos de los propiciadores de su silencio y marginación.
Personajes populares
“El caso es que este hombre nace en Papagayo y llevaba por apodo el Erriscado. Cuando lo conocí a mi me daba apuro llamarlo así, pero el caso es que él lo llevaba con orgullo. Por el Risco de Papagayo hay un acantilado y la madre cogiendo lapas estando en estado del chico de siete meses, se derriscó y nació Félix y lo llamaron el Erriscado. A Félix le conocí cuando era un viejo y estaba hospitalizado porque había tenido un accidente en un barco. De la clínica llamaban a mi hermano Antonio que tenía una barbería para afeitar a los enfermos. Yo era un chiquillo, tendría doce años y me mandaron a afeitar a un señor y resulta que era Félix. Su vida era algo extraordinaria. Era un hombre de mucha chispa. Contaba que desde chico, cuando lo llevaron por primera vez a la costa de África, porque en Papagayo

Félix conocía todos los fondos de la costa de África y los nombraba con sus nombres tradicionales. Conocía todos los puntos, el rumbo en que estaban y las brazas de fondo que había para llegar. Esos hombres eran capaces de estar en un velero por las noches, cruzando los mares entre diferentes puntos de África y Canarias y a la hora que fuera, a medianoche, echaban el escandallo –las sondas, las brazas, el peso– para medir a cuanto estaba la profundidad y dado el rumbo que llevaban, ya sabían exactamente por el sitio que iban. De día o de noche. Les daba exactamente igual. Y eran analfabetos e incluso los patrones. Sin saber leer sabían el nombre que estaba en las cartas marinas. Me decía que por esa zona había que hacer una desviación para no chocar con Roque Cabrón. Yo no sabía de que me estaba hablando y al preguntarle se extrañó. Entre marineros esas son cosas muy conocidas, pero entre la gente de tierra se ignoraba completamente, aunque en esa zona se había perdido una cantidad impresionante de barcos.
––Si es de día, hay gaviotas por encima, porque Roque Cabrón es una baja que a marea llena no se ve, pero si vacía la marea se ve. De noche tropiezas con ella de repente.
No sé exactamente cual es su ubicación, pero parece que está más cerca de África que de Lanzarote.”