Cuando el vino calla, se oye al bodeguero. Esta frase podría incorporarse al corpus de dichos y refranes que tiene el acervo español para todos los acontecimientos relacionados con las actividades económicas tradicionales. Yo, sólo me propongo utilizarla como preámbulo de éste artículo que hace referencia al bullicio y festejo que el dueño de una bodega hace cuando descubre que el producto final de toda la labor de un año puede consumirse.
He dicho la labor de un año y he dicho bien, pues para degustar un vaso de buen vino hay que mimarlo desde que está en la savia de la planta. La viña hay que cavarla, regarla, limpiarla, podarla, despampanarla, azufrarla y estar pendiente de ella hasta que la uva está para cortar y damos paso a la vendimia.
Con la vendimia se celebran las primeras fiestas relacionadas con el vino, como las del Cristo de Tacoronte, las Fiestas de la Victoria, las de las Mercedes en la Cruz Santa, y otras tantas en toda la geografía canaria. Si bien las fiestas a las que hago mención son fiestas que desde antaño han venido celebrándose en honor al Santo Patrón o Patrona de la localidad, los festejos dedicados a la vendimia son mucho más recientes y se han insertado entre la fiesta con cierto sabor añejo en aquellas localidades donde el vino se ha vuelto a convertir en un pilar más de su economía.
Si la recolección de la uva es motivo para una fiesta, el vino primerizo lo es aún más. Desde que el mosto salió del lagar ha permanecido en los toneles emitiendo el monótono sonsonete de la fermentación hasta que se produce su silencio a finales del mes de Noviembre. Este hecho coincide con la festividad litúrgica de San Andrés. Es cuando el hombre compra un quesito fresco, unos chicharrones y un par de kilos de castañas para asar y ofrecerlo de armadero a cuantos amigos ha invitado a degustar el vino de su cosecha. Claro está, como en estas celebraciones siempre hay una contraprestación, espera que esos invitados le ayuden a trasegar el vino nuevo a toneles limpios. Después del vino y las castañas, empieza los vivas y cohetes. Y también el vía crucis de las bodegas pues se va circulando de una a otra probando los vinos de los otros vecinos.
Se trata, pues, de una fiesta de puertas adentro. Algo organizado por el viñatero y sus amigos y que ni siquiera se cuenta con la participación de los familiares. Las mujeres por norma no entran en las bodegas.
La fiesta del vino es, sencillamente, una fiesta al vino. La presencia de San Andrés está sólo en el santoral litúrgico. Es más, donde se celebraba San Andrés no hay actos relacionados con el vino como tampoco se trata de poblaciones de tradición vinícola. El oficio atribuido al Santo era el de pescador, como su hermano Pedro, y como tal es celebrado en pueblos como Castro Urdiales o en Teixido, donde existe la curiosa tradición de portar féretros en memoria de familiares difuntos pues a San Andrés de Teixido va muerto el que no va vivo.
Si existe alguna fiesta que celebre el vino nuevo entre los límites de la Península es por San Martín, pues la matanza del cerdo es un pretexto para probar los nuevos caldos.
En todos los pueblos de Tenerife donde hay bodegas se celebra el
Día de San Andrés; pero en este artículo vamos a referirnos, por su singularidad, a dos de ellos:
Icod de los Vinos y el Puerto de la Cruz. En el primero, los jóvenes del pueblo se deslizan en tablas de madera por sus calles pendientes, en el otro provocan un ruido ensordecedor arrastrando cacharros vacíos.
Para hacernos una idea de lo lejos que las citadas fiestas están de la liturgia eclesiástica conviene saber que en ninguna iglesia de tales pueblos se encuentra un altar dedicado a la imagen de San Andrés.
(...) Quiero recordar sencillamente que en Icod se acondicionan las dos calles por donde se corren las tablas, la de San Antonio, la más larga y pendiente y donde más se respeta la tradición corriendo tablas de madera y a ser posible de tea pues es la mejor que se desliza. La otra calle es la del Plano, que se ha incorporado más recientemente y, en ella, hay quien corre llantas de coches pero no es lo tradicional. Actualmente muchos jóvenes tienen su tabla diseñada por algún carpintero de la zona con dos asas, una a cada lado, de donde poderse agarrar.
Al pie de la calle se amontonan neumáticos viejos para amortiguar los golpes, pero a pesar de todos los cuidados siempre hay alguien que acaba en la enfermería.
Cerca del lugar se instalan algunos kioscos para que curiosos y visitantes puedan degustar el vino nuevo acompañado de castañas asadas o
chicharrones.
En el Puerto de la Cruz, el olor de las castañas está en el ambiente desde que comienza el mes de Noviembre. El Ayuntamiento concede licencia para que se monten kioscos en aquellos lugares más apropiados, como la explanada del muelle, la Parada de Guaguas, el Peñón y algún que otro sitio. En ellos, además de las castañas, se ofrecen tollos, pescado salado,
papas arrugadas y plátanos guisados. Todo parece que camina hacia el último día, el 29 del mismo mes, en el que la cacharrera pone punto final.
Se trata de dos curiosas tradiciones que sendos pueblos enarbolan como signo de su propia identidad. Últimamente otros municipios quieren imitarles pero tanto un pueblo como otro quieren dejar claro que tales tradiciones sólo les pertenece a ellos.
Ahora bien, ¿desde cuándo arrancan? ¿Por qué motivo se originaron? En cuanto a los cacharros se dice que tiene relación con las plagas de langostas, pues éstas se ahuyentaban golpeando latas vacías. En torno a ello se ha creado también un pequeño mito que dice que San Andrés estando borracho se dejó dormir y fue despertado con el ruido de cacharros.
Para explicar la razón de las tablas circula otro cuentecito que más bien hace alusión a las celebraciones del mes de Noviembre: cuando salen todos los santos, San Andrés se quedó para el final, entonces se montó sobre una tabla para no llegar el último.
Naturalmente ninguno de los dos cuentecitos explica la razón de tales juegos. Muchos le conceden a las tablas un origen portugués y las relacionan con el uso de la corsa como medio de transporte y que actualmente se usa como atracción turística en la isla de Madeira conduciendo al forastero desde Os Montes y mercancías tal como se hacía en Portugal. La influencia portuguesa en esta zona está documentada por Gaspar Fructuoso en su obra Saudades da Terra: (…) a duas leguas está Icode dos Vinhos… que tambem e vila de duzentos vizinhos, quási todos potugueses. Esta cita es recogida por Luis Diego Cuscoy que, como Pérez Vidal, se interesó por el elemento portugués en las islas Canarias. Sin embargo, ni uno ni otro, entre tantos juegos y tradiciones que estudiaron, dan cuenta alguna ni de los cacharros ni de las tablas. Tampoco hacen mención ninguna los viajeros que pasaron por nuestras islas y tan valiosas descripciones han hecho. No las menciona Lope de la Guerra en sus memorias, ni Arribas y Sánchez, que tanto tiempo vivió en Los Realejos y fue por tanto un buen conocedor de la zona; sorprendentemente tampoco hace mención en sus anales el Alcalde portuense Álvarez Rixo.
Es curioso que estos juegos no hayan despertado interés alguno a ningún etnógrafo o viandante. ¿Qué habrá podido pasar? Probablemente era algo muy esporádico que no implicaba a la colectividad y, por lo tanto, no llamaba la atención a ningún forastero. O posiblemente se consideraba como algo populachero y no se le daba la más mínima importancia. O sencillamente no existía tal costumbre.
El único documento escrito que he encontrado haciendo referencia a las tablas está en los Acuerdos del Cabildo de Tenerife, Tomo XVI, de la edición prologada por D. Elías Serra Rafols. Se trata de un pleito celebrado el 11 de Octubre de 1521 en el que se da cuenta: (...) para la buena guarda de los canales por do viene el agua… porque muchas personas desatapan y desclavan las tablas con que están atapadas para dar de beber a sus ganados y llevan las tablas y traen ganados por encima de ellas, incluso personas se vienen por encima de ellas… Claro que esta relación no tiene nada que ver con la fiesta que nos ocupa, pero se deja claro que la costumbre de bajar una pendiente sobre una tabla era frecuente. Pensemos que era mucha la gente que vivía del monte en una sociedad que necesitaba la madera no sólo para la construcción de las puertas de sus viviendas sino también como único combustible. En más de una ocasión, cualquier muchacho, cansado de caminar con la carga, utilizaría un tronco de madera o una tabla como medio de transporte aprovechando la pendiente del terreno.
Pero, ¿cómo insertar esta costumbre en un fiesta? Vamos a situarnos en un contexto bastante amplio. El ruido y la algarabía están presentes en numerosas manifestaciones de cualquier grupo humano. En toda fiesta está presente el ruido como un componente más de la misma.
Tablas y cacharros son manifestaciones del ruido, lo mismo que el grito mejicano, la tamborrada de Hijar, los cacharros de Astorga, etc., pero no necesariamente el ruido supone una explosión de alegría. En muchas ocasiones se hace ruido para ahuyentar brujas y malos espíritus, los habitantes de la oscuridad, y oscuridad hay en las largas noches invernales, como las del Día de San Andrés o cuando hay sensación de soledad y de abandono, como en la muerte de Jesús (tamborrada).
También con el ruido se protesta y se muestra un desacuerdo contra el orden instituido. No nos vamos muy atrás, recordemos las caceroladas de Argentina cuando la quiebra de los bancos. La fiesta del grito mejicano, tan bien analizada por Octavio Paz, han acontecido en toda Europa y de las que de España da buena cuenta Julio Caro Baroja, suponen un recurso de protesta social cuando la gente piensa que algo no marcha bien. En los pueblos canarios se dio estas costumbres, lo mismo que las coplas sobre la muerte del burro y su reparto correspondiente entre aquellos personajes del pueblo susceptibles de alguna crítica. Las coplas de crítica siguen teniendo vida en la actualidad y están canalizadas por las instituciones tal como las presenciamos en nuestras murgas de Carnavales.
Cuando se protesta por algo se recurre a lo prohibido, a lo que puede molestar. Cuando la protesta no puede ser sofocada se manipula, se ritualiza, la fiesta tiene como función crear el caos para reordenar el sistema. Podríamos interpretar entonces las tradiciones que estudiamos como rituales de rebelión, como rituales de protesta.
Si es así, aunque hoy tablas y cacharros son aceptados por todos los miembros de la comunidad como algo suyo, en tiempos pasados debió de haber sido un recurso de protesta de aquellas clases más desfavorecidas. Seguro que la denuncia presentada en 1512 no fue dirigida a las clases aristocráticas.
Los que estaban comiendo y bebiendo en las bodegas, lógicamente no estaban arrastrando un cacharro en la calle y mucho menos estarían en condiciones para deslizarse sobre una tabla. Los que hacían el ruido eran aquellos que quedaron fuera, eran los no invitados.
Del mismo modo que las clases altas nunca participaron de estos juegos, tampoco han participado indistintamente todas las edades y sexo. En Icod, los que bajan en las tablas suelen ser aquellos jóvenes más valentones con edades entre 15 y 30 años. Entre las chicas no es habitual aún cuando hay alguna muchacha que se monta cuando la tabla es dirigida por algún joven con experiencia.
En el Puerto dicen que los cacharros los corre todo el mundo, yo cuando era un muchacho me ajuntaba con… y … y salíamos corriendon el cacharro por toda la calle abajo… Corría sí, pero cuando era un muchacho. Hoy vemos como niñas y niños corren los cacharros animados por sus monitores/as. La participación de las personas mayores es mínima o nula, ni siquiera las monitoras que dirigen el carro arrastran el objeto. No obstante, como hemos dicho, todos los del pueblo se hacen partícipes de esta tradición y la han convertido en seña de su identidad. Año tras año se fue reiterando esta costumbre hasta que se convierte en una tradición.
En estas últimas décadas es cuando los ayuntamientos se implican en la fiesta, pero anteriormente era una manifestación oficialmente prohibida, aunque tolerada ya que no hay testimonios de que nadie haya dormido en el cuartelillo por correr un cacharro. El policía municipal se limitaba sencillamente a amonestar al muchacho por alterar el orden público, “la gracia estaba en que el policía corriera detrás de uno”. Y es que el policía también formaba parte de la dramatización. Con la llegada de la democracia tanto tablas como cacharros son autorizados y se da verdaderos esfuerzos en las instituciones municipales por mantener sendas tradiciones. (...) En años anteriores se acondicionó el mismo espacio para una invitación de castañas asadas y vino nuevo. El primer año que se autorizó circularon unas octavillas en español, inglés y alemán para que los turistas entendieran el fenómeno como una antigua tradición y no como una barbarie de mal gusto. En Icod de los Vinos se acondicionan las calles, tal como ya dijimos, para evitar accidentes. En ninguna de las dos Corporaciones hubo un acuerdo de manera oficial que recuperara estas tradiciones, sencillamente dejaron de prohibirse y desde 1979 sale a la luz lo que había permanecido más o menos oculto, perdiendo, naturalmente, la espontaneidad y frescura que antaño tenían.
Erasmo Juan Delgado Domínguez es Profesor de Secundaria de Geografía e Historia del IES Tomás de Iriarte.
Este artículo fue publicado en la revista La Gaveta, en el número 12 de junio de 2006.
Bibliografía
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Barros, Nicolás (con Hilda Hernández Emma Calero y Melchor Rodríguez). San Andrés: "Vino, Ruido y Castañas". El Día. 27-11-1988. Tenerife.
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