Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Hablemos español. Migraciones canarias.

Martes, 4 de noviembre de 2008
Luz Nereida Pérez
Publicado en el n.º 234

Es relativamente frecuente encontrar textos en los que nos hacen saber las influencias que ha recibido el singular español hablado en Canarias. El texto que les presentamos hoy, en cambio, nos sugiere las influencias que ha tenido nuestra modalidad lingüística en el español hablado en la isla de Puerto Rico.

Instantánea del un video sobre la influencia de los canarios en la isla de Puerto Rico.

Llegaron desde sus tierras españolas con mirada hacia el poniente a las nuestras, de un archipiélago montañoso de formación volcánica a otro de características similares. Arribaron en oleadas, la primera de las cuales fue para el 1536; llegando otra de mayor fuerza para el 1695. Se ubicaron en tierras antillanas: en la hermana República Dominicana, sirvieron de freno a la ocupación francesa y se dedicaron al ganado y al tabaco; en Puerto Rico, realizaron su primer poblamiento en Río Piedras, trasladaron a estas tierras el culto a La Candelaria y fueron los pioneros del trabajo de la caña. Nos dejaron toponimia como el denominar los lugares como altos o bajos: Toa Alta, Toa Baja, Vega Alta, Vega Baja; Hatillo, Aguadilla, Quebradillas… Fundamentalmente concentrados en el norte, un poco hacia el centro y hacia el oeste de nuestra isla grande -Puerto Rico-, nos dejaron también apellidos: Amador, Chávez, Acosta, Aguiar, Borges, Dones, Fragoso, Jiménez, Machado, Marrero, Silva, Sosa

De latín canis -perro- proviene el nombre para este archipiélago ubicado en el Océano Atlántico a 60 millas al noroeste de África. Su nombre surge por la abundancia de perros en estas islas en épocas antiguas y está compuesto por Fuerteventura, La Gomera, Gran Canaria, El Hierro, Lanzarote, La Palma y Tenerife. Estas islas constituyen a su vez dos provincias de España denominadas Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, y dos capitales que reciben los nombres de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. El conjunto de estas islas da nombre a las aves conocidas como canarios y a la flor que comúnmente identificamos en Puerto Rico como canaria.

Hoy quedan claros reductos de su fuerte presencia en nuestra formación como nación, los que se perciben en nuestra modalidad boricua del habla que, como ha afirmado el aiboniteño Manuel Álvarez Nazario, no difiere apenas del habla cotidiana de los canarios:


El hijo de nuestro país que recorre los caminos de Gran Canaria y Tenerife, por ejemplo, oye un habla de entonación tan cercana a la suya, apoyada además en rasgos fonéticos, gramaticales y léxicos de tantas coincidencias, con lo íntimo particular de su isla, que llega a tener por momentos la impresión de no haber salido de su propia tierra.



Coincidencias de pronunciación tales como la sustitución de i en lugar de la e como en nochi, por noche; vinagri o lechi por vinagre o leche; sustitución de u por o como en amarillitu por amarillito y toditu por todito; el decir bíhne por virgen. También se dan tendencias sintácticas y preferencias de tiempos verbales que son de claro influjo canario. Pero donde más se aprecia su presencia es en nuestras particularidades léxicas, aunque muchas de ellas igualmente se dan en la Península Ibérica, pero según los estudios lingüísticos parecen arrancar y llegar a Puerto Rico directamente de las Islas Canarias.


Isleño en la isla americana de Puerto Rico.
Isleño en Puerto Rico. Instantánea de un video de YouTube



En nuestro vocabulario cotidiano se percibe la presencia canaria en voces tales como chubasco -súbita caída de lluvia-, de donde deriva el acto de enchumbarse, virazón-barrunto -mal tiempo, precursor de lluvia-. Se aprecia igualmente en el denominar a una mata pequeña como matojo, al molusco gelatinoso como aguaviva y al niño inquieto como jiribilla. Son señaladas también como canarias, por parte de Álvarez Nazario en su Historia de la lengua española en Puerto Rico, palabras tales como atacuñarse -llenarse de comida-, ajumarse -emborracharse-, trancar la puerta -por cerrarla-. El llamar pileta al lavadero, fósforo a la cerilla, chiquero a la pocilga, apelar a una persona mediante el uso de voces como cristiano o maestro, aludir al recado como mandado, a la boda como casorio, llamar chinchal al tenducho y purruchada a la gran cantidad de dinero... son también influencias canarias en el habla cotidiana boricua, según el citado lingüista. Nos dejaron también otras voces de trazo despectivo tales como gallito para el hombre peleón, mamalón, parejero y parejería, bambalán, cerrero

Los guanches y las guanchas, como se conoce a los canarios, dejaron su influjo en nuestra fraseología cotidiana de las que se recogen muchas en el libro de Álvarez Nazario tales como estar vivito y coleando, estar grueso y colora’o, caerse las alas del corazón, hacerse el loco, no levantar los pies del suelo, el toma y daca, del tingo al tango, como el que no quiere la cosa, no ser muy allá, pegar a trabajar, el ¿noverdá?, y a mí que me parta un rayo.

Como síntesis a su capítulo dedicado a la aportación dialectal de los canarios en tierras boricuas, señala Álvarez Nazario que puede apreciarse en los estudios lingüísticos la clara influencia del español llamado meridional que arranca de la región andaluza traducido y tamizado a través del habla canaria para conformar un habla regional boricua con fundamento isleño canario, influjos que nos llegan precisamente en el momento cuando desarrolla y consolida sus perfiles de permanencia la sociedad puertorriqueña, siendo, pues, lo canario, junto a lo taíno y lo africano, un componente más en el crisol de forja de la Nación Puertorriqueña.


Este texto ha sido previamente publicado en el Semanario Claridad, de San Juan de Puerto Rico.


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