Para BienMeSabe.org, Pinolere es parte de la gran familia a la que, con constancia y rigor, damos nuestras manos. Si bien hay un conglomerado de grupos culturales y asociaciones de todo tipo que trabajan, luchan y se esfuerzan por dar a conocer Canarias y sus peculiaridades, no hay duda de que el compromiso con este necesario trabajo lo hemos mantenido y seguiremos manteniendo en un futuro. No hay ninguna duda.
Si ahora, teniendo presente todo lo más atrás dicho, observamos la imagen de presentación del número 24, con el subtítulo Lo que la mar trae a nuestra orilla, veremos a don Valentín Trujillo cargando con sus materiales de trabajo. En un primer momento, la foto es posible que nos parezca normal, desapercibida… Por supuesto, muy diferente a la imagen que Miguel de Unamuno nos dice de la palmera canaria (tema o asunto principal de esta nueva entrega del Cuaderno) cuando escribe aquello de: para la miel del cielo (la palmera) es un embudo.
José Miguel Perera, José Antonio Luján, Rafa Gómez y Yeray Rodríguez. Foto: Quesada. Club Prensa Canaria.
No tenemos la menor duda de que la imagen que el vasco exiliado en Fuerteventura concreta es de unos quilates infinitos. Digamos que me hace recordar aquel grupo de palmeras que, en la bajada de la carretera del casco de Arucas a Bañaderos, a la izquierda de la carretera, se elevan como sargentos firmes de una belleza extrema. O incluso, ahora que mi residencia se establece en el municipio de La Aldea de San Nicolás, me viene a la mente la belleza visual extrema e insondable de esta especie tan significativa en las Canarias; pero especialmente en aquellas que rodean los hogares del barrio de El Hoyo, en la salida del pueblo hacia Mogán. Cada día que paso, no dejo de mirar ese numeroso grupo de ejemplares que hacen de mi cuadro de visión un disfrute que alegra el día.
Hay que decir que, de alguna forma, esta estética de la palma canaria tiene su espacio en este número 24; pero lo que realmente es importante es la otra cara de la moneda. Es decir: ¿esa belleza natural, a los ojos del humano, no tiene ninguna otra lectura en la cotidianidad? O dicho de otro modo: ¿en qué se queda la estética de un lugar, de una zona o de un elemento cuando lo que debajo de sí contiene son historias de pobreza, sufrimiento y dolor? ¿Puede uno quedarse en el simple esteticismo ante estas realidades?
Es una evidencia que, al caer en la cuenta de lo anterior, la belleza a priori de determinados elementos como nuestra palmera queda totalmente relativizada. La vivencia de los paisajes descritos pasan ahora a interrogarse: ¿las palmeras han sido útiles? ¿Las palmas han servido para algo? ¿Han matado el hambre? ¿Han dado realmente alegrías a nuestra gente? Y si las han dado, ¿hasta qué punto?
La respuesta a preguntas como estas (y muchas más que nos podemos hacer sobre el tema en cuestión), está en los siete textos primeros del número 24. Aventurarse en su lectura es comprender, aprehender realmente todo lo que de la palmera ha caído para ser recogido, en medio de la necesidad, por las personas que las han no ya contemplado, sino sentido con sangre y temblor a lo largo de la historia. El simple apartado estético que posee aquí se convierte en cosa secundaria. Sólo así, ahora, comprenderemos que la simple vista no vale para entender la historia de nuestro símbolo natural, que su historia y su fisiología va atada a múltiples utilidades, a necesidades cotidianas para la supervivencia y un mejor vivir, para el festejo de determinados actos; para calmar… O sea: todo un mundo de trabajo, de recogida de material, de secado, de esfuerzos con las manos callosas… con una terminología riquísima y amplia, que explica y matiza con claridad la complejidad de esas tareas.
Jacob Morales y Amelia Rodríguez nos hablan de la palma en relación a los primeros habitantes del archipiélago; Rafa Gómez da voz a los anónimos de estos trabajos con los testimonios importantísimos de Valentín Trujillo y Julia González. María Candelaria Díaz lo hace mostrándonos el mundo femenino en el trabajo de la esterilla en Tenerife, así como Néstor José Pelletero lo hace sobre la cestería en la comarca de Las Breñas, en La Palma. Santa Lucía de Tirajana y sus palmeras, desde diferentes perspectivas, nos es acercado por Pedro Grimón. El tema de la etnoveterinaria y la prevención de enfermedades de animales con plantas es mostrado por Arnoldo Álvarez, Octavio Rodríguez y Rubén Barone. Para finalizar este primer bloque, la gente de AIDER de La Gomera describe y valora, desde un punto de vista histórico, actual y futuro, el extenso mundo de la palmera en la isla colombina.
Por último, la segunda parte (según hemos nosotros distribuido la publicación) versa sobre la actividad artesanal de las fibras vegetales, pero ahora en diferentes puntos de mundo: América, Europa y Asia. Como reza el editorial de este número 24, el sentido de esta información se relaciona con la vocación de todo pueblo a las relaciones con los otros que los rodean. Canarias, como ya sabemos, la ha mantenido a lo largo de los siglos. El respeto a la particularidad de cada cultura, a la vez que la interpretamos desde sus particularidades, diferentes a las nuestras, son un ejercicio necesario que debe practicar toda cultura. Eso sí: sin olvidarse de la perspectiva desde la que interpreta, en nuestro caso, Canarias.
En fin, y para no cansar, después de recorrer las páginas de El Pajar, y volviendo a la portada, tras conocer las particularidades de todos estos trabajos, el esfuerzo y la historia viva de los mismos, la foto de don Valentín nos pondrá los pelos de punta. Porque ahora vive, porque ahora notamos la sangre de la persona que allí vemos. Una persona, como tantas otras que, dedicadas a estas labores, pasan desapercibidas hasta los rincones del tiempo pero que, con números como este de Nuestro Pajar, contribuyen y se resisten a que EL PICUDO ROJO QUE TRANSITA POR NUESTRA CULTURA muera, de una vez por todas, de inanición.