Con esta tajante aseveración inicia sus apuntes históricos sobre el eminente militar el alcalde constitucional y cronista Lorenzo Rodríguez. Como anécdota curiosa, el canario Viera y Clavijo confundió “lastimosamente” al hijo con el padre, al hablar de esta sangrienta batalla.
Nacido en Puntallana (La Palma), fue hijo de Diego Díaz Pimienta y de Mayor Franco, portugueses afincados en esta Isla, y tuvo dos hijas, Inés y Lucía. En su testamento no nombra a Jacinta, habida con Mencía de Oca, vecina de Sevilla, a la que dejó 1000 ducados del tercio y quinto de sus bienes. También tuvo otra hija, Catalina, casada en 1598, la cual premurió a sus padres y no dejó descendencia.
Fabricó su vivienda en la antigua Calle Real del Puerto (solar correspondiente hoy con en las llamadas Casas Carrillo, núm. 26 y 28). Allí vivió con su esposa Beatriz Rodríguez de Acosta y sus hijas, incluido su pequeño Francisco Díaz, que le criamos en nuestra casa a quien le tenemos mucho amor y amistad, y al cual la posteridad perpetuó su nombre como uno de los palmeros más preclaros en la historia de Canarias. El matrimonio fundó dos mayorazgos con facultad real, uno para cada hija.
Haciendo alarde de su honradez hasta el lecho de muerte, el capitán se quejaba amargamente en su testamento de que era cierta la suma de dinero debida al carpintero de aquella casa, Gaspar Núñez, y que ascendía a 1.400 reales más 300 por la capilla que había fabricado. Decía que todo esto es verdad y es mi sudor y trabajo y en hacer las dichas obras gaste lo que tenia y quede pobre (Simón de Chaide, 1614).
En aquella batalla, la más sangrienta que jamás vieron los mares, España, Venecia y Roma, aliadas, consiguieron abatir el orgullo otomano, mediante la destrucción de la formidable escuadra del emperador de Turquía, Selín II.
Este combate naval tuvo lugar en el Golfo de Lepanto el 7 de octubre (onomástica de Nuestra Señora del Rosario) de 1571, entre la flota turca y la de la Santa Liga.
Prolegómenos de la Gran Batalla Naval.
A raíz de la actividad otomana en el Mediterráneo oriental (toma de Nicosia en septiembre de 1570) y ocupación de gran parte de Chipre, el Papa Pío V, que había visto fallidos sus intentos en 1566, consiguió de Felipe II el envío de una flota bajo el mando del genovés Andrea Doria, que había de emprender una acción conjunta con las escuadras veneciana y pontificia para rescatar aquella isla. Las diferencias entre sus jefes trajo consigo el fracaso de la expedición, cuyos componentes se separaron sin entrar en combate (27 de septiembre de 1570); Doria fue acusado por los jefes respectivos de ambas escuadras, Zanne y Colonna, de indolencia y abandono de la empresa, justificados en la desconfianza con que veía España la ayuda a Venecia. Después del fracaso, los delegados de estas dos últimas se reunieron con los del Papa a fin de negociar una alianza común y, aunque los venecianos trataron por su parte de llegar a un acuerdo con los turcos, las capitulaciones de la Liga se firmaron el 25 de mayo de 1571. Entretanto, los turcos comenzaron aquel verano una larga razzia de castigo, bajo el mando de Alí Bajá, que contaba con el apoyo de Uluy Ali, virrey de Argel, y que se extendió desde las islas de Zante y Cefalonia hasta Venecia, saqueada a mediados de 1571. Al mismo tiempo, el último reducto veneciano en Chipre, Famagusta, cayó en poder de los otomanos y este hecho decidió la intervención inmediata de la Liga, que había decidido en las capitulaciones iniciar la lucha al año siguiente.
La Batalla de Lepanto.
La flota partió de Messina el 16 de septiembre de 1571 con unas 280 embarcaciones y cerca de 30.000 hombres, y en Lepanto avistó a la armada turca (7 de octubre), superior en número (aproximadamente 300 naves). A pesar de que los jefes de las tres escuadras no compartían los mismos puntos de vista al respecto, los consejos del marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, y de Alejandro Farnesio, decidieron a Juan de Austria, capitán general de la flota coligada -cuyas decisiones, por imposición de Felipe II, estaban mediatizadas por la opinión de sus lugartenientes y de los restantes jefes de la Liga-, a presentar batalla inmediatamente, contra el parecer de Luis de Requens y de Doria. El combate se decidió gracias a la superior fortaleza y al mejor armamento de las 26 naves españolas que ocupaban la batalla o centro y a la eficacia de los arcabuceros; la nave real de Juan de Austria fue embestida y abordada por la del generalísimo turco Alí, que había previsto una maniobra envolvente por el ala derecha de la flota coligada, a fin de empujarla hacia el interior del golfo y encerrarla en él. Después de dos horas de forcejeo indeciso, los soldados de la Liga, rechazados en tres ocasiones, entraron en la capitana turca y mataron a su general. La victoria del centro fue decisiva, pues el ala derecha, mandada por Doria, sostenía una lucha desventajosa con Luchalí, que se había infiltrado hábilmente por el centro en la primera fase del combate, y que trató, con una hábil maniobra, de atacar al centro de la Liga, que se retiraba vencedor con las naves capturadas. La inmediata intervención de Juan de Cardona, y la posterior de la reserva mandada por el marqués de Santa Cruz, obligaron a huir a los turcos hacia la costa de Morea. Barbarigo el jefe veneciano, que mandaba el ala izquierda, resultó muerto, pero la ayuda de la reserva y el arrojo de los venecianos permitieron su triunfo sobre la derecha otomana y la muerte de Siroeco, que iba a su frente. En la batalla, que duró cinco horas, murieron aproximadamente 35.000 hombres, 12.000 de los cuales eran de la Liga, y fueron capturados por ésta unas 130 naves turcas y 8.000 hombres, habiendo perdido los coligados 17 galeras. En Lepanto se frenó la expansión turca momentáneamente; Chipre continuó en poder otomano y, en definitiva, no se pudo llegar más que a un statu quo, pues los turcos se rehicieron pronto de sus pérdidas. Los objetivos se cumplieron escasamente para el número y la calidad de los medios puestos en juego y, al desplazarse el centro de los intereses de los españoles hacia el norte de Europa, aún quedó más patente la ineficacia de sus resultados a largo plazo.
Sin embargo, fue tal el éxito para la Iglesia Católica que ésta quiso dar celebridad universal, a través de la institución en su memoria, la festividad del Santo Rosario. Así, añadió a la Letanía Laureana el verso Auxilium cristianorum (auxilio de los cristianos). En aquella atroz lucha, designada por la historia con el nombre de Lepanto, se halló la isla de La Palma, dignamente representada por nuestro ilustre personaje.
Regreso a La Palma y muerte.
Existe un documento que nos da una clara idea del arrojo y valor de los que hablaba Lorenzo Rodríguez, á la vez que relata algunos de sus servicios. En él, Díaz Pimienta y esposa, queriendo fundar un mayorazgo perpetuo en favor de sus hijas y de la descendencia legítima de éstas, se habían dirigido al Rey Felipe II. El 6 de marzo de 1606 el monarca expidió real cédula que dice: Que por cuanto D. Francisco Díaz Pimienta le había servido mas de 30 años en los destinos de Cabo de tres compañías de infantería y Castellano de una de las fortalezas de esta ciudad; y que en tiempo del General D. Álvaro de Flores y de D. Francisco Coloma habían ido con una nave de su propiedad á acompañar las fragatas que salieron de La Habana, é impedido que el inglés se llevara una que tenia apresada, la cual salvó, así como que habiendo sido destrozada por efecto de una tormenta la Capitana, del mando del D. Francisco Coloma, la socorrió con su nave, le concedía la gracia solicitada….
El destino de Cabo equivalía al de Caudillo o Capitán, “Caporal, Cabeza”, Jefe, etc. Era una época en la que, cuando los buques construidos expresamente para la guerra no eran bastantes, se echaba mano de los del comercio para empresas militares. Reducidos los combates a luchas cuerpo a cuerpo, después de sujetar los bajeles unos a otros, el principal objeto era presentar el mayor número de combatientes que, en último resultado, peleaban en la mar de igual modo que lo hacían los soldados en tierra.
De esta manera, nuestro marino fue autorizado por el soberano para fundar el deseado mayorazgo. En edad avanzada, otorgó finalmente su testamento y última voluntad ante el escribano Simón de Chaide el 12 de febrero de 1610.
Como nos dice Lorenzo Rodríguez en sus Notas biográficas… ese documento, importante, nos revela una circunstancia referente al estado civil del Almirante Díaz Pimienta, hijo del testador, circunstancia desconocida de todos cuantos historiadores y biógrafos se han ocupado de este personaje palmero. En él declaró el veterano de Lepanto que tenía un hijo natural llamado también Francisco Díaz Pimienta, el cual se hallaba estudiando para sacerdote en la Ciudad de Sevilla: encargó á sus herederos que continuaran suministrando al citado hijo los 1.200 ducados anuales que le tenía señalados para sus gastos ordinarios: hizo algunos legados á favor del Hospital de Dolores y de la Parroquia de El Salvador….
Quiso perpetuar su nombre y, quizá, también los hechos heroicos de su vida de marino, para lo que dispuso que los poseedores de su mayorazgo, en todos los tiempos, se llamaran como él, Francisco Díaz Pimienta.
Tras su regreso de Lepanto, donde tuvo una actuación destacada (Pérez García, 1985), fue nombrado Regidor del antiguo Cabildo, título dado por Felipe III en junio de 1609. También Castellano de una de sus fortalezas y Maestre de Campo de las Milicias.
El cronista oficial de la capital palmera, Pérez García, continúa: bajo su mando estuvieron las compañías de Barlovento, San Andrés y Sauces y Puntallana. Casó con Beatriz Rodríguez de Acosta y murió en Santa Cruz de La Palma en 1610, después de haber logrado descendencia. Fue sepultado en la capilla de Santa Ana, hoy de San Pedro, colateral del Evangelio, de la suntuosa parroquia Matriz de El Salvador de la capital, que era de su propiedad. La había comprado a Andrés de Armas, Procurador de Causas, y a Inés de Llanes, su mujer, en escritura de 8 de enero de 1601 ante el escribano Bartolomé Morel.
El marino había reedificado la mencionada capilla, conocida con el nombre de Santa Ana, ya que allí se veneraba la espléndida talla flamenca del grupo Santa Ana Mettertia (o Triple), hoy en la parroquia de San Francisco de Asís. En 1818 se pasó a llamar Capilla de San Pedro al ser colocado el Paso de la Negación de este Apóstol (el Señor del Perdón, San Pedro y el Gallo). Vinculó este patronato a favor de sus hijas y descendientes legítimos. Lamentablemente no hay ninguna lápida, loza o inscripción que haga mención a que allí reposan los restos de tal insigne personaje, del olvidado veterano héroe de Lepanto.