Historia y arquitectura.
La ermita de Santa Rosalía de Palermo fue erigida en 1794 por el presbítero Domingo Lascano Yanes y Monteverde. Este sacerdote, según la Visita de 1794, dotó a la pequeña iglesia con una pensión anual de 45 reales de vellón antiguo destinada a la celebración de una misa cantada en la onomástica de la Santa (actualmente el 4 de septiembre), y también para tener bien reparada la Yglesia su desencia y adorno. Así consta en el testamento del clérigo otorgado ante Felipe Rodríguez de León en 1814.
La historia de las tres ermitas que existen actualmente en el municipio palmero de Villa de Mazo guarda cierta afinidad, ya que todas ellas fueron fundadas por clérigos presbíteros acomodados en sus respectivas haciendas privadas y en parajes entonces alejados, precisamente porque lo que se pretendía con ellas era, entre otras cosas, facilitar la asistencia religiosa de un vecindario bastante disperso.
El Obispo Antonio Tavira y Almazán dio licencia para la bendición de esta bonito y apartado santuario en 1795. La ceremonia estuvo presidida por el Beneficiado de la Parroquia de San Blas de Mazo, Felipe de Lemos.
Desde el punto de vista arquitectónico, su estructura responde al esquema tradicional que guarda este tipo de edificaciones canarias. Se trata, por lo tanto, de una sencilla arquitectura protagonizada por recintos de nave única, con puertas que, bajo arcos de medio punto, se abren en las fachadas principales, que a su vez están rematadas por pequeñas espadañas donde se pone de manifiesto la escasa cantería exterior.
Familia Sotomayor.
Velázquez Ramos, en su magnífico trabajo sobre la historia de Mazo, nos informa de que en la década de los cuarenta del presente siglo vemos a varios miembros de la familia Sotomayor vinculados a la ermita. Así, Dña. Carmen de Sotomayor, muy devota de la Santa italiana, corrió con todos los gastos ocasionados por el arreglo de la imagen y de unas obras de mejoras y reformas en el pequeño oratorio en septiembre de 1942. De esta forma se arregló el altar -formado por un retablo hornacina del siglo XVIII-, el tejado, la techumbre y las puertas, colocándose el piso de mosaico y procediéndose al albeo interior y exterior. Así consta en el Libro de Fundación de las Ermitas de Mazo. Dos años más tarde, D. Pedro y Dña. Manuela de Sotomayor corrieron a cargo con todos los gastos derivados de los festejos de 1944. Al año siguiente lo haría también aquella misma dama. Su hermana doña Carmen los pagaría en los tres siguientes.
Don Cirilo también recuerda en su obra que esta vinculación de posguerra de la familia Sotomayor, representante máxima del conservadurismo palmero, con la ermita y la celebración de la festividad de su titular contrasta con la visión que nos ofrece el republicano Luis Felipe Gómez Wangüemert, que en un artículo de prensa, titulado «Acudid a Santa Rosalía», escribe desde La Habana en los prolegómenos de las elecciones generales de febrero de 1936…
Las palabras del político palmero Luis Felipe Gómez Wangüemert (1862-1942) -autonomista destacado en las asambleas de 1908 y 1910-, más detalladas en la obra de De Paz Sánchez titulada Wangüemert y Cuba, no pueden ser más sugerentes: No comprendemos por qué los cedistas, monárquico-republicanos, fascistas y demás católicos de esta isla, sobre todo los más caracterizados, estimados y conocidos de la Corte Celestial, han prescindido de una imagen, de una santa que se venera una vez al año en una pequeña ermita situada en un extremo de Mazo. Tal omisión es inexplicable: el Mazo de ahora, la Villa en que florecía el caciquismo y daba sus naturales frutos no es la misma, ha cambiado. Y es claro, suponen que Santa Rosalía, a la que nos hemos referidos, se haya contagiado del infecto republicanismo actuante y por esto quizás no han interesado su intervención en los asuntos electorales de la ínsula. No es de admitir que entre católicos de abolengo, de primera clase, se ignore la influencia de Santa Rosalía, su poder, su prestigio en el Cielo, italiana ella, que con seguridad está ya de acuerdo con el Duce para prestarle ayuda allá entre las montañas de Etiopía…
Hagiografía, culto e iconografía.
La historia de esta noble jovencita nacida en Santo Stefano Quisquina en Agrigento en 1130 nos informa de que llevó una vida solitaria e ignorada en una cueva del Monte Pellegrino desde los 16 años. Así lo había decidido para consagrarse a Cristo. En la puerta de la gruta había esculpido esta decisión en una roca: Yo, Rosalía, he resuelto habitar esta cueva por amor a mi Señor Jesucristo.
La patrona de Palermo, Nápoles y Niza -pretendida sobrina del rey Guillermo II de Sicilia- murió cerca de esta ciudad siciliana en 1160 cuando contaba tan sólo con treinta años. Sus restos fueron hallados en 1624 por un cazador y fueron colocados en un sarcófago de plata que fue depositado solemnemente en la catedral de Palermo. Se cuenta que sus reliquias habrían puesto rápido fin a una epidemia de peste que devastaba a la población. El Papa Urbano VIII la incluyó en el martirologio romano fijando su onomástica el día 4 de septiembre, aunque también la Iglesia celebra su fiesta el 6 de marzo y el 15 de junio.
El culto a esta Santa italiana eremita se generalizó a partir de la Contrarreforma. No obstante, se supone que anteriormente los jesuitas ya habían introducido la devoción en Roma a la Vergine Palermitana (Virgen de Palermo) en 1627. Fue “rival” de Santa Águeda de Catania (Patrona, por cierto, de Santa Cruz de La Palma), a quien un hagiógrafo siciliano comparó con Judith, que se impuso a Holofernes, es decir, a la “peste”. Luego, la orden de los jesuitas difundió el culto en Francia, después de haber transportado a París (iglesia de San Luis) una de sus reliquias. Se le invoca sobre todo contra la peste y los seísmos. Esta veneración se popularizó, no sólo en Europa sino también en América, donde abundan los ejemplares, tanto pictóricos como escultóricos, ya que por su intersección, como decíamos, se protege contra los terremotos y epidemias mortales.
En el Archipiélago canario es poco corriente su culto, aunque existen ejemplos interesantes en Tenerife y en La Palma.
Según su iconografía -se remonta al siglo XVII- se la viste simplemente con una túnica, ajada y ceñida, con un cordón. Cabellera suelta o cubierta la cabeza con tocas blancas. Su atributo personal es un pequeño fardo o talega y un bastón rústico (tal y como salió de su casa). Otros atributos se refieren a su vida de anacoreta y en conmemoración de su penitencia, un crucifijo, una calavera, etc. El cráneo, que inicialmente era un emblema de ascetismo, en la obra de Van Dyck se convirtió en el símbolo de la peste. No le falta a veces el buril con que grabó la inscripción antes mencionada. Con relación a su nombre, acostumbra llevar una corona de rosas -en alusión a su nombre y a su leyenda, y a manera de armas parlantes-, que recibe tal vez de manos del Niño Jesús o de los ángeles. El tema predilecto de los pintores italianos y flamencos es la santa recibiendo la corona de rosas blancas de manos de Jesús Niño. Otras veces se representa vistiendo el hábito de las agustinas. En nuestra imagen no se dan todos estos atributos, como veremos a continuación.
Fiestas de la Santa.
El cronista oficial de la capital palmera, Jaime Pérez García, nos informa en su obra Fastos biográficos de que, un hijo del municipio, don Blas Pérez de la Cruz, nacido en 1869, fue autor de una Representación en honor a Santa Rosalía, en verso, que se estrenó el 3 de septiembre de 1896, durante la celebración de la fiesta que se lleva a efecto, todos los años, el primer domingo de septiembre, en la aldea de Monte Breña.
El cuadro plástico, en origen una representación estática de escenas eminentemente sacras, tiene lugar al finalizar la procesión de la víspera, en la plaza de su ermita momentos antes de que el cielo se cubra de espectaculares fuegos artificiales. Actualmente estas escenificaciones, con la incorporación de efectos especiales e innovaciones técnicas, constituyen verdaderas representaciones teatrales. Una tradición de mucho arraigo en estas fiestas de Monte de Breña, al igual que en otras de Villa de Mazo, como en las de la Virgen de Los Dolores de Lodero y las de San Juan Bautista de Belmaco.
Después el cuadro plástico, y antes de que el pequeño baldaquino con la hermosa y delicada talla entre en la ermita y sea entronizado en su retablo, se quema al machango y a la machanga. Como nos recuerda la investigadora Hernández Pérez sobre estas fiestas, estos personajes -dos peleles- independientes que, como su nombre indica son hombre y mujer, van dando vueltas mientras dure la rueda de fuego que se les instala en una base a los pies de cada uno. Nos dice Tomás Cruz Santos que estas figuras fueron “inventadas” por su abuelo Antonio Cruz, experto fogatero que tenía como misión la puesta a punto y la preparación de los fuegos de las fiestas de la zona. Una vez los llevó a las fiestas de Montserrat de Los Sauces y el machango se cayó, los sauceros se le rieron mucho. También recoge María Victoria que esto entristeció mucho a don Antonio. A la muerte de éste, su hijo y Matías Pérez López recogieron la tradición. El nieto rescató la costumbre después de varios años de olvido. Se recuperó para las fiestas de la Patrona de Monte Breña después de haber encontrado en su casa, empeñándose a que funcionasen de nuevo. La machanga se la habían comido los ratones, pero el machango estaba perfecto, incluso el sistema que hace que una mano la rueda que sostiene dé vueltas. La machanga la sustituí por una muñeca y todos los años les ponemos los fuegos que hacen que se muevan y bailen. La misma investigadora palmera termina recogiendo otras palabras de D. Antonio: La gente y los niños se ríen mucho cuando los ven. El varón va vestido de «mago» y la machanga de «señora de baile». Nos informa así mismo de que el machango, al mismo tiempo que gira sobre sí mismo, va haciendo girar una rueda -más o menos de su mismo tamaño- que sostiene en su mano derecha. La machanga siempre gira sobre sí misma.
En el mencionado artículo de Luis Felipe Gómez -personaje liberal y republicano de convicción, pero, sobre todo, un periodista brillante, astuto, polémico y mordaz, cuyos escritos desbordan profundo amor a su tierra-, éste hace referencia a las antiguas fiestas de la Santa, donde a pesar del contenido político del artículo, alguno de sus párrafos permite apreciar el carácter campestre que la celebración tenía antaño. El autor llanense, con añoranza, rememoraba allí un típico almuerzo con algunos amigos, entre una multitud alegre y confiada sobre los blancos lienzos de un improvisado restorán, al calor del contenido de un garrafón de vino del Hoyo, que no tenemos presente si se agotó o si se quedó algo en el fondo. Tras la comida, y satisfechos, contentos en grado superlativo, los cuatro tomamos la vereda de la ermita para deleitarnos escuchando con toda la devoción posible, el sermón del señor cura párroco, catalán y carlista.
Las fiestas se suelen iniciar con la izada de la multitud de banderas que salpican todos los contornos de la plaza y de la carretera general. A las de España, Europa, La Palma, Villa de Mazo y Canarias se unen los emblemas de Venezuela y otros países, símbolos de la multinacionalidad de sus vecinos. En estos festejos tienen lugar las actuaciones de conocidos verseadores, verbenas populares, torneo de ajedrez, festival folklórico, juegos populares, etc.
El día 3 de septiembre (la víspera de la onomástica de Santa Rosalía) o -en su defecto- la noche anterior al día festivo principal que se designe para hacerlo coincidir con el fin de semana más cercano para asegurar una mayor afluencia de público, da comienzo la Novena cantada en su honor.
Gloriosa Santa Rosalía, a ti acudimos, llenos de confianza en tu intersección. Nos sentimos atraídos a ti con una especial devoción y sabemos que nuestras súplicas serán más agradables a Dios nuestro Señor, si tú, que tan amada eres de Él, se las presentas. Tu caridad, reflejo admirable de la de Dios, te inclina a socorrer toda miseria, a consolar toda pena y a complacer todo deseo y necesidad, si ello ha de ser provechoso para nuestra alma […] Haznos la gracia, ¡oh, Señor!, te lo suplicamos, que por intercesión de Santa Rosalía, cuyas virtudes veneramos aquí en la tierra, seamos un día, contados juntamente con ella en el cielo […] (Novena a Santa Rosalía)
A continuación sale la multitudinaria procesión acompañada por la Banda Municipal «Princesa Arecida» de Villa de Mazo por los aledaños de la ermita. Antes de su entrada tiene lugar el tradicional cuadro plástico y, a su término, se ofrecen espectaculares y vistosos fuegos artificiales, a los que sigue la verbena. El día siguiente, a las 12:00 horas, tiene lugar la solemne función religiosa cantada por la coral del pueblo -suele ser al aire libre en la plaza dada la afluencia de devotos y vecinos-, tras la cual da comienzo la procesión ascendente hasta La Crucita. Durante todo el recorrido procesional, muchos vecinos saludan a su venerada patrona lanzando al aire una ingente cantidad de voladores. Es ensordecedor el estruendo. Se diría que todos ellos compiten por hacer la más “ruidosa” ofrenda. Es tal la cantidad de cohetes que se lanza durante el itinerario procesional que el cielo, por momentos, se convierte en una gran nube blanca.
La imagen.
La bella imagen de Santa Rosalía es una pequeña escultura cuya cabeza se nos muestra algo desproporcionada si atendemos al conjunto de su cuerpo. El semblante no puede ser más sugerente: dos grandes ojos oscuros y juntos de triste mirada sobre los que están trazadas unas finas cejas arqueadas; boca pequeña curvada de delgados labios por la que se dejan entrever unos diminutos dientes blancos; cara afilada bien esculpida que denota, por lo descrito, una profunda aflicción. En la cabeza -ligeramente ladeada hacia el lado izquierdo-, se aprecia una gran frente bajo un pelo oscuro ondulado excelentemente tallado y peinado con raya en medio. Éste forma una melena que cae recogida sobre el hombro izquierdo por detrás de dos pequeñas orejas. A pesar que en las solemnidades la cabeza es cubierta con un gran manto blanco con ribetes y bordados dorados, acertadamente nunca se oculta del todo esta delicada cabellera.
Esta talla completa está revestida por una amplia y larga túnica de color verde claro recogida a la cintura por un cíngulo dorado que cae sobre la derecha. Así mismo son dorados los extremos de sus amplias mangas y los ribetes del cuello. La parte inferior del hábito está profusamente decorada con detalles florales, al igual que el cuello y mangas. Considero que el tallado de los pliegues no ha sido el correcto; sin embargo, el acabado general de la toga confiere un aspecto majestuoso a la efigie a pesar de sus reducidas dimensiones.
Lo mismo sucede con su mano izquierda, apoyada sobre el pecho, sobre el corazón. Incorrectamente tallada, el pulgar parece tener la misma longitud que el meñique de la misma mano. La izquierda sostiene firmemente un crucifijo de madera clara rematado por adornos de plata con un pequeño Cristo del mismo material.
Sobre la cabeza de la imagen se coloca una magnífica aureola de plata repujada en su color, inventariada desde 1882. Se trata de un halo en forma de media luna del que salen doce ráfagas de tres puntas alternando con otras formas más cortas. Bajo este cerco exterior de la bella diadema se sitúa una franja con decoración interior relevada decorada con abundancia de motivos vegetales simétricos.
Como hemos visto, la talla de nuestra Santa Rosalía difiere cuanto a las pautas de su tradicional iconografía en las que se presenta vestida como una pobre ermitaña, como sí aparece en el bello estandarte blanco y dorado de la Santa que encabeza sus procesiones. En la escultura, sin embargo, se la representa como una rica doncella palaciega. Imágenes parecidas a ésta las encontramos, por ejemplo, en el óleo sobre lienzo de 1748 de anónimo tinerfeño o la pequeña imagen de candelero de anónimo mejicano de 1755, ambas custodiadas en la parroquia de La Concepción de La Laguna. Se trata de representaciones donde la Santa italiana está lujosamente ataviada de acuerdo a su aristocrático linaje antes de renunciar a sus riquezas y sus ataduras mundanas para retirarse a vivir como ermitaña.
Bibliografía.
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