Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Dos héroes palmeros. Francisco Díaz Pimienta, hijo. (II)

Jueves, 31 de enero de 2008
Jose G. Rodríguez Escudero
Publicado en el n.º 194

Semanas atrás nuestro colaborador palmero nos dio a conocer al Díaz Pimienta padre. Ahora toca su hijo, el General y Almirante de la Armada de Indias, con varios años de lucha por los mares de América y el Mundo.

Captura de un galeón de Indias.

Viene de aquí.


Infancia y educación.

El 14 de agosto de 1594 nació en el Valle de Tazacorte del antiguo reino de Aridane, hoy Los Llanos, un hijo de padres innotos, pero que al ser bautizado en la parroquia de los Remedios con el nombre de Francisco, fue reconocido por el Capitán Díaz Pimienta como hijo natural suyo. Después de estas palabras, el cronista Lorenzo Rodríguez añade: si alguna persona se sintiere agraviada con esta declaración, culpe á la historia y no á nuestra pluma. En el baptisterio de dicho templo aún se conserva una lápida que reza: AQVI FVE BAVTIÇADO EL SEÑOR D. FRANCISCO DIAZ PIMIENTA GENERAL Y ALMIRANTE DE LA REAL ARMADA DE INDIAS, CAVALLERO DEL HABITO DE SANTIAGO, MARQVES DE VILLARREAL DE BVRRIEL EL QVAL FENECIO GLORIOFAMENTE FVS DIAS EN EL SITIO DE BARCELONA Y AÑO DEL SEÑOR 1652.

Pila de bautizo del General Díaz Pimienta hijo, en Los Llanos de Aridane (La Palma).
 Pila de bautizo de Díaz Pimienta hijo en Los Llanos.
Su padre no le nombra como hijo natural en las últimas voluntades que otorgó mancomunadamente con su mujer. Sí dispuso sobre el futuro del adolescente, al que, velando por sus estudios le estamos sustentando y alimentando y el susodicho se aplica a la virtud y trabaja en el para en adelante con nuestra pretensión de ser de misa y graduado y le asignó una sustanciosa manda para que se le pague todo ello de nuestros bienes porque se lo damos por via de alimentos y caridad atento a que es pobre y por falta de limosna no deje de ir con sus estudios adelante.

Este hijo del misterio recibió una esmerada educación de su padre. Después de una infancia de la que sólo se sabe que estuvo en Garachico (Tenerife), en casa de unos tíos que lo criaron algunos años con amor y afecto de padres, se le ve aparecer en Sevilla en 1610. En esta ciudad, a la sazón centro de la negociación ultramarina y asiento de la famosa Casa de la Contratación de las Indias y de la Universidad de mareantes y mercaderes, el que había de ser, andando los años, uno de los primeros generales de su tiempo, cumpliendo pretensión paterna, se aplica … y trabaja… para ser de misa y graduado. (Testamento mancomunado de Díaz Pimienta, padre, y de Beatriz Rodríguez de Acosta, 12 de febrero de 1610).

Se decía que ya a los 14 años traducía obras de Tito Livio y Quinto Curcio con facilidad pasmosa. Los hechos de armas que refieren estos afamados autores y las narraciones que su padre le hiciera de la célebre Batalla naval de Lepanto, influyeron tan poderosamente en el carácter de Díaz Pimienta, hijo, al punto de ingresar en la marina de guerra. Su progenitor trató de convencerlo para que continuase con su carrera eclesiástica. Así, siguió entregado a los estudios teológicos en Sevilla. No debía de venirle muy a gusto la disciplina eclesiástica, no obstante llevarla con lustre como hombre principal e hijo de tal, cuando le vemos aprovechar la libertad que le da la muerte de su padre en 1610.


Carrera militar y aventuras.

Sin ataduras ya, dejó los estudios y se trasladó a Cartagena donde ingresó como Guardia Marina (ó su equivalente) en la Armada. A petición propia, fue enviado a Flandes para hacer su primera campaña.

Allí, su valor y humildad hizo que le ascendieran al empleo de alférez. Como curiosidad, diremos que le llamaban el isleño. Pasó a escoltar los navíos de la carrera de Indias y pronto consigue emplear en ella galeones de su propiedad.


 Captura de un galeón de Indias.

Se cuenta que, en una ocasión, el Comandante del buque cayó al agua y fue salvado del terrible oleaje por Díaz Pimienta. La tripulación le lanzaba toneles, gracias a los cuales pudo salvar su vida y la de su superior. Siguió distinguiéndose en numerosas hazañas, como algunos abordajes contra barcos holandeses y en escaramuzas de guerra en las costas de Flandes. Como premio se le dio el mando de uno de ellos que participaba en la flota bajo las órdenes del Marqués de Andújar. Así, salieron á convoyar los ricos galeones que, desde el Perú, se dirigían á España. El valiente marinero evitó en varias ocasiones que poderosos cruceros ingleses se apoderaran del botín. Incluso, en cierta ocasión, para evitar el robo del cargamento de barras de oro, cerca de las costas gallegas, atacó con éxito a dos navíos ingleses. Su entrada victoriosa en El Ferrol fue muy famosa.

El azaroso tornaviaje de 1626, en el cual es posible que vinieran a la Península dos galeones, da ocasión al isleño para acabar de acreditarse como marino y como guerrero. Toda la travesía fue una constante lucha contra las tempestades y con los enemigos, y al final, para colmo, toman por infieles a las naves de don Fadrique de Toledo, que habían salido a recibirlos.

                    Luego el capitán Pimienta
                    Se partió a reconocellos
                    En su galeón San Esteban.
                    Y como vieron venir
                    Algunas urcas flamencas,,
                    Les pareció que serían
                    Infieles, pero las señas
                    Que estaban determinaedas
                    Venció luego la sospecha.


Méritos.

El Gobierno español, consciente de la valía del palmero, no dudó en enviarlo a las Américas para que persiguiera a los piratas. Allí continuaron sus proezas y victorias. En La Habana aprestó tres naves con las que zarpó hacia Santo Domingo, con intento de destruir el establecimiento de los Forbantes de la isla Tortuga. La estupidez del gobernador de la isla española, que puso todas las trabas y dificultades del mundo, hizo que los bucaneros, avisados, huyeran despavoridos. Sin embargo, de este aborto involuntario contra los piratas, el valeroso hijo de la isla de San Miguel de La Palma siguió prestando varios y más servicios á la Nación.

Otro ejemplo fue el brillante auxilio que prestó al Gobernador de Maracaibo. Tras la llegada del buque de Díaz Pimienta a aquella ciudad, asediada por los filibusteros, este militar luchó hasta apoderarse del fortín que los españoles habían abandonado. Con los cañones logró expulsar a los corsarios. Fue distinguido en los galeones de escolta en las Antillas.

Recién llegado a España, recibe la orden de embarcar nuevamente para América en la flota que sale de Cádiz el 12 de mayo de 1633 con encargo de desalojar a los corsarios de la isla de San Martín. En esta empresa, y en expediciones a las costas brasileñas, objeto de las miras de la Compañía de las Indias, emplea bastantes meses.
 
Tras varios años de luchas y éxitos en todos los mares de América, testigos también de las proezas de su padre, regresó a España en 1634, donde una enfermedad de pecho le obligó a permanecer en tierra firme varios años. En Portugalete (Vizcaya) se casó con una noble dama castellana llamada doña Aldonza de Bellecilla (o Vallecilla), descendiente de los Marqueses de Villa Real. Su suegro, don Martín de Vallecilla, era Caballero de la Orden de Santiago y superintendente de fábricas y plantíos del Señorío de Vizcaya por Su Majestad. Tuvieron cuatro hijos: Francisco y Martín José, que llegaron a vestir los hábitos de Santiago y Calatrava, respectivamente, y Nicolás y Teresa, que profesaron, uno en la Orden Calzada de la Merced y la otra en el convento de Santa Clara de Guadalajara.

En Sevilla había recibido los despachos de General y Almirante de la Armada de Indias, altísima distinción con la que el Rey Felipe IV quiso premiar su brillante carrera y relevantes servicios. Con el mando de la escuadra del Mar Océano pasa a Menorca con patentes de portanveces de General gobernador y Capitán general de la isla. Allí mejora todas las fortificaciones insulares, sobre todo las del puerto de Fornells, que reciben con él un gran adelanto. Decide hacerse a la mar con su escuadra y pone el gobierno de la isla en manos del general Pedro de Guevara.


 Mapa de la zona central de la pirateria de Indias.

En 1639 abandona Mahón. Parte desde Lisboa al Nuevo Mundo con la Armada compuesta por 42 velas. Sufre una epidemia en Cabo Verde y continúa hasta Bahía de Todos los Santos. En enero llega cerca de Arrecife. Estaba sitiada por los holandeses, pero “considerando infecundo todo sacrificio”, abandonan la misión de conquistarla.

En 1641 se produjo el suceso que había de darle su mayor gloria: la conquista de la isla de Santa Catalina. Su escuadra llegó a Santo Domingo. Allí se enteró de que la isla de la Providencia, también llamada de Santa Catalina, estaba bajo el poder de los malvados saqueadores. El valiente almirante y sus hombres lograron echar a los ingleses de la isla con la fuerza de sus armas y recogiendo prisioneros, despojos y un rico botín. Al año siguiente regresó a Cádiz con sus galeones cargados de dinero. El monarca español, en premio de esta hazaña, le hizo merced del Hábito de Santiago.

Existe un documento, recogido por Lorenzo Rodríguez, en el que doña Lucía Díaz Pimienta decía: (…) que por orden de S. Majestad (Dios le guarde) fue á las Indias á traer el dinero D. Francisco Díaz Pimienta, mi hermano, el año pasado de 1641, y que el ínterin llegaba el tiempo de traer la plata á España, desalojó á los ingleses que ocupaban la isla de Santa Catalina, que estaba a treinta leguas de Cartajena. El dicho general, mi hermano, con la dicha órden de S.M. fue con su armada y desalojó á los ingleses por fuerza de armas con el favor de Dios; y despues de haberlos rendido, entre los despojos que de ellos hubo fueron banderas, de las cuales me ha enviado dos y la descripción de la dicha isla de Santa Catalina para que se pongan en hacimiento de gracias en nuestra capilla de Santa Ana, sita en la parroquia del San Salvador, de esta ciudad, que edificó y dotó con muchas memorias el referido nuestro padre Francisco Díaz Pimienta (…). Este curioso documento, enviado por la dama al Vicario de la Isla (y cuyo original se encontraba en el archivo del Marqués de Guisla Ghiselin, amigo del cronista), seguía así: (…) pues todo lo que en este asunto digo es público y notorio, pública voz y fama (...) para finalizar con la petición de pagar dos misas cantadas con diácono y subdiácono, una al Espíritu Santo y otra a nuestra Señora Santa Ana. El 25 de enero de 1644 fueron colocados los obsequios en la capilla después de una solemne función religiosa con gran concurso de pueblo. Un botín que el Gobierno de la Nación reclamó en 1850 para que fuesen colocadas en el Museo Naval de Madrid, pero desgraciadamente no existían ya ni la una ni las otras.

A los títulos de General y Almirante de la Armada nacional agregó los de Consejero de Guerra y Señor de Puerto Real (villa fundada por los Reyes Católicos y que compró a la Corona en 1646). Su presencia en el Mediterráneo fue muy distinguida en defensa de las ciudades rivereñas de La Toscaza.


Su heroico final y su recuerdo.

Su nombre, querido y respetado por los suyos, fue temido de las demás naciones de Europa, porque el Pabellón de Castilla ondeó siempre con gloria en el mástil de su buque. No hubo combate naval ni hecho alguno de armas en su tiempo, en los que nuestro General-Almirante no tomara parte activa y saliera vencedor; pero desgraciadamente en 1652, en aquel tenáz y sangriento sitio de catorce meses que sufrió Barcelona, una bala de arcabúz, hiriéndole en el pecho, le quitó la vida antes que la plaza se sometiera, cuya batalla se ganó al fin, no por la fuerza de las armas, sino por el respeto y admiración que inspiraba á todos la persona de Díaz Pimienta. Y decimos que bastó el nombre del General-Almirante para que la capital del principado se sometiera, porque la noticia de su muerte, noticia que causó honda pena á los rebeldes que defendían la plaza, no trascendió al público hasta después de rendida ésta.

Tras su muerte, ocurrida en defensa de la integridad nacional, las cenizas del Hijo ilustre de La Palma fueron depositadas en el sepulcro de la ermita barcelonesa de San Andrés, propiedad y patronato de la casa de los Marqueses de Villa Real. Algunos autores han querido usurpar a La Palma la gloria de ser la patria del almirante, argumentando que nació en La Habana. Así se leía en un Diccionario enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias y Artes.

El alcalde y cronista Lorenzo Rodríguez decía en 1901 cuyo título posee actualmente el Sr. D. Luis Díaz Pimienta, vecino de Madrid, que retiene los apellidos del héroe de la isla de Santa Catalina, fundador de su casa.

El Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, para perpetuar la memoria de estos ilustres varones, padre e hijo, que tantos días de gloria dieron a su patria, acordó el 3 de noviembre de 1894 dar el nombre de Díaz Pimienta a la antigua calle de la Cuna, por ser tradición que en la casa número 14 vivió el soldado de Lepanto. Si embargo, el mismo investigador palmero escribía que en un documento del siglo XVI había visto que la casa del Capitán era la número 20 de la antigua Calle Real del Puerto, hoy O’Daly.


Bibliografía.

LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista. Noticias para la Historia de La Palma, Santa Cruz de La Palma-La Laguna, 1975.
- Idem. Notas biográficas de Palmeros Distinguidos, Impr. Diario de Avisos, Santa Cruz de La Palma, 1901.
PÉREZ GARCÍA, Jaime. Fastos Biográficos de La Palma, CajaCanarias, Santa Cruz de Tenerife 1985.
- Idem. Casas y Familias de una Ciudad Histórica: la Calle Real de Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de La Palma, Excmo. Cabildo de La Palma, Colegio de Arquitectos, Madrid, 1995.
PÉREZ VIDAL, José. El Almirante Díaz Pimienta, Excmo. Cabildo Insular de La Palma, Madrid, 1982.
El Ramillete de Canarias, Semanario de Literatura, Santa Cruz de Tenerife, 1866.
WAMGÜEMERT Y POGGIO, José. Don Francisco Díaz Pimienta y su época, Santa Cruz de Tenerife, 1990.


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