1.- Antecedentes.
Conocemos dos antecedentes que desembocaron en el
encargo, por parte del Ayuntamiento, de la indumentaria de manto y saya, de
color negro y con destino a que lo luciera anualmente la Reina de
Unos años después, la indumentaria de manto y saya
se oficializa por el Ayuntamiento. En el expediente de mandamiento de pago
número 800, de 9 de agosto de 1958, se determina, en concepto de Créditos que
se reconozcan, satisfacer la cantidad de 3.328,30 pesetas al Sr. Alcalde
Accidental Don Manuel Pérez Acosta, para atender el pago de la adquisición de
los diversos artículos y mano de obra de confección de un traje típico de Los
Llanos de Aridane, según acuerdo de
Magdalena Sierra con manto y saya en 1943.
2.- La tapada y el manto y saya.
La tapada consiste en utilizar el manto para envolver cabeza, pecho y rostro de la mujer. Se trata, pues, de una acción voluntaria para esconder y ocultar la identidad personal bajo el anonimato, en la mayoría de los casos, no falto de coquetería y embrujo ante el varón. La diferencia entre la tapada y el manto y saya consiste básicamente en que, en el primer caso, es necesario un gesto, una acción de ocultar el rostro (tanto saya como manto de color negro) sin sombrero; en el segundo caso, el rostro va descubierto, se emplean diferentes colores en el manto y la falda, el primero se coloca sobre los hombros o la cabeza y, en ambas versiones, no se prescinde del sombrero. Claramente, esta última es una variante tardía de la primera, si bien ambas debieron convivir conjuntamente en el siglo XIX.
Existen dos modos de utilizar el manto: a) se concibe como una pieza
separada, ajustada a la cintura por una cinta; y b) consiste en utilizar una
de las tres sayas (hoy falda) a modo de manto, elevándola sobre la cabeza o
los hombros. En
El traje de mujer de Los Llanos de Aridane se compone de tres piezas principales: la saya (falda), el manto y la camisa. El manto, al contrario que otras variantes, va separado y se ajusta de atrás hacia delante con una cinta. La falda o saya discurre en todo su contorno en anchos pliegues y sin barredera. El manto, en este caso, no es una doble falda. Es pieza separada con un extremo plegado, muy menudo. Va sujeto con una cinta alrededor de la cintura (que no se ve a simple vista) y abre espléndidamente en la espalda a modo de abanico al sujetar el extremo contrario por otra cinta bajo la nuca y una fina almohadilla sobre la cabeza. Una cinta o cordón negro une las muñecas con el manto, favoreciendo la elegancia y el despliegue henchido del manto cuando camina quien lo luce.
Las tres piezas son de color negro, salvo los puños o puñetas y la gárgola de fino encaje de blonda que ribetea el escote (en corte bandeja) y la espalda. Como complemento, la dama viste hermosos pendientes, rosario de oro y un gran abanico. Esta manera de lucir el manto y saya concuerda (diríamos que con exactitud) con la descripción del grancanario Domingo J. Navarro Pastrana (1803-1896) de 1895: El manto era una holgada toca de alepín negro que, menudamente plegada a la cintura, cubría el medio cuerpo tapando la cabeza, la cara y el pecho. La saya de la misma tela y color se ajustaba también a la cintura y descendía con anchos pliegues hasta los pies. Queda claro a partir de esta descripción que el traje era de color negro, el manto se vestía plegado desde las caderas, es decir, desde la cintura se subía a la cabeza (tal y como ocurre con el de Los Llanos de Aridane) e, incluso, la falda con anchos pliegues. La parte más bella de esta peculiar indumentaria femenina, con rica seda negra, la constituye el plisado del manto, abierto en forma de abanico a la espalda de la mujer. Para estudiosos de la indumentaria, el color negro simboliza la austeridad, el poder y también la muerte.
3.- Iconografía y evolución a lo largo del tiempo.
Entre los más conocidos dibujos de tapadas con manto y saya del Archipiélago, se encuentra una espléndida acuarela del francés Nicolás Baudin (1754-1803). Baudin visitó Canarias en 1796. De esa campaña se conserva una lámina de mujer ataviada con manto y saya de color negro y se compone de tres piezas fundamentales: falda en pliegues, blusa ajustada al cuerpo terminando en pico sobre el estómago y rematada desde el pecho a modo de anchos tirantes blancos sobre los hombros y manto, que sube desde las caderas y cubre la cabeza. Puede apreciarse que el manto es una pieza totalmente separada de la falda. Otros interesantes testimonios gráficos idénticos al de Baudin y a la descripción de Domingo J. Navarro son las ilustraciones de Alfred Diston, fechadas en 1824 y 1829.
Acuarela de Nicolás Baudin. 1796
Esta indumentaria de la mujer (reconocida
también por los nombres de tapada de un ojo, cobijado o encubierta) fue
un atuendo prohibido por varias pragmáticas de los Austrias
y de los Borbones de los años 1590, 1600, 1633 y 1770. Como ha ocurrido con otras tantas
disposiciones regias, éstas no debieron calar muy hondo en
En nuestra opinión, la llamada tapada corresponde a la mujer que viste manto y saya utilizando el manto para ocultar su rostro en picarona muestra de coquetería. Es decir, ambas denominaciones son una misma cosa, aunque con el transcurso de los años la ancestral tapada del siglo XVI diera lugar al llamado manto y saya del XIX, centuria en la que se incorpora el sombrero y el manto se deja caer libremente sobre pecho y hombros, apreciándose el rostro o, por el contrario, se coloca sobre los hombros. El sombrero bien pudiera funcionar como sujeción del manto sobre la cabeza o como mero modismo de la época.
Las láminas del palmero Juan Bautista
Fierro, datadas en 1860, constituyen unas de las primeras muestras gráficas del manto y saya en
Ilustración de Alfred Diston en la primera mitad del XIX
4.- Un valor patrimonial.
Los más destacados literatos castellanos de los siglos xv, xvi y xvii utilizaron la tapada y el manto y saya en el desarrollo de sus obras, hoy textos maestros de la literatura universal.
Miguel de Cervantes
(1547-1616) hace referencia en El Quijote
(1605) al manto y la saya por boca de Teresa Panza:
¡Mirad qué entonada va la pazpuerca! Ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos.
Observamos en las palabras
de Teresa la descripción con exactitud de la versión más extendida de lo que
hoy en día se entiende por manto y saya
en
También Tirso de Molina
(1547-1616) emplea las argucias y picaresca del vestir del manto y saya en su obra Los
Balcones de Madrid:
[Leonor le pregunta a Elisa:] ¿Pues no es mejor que ahora vaya yo en tu nombre, y que encubierta le deslumbre? [Elisa le responde:] ¿Y si te acierta a conocer? ¡Que esta saya vino a ser causa y materia de la tragedia que oístes! [Leonor responde:] Tu saya y tu manto me viste.
La pluma de Tirso de
Molina, seudónimo del fraile Gabriel de Téllez, describe y da vida literaria al
anonimato que ocultaban manto y saya,
indumentaria que la mujer aprovechaba para sus argucias de amoríos y seducción
al hombre, de modo que encubierta le
deslumbre. Como vemos, el autor emplea otra de las denominaciones populares
que tienen el manto y saya: encubierta.
Por su parte, la escritora
y sindicalista Flora Tristán (1803-1844), de padre peruano y madre francesa, en
su interesantísimo libro Peregrinaciones
de una paria (con prólogo de la autora de 1836), describe minuciosamente la
tapada, con manto y saya, que vestía
la mujer limeña, en Perú. Para F. Tristán, el vestido
… se compone de una falda y de una especie de saco que envuelve los hombros, los brazos y la cabeza y se llama manto. Ya oigo a nuestras elegantes parisienses lanzar exclamaciones sobre la sencillez de este vestido. Pero están muy lejos de pensar en el partido que puede sacar de él la coquetería.
No
conforme con este apunte, la escritora profundiza y detalla esta indumentaria
femenina explicando que para hacer
una saya ordinaria se necesita doce o catorce varas de raso […] Está completamente plisada de arriba a bajo, a pequeños pliegues y con tal regularidad que sería imposible descubrir las costuras. […] El manto está también artísticamente plisado, pero hecho de tela muy delgada no podría durar tanto como la falda, ni el plisado resistir los movimientos continuos de quien lo usa y la humedad de su aliento. Las mujeres de buena sociedad llevan saya de raso negro. Las elegantes tienen, además, otras de colores de fantasía, tales como morado, marrón, verde, azul, rayadas, pero jamás de tonos claros, por la razón de que las mujeres públicas las han adoptado de preferencia. El manto es siempre negro y envuelve el busto por completo. No deja ver sino un ojo.
Por
esa época, las calles de Lima debieron ser un hervidero con la fantasía y la
seducción de las tapadas de fondo.
A su marido en la calle y él no la reconoce, le intriga con su mirada, le hace gestos, le provoca con frases, entran en gran conversación, se deja ofrecer helados, frutas, bizcochos, le da una cita, le deja y en seguida entabla otro diálogo con un oficial que pasa. Puede llevar tan lejos como quiera esta nueva aventura sin quitarse jamás su manto.
En su obra El Paraíso
en la otra esquina (2003), el escritor peruano Mario Vargas Llosa enfrenta
dos biografías, la de la sindicalista Flora Tristán (1803-1844) y la de su nieto,
el pintor impresionista Paul Gauguin (1848-1903), en busca de un Paraíso. Para la primera se encuentra en
una sociedad igualitaria y para el segundo en el mundo auténtico y primitivo
(Tahití).
Vargas Llosa hace referencias continuas a la obra de Flora
Tristán Peregrinaciones de una paria,
en la que, según acabamos de ver, la escritora dedica un detallado relato a las
tapadas limeñas. El escritor peruano —nacido en 1936— aprovecha esta peculiar
indumentaria limeña para «vestir» a Aline Gauguin como dama
peruana que envolvía su cuerpo con una gran mantilla a la manera de las tapadas limeñas, se cubría con ella la cabeza y
media cara, dejando descubierto uno solo de sus ojos.
En el capítulo titulado «La batalla de Cangallo», Vargas
Llosa vuelve a la obra de Flora Tristán; esta vez de manera más detallada y
novelando el relato de las tapadas limeñas de la escritora. Para el escritor
peruano, a la sindicalista lo que más la
impresionó fueron las limeñas de la buena sociedad, aunque
parecían ciegas y sordas a la miseria que las rodeaba, esas calles llenas de mendigos e indios descalzos que, en cuclillas e inmóviles, parecían esperar la muerte, ante los que lucían sus regencias y riquezas sin el menor embarazo. ¡Pero de qué libertad gozaban! En Francia, hubiera sido inconcebible. Vestidas con el atuendo típico de Lima, el más astuto e insinuante que se podía inventar, el de las «tapadas», que constaba de la «saya», una estrecha falda y un manto que, como un saco, envolvía hombros, brazos, cabeza y dibujaba las formas de una manera delicada y cubría tres cuartas partes de la cara, dejando al descubierto sólo un ojo, las limeñas, vestidas así —disfrazadas así—, a la vez que fingían ser todas bellas y misteriosas, también se volvían invisibles. Nadie podía reconocerlas —empezando por sus maridos, según jactarse Flora— y eso les inspiraba una audacia inusitada. Salían solas a la calle —aunque seguidas a distancia por una esclava— y les encantaba dar sorpresas o burlarse con picardías de los conocidos a quienes cruzaban en la calzada, que no podían identificar.
Como puede apreciarse, Vargas Llosa utiliza la obra de
Flora Tristán para describir la libertad de la que gozaban las mujeres limeñas
con la indumentaria del gesto de taparse la cara con el manto a principios
del siglo xix en Perú. Son esclarecedores estos relatos, que vienen a
decirnos que el manto de la tapada era una pieza separada de la saya (falda),
en ningún caso doble falda, tal y como es la indumentaria de la mujer
aridanense.
Los Llanos de Aridane
conserva en su indumentaria de manto y saya o tapada un legado patrimonial único en Canarias de indudable
valor etnográfico, refrendado por las más destacadas plumas de la literatura
universal desde hace siglos. Conservar el patrimonio
etnográfico de la indumentaria es una de los apartados que preocupa a un
numeroso grupo de especialistas canarios; lamentablemente, las diferencias
marcadas y rotundas de la tapada de manto y saya de Los Llanos de Aridane no han
sido abordadas y estudiadas en profundidad en la diferentes monografías
publicadas.
En conclusión: Lo que queda claro es que la
indumentaria de manto y saya oficial de Los Llanos de Aridane (de color
negro, sin sombrero, sin gasa, sin corpiño y con manto separado, no doble
falda) conforma el más antiguo testimonio conservado en la actualidad de la
auténtica tapada canaria vistiendo manto y saya.
Manto y saya en dos piezas. Reina de La Patrona 2008.
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10. Archivos consultados.
Archivo particular de José Antonio Pérez Cruz (Las Palmas de Gran Canaria).
Archivo particular de Jesús Pérez Morera (
Archivo particular de Arsilda Sosa Hernández (Los Llanos de Aridane).
Archivo particular de María Victoria Hernández (Los Llanos de Aridane).
Archivo particular María Remedios Gómez (
Archivo particular de Mary Lulia Fernández Rodríguez (Los Llanos de Aridane).
Archivo Parroquial de Los Llanos de Aridane.
Archivo Municipal de Los Llanos de Aridane.
Archivo Municipal de Santa Cruz de
Archivo General de
Archivo Documental y Ropero de Casa Canaria
(Madrid).