El casco guiense, espléndidamente adornado, con sus calles enramadas y los balcones y ventanas de las magnificas fachadas centenarias, luciendo los elementos típicos de nuestras señas de identidad, fueron el escenario por el que transcurrió una romería que se vive con todos los sentidos.
El repique vivaz de las campanas anunció la salida de la Virgen, y fue entonces cuando los tambores y caracolas sonaron con fuerza festiva, mostrando la sincera alegría del pueblo.
La virgen recorrió las calles del casco, envuelta en una hermosa enramada, muestra del auténtico carácter votivo de esta fiesta.
Las lágrimas recorrían espontáneamente las caras de vecinos y visitantes, ante el espectáculo del que disfrutaba la vista. Son estas lágrimas de sentimiento intenso, porque ver a la virgen, que cada domingo de Las Marías parece que intensifica su natural hermosura, en medio los ramos engalanados con los productos de la tierra, acompañada del auténtico fervor de su pueblo, balanceándose con el tronar de los tambores, sacude con fuerza lo más hondo del sentir, como si un auténtico terremoto de sentimientos se desatara incontrolable en el interior y solo tuviera escape, fluyendo en lágrimas lo que no es sino la alegría del corazón ante esa estampa de una belleza estética que no deja indiferente a nadie.
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