Revista nº 1036
ISSN 1885-6039

La nube inquieta.

Viernes, 27 de Marzo de 2009
Luisa Chico
Publicado en el número 254

El recuerdo de Isidro Ortiz le vino a la mente por asociación, él le había enseñado a entender el lenguaje del silbo hacía... ¿Cuántos años? ¿Veinte, quizá? Desde luego fue mucho antes de irse él a estudiar para Tenerife, donde luego se casó y se quedó a vivir. ¡Isidro Ortiz!... A cuántas personas habría enseñado aquel amante de las costumbres y tradiciones de su tierra el tan peculiar lenguaje gomero...


Tumbado en el borde de la antigua era, con una brizna de hierba entre los dientes, miraba al cielo en la paz de Arguayoda.

A su alrededor todo era silencio y tranquilidad, agradeció mentalmente a su amigo Tino haberle facilitado la posibilidad de pasar unos días de descanso en la vieja casa de La Gomera. Atrás quedaron por unos días el ajetreo y las obligaciones, pudiendo disfrutar de no tener nada que hacer, ningún sitio adónde ir, ningún teléfono al que contestar... Suspiró profundamente y cambió de lado la brizna de hierba que mordisqueaba.

Miró hacia la vieja casa, hoy restaurada, y felicitó a sus dueños por la magnífica iniciativa de unirse todos los herederos para recomponer lo que, sólo hacía unos cuantos años, eran prácticamente las ruinas de la antigua casa donde siempre vivieron sus antepasados. La construcción, en forma de uve, se ajustaba a los más estrictos cánones de construcción de épocas antiguas; desde el lugar en que él se encontraba ahora podía ver a través de la puerta que daba acceso al patio cubierto por el viejo parral la puerta de la cocina que se encontraba al fondo; a la derecha quedaban las puertas de las dos habitaciones mayores, y a la izquierda, las del otro dormitorio y la del cuarto que, después de la restauración, se había convertido en comedor y sala de estar.

Daba gusto estar allí, rodeado de campo y soledad, tenía la sensación de estar en medio de ningún lugar.

Giró la cabeza hacia la izquierda y vio a su mujer sentada bajo el parral, junto a la barbacoa, realizando uno de aquellos interminables trabajos de punto de cruz que tanto le gustaban; sin ella advertirlo, un burro, de los varios que rondaban la casa desde que ellos estaban allí, y que según le había contado Tino pululaban sueltos por los campos buscando agua y comida, se había acercado y contemplaba absorto, por encima de su hombro, el trabajo que ella realizaba tan concentrada. Pensó advertirla, pero luego desistió prefiriendo disfrutar en la contemplación de tan bucólica estampa campestre. El burro acabó aburriéndose de tanto verla meter y sacar la aguja, y se alejó despacio yendo a reunirse con otros dos que parecían aguardarle al borde de la carretera. Juntos emprendieron el camino rumbo a sabe Dios dónde.



Garajonay



Su mujer levantó la vista y le miró sonriendo al verle seguir con la mirada el suave y cansado trotar de las bestias.

- ¿Viste el espectador tan atento que tenías?
- Claro, ¿crees que podía pasar desapercibido? Si casi me rozaba el hombro.
- A lo mejor estaba intentando aprender...
- Seguro...


Sonrieron ambos y luego cada uno volvió a sus ocupaciones. Ella continuó bordando y él volvió a colocar las manos bajo la nuca y a darle vueltas en la boca a la ramita mientras devolvía la mirada al cielo.

Las nubes habían comenzado a correr vertiginosamente bajando del monte del Cedro y perdiéndose en la lejanía. Le extrañó tanta actividad ya que allí seguía reinando un tiempo muy apacible, claro que en el alto las cosas eran distintas. Las corrientes podían ser muy altas y apenas notarse a ras de tierra o viceversa.

De pronto le pareció escuchar un silbido, prestó atención y efectivamente pudo escuchar con claridad la respuesta que llegaba desde el otro lado del barranco. Escuchó la “conversación” sintiéndose privilegiado al poder participar, al menos como oyente, en una de las manifestaciones más antiguas de la isla.

-Dime, Juan.
-¿Ya tu hermano regresó de Tenerife?
-Sí, el lunes.
-Y ¿cómo está?
-Mejor, ya apenas siente algunas molestias.
-Me alegro, dale recuerdos y dile que el domingo voy a verle.
-Bueno, bueno, serán dados.



Hermigua



Pensó interferir en la conversación y decirle a Agapito que él también se alegraba de que su hermano estuviese mejor, pero desistió por temor a molestar a los comunicantes, limitándose a agradecer al viejo Isidro que le enseñara a entender el lenguaje del silbo. Recordó cuando en la isla sólo había un teléfono al que llamaban desde todos lados, y cómo a través del silbo los recados llegaban hasta la persona requerida, y admiró aún más a sus antepasados que habían sabido crear un lenguaje que les permitía paliar las dificultades orográficas de la isla, que impedían la comunicación entre las personas que habitaban la misma, aisladas por profundos barrancos que les obligaban a caminar durante horas e incluso días para poder trasladarse de un caserío a otro.

El recuerdo de Isidro Ortiz le vino a la mente por asociación, él le había enseñado a entender el lenguaje del silbo hacía... ¿Cuántos años? ¿Veinte, quizá? Desde luego fue mucho antes de irse él a estudiar para Tenerife, donde luego se casó y se quedó a vivir. ¡Isidro Ortiz!... A cuántas personas habría enseñado aquel amante de las costumbres y tradiciones de su tierra el tan peculiar lenguaje gomero... A sus setenta y pico de años continuaba, según le habían dicho, enseñando a silbar en los colegios, donde afortunadamente se había instituido el aprendizaje del silbo como obligatorio para los niños. Por fin los estamentos oficiales se habían dado cuenta de la importancia que aquel signo de identidad tenía para las generaciones venideras. Se alegró por ellos y por las personas como Isidro que veían fructificar su lucha por mantener vivas las raíces de un pueblo en pleno siglo XXI.

La tarde se fue toldando y él permaneció largo rato en la misma postura, medio adormilado, mientras miraba el paso incesante de las nubes.

-Parecen haberse vuelto locas -pensó-.


Era muy entretenido verlas correr persiguiéndose unas a otras, en una especie de competición por llegar primero al mar y perderse en el horizonte.

De vez en cuando alguna parecía desprenderse del “rebaño” y se descolgaba pasando por debajo de las demás. Ahora mismo contemplaba una de estas, parecía haber quedado atrapada en algún remolino que la hacía ir y venir sin control ni dirección.

Se imaginó a caballo sobre ella disfrutando de un paseo por La Gomera contemplándola a vista de pájaro.

La nube giró en redondo al sentir su peso sobre ella y partió rauda hacia el Monte del Cedro, bajo sus pies desfiló la frondosidad del mismo en una variopinta sinfonía de tonos verdes; revoloteó sobre el parque y girando a la izquierda, puso rumbo a la costa, supo que pasaban sobre Valle Gran Rey porque escuchó los sonidos de las chácaras y los tambores que repiqueteaban a lo lejos, e imaginó a la gente del pueblo participando en algún evento.

Un giro a la derecha y avanzaron en dirección al norte; bajo él, los barrancos parecían grandes tajos realizados en la tierra por algún gigante enfadado. Vio desfilar pueblos como: Arure, Vallehermoso, Tamargada, Hermigua... Saludó mentalmente a Isidro y se prometió pasar a visitarle antes de regresar a Tenerife, hacía tiempo que no le veía y le apetecía mucho compartir con él un rato de tranquila charla bajo el parral del patio de su casa, como habían hecho, antaño, tantas veces.

La nube parecía disfrutar tanto como él de su paseo, de pronto, hizo un giro caprichoso al pasar sobre San Sebastián y regresó de nuevo hacia el interior en dirección al Garajonay, impidiéndole recrearse en la contemplación de la emblemática Torre del Conde. Al pasar sobre el Roque de Agando pareció perder fuerza y durante un rato quedó medio atrapada en el peñasco, hasta que una nueva ráfaga de viento procedente del Cedro la despegó del mismo empujándola con fuerza hacia el atlántico.

Al divisar Playa Santiago le pareció percibir las notas de los aires de la tierra emitidos por la emisora “A la carta” que retransmitía desde el pueblo, Onda Tagoror, y casi pudo ver la cara de satisfacción de Sito Simancas al ver con cuanta nitidez llegaban sus sonidos hasta él.

El mar azul comenzó a pasar bajo ellos agitándose en oleaje de blanca espuma, que parecía invitarles a participar en su danza de viento y salitre hasta el infinito...

-Voy a hacer café, ¿quieres una taza?





La voz de su mujer le devolvió de golpe a la realidad. Parpadeó confuso incorporándose con presteza.

-¿Estabas dormido? Lo siento, Te preguntaba si quieres un buche de café.
-Sí, gracias -se frotó los ojos tratando de terminar de despertarse-. No sé si me había quedado dormido, pero lo que sí es cierto es que en este momento estaba muy lejos de aquí.
-¡Ay!... Tanta tranquilidad te tiene atontado.


Sonrió enigmáticamente mientras contemplaba a su mujer entrar en la vieja cocina. ¿Cómo explicarle su paseo sobre la nube loca sin que le llamara fantasioso?

Volvió a tumbarse en la era y buscó en el cielo su cabalgadura, pero el fuerte viento ya había llevado a la nube muy lejos, y por más que lo intentó no pudo despedirse de ella, mentalmente le agradeció el fantástico paseo, y sonriendo como un niño travieso volvió a colocar una brizna de hierba en su boca, a la espera del prometido buche de café.


Comentarios
Lunes, 30 de Marzo de 2009 a las 23:12 pm - Luisa Chico

#02 Gracias por tu comentario Manuel García la crítica siempre es constructiva y con ella se aprende mucho.

En este caso, hacer que la realidad se funda con la fantasía, la hace más creible, desde mi punto de vista.

Saludos.

Lunes, 30 de Marzo de 2009 a las 08:53 am - Escriba aquí su nombre Manuel García

#01 Escriba aquí el comentario

Todo bien, pero yo hubiese suprimido lo de la emisora ya que la fantasia se mezcla rapidamente con la realidad y le hace perder encanto