La Villa de Santa Cruz de La Palma, Muy Noble y Leal Ciudad desde 1541 por designio del emperador Carlos V, pasó a ser la ciudad más floreciente del Archipiélago y su puerto, en el que ya se trabajaba en 1502, fue el tercero en importancia del vasto Imperio y llegó a ser escala imprescindible hacia el Nuevo Continente. Allí se abrió el único Juzgado de Indias de Canarias. A uno de sus ilustres visitantes, Thomas Nichols, le llamó la atención la fertilidad de las tierras palmeras y la gran contratación de ricos vinos que se enviaban a América y la hermosura de su iglesia mayor, cuya espectacular portada es la más monumental muestra del Renacimiento a la italiana en Canarias y que incorpora algunas ideas propuestas por el tratadista boloñés Serlio. El precioso

La primera noticia cierta de la existencia de este suntuoso templo se remonta a 1508 y corresponde a la confirmación por el Adelantado de una data de repartimiento de tierras montuosas en el barranco de la iglesia de San Salvador. El profesor Pérez Morera también nos informa de que esto indica la existencia de un lugar para la veneración y el culto unos cuantos años anteriores a esa fecha. La actual configuración data de la segunda mitad del siglo XVI y el primer tercio de la centuria siguiente, cuando pasó a tener planta basilical de tres naves, con techumbres mudéjares de madera, las mejores de su género en Canarias.
En su exterior, la torre es un edificio macizo dividido en tres cuerpos que no muestran características específicas, salvo en sus elementos decorativos. Una torre que se mandó edificar después del ataque pirático de 1553 y, a juzgar por su aspecto, debió tener, si no carácter defensivo, sí, al menos, un sentido de recinto seguro donde custodiar los bienes y documentos parroquiales cuyo valor, en este caso concreto de El Salvador, es incalculable.
Construcción
En las Actas Capitulares de 20 de octubre de 1553 se reflejaba que se proveía a la iglesia de La Palma de un caliz y algunos ornamentos por haber representado que los franceses lo habían robado todo. En el acta del Cabildo de La Palma de 24 de abril de 1559 se recoge cómo Miguel Lomelín se lamentaba del robo que los franceses habían perpetrado en el templo de El Salvador inmediatamente después de su entrada a la ciudad en julio de 1553. Tras el saqueo que duró diez días, ordenado por el pirata François Le Clerc “Pie de Palo”, el mencionado regidor denunciaba la falta de varios ornamentos de culto y valiosas alhajas, entre los que se hallaban cruces, cálices, un palio, etc.
Se calculaba que por aquel entonces la rica parroquia contaba con un efectivo de más de 3000 ducados que estaban custodiados por su mayordomo. Se pedía al cabildo que con urgencia se repusiesen todos los tesoros robados y se adquiriesen los ornamentos necesarios para el culto. Se notificó también al Vicario y al Obispo que especialmente se fabricase una torre en que se colocasen las campanas de la iglesia. Unos ocho años después del recurso del cabildo al prelado ya se estaba fabricando la torre. Así consta en un mandato del Visitador Juan Ruiz de la Caja de 27 de noviembre de 1567. En él se prohíbe al mayordomo de fábrica que gaste más de 2000 mar

El autor de toda la labor de cantería, tanto interior como exterior, fue Juan de Ezquerra, “maestro mayor de la obra de El Salvador”, el cual figura en los Libros Parroquiales desde 1567. Se le considera uno de los mejores librantes que han visitado el Archipiélago. Antes de llegar a La Palma estaba trabajando con su padre en Cáceres. Tarquis hace referencia a descargos a partir de ese año, aunque sitúa su intervención en la reforma de las naves del templo y la prolongación de la torre, para la que aprovecharía una construcción gótica anterior que no parece pertenecer a Ezquerra.
Ya en 1561 los canteros Francisco Hernández – el mismo que contrató el Cabildo en 1560 para labrar la fachada del Ayuntamiento- y Pedro de Acevedo, estantes, concertaron su fábrica con 500 cantos de La Gomera, de los que se acostumbran traer a esta isla. Sin embargo, el material usado para la construcción fue cantería en “piedra molinera”, en tanto que la cantería gomera tan sólo se usó en la bóveda gótica de la sacristía y en la ventana de la misma.
La profesora Gloria Rodríguez en su excepcional trabajo sobre este templo, opinaba que para la construcción de la torre no se había aprovechado ninguna edificación previa pues las características de su estancia interior, cubierta con bóveda de crucería donde se introducen ya elementos renacentistas, deben situarse al menos hacia mediados del siglo XVI. La desaparecida investigadora palmera también informaba de que la existencia de la escalera de caracol dentro del muro oriental con entrada por la que hoy es la sacristía, viene a confirmar que desde sus inicios fue proyectada como torre.
Características
Una de sus características más destacables a simple vista es su aspecto macizo, sólido y casi militar. Está situada en el ángulo que forma la nave de la Epístola con la capilla mayor, sobresaliendo de la fachada de la iglesia. Una gran torre negra visible desde el mar y desde todos los puntos de la antigua e histórica ciudad. Está construida en piedra volcánica negra y mampostería, y consta de tres cuerpos de diferente altura separados por pequeñas cornisas y una superior sobresaliente con remate almenado.

Rodríguez nos describe el escudo: partido, con seis luneles de azur en campo de oro en el cantón diestro, armas de su padre don Nicolás Tello; en el siniestro, de plata, losanje de gules cargado de un castillo de oro y cantonado de cuatro flores de lis en azur, armas de su familia materna, los Deza, cuyo apellido usa en primer lugar.
En la parte superior, ya en el segundo cuerpo de la torre, sobre una ventana rectangular sin rasgos concretos renacentistas, se abre un nicho con pilastras cajeadas y una concha como bóveda de horno. Rodríguez la describe como una hornacina de medio punto avenerada que rompe la línea de imposta quedando enmarcada por el pequeño alfiz que forma la cornisa al quebrarse. En él se colocó el 29 de septiembre de 2006, Onomástica del Patrón de la Isla, una escultura del Arcángel San Miguel esculpida en blanco mármol de Carrara. Del mismo material y color es la efigie de El Salvador que preside la hornacina del remate de la portada principal y que sustituyó a la original que fue destrozada por un huracán.
En el tercer cuerpo, pareja de huecos semicirculares para las campanas y sobre él y entre dos cornisas, especie de entablamento donde se ha colocado el reloj. Sobre la cornisa superior, remate de almenas escalonadas con campana en la central, que corresponde al reloj y lleva la siguiente inscripción sobre un escudo de La Palma: “ … Venit ora Ivdici eivs / mandose acer a espensas del cavildo de la isla: para vso de el relox/que tiene la civdad en la torre de la parroquial/ del sr s salbador año 7159 [sic]”
En el costado oriental, ventana simple en el segundo cuerpo, mientras que el superior y entablamento son semejantes al lado meridional. No hay campana en el remate. En el lado norte lleva un solo hueco con campana pequeña en el tercer cuerpo y en el occidental de este mismo cuerpo hay dos huecos semicirculares sin campanas.
Las campanas
En repetidas noticias se dio a conocer que el Arzobispo de Puebla de Los Ángeles (Méjico) e hijo ilustre de esta ciudad, don Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, había costeado de su propio peculio el último cuerpo de la torre en 1737. Para estudiosos como Gloria Rodríguez, no está claro este punto porque el cuerpo de campanas existe desde el siglo XVI y su cubrimiento y remate nunca ha llegado a realizarse. Fue curioso ver cómo por más que se habían reiterado los mandatos para acabar la torre, no se dispusieron de los medios para llevarlo a efecto y sólo se pudieron hacer algunas composturas en 1735 y 1775 (según Libro de Fábrica II y III).
En su estudio, Rodríguez nos indicaba en su trabajo publicado en 1985 que, dado el estado en que se encuentran actualmente, ha sido imposible su estudio. Por lo que se oyen o no se oyen, actualmente aún su estado es más deplorable que entonces. Ni su repique actual es como el de antes, sonoro, rítmico, solemne… luego pasó por una inconexa y anodina sucesión de golpes y ahora ni siquiera esto. Es preciso que, urgentemente, se haga una rehabilitación de la torre en general y se recupere el repique majestuoso de nuestras campanas que tantas solemnidades ha amenizado.
Las campanas son de épocas diferentes. En 1664 se había construido la campana grande o “de fuego”. La hizo Juan Felipe de Ribas, campanero mayor de Sevilla ganando 1 ½ reales de vellón antiguo por libra: pesa 25 quintales y se colocó el miércoles 2 de abril de dicho año. El alcalde Lorenzo Rodríguez en una de sus crónicas decía que fue fabricada en la calle de Jorós, más concretamente en la casa de Don Simón de Frías (hoy Cuna, 14) y fue fundida cinco veces (la campana grande que había antes se cascó y pesaba 24 quintales). Fue el martes 12 de marzo de 1675 el día en que se dio principio a tocar con ella en la agonía por mandato del obispo Bartolomé García Jiménez. Costó su fundición 375 pesos y tiene la siguiente inscripción: Salvador mundi meserere nobis. De. Hizoseme en esta isla de San Miguel de La Palma siendo Vicario el Lcdo Don Melchor Brier de Monteverde = Pesé 25-9. = Hízome Juan Felipe de Ribas = año 1664. El mencionado cronista también dejó escrito que se había sacado de su sitio para darle vuelta y para componerle el cepo el 4 de abril de 1878 y se había vuelto a colocar el 12 del mismo mes. López García en su trabajo indica además que en 1632 consta la llegada desde Francia de una campana grande, que fue colocada en el esquilón de la torre.
La campana verde, como así se denomina la segunda en tamaño, fue encargada expresamente para El Salvador en Sevilla. En ella se lee la inscripción siguiente: Ora pro nobis sancte Michael Arcangeli. Por uno de sus lados sobresale una gran cruz y por el opuesto se halla un cuadro con una orla de reza: Se hizo en Sevilla de orden del Sr. Don Felipe Massieu año de 1758. O Jph. Lasta Mro.
La tercera campana en tamaño ya estaba cascada a principios del siglo XIX y por lo tanto inservible. La cuarta, de pata de cabra , fue regalo de don José García Aguiar, teniente gobernador de la Plaza. Gloria dice que su donante fue José García Pérez. La hizo traer desde La Habana, de un ingenio que poseía. Finalmente se encuentra una esquila donada por el marqués de Guisla- Ghiselin.
El reloj

El acta del Cabildo de 8 de octubre de 1568 dice:
Que porque en la Iglesia mayor de esta ciudad se ha hecho una torre para el servicio de las campanas en la cual estará bien el Reloj que este Concejo tiene por estar muy alto, y en la plaza, en medio de la ciudad, y porque se ha tratado con el Visitador de este Obispado que el dicho reloj se ponga en la dicha torre y se pase la campana con sus herramientas y cosas del dicho reloj a la dicha torre y allá se asiente en el lugar que para ello está señalado y la Ciudad haga a su costa la casita donde ha de estar dicho reloj, con tanto que el Mayordomo de la Iglesia haga declaración sea el dicho reloj de la ciudad, para que como cosa suya lo pueda quitar cada que le paresca, y que los Beneficiados asimismo hagan la misma declaración, para que conste.
El nuevo reloj fue traído de Londres y adquirido mediante suscripción pública y facturado por los Sres. A. Pasley Lisste y Cía en moneda equivalente a 12.291, 8 maravedís. Lorenzo Rodríguez dijo que había costado en fabrica 1.000 pesos y la colocación en el sitio en el que actualmente se halla 580 pesos. En el Archivo Municipal de la ciudad se lee: Al dorso de una de las muestras aparece la inscripción: Made by John Moore Sons- Clerkenwell. London, 1842. Tiene cuerda para ocho días, toca las horas y sus medias con distinta campana.
Los actuales encargados de ponerlo a punto son Conrado Fernández y su hijo, como anteriormente lo hicieran su padre y su abuelo. Cada semana, de forma desinteresada, lo engrasan, lo limpian, le dan cuerda.
Inscripción
Esculpida en la preciosa torre rectangular de negro basalto y sobre la ventana de la sacristía que da a la plaza triangular, se halla una antigua inscripción en latín, alusiva al Ilmo. Sr. Obispo don Diego de Deza, a quien se equiparan los Decios de Roma, y a la entrada de los enemigos franceses en esta Isla en 1553, con respecto a la invasión de los galos, hasta la Roca Tarpeya del Capitolio. Dice así:
Tres legimus Decios se devovisse saluti
Comuni, ut victrix Patria Roma foret.
Mira triumphantum decorat Capitolia laurus.
Sic sva, sic quartus relligione gregem
Conveniunt praesul Decius Tarpeiaque cautes,
Gallica pro lauro lilia clara intent.
Nominis auspicio ac devictis hostibus aucta
Incolumes cives utraque Palma fovet.
Entre otras traducciones que ha tenido la inscripción, ésta que sigue es la que se ha considerado por varios estudiosos como la correcta. Actualmente está muy deteriorada, pero se ha podido reconstruir gracias a la versión de Viera y Clavijo y algunas acertadas interpretaciones que han hecho, entre otros, el Dr. Lozano Sánchez y que recoge Gloria Rodríguez en su trabajo:
Tres Dacios ofrendaron su vida por el bien común para que Roma fuera la patria vencedora. Como el laurel de los triunfadores honra sus admirables capitolios, así el cuarto Decio honra con la religión a su grey. Vienen a fundirse el obispo Decio y la roca Tarpeya. Brillan en lugar de la corona de laurel las blancas lises de Francia. Una y otra Palma acrecentadas bajo el auspicio de su nombre y a despecho de los enemigos alientan a los incólumes ciudadanos
La alusión que aquí se hace al mencionado prelado obedece a que, habiéndose negado el cabildo palmero a que se extrajesen de ella los granos de los diezmos que correspondían al Deán y Cabildo Catedral de Canaria a causa de la escasez que aquí se padecía, don Diego Padilla, que era Deán, Canónigo y Gobernador del Obispado, puso a toda esta Isla en entredicho, o lo que era lo mismo, en excomunión. El cabildo localizó al obispo Deza en Sevilla y éste levantó la excomunión a través del prior del convento dominico fray Gaspar Cordero el 2 de julio de 1566.
Esta inscripción alude el florecimiento de la ciudad en el siglo XVI. Concretando, los versos latinos equiparan a La Palma con la antigua Roma, al representante de la Iglesia, el Obispo de Deza, con los sus míticos antepasados, los Decios de Roma y a los galos invasores con la Roca Tarpeya del Capitolio. Viera y Clavijo lo relaciona con el ataque de los piratas franceses en 1553.
Se trata de la derrota de los galos por los romanos en el año 295 antes de Cristo. Los tres Dacios: abuelo, padre e hijo de esta familia dieron sus vidas en distintas épocas por la defensa de Roma. Este cuarto Decio debería más bien referirse a Pedro Hernández de Justa (el Baltasar Martín de la leyenda), que a Diego de Deza, en ese momento obispo de Canarias y residente en Las Palmas.
La antigua Sacristía
Se comunica con el presbiterio mediante una puerta de arco rebajado y en el costado meridional se abre una ventana rectangular abocinada y una pequeña puerta que da paso a la hornacina de la Virgen del Carmen por donde es descendida la delicada imagen para ser colocada en las andas procesionales cada mes de julio. El testero oriental, continúa Gloria, tuvo en origen una hornacina de arco apuntado y puerta de acceso a la torre cuyo dintel, según se aprecia en los restos visibles, se apoya en pequeñas ménsulas de estilo clásico; ambas quedaron ocultas con las obras realizadas al construir una nueva sacristía en 1817 y tener necesidad de abrir una entrada para ella a través de dicha hornacina… Este paso, en forma de arco apuntado, sólo ocupó una parte del antiguo, cubriéndose entre el espacio restante y el acceso a la torre con armarios empotrados donde se guardan antiguos y valiosos objetos de culto. Existe también otra pequeña ventana en la parte superior en forma abocinada en arco conopial rebajado. Esta presencia de elementos constructivos clásicos junto a la estructura gótica es propia de un siglo XVI avanzado y está de acuerdo con la fecha de fábrica que hemos situado hacia 1567. (G. Rodríguez)
En 1816 se construyó una sacristía nueva a espaldas de la torre según se había ordenado en la Visita de 1851. Su planta es semicircular y sirve hoy como Archivo y despacho parroquial. Para comunicar con ella se abrió más tarde un arco ojival en la pared oriental de la torre.
En el ángulo sureste y junto a la ventana desde la que se obtiene una magnífica vista de la Plaza de España, hay un lavabo en mármol rosa de forma lobulada sobre un soporte de piedra adosado al muro. Tiene una lápida superior en blanco (60 x 52 cms.) y lleva una inscripción que dice: Da Domine/virtvtem manibus meis,/ad abstergendam omnem/maculam,/Vt sine pollvtione/mentis, et corporis, valeam tibi servire. Bajo esta inscripción se encuentra una roseta grabada en torno al grifo. Fue una donación de don Juan Massieu en el último tercio del siglo XVIII.
En el muro occidental está colocada una gran cajonera de tres cuerpos (325 x 72 x 100 cms) flanqueada por armarios. Allí están custodiados otros muchos enseres y valiosas obras de arte de este suntuoso templo.
Un pequeño altar se alza sobre la puerta del presbiterio. En el retablo se halla una escultura de San Miguel sobre un castillo y una cruz de fondo. Porta una espada flamígera y un escudo con las iniciales Q.S.D. (Quis sicut Deus = Quién como Dios). Es probable que estemos ante la preciosa talla salida de la gubia de Antonio de Orbarán y que figuraba en el magnífico retablo antiguo de la capilla mayor construido hacia 1639. Cada lustro desfila con la Virgen de Las Nieves y con la Santa Cruz por las calles de la ciudad en la llamada Procesión General.
A los lados del arco y sobre los armarios, cuelgan dos retratos de obispos de aprox. 200 x 120 cms. Representan a don Juan Francisco Guillén (prelado de la diócesis entre 1739 y 1750) y don Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu (1683-1763), arzobispo de la Puebla de los Ángeles. Ambos figuran en el inventario de 1782. No se les conoce ni autoría ni procedencia.
Tras haberse cegado la entrada primitiva de la torre, se abrió una nueva que comunicase el pasillo de acceso exterior con la nueva sacristía. Mediante una escalera de caracol se sube a las estancias superiores, la primera de las cuales se cubre con bóveda de arista sobre tres ménsulas angulares de perfil en ese y remate piramidal, quedando el cuarto apoyo oculto por el caracol. Se abren en ella dos ventanas rectangulares en piedra. La del sur está rematada por una hornacina con venera. El último cuerpo de la torre no llegó a cubrirse, aunque sí se hicieron unos apoyos para la bóveda semejantes a los del piso inferior y se construyó una tribuna de madera en torno al recinto para acceder al reloj.
Se ha pensado que la sacristía era parte de la antigua iglesia, anterior al presunto incendio de 1553 y que su autor pudo ser Juan de Palacios, maestro de las obras de la catedral de Las Palmas de 1533 a 1553. Investigadores como Trujillo también han sugerido que era la capilla mayor del antiguo recinto, destinada a enterramiento de la familia del conquistador sobre la que se construiría más tarde la torre. Otros, como Gloria Rodríguez, se inclinan a pensar que la torre es una fábrica unitaria, iniciada desde sus cimientos después de 1559, fecha en la que el Cabildo solicitó su construcción, y muy avanzada en 1567 cuando el obispo quiso adelantar su conclusión, facilitando la disposición de fondos y se hablaba ya de las ventanas de la torre, según Libro de Mandatos.
Estado actual

Urge la restauración de la torre en su conjunto, de todos y cada uno de sus elementos. Es preciso que se repare el mecanismo que hace sonar a las campanas para que siga siendo testigo de excepción del paso del tiempo, anunciando las horas desde su reloj y ofreciendo su penetrante sonido a propios y extraños, a quienes siempre sorprende. Un repique que ha sido enérgico ante la adversidad, como en caso de incendio; triunfal y alegre, como en la llegada lustral de la Virgen de Las Nieves y resto de procesiones de gloria; solemne en las de Semana Santa; triste en los entierros; etc. El antiguo y armónico repique desapareció con la instalación del carrillón, pero podría recuperarse con algo de interés.
Las cinco astas que coronan la cúspide de la torre aún se visten de gala y sus banderas nos recuerdan que se celebra algún evento importante. También la gran cruz de bombillos que da a la Plaza se ilumina en las noches de fiesta.
En palabras de Rodríguez Castaños, a nuestra torre le “encantaría convertirse en el símbolo de nuestra Ciudad y verse reproducida, a una escala apropiada, en piedra, madera, bronce, plata o incluso en oro para ser entregada a las personas y entidades merecedoras de un premio importante creado y otorgado por el Consistorio Capitalino”.
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