El Cabildo grancanario acaba de poner en circulación la segunda edición de uno de los libros más vendidos de su amplia colección editorial: Don Chano Corvo. Crónica de un jardinero y su jardín, de José Miguel Alzola. El citado volumen, editado por vez primera hace una treintena de años en limitada edición que tuvo, por lo mismo, escasa difusión, fue posteriormente, en 1999, publicado por el Departamento de Ediciones de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo, lo que permitió una distribución reglada de este título considerado “una pieza excepcional de la literatura canaria” por el catedrático emérito de la Universidad de Sevilla, Francisco Morales Padrón.
La historia de la novela de Alzola narra la peripecia de Corvo, el hijo soñador de una adinerada familia canaria, comerciantes de telas de la calle Peregrina, que en vez de regentar el próspero negocio de sus padres, decide dedicarse en cuerpo y alma a cuidar y mimar un jardín en la Montaña de Doramas que terminó convirtiéndose en parte de su vida y consuelo de su complicada existencia. Para hacer realidad su ensueño Chano Corvo visita el Jardín de Aclimatación tinerfeño y el Botánico de París; se desplaza a Londres y Bruselas y carga con plantas jóvenes y semillas que lleva a Canarias y le sirven para embellecer sus tierras en Doramas, de las que hará un refugio, lejos de la prosaica actividad familiar y lejos del humano rumor de la ciudad, en la que se le hace difícil evocar, recordar, soñar.
Morales Padrón señala que José Miguel Alzola “aborda el tema (tema propio de Bécquer o de Valle Inclán) usando una prosa sencilla, no exenta de belleza. El elemento lírico anega a toda la historia sin que falten las notas de humor, y a medida que pasamos páginas se va haciendo más fuerte la sensación de que estamos viendo y oyendo al propio autor contarnos lo que ha escrito”.
Chano Corvo es el personaje central del libro y en cuyo entorno aparecen y desaparecen otros tipos protagonistas de vidas novelescas: en primer lugar, su padre, Enoch, con un nombre de raigambre judía, metido siempre en trapicheos eróticos; Francisco de Quintana, su maestro; don Carlos de Quintana, cura extravagante; el pío don Manuel de Quesada, padre de María del Pino Quesada, la novia de Chano Corvo con la que soñó una felicidad que la muerte truncó; Luis Rocafort, organista que edificó en el Risco de San Roque una casa con tres picos recordando al órgano de la catedral; Ignacio, el sepulturero de Moya; el religioso de la Casa del Fraile...
Pero, como decíamos, el humor se hace presente en esta triste historia, cual destellos de la vida cotidiana, algunas de cuyas parcelas forman parte del retablo: las tertulias hogareñas, las tentaciones reposteriles de cada época. El humor teñido de veladas críticas o las veladas críticas salpimentadas de guasa. Representan tal humor los mimos al ama de cría para que no se le retire la leche con el susto que le produce la epidemia de cólera; la designación de San Roque como protector de la casa a título perpetuo; la ignorancia sobre cómo usar la bomba contra incendios importada de Inglaterra; el derrengado criado bajo el peso material y sobrenatural de las bulas que don Enoch mercadea; el pudor de una de las señoritas Navarro que cubre con un paño la jaula del canario para que éste no la vea en prendas íntimas; el diálogo con preguntas de las dos monjas Corvo exclaustradas que perdieron el hábito y un poco de juicio en una de las desamortizaciones.