La cruz ha sido, también, recordatorio de un sinfín de sucesos (accidentes de diversa índole, mal de amores, a los parientes fallecidos...) y elemento altamente socorredor, capaz, inclusive, de detener la lava del volcán como ha creído en diversas ocasiones la piedad popular.
Clarividente es el sentido protector que a la cruz le ha dado un pueblo, el Canario, que tanto ha tenido que luchar y trajinar: cruz signada con barbón en la rabadilla de los niños chiquitos para evitar el mal de ojos; cruz pequeña, de madera, en el patio o en la fachada de la casa para espantar a los agentes malignos; cruz colgada sobre el pecho para que la suerte no abandonara a su portador... A comienzos de mayo, momento de plenitud primaveral, se le enaltece y sublima con el fin de reclamar y propiciar la vida. En torno a ella, adornada con flores o con prendas, se celebran fiestas, clamándose loas, bailando el tajaraste y se lanzan, de forma prodigiosa, cantidad de fuegos artificiales.
La Calle de la Cruz -en El Palmar (Buenavista del Norte)- fue de tierra durante muchos años. Debe su nombre al signo que había en el seno de la misma Cruz de tea de algo más de 2 metros de largo que descansaba sobre un pedestal central dispuesto encima de una basa cuadrada -de piedra de cantería y cal- de 2 por 2 metros de lado y le 1,20 de altura. En ella se descansaba la carga del junco y los niños pequeños acostumbraban a jugar encima de su plataforma.
Se ha ornamentado cada año. El presente, en tal labor, coordinada por el Presidente de la Asociación de Vecinos, colaboraron algunos miembros le la comunidad. Se adornó la cruz con hojas de palmeras y flores. Antaño, cuando se vivía distinto, tal cometido lo desempeñaban las mujeres jóvenes, utilizando flores domésticas y silvestres, “lo que había entonces". También se encargaban de enramar las cruces de los caminos.
Hace unos cincuenta años la cruz se adosó a la pared norte de la iglesia de El Palmar, muy próxima (unos 10 metros) a su ubicación primitiva. Lo mediatizó el vecino que levantó casa en el solar inmediato al sitio donde se alzaba. Hemos escuchado censurar la erradicación del inmemorial monumento popular que daba soporte a la cruz. Acaeció en un tiempo en que, con todo tipo de libertades, se podían cometer tales atropellos contra la cultura tradicional. Y hasta hay quien recuerda que pasó tiempo sin llover, “y la gente decía que era por eso, por haber quitado la cruz".
Manuel J. Lorenzo Perera es Director del Aula de Etnografía de la Universidad de La Laguna. Este artículo ha sido previamente publicado en el número 27 de la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria, en abril 2005.