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Portada del libro de Carlos Müller, basada en un cuadro de Paco Juan Déniz. |
Su sentencia “Los monocultivos son ejemplo clásico del llamado capitalismo periférico, (...) expresado con términos menos eruditos, simple economía colonial“, puede sonar atrevida, pero con ella seguimos un análisis que, más que reseñar las cuantías de capital ingresado o acumulado, denuncia las grandes explotaciones agrícolas, consecuencias de ciertas políticas económicas, situándose al lado de la población y contando de qué manera fueron empujados a emigrar a América en peligrosas travesías los “esclavos blancos” o “boat-people canarios”; aventuras suicidas casi olvidadas hoy día a la luz de la masiva llegada de africanos, con los que compartimos, sólo atenuado por el paso del tiempo, el sentimiento de idéntica desesperación. No concluye desde luego sin mostrar la otra cara de la moneda, el papel de los indianos, aquellos otros emigrantes más afortunados, cuyo regreso colmados de éxito y bienes materiales suscitaron a sus congéneres aún más las esperanzas de una vida mejor en ultramar.
Mucho habrá que buscar para hallar otro autor que hable de este modo sin tapujos, y que se atreva a llamar las cosas por su nombre. No omite los secretos canarios a voces, aquellas “grandes desapariciones” de ingentes sumas de dinero. Una de las más llamativas tal vez, aunque lejos de ser la única, ni siquiera la más grande, la del caso de Tindaya: “De un modo aún no aclarado desaparecieron en el fondo de oscuros canales 1.960 millones de pesetas – aproximadamente 12.000.000 de Euros – en razón a trabajos de sondeos jamás realizados. Una espesa niebla de economía entre primos, especulación, incluso corrupción, ha cubierto este asunto, que ni siquiera los juzgados han podido aclarar.“ Continuar este artículo constituye todo un deleite sobre “nuestro acervo cultural isleño”, tan isleño, en efecto, como lo son el gofio y el zurrón.
Son estos relatos los que hacen historia, y ensamblar una tras otra nos lleva a complacer con una visión particular, alejada a su vez tanto de las guías turísticas como de compendios y tratados históricos. Cuesta mucho sustraerse del encanto que emana de este libro tan peculiar, pero que a la vez resulta absolutamente irreverente con el pasado y presente. Si Carlos se hubiese puesto a redactar una novela, solamente sería comparable a los grandes escritores críticos actuales como M. Houellebecq o T.C. Boyle.