La trilogía de las Fiestas patronales del municipio, se cumplió puntualmente, con un martes de Rama, un miércoles de Romería y un Jueves de Charco, que desató la alegría de un pueblo que vive con el corazón su tradición más querida.
A las doce de la mañana, a la entrada del Puerto aldeano, se alzaron un año más, las cestas, guitarras y timples al cielo, en peculiar rogativa de los hombres y mujeres de La Aldea, que hicieron a un lado el cansancio acumulado de tantos días de Fiesta, para lanzarse de lleno a una mañana de baile imparable, que arrastró al gentío hasta el muelle.
La bella estampa de las manos tocando el cielo, con los rostros emocionados y los cuerpos en plena explosión de vida, se hizo presente un año más, mostrando el alma de un pueblo que tiene en cada once de septiembre, su cita anual más esperada.
Se bailó de lo lindo, en un frenesí de movimientos que no deja a nadie impasible. Entre pizcos de ron y helada cerveza, se bailó durante horas y La Aldea estrechó sus lazos de amistad con la isla entera, recibiendo a los visitantes que sienten también suya esta fiesta.
El calido sol de septiembre acompañó el reencuentro de los viejos amigos y propició el nacimiento de nuevas amistades que tendrán ya para siempre, la cita fijada en el calendario, cada año, un once de septiembre.
Después de un refrescante remojón en las frescas aguas del puerto, para aliviar el exceso del baile, el Parque Rubén Díaz, acogió a las familias aldeanas para compartir un almuerzo preparado con esmero.
Así, se extendieron las mantas, se prepararon sillas y mesas, y se disfrutó de la familia en torno a la ensaladilla rusa y la paella.
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A las doce de la mañana, a la entrada del Puerto aldeano, se alzaron un año más, las cestas, guitarras y timples al cielo, en peculiar rogativa de los hombres y mujeres de La Aldea, que hicieron a un lado el cansancio acumulado de tantos días de Fiesta, para lanzarse de lleno a una mañana de baile imparable, que arrastró al gentío hasta el muelle.
La bella estampa de las manos tocando el cielo, con los rostros emocionados y los cuerpos en plena explosión de vida, se hizo presente un año más, mostrando el alma de un pueblo que tiene en cada once de septiembre, su cita anual más esperada.
Se bailó de lo lindo, en un frenesí de movimientos que no deja a nadie impasible. Entre pizcos de ron y helada cerveza, se bailó durante horas y La Aldea estrechó sus lazos de amistad con la isla entera, recibiendo a los visitantes que sienten también suya esta fiesta.
El calido sol de septiembre acompañó el reencuentro de los viejos amigos y propició el nacimiento de nuevas amistades que tendrán ya para siempre, la cita fijada en el calendario, cada año, un once de septiembre.
Después de un refrescante remojón en las frescas aguas del puerto, para aliviar el exceso del baile, el Parque Rubén Díaz, acogió a las familias aldeanas para compartir un almuerzo preparado con esmero.
Así, se extendieron las mantas, se prepararon sillas y mesas, y se disfrutó de la familia en torno a la ensaladilla rusa y la paella.
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