Domingo Corujo Tejera había partido hacía América con 17 años. En Venezuela desempeñó diversas ocupaciones –principalmente las de barbero– hasta alcanzar uno de sus anhelos: formarse como guitarrita junto a la monumental figura de Antonio Laudo, su maestro, el hijo de un barbero italiano que emigró a Venezuela. Una vez más, el destino se conjugaría para que confluyan dos almas en el país de acogida de inmigrantes. Domingo Corujo marchó a Venezuela con la ilusión, con el firme propósito de estudiar música. Sueño que hizo realidad, más allá de aplicarse a actividades comerciales le hubieran reportados beneficios económicos. Lo que suelen hacer la mayoría de los emigrantes. Ganar dinero. Los valores del joven aspirante a músico poco tenían que ver con la plata. Sin embargo, había que vivir, había que comer y pagar una pensión. Nada más llegar empezó a trabajar en una granja de gallinas. En Santa Antonio de los Altos. Caracas le queda lejos y es allí donde quería estar, cerca de las escuelas de música. En un periódico ve que necesitan un peluquero y se emplea con de barbero con unos gallegos, después con unos italianos hasta que monta su propio establecimiento con su hermano menor Florián. La peluquería se encontraba en La Candelaria, el barrio de los gallegos y los canarios. En esa actividad siempre le quedaba tiempo para ejercitarse con la guitarra.
De barbero a guitarrista

“En el centro médico también buscaba tiempo para tocar la guitarra. En una esquina, casi escondido. Cuando entraba alguien yo soltaba el instrumento inmediatamente. Un médico que se pelaba conmigo e incluso traía a sus hijos, el doctor Ochoa Rodríguez, descendiente de vascos y canarios, me vio tocando y me dijo: ¡Sigue, chico! ¡Sigue que a mí me gusta eso! No dejé de tocar. ¡Tú eres músico, chico! Entonces me dijo muy seriamente que me dedicará plenamente a la música. Yo le dije que tenía que vivir de la barbería y me respondió que viviera de la música porque a alguien le interesa lo que yo hacía. ¿A quién le puede interesar? Por ejemplo, a mí y a mi esposa y a mis dos hijas. Ya tienes cuatro alumnos, búscate a cuatro más y deja la barbería. Él mismo me busca a los cuatro alumnos restantes. Así empecé a dar clases de música mientras me seguía preparando por mi cuenta. El doctor Ochoa me dijo que era amigo del maestro Antonio Lauro. ¿Antonio Lauro? El músico más importante de Venezuela. El doctor José Ochoa había compartido celda con él cuando estuvieron presos de la dictadura de Pérez Jiménez. Gracias a su mediación pude conocer personalmente al que fue mi maestro: Antonio Lauro.”
Antonio Lauro

“Lauro era en ese momento presidente de la Sinfónica de Venezuela. El doctor Ocho concertó un encuentro para mí y el maestro me cita a su casa. Aquello era un acontecimiento para mí y para mi familia. Mi madre me buscó un traje oscuro y una corbata negra y me presenté a su casa. Ya había cumplido los veinte años. Me dijo el maestro Lauro que por donde quería empezar, que su amigo Ochoa le había dicho que yo era guitarrista. Le dije que por el principio. ¿Pero usted no es guitarrista? Eso lo sabrá usted, maestro. Entonces me dijo de ir en semana a las clases y lo que me costaría. Una clase suya era más caro de lo que yo ganaba en un mes. Bueno, ya buscaré... Él hombre se extrañó, con aquella presencia mía pensaba que mi situación económica era boyante, que tenía recursos para pagar clases particulares. Que era hijo de ricos. Le dije que era barbero. Rápidamente me indicó que fuera a la escuela oficial de música donde él impartía clases. No me iba a costar nada. Me inscribí en preparatoria. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y saqué la nota máxima. Me situaron en tercer año. Al año siguiente me situaron en el quinto curso. El mismo maestro Antonio Lauro me buscaba alumnos y es así como pude dejar la barbería y dedicarme plenamente a la música. Un año después de que el doctor Jesús Ochoa me abriera el camino hacia mi maestro Antonio Lauro.”
Compromiso con la vida venezolana
