Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

La razón de un pueblo de mayores a niños. III Encuentro Internacional de Improvisadores de Corralejo.

Viernes, 25 de julio de 2008
Redacción BienMeSabe
Publicado en el n.º 219

Y ya van tres. Estas son las ediciones hasta ahora del Encuentro Internacional de Improvisadores de Corralejo. No será la tercera la vencida, pero no cabe duda de que el pueblo y las casas históricas que le pertenecen tienen cada vez más razón; o, para mejor decir, día a día queda más claro lo que todos ellos y todas ellas saben desde el principio: que las casas tienen una historia, que esa historia es suya y que nada ni nadie va a poner una loza al sentimiento y sentido de pertenencia de sus verdaderos propietarios. El Encuentro Internacional renueva las energías, otro año más, desde la fiesta del canto y la palabra que no olvida la reivindicación, de una causa más que justa por el Casco Viejo de los vecinos y las vecinas de este enclave majorero del municipio de La Oliva.

Díaz Pimienta Y Yeray Rodríguez con niños que miran.

 

El viernes se daba la rueda de prensa sobre esta nueva edición, que organiza el Colectivo de Afectados por el Casco Viejo de Corralejo, con el que colaboran el Ayuntamiento de La Oliva, el Cabildo de Fuerteventura y el Gobierno de Canarias. En ella daban la cara algunos de los participantes y se llevaba a cabo el empujoncito informativo de lo que iba a ser la jornada del sábado 19 de julio, o sea, la celebración, en medio de las Fiestas del Carmen marineras, del III Encuentro Internacional de Improvisadores de Corralejo.
 
El cartel de artistas seguía siendo otra vez inmejorable, como las dos ediciones anteriores: por Cuba estaban el conocido improvisador Orlando Laguardia y el no menos admirado Alexis Díaz Pimienta, que repetía. Y si el año pasado le tocó a México con Guillermo Velázquez y sus leones, ahora era Colombia la que sumaba la representación de la palabra poética latinoamericana en las personas de Jonh Alexander Cardona Picaflor y Edwin Janir Giraldo Radioloco. En representación de las Canarias, tampoco se podía pedir menos: Carmelo Padrón y Juan Luis Barrera (El Hierro), Yurena Cubas (Lanzarote), Ayose Cabrera y Domingo Umpiérrez El Cuco (Fuerteventura), así como el todoterreno Yeray Rodríguez por la isla de Gran Canaria.

Para el acompañamiento musical de la improvisación (que casi siempre nos pasa desapercibido), esta nueva edición también adquiría significativas manos. Estaban Javier Cerpa y Samuel Pérez por la isla granacanaria; Tomás Perera y Pedro Umpiérrez por la anfitriona de Fuerteventura.

Todo a punto, todo listo: poco más de las 12:30 horas del sábado soleado, los cuerpos se trasladaban al Muelle Chico y, con ellos, las ganas y la expectación de lo que se avecinaba.


Los colombianos Picaflor y Radioloco en el Muelle Chico de Corralejo.
 Los colombianos Picaflor y Radioloco en el Muelle Chico.
 
 


Un aperitivo con sol vertical: y la palabra a pie de calle. Muelle Chico.
 
Ya conocemos que este Festival tiene una primera parte en la jornada, introductoria y de invitación, que se celebra, al cobijo de la isla de Lobos de fondo, en el Muelle Chico de Corralejo. Todos los artistas que por la tarde se darán cita en el lugar de encuentro de la Plaza Patricio Calero, desfilan por el escenario, al son de la marea y su ambiente, dando un pequeño bocado al público asistente, e incitando de esta forma a la jornada del atardecer donde ya las maneras de la improvisación surgen recias y decididas.

Pues así fue: en un día brillante, con sol vertical de lleno en las cabezas de los poetas, músicos y espectadores, entraron los majoreros, entró la conejera, llegaron los herreños, siguieron los cubanos y desembocaron, no ya en el escenario sino a la altura horizontal de la gente que disfrutaba, en el suelo, en la calle misma, los colombianos que, al son de su música y sus estrofas de ocho sílabas (cuatro más cuatro), se ganaban el entusiasmo del personal de toda edad que allí contemplaba el arte de la palabra musicada. Yeray Rodríguez no quedó detrás ni por atrás y, siempre al tanto de los centros y los alrededores del Festival, se convertía no sólo en artista invitado, sino igualmente en el coordinador de toda la jornada, presentando y animando, dando pie y cantando, improvisando y tocando.

En el Muelle del pueblo algo volvía a pasar, amén del ambiente playero de sus circunstancias: algo más que el disfrute de un día veraniego, algo más que el gozo de una copa al compás de la conversación de las terrazas. Todo ello y algo más: los edificios históricos de alrededor, y sus habitantes, volvían a recordar que la improvisación descarada de algunos interesados en enriquecerse era para ellos la desconfianza; y que en este nuevo sábado de otro nuevo momento ponían la confianza en la improvisación de los poetas, en la improvisación de un arte elevado con sonrisa de justicia.



 Los artistas en la despedida del Muelle Chico.
 
 


El sol cae: se enerva la música y la palabra. La Plaza.
 
El final en el Muelle Chico es un hasta después en Patricio Calero. A eso de las 19:30 horas, el espacio de reunión de la plaza comienza a tomar la figura de un teatro donde, a pesar del escenario, los actores son todos los presentes: quien haya comprendido bien el espíritu de este acto, sabe que ni la voz es exclusiva de los poetas ni ellos tendrían palabra sin la inspiración de los presentes con sus causas.

La Plaza, el espacio de encuentro y de decisiones por antonomasia, se hace grupo. El Corralejo del turismo desinteresado, el Corralejo de puertas afuera es inexistente: los actores saben a lo que han venido, por eso -y a pesar de las apariencias de sus posturas sentadas o acomodadas- se tornan personas activas que piensan lo que los artistas dicen, que se erizan con las notas escuchadas y que ríen y sonríen en cada golpe de voz. Los gestos de sus cuerpos en el aplauso o en el asombro de lo que sienten, sus ademanes en la identificación que palpan en ese ambiente, hacen del Casco Viejo un lugar con nombres propios, un sitio familiar, una casa donde no tienen cabida los aguafiestas ni los ignorantes: todo el que por allí pasa, al poco que se quede, se da cuenta de que el espectáculo tiene una causa, y que la causa es justa.

Patricio Calero rebosa como la luna llena, un año más. Y la presencia de tanto público hace confundir en las miradas quién anda de pie, quién permanece sentado. El público que se agolpa y se empieza a mover en el arte de la palabra se hace uno con los poetas, y todo fluye, todo fluye delicadamente hasta la entraña que da fuerza para seguir en la batalla de esa cruz que algunos han querido para con los comunes, pero que de crucificados tendrán poco a medida que los tribunales sigan dando la razón a quien la tiene.

Tomás Perera y Pedro Umpiérrez, guitarra y timple, acompañaban las voces de nuestras islas orientales al son de la polca. Yurena Cubas, que ya anunciábamos en ediciones anteriores lo que prometía -y aquí lo confirmamos-, andaba en el escenario con otra palabra de promesa de Lajares, Ayose Cabrera, también ya familiar por estos entornos. Las agrupaciones de cuatro versos cantados resonaban como nunca para comenzar la tarde-noche con aire joven por todos los lados, tanto en los instrumentos como en los cantares. La juventud de Ayose quedaba y entraba la madurez de El Cuco siempre sorprendente: así formaban en ese momento un dueto majorero con cuerdas majoreras donde se podía vislumbrar los traspasos de arte de una generación a otra en la isla de Fuertenventura. Con lo que: hay futuro.

La voz llena del presente pero llena de historia de Domingo Umpiérrez El Cuco en solitario, dejaba paso al comienzo de una de las novedades de este año. Dos herreños, tambor en mano, se unían a la causa con sus tintes particulares musicales. Con el ritmo de La Meda y otros, propios de la tradición herreña, improvisaban versos que, como casi siempre, sonaban a ancestralidad, eso sí, ahora hechos actualidad en Corralejo: así se muestra lo viva que está una historia, cuando sus protagonistas adquieren un legado histórico y son capaces de arribar en el presente haciéndolo vibrar. Eso vislumbra también futuro en dichas tradiciones. No hubo nadie que no se sorprendiera, positivamente, de lo que allí, con Carmelo Padrón y Juan Luis Barrera, se disfrutaba.



 Los herreños en la Plaza Patricio Calero.

 

Repitieron poco después los herreños con Ayose Cabrera, y en esa imagen con palabras llenas de música, El Hierro y Fuerteventura se daban la mano, y hacían de todas las islas Canarias una, un pueblo en la razón del pueblo de Corralejo, abrazadas en los jóvenes de las islas “de los extremos”, de los márgenes que allí se hacían el centro de todo. También tuvo su participación improvisada Expedito Suárez (Valsequillo, Gran Canaria); y al poco se adentró el multifacético Yeray Rodríguez, solo por el nuevo escenario, dando pie a la entrada de la importantísima tradición cubana de la décima improvisada con Orlando Laguardia, que nos deleitó con el poema en décimas del “amigo del tic nervioso”, conocido ya por Canarias en su voz de años anteriores, pero no por ello menos divertido.

Así, con Javier Cerpa a la guitarra, dos nuevos titanes de la improvisación de puntos cubanos entraban en escena. El nombrado Yeray Rodríguez y el conocido ya por este rincón de La Oliva Alexis Díaz Pimienta, uno de los mejores poetas que ha dado Cuba, sin lugar a dudas. Y así lo demostraron, y así quedó grabado en las retinas de todas y todos. En ellos observamos esa magia que la improvisación porta, y que se nos ofrece como una aparente contradicción, pero solo aparente: sabemos que son ambos grandes poetas, con lo que si lo hacen bien no nos sorprendería; sin embargo, siempre sorprenden, siempre asombran, siempre se muestra inédito este genio que los caracteriza. Y Corralejo, que lleva ya años escuchándolos, se dio cuenta de esta magia.

Yeray se retira al fondo con el laúd, y entra Laguardia de nuevo para sumar la cubanía de sus cantos a la cubanía de los de Díaz Pimienta -hacía tiempo que no se encontraban-, y así entregarse a fondo en el espectáculo. La veteranía llena de vida de Laguardia se unía a la maestría repleta de madurez de Díaz Pimienta, generando versos en diferentes ritmos que son practicados en la isla caribeña, también, tan bien, puestos al servicio del Casco Viejo; y haciendo con todo ello un cóctel explosivo para los ojos de un público otra edición más cargado del entusiasmo que le inyectan los cantores.

Iba acabando, en noche repleta ya, el Festival. Parecía que ya no había tiempo ni motivo para otra nueva sorpresa. Pero como la sorpresa es sorpresa y no otra cosa, llegaron los colombianos en compañía de los músicos nombrados más Samuel Pérez y su acordeón: Jonh Alexander Cardona Picaflor y Edwin Janir Giraldo Radioloco. Y para qué fue aquello. Sus ritmos y su imagen tienden casi, en ocasiones, a un cierto rapeo unido a atractiva poesía. Al poco de empezar quedaba nítido que son excelentes artistas de la palabra. Pero no sólo eso: además, son capaces de poner a todo el personal en pie, yendo desde asuntos como su estancia por las Canarias, pasando por la situación política y social de Colombia (es de recibo decir que había un buen número de colombianos y colombianas en el público, con sus respectivas banderas del país), bromeando con Orlando Laguardia y con los otros artistas, y derivando en el problema concreto del Casco Viejo. Absolutamente, pusieron la guinda final deliciosa a un nuevo encuentro que acababa con todos los participantes en el escenario y todo el público en pie, mientras se amenizaba e improvisaba con el Se va el Caimán ya hecho coro por todo Corralejo, desde la Plaza que cantaba y al través de sus calles que tarareaban.



 Final de la tercera edición del Festival.
 
 

Terminando y continuando.
 
El escenario en el Muelle Chico ha cambiado su ubicación; la Plaza ya no es la que era, y el escenario ahora se ha transformado por las nuevas obras. Cambia el paisaje así como cumplimos edad, y los viejos son más viejos, y todas y todos somos más mayores… y las nuevas generaciones se multiplican.

Si algo pasa en este Festival cada año, entre tanto que habría que comentar, es que la convocatoria aúna a múltiples generaciones de Corralejo y de Fuerteventura. Y esa unión se debe a un motivo justo. Cambia el paisaje, cambiamos todos, pero la razón del pueblo es la misma.

Este año era significativa la presencia de muchas niñas y muchos niños a rente del escenario. Ellos, algo inconscientes, están mamando sin pretenderlo el sentido último de lo que quiere este Festival Internacional de Improvisadores: dar voz, y bastante de alegría, a los afectados directos del Casco Viejo de Corralejo. Porque no hay lucha sin esperanza y sin sonrisa, y esto es lo que vienen a decir cada año las voces unidas que parten desde La Oliva, se adentran en Fuerteventura, avanzan por el archipiélago y se expanden al mundo en la palabra poética.

La inocencia de esos niños y esas niñas chupan ya, y recogen así, la razón de muchos mayores que, seguramente, no podrán ver en vida la confirmación legal de la razón que ya saben que tienen. Todavía quedan más festivales, estos festivales que -insistimos- se están convirtiendo (aunque algunos medios no se hagan eco de ello) en una de las iniciativas más interesantes del movimiento cultural canario actual; sobre todo, y más que nada, porque el arte va de la mano de la justicia social, y eso sí que no vende en nuestra sociedad presente. De la mano quedan, así, los nietos y sus abuelos, las primas y las hijas: la justa razón del pueblo de Corralejo.
 
 


Algunas fotos.



 Los cubanos acompañados por Yeray Rodríguez y Javier Cerpa.



 Ambiente en el Muelle Chico.



 Ayose Cabrera y Yurena Cubas, acompañados por los músicos majoreros.



 Domingo Umpiérrez El Cuco.



 Expedito Suárez.



 Ayose Cabrera con Carmelo Padrón y Juan Luis Barrera.



 Yeray Rodríguez, con Javier Cerpa a la guitarra.



 Alexis Díaz Pimienta y Yeray Rodríguez.



 Díaz, Laguardia y Rodríguez.



 Picaflor y Radioloco en Patricio Calero.



 El colombiano improvisa para Orlando Laguardia.



 Los músicos.



 El público.



 Final.
 
 
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