Ahora llueve en La Palmilla, en el solsticio de invierno de 2009. Entre el suave tintineo de las teclas de mi ordenador y de la lluvia que cae en estos momentos, roto a cortos intervalos por el estallido de las ruedas de los vehículos con el agua que baja calle abajo, desgrano estas letras sobre algo de historia y tradición de los temporales que a lo largo del tiempo ha tenido que afrontar nuestra gente; todo ello en las márgenes que nos permiten la memoria y algún que otro poco texto escrito que hemos podido localizar.
Tiempos de Sur: Moganero y Chalijandra
Los tiempos de lluvia tenían nombres propios según su trayectoria: el de Norte, el de La Bocana (Oeste); el de Suroeste (Chalijandra) y el de Sur (Moganero). La posición de la estrella Saharita daba indicios: alta, año de poca lluvia, baja, escorada a Los Cedros, mucha lluvia... Estos días rompen el maleficio, días de lluvia, pero con la Saharita alta. No encuadra con la tradición. Pero las cosas ya no son como antes, aseguran los viejos. Hace unos años le pregunté a don Pedro Suárez, el de El Barrio, que en paz descanse, entrañable vecino, entonces casi nonagenario: «¿Qué dice la experiencia, llueve o no llueve este año?», respondiéndome en su posición inclinada sobre su bastón, más o menos con estas sabias palabras: «La experiencia me dice, amigo Paco, que la experiencia no vale ya para estas cosas (...)».
Los tiempos de lluvia ponían en prevención a la sociedad tradicional, la de antes de los años setenta. Y a la gente de afuera siempre les extrañaba. Yo recuerdo, en mis primeros años de docente, cuando se presentaba la lluvia del sur cómo madres y padres acudían a las escuelas a recoger a sus hijos; además, retiraban las cosas mal puestas en el paso del agua y revisaban todo. Era algo presente en la memoria colectiva. Hoy la memoria se ha perdido en parte. Los vemos ir en sus coches a recoger a sus hijos a los colegios pero no tienen en cuenta que el agua de barranco y barranquillos tiene que pasar por donde siempre lo ha hecho. Y así no solo se construyen casas y se hacen fincas dentro o en los límites de los cauces, sino que transitamos o dejamos nuestros coches en zonas de potencial peligro; o hacemos calles, y circulamos ellas, que son barranquillos asfaltados. En otros lugares ocurre lo mismo y peor que aquí. Los resultados los vemos a cada momento.
Sobre la extrañeza de los foráneos en la prevención ante un temporal les pongo un ejemplo. Se rieron mucho los ingenieros de la presa en construcción Caidero de la Niña, en noviembre de 1953, cuando ante la presencia de un mal tiempo se paró el trabajo, se recogió el material y los operarios advirtieron que había que retirarlos más lejos. En fin, que había que dejar expedito el cauce del gran Barranco. En el lenguaje de los peninsulares de acento malagueño, la respuesta del encargado general fue, más o menos: «Joder con vosotros, si esto no es más que un riachuelo, tienen ustedes que conocer lo que es un río y desbordado en la Península». Cuando tras las sucesivas trombas de agua el gran Barranco de Tejeda llegó a las obras de la presa, furioso, con miles de azadas y con «sus escrituras bajo el brazo», el encargado se quedó estupefacto al ver cómo se llevaba todos los materiales hacia abajo.
Riadas de pánico: Santa Bárbara, San Andrés...
Lo que pasó estos días en Tasarte es otro ejemplo de las ocasionales avenidas que suelen presentarse en nuestra tan complicada orografía, de quebrados perfiles y rampas pronunciadas que dan extremada fuerza a la fluidez del agua pluvial. Cuando las aguas bajan turbulentas y acompañadas de piedras y escombros por estos lugares, que nadie les impida el paso por su cauce natural. Y como la reciente mano del hombre-mujer con cemento y alquitrán fabrican de acuerdo con sus necesidades, pasa lo que pasa. Es decir, que si bien antes existían desbordamientos de los cauces principales, estos fluían hacia las barranqueras milenarias, las que por ello hoy están obstruidas.
Dicen los periódicos que los más viejos de Tasarte no recuerdan ni de oídas nada parecido al aluvión de estos días. Pero es que a algunos de los viejos de hoy, los que dicen que ya no hay viejos porque no se reconocen como tales, la memoria oral colectiva suele fallarles en determinados momentos. Seguro que a día de hoy habrá algún octogenario o nonagenario que recuerde algo de lo que sus mayores le contaran. En lo que a mí me toca, no por viejo, puedo aportar algo.
Mi familia materna es de Tasarte, longevos casi todos, sobre todo los Moreno. Dicen que uno de ellos, en Cuba, se quitó la vida con 104 años porque decía que ya estaba cansado de vivir. Mi tío Luciano Moreno, como otros ancianos del lugar que hasta hace poco tiempo vivieron y que hoy descansen en paz (Juan Matías, Juan Déniz, los hermanos Moreno Umpiérrez...), me contaron, por ejemplo, con toda precisión cómo se presentó, hace unos 150 años, una fuerte tromba de agua en Tasarte, y el barranco arrastró cuanto había a su paso. En la Postreragua dos hermanos de los Viera cuidaban unos animales y ante aquel mal tiempo se guarecieron bajo una gran piedra. Los pobres no pudieron contar la historia como estos días la han contado los vecinos de El Palillo. Otro ejemplo: mi abuela, Carmen Afonso, siempre contaba la historia de un temporal, «el de San Andrés», que la trincó subiendo de El Canónigo a El Palillo. Decía ella, según me cuenta mi madre, hoy con 85 años, que oía estruendos por todos aquellos barrancos y barranquillos desbordados, y que «las grandes piedras volteaban por todos los lados y pensó que no llegaría a su casa». En ese tiempo (yo calculo que fue el temporal de San Andrés de 1919), ni había carreteras ni tantas casas como hoy, y las que se hallaban estaban bien ubicadas frente a estos fenómenos ocasionales que siempre se guardaban en la memoria colectiva. Mi madre, visto lo visto por los medios de comunicación y con una pormenorizada descripción de cómo era antes la zona afectada (donde ella se crio) por la riada, me llegó a una simple conclusión: la carretera principal de El Palillo debió absorber las aguas y escombros de un barranco obstruido, en el punto de mayor desnivel. Piedras, aguas y escombros a velocidad causaron el desastre físico sin muertes por milagro. Precisamente, donde las aguas rompieron para tomar camino del barranco principal, con el consiguiente destrozo, era su casa. «Por detrás siempre llegaba el barranquillo, nos inundaba los pedazos y mi padre los reparaba de nuevo (...). Entre él y las Viera siempre estaban pendientes para controlar las aguas, pero las casas estaban en alto, no había peligro (...) pero hoy aquello no se conoce, todo distinto».
Sobre el temporal de San Andrés de 1919, tenemos una excelente descripción para el valle de La Aldea: la narrada por un agricultor tan erudito como de genial memoria l como Juan Pablito Montesdeoca, de Artejévez. Más o menos hace unos 20 años, nos contó que aquel día había amanecido completamente encapotado con plomizos nubarrones, muy oscuro, zorrón... que empezó a caer una lluvia muy intensa sin descanso hasta el mediodía, que cuando se paró el tiempo toda La Aldea no era más que barranqueras y que en estas no se veía el agua correr sino «espumas como la lana de las ovejas». Cuando descampó, según Juan Pablito, con estas palabras aproximadas, «el barranco de Tocomán se metió en el pueblo; un saco de carbón que estaba en la casa del padre de Lengo, allí en El Barrio, el agua lo arrastró hasta la puerta de la iglesia; en Los Cascajos, el barranco iba de un lado a otro, hasta las mismas casas del pueblo; se llevó la Máquina [La Rosita, la máquina de vapor que sacaba el agua del pozo de la Casa Nueva] y allá abajo se llevó El Puente que había (...)».
Antes de este temporal de 1919, que pudiera ser de los más aparatosos del siglo XX, cuyos efectos se pueden apreciar en las fotografías que hacia 1925-1928 tomó Teodor Maisch desde la Cruz del Siglo, hubo otros de triste memoria. Sabemos que a finales del siglo XIX, en la década de 1890, hubo uno tan fuerte que desbordó los márgenes de los barrancos y causó enormes destrozos. Quizás sea el que los mayores de mediados del siglo XX conocieran como el Temporal de Santa Bárbara. De uno de estos sabemos por los Borradores de Comunicados de la Alcaldía a las autoridades de la Provincia pidiendo menos exacción en los impuestos, que el barranco de Tocomán entró, una vez más, en el pueblo, bordeando sus aguas con la puerta de la iglesia, con la gente dentro de la misma rezando para que dejara de llover. No tenemos constancia escrita concreta de otros destrozos anteriores pero debieron existir con toda seguridad, salvo el caso de un muerto a mediados del siglo XIX en La Aldea tras ser arrastrado por las aguas del barranco, y aparte el caso de los dos niños de Tasarte, cuyos datos más precisos los aportamos al final.
A rezar en la iglesia
A propósito de que la gente rezara dentro de las iglesias para que dejara de llover, tenemos una curiosa anécdota de un célebre personaje de La Aldea, que fue vecino y Juez de Paz de Mogán: Panchito Espino. Son muchos los cuentos de Panchito en Mogán; uno tuvo que ser con uno de los temporales de 1950 a 1953. Después de una fuerte lluvia en incesante tromba, el barranco de Mogán venía furioso llevándose todo a su paso (con las escrituras bajo el brazo), y para detenerlo por intersección divina la gente rezaba en la iglesia a su Antonio de Padua que tanto -lo creían sus devotos- había salvado al pueblo de cigarras y malos tiempos de sequía. Ahora pedían que dejara de llover. Panchito Espino había preferido ponerse en su finca, junto al barranco, por si podía hacer algo cuando el barranco llegara. Pero todo fue en balde. Llegó el aluvión a su finca y -¡cualquiera se ponía delante!- se llevó todo, incluida la cosecha del año. Apenado, Panchito fue a buscar a su mujer que en la Iglesia rezaba con todos. Desde la puerta la llama, según cuenta la tradición con: «¡Pepa... suelta el rosario, que recen los de abajo, que ya el barranco entró por lo nuestro!».
Estamos en los tiempos de la mediana del siglo XX. Entre 1930 y 1950 se producen algunas riadas más, sin llegar a los dramatismos anteriores, salvo el caso de la Casa de la Huerta de Tejeda, en 1946, que se la llevó el barranco con una familia numerosa dentro, de la que dos de los muertos vinieron a ser recogidos en La Aldea.
Los temporales de 1953
Los temporales de 1953-1954 fueron de los más significativos del siglo XX, comparables con el de 1919. Recuerdo de niño ir montado a la pela de mi padre al Ribanzo y ver el barranco corriendo de un lado a otro, de Mederos a La Punta. Las lluvias hicieron su aparición con fuerza en octubre de 1953; pero el miércoles 16 de noviembre fueron muy fuertes. A lo largo de la mañana cayeron 91 litros en la parte alta del valle. El Barranco llegó por la tarde y, con la crecida de las aguas de Tejeda, desbordó cuanto encontró a su paso. Lógicamente, dentro de su cauce natural, y se llevó casas, pozos, molinos, estanques, ganado y, por último, se llevó El Puente, en La Marciega, tras socavar sus cimientos.
La única carretera que comunicaba al pueblo con el exterior, la de Agaete-La Aldea, quedó intransitable más de una semana, sin poderse llevar los tomates para Las Palmas.
Y, entre los males, alguna anécdota. Según cuentan los periódicos de la época, a una pareja de novios, por aquellos días de lluvia, procedentes de Tasarte, caminando para casarse en La Aldea, los sorprendió un chaparrón sin margen de tiempo para encontrar un lugar donde guarecerse. Pero no fue una boda pasada por agua. Ya en La Aldea, con las ropas empapadas, el cura los casó. No había que perder el tiempo. Otra la protagoniza el exportador Nicolás Suárez cuando en ese temporal el barranco entra por la Cañada Honda y se lleva su finca. Y a su casa de Cabo Verde fueron a darle la mala noticia. Estaba durmiendo, dicen, y lo despiertan: «¡Don Nicolás... el barranco se metió en lo suyo...!». Su respuesta, de mal humor, fue: «¿En lo mío? ¡Será que cogió lo suyo!...».
Los temporales que llenaron las tres presas (1979)
Los intervalos de años muy lluviosos han sido muy espaciados a lo largo del tiempo. Quizás medien entre 5 y 10 años, en lo que respecta a significativas riadas. Las sequías son constantes. Las estadísticas no dan razón a lo que la tradición oral asegura, eso de que antes llovía más. No vamos a detallar, sino a puntualizar períodos de máxima pluviometría.
Por tanto, las siguientes lluvias muy fuertes y continuadas se producen, tras la sequía de casi toda la década, entre diciembre de 1978 y enero de 1979. Y es cuando, por primera vez, se llenan las tres presas a la vez.
De ello les narro un recuerdo muy personal. Pocos días después de las vacaciones, con los embalses llenos -y con ello acabo esta sencilla aportación-, se produce a lo largo de la mañana un fuerte aguacero. Entonces vivía con mi esposa e hijo, de poco más de un mes, en Los Cascajos, dentro de lo que hoy es el Polideportivo, lo que está dentro del cauce natural del gran Barranco junto con las demás instalaciones hasta el Centro de Salud incluido. Aquella mañana también había amanecido muy gris. En prevención, con el Barranco dando fuertes tumbazos a sólo 150 metros, decidimos desde que nos despertamos coger al niño dentro del capazo de fibra que entonces se usaba y trasladarnos a El Barrio a casa de mis suegros. Pero yo decidí volver a Los Cascajos, momento en que comenzó a llover. En aquellos días venía realizando un reportaje de película con cámara doméstica de filmación (super-8) de todas aquellas lluvias que tanta expectación venían causando en el pueblo. Inspeccioné en coche el "Fuerte" del Campo de Fútbol y aprecié que el barranco socavaba los cimientos, pero no le di la importancia que tenía. Intenté grabar todo el temporal del momento, pero solo pude hacerlo con el agua de los caideros que bajaban, de color canelo, por el risco de Las Tabladas. Me aventuré a continuar filmando hasta El Hoyo. A la hora se descampó un poco. Nunca había visto un espectáculo tan extraordinario como el de los Caideros desde la Cueva del Mediodía hasta la Escalera de El Hoyo. En una de las filmaciones hice con la cámara un barrido hacia el Pueblo. Paré y con el zoom atraje al máximo el panorama, centrándome en Los Cascajos. Tras la óptica, la duda: «¿el barranco parece que está inundando el Campo de Fútbol?». De inmediato regresé a mi casa. Al llegar al lugar, entre un gentío que contemplaba todo, mi casa se inundaba. Una de las peores experiencias de mi vida. Tuve máxima colaboración. En menos de media hora, pasamos todos los muebles, ropa, enseres, libros... al Colegio de Los Cascajos, edificio anexo a la casa. Si las aguas por fuera de la casa alcanzaban un metro de altura, por dentro, en el momento en que entramos por la ventana del patio, comprobamos que aún sólo se había filtrado muy poco y alcanzaba apenas cinco centímetros. Habíamos llegado a tiempo y sólo perdí un libro que leía la noche antes y que había dejado sobre la alfombra.
Historias cuando se pueden contar
Pero las historias cuando se cuentan es que ha habido suerte para contarlas. Recapitulamos y precisamos algunos acontecimientos relacionados por la pérdida de vidas humanas.
Los temporales a lo largo de la historia han causado grandes destrozos y algunas pérdidas de vida. Suerte hubo estos días atrás en Tasarte frente al suceso de 13 noviembre de 1843, cuando a los dos niños de María Viera les sorprendió un fuerte temporal en medio del barranco principal, a la altura de La Posteragua. Se guarecieron, les decía, en una piedra del mismo barranco sin percatarse de la riada que llegó al poco rato, y los arrastró, ocasionándoles la muerte. Uno de ellos, Juan Viera, de 10 años, según el registro parroquial, se encontró ahogado en la playa; el otro no aparece en dicha inscripción, por lo que debió desaparecer o bien se omitió su registro. Lo cierto es que el caso se mantiene en la tradición oral y hasta hace poco tiempo subsistía, en la misma orilla de este barranco, en la Cueva del Almácigo, la cruz recordatorio.
Poco después, el 13 de diciembre de 1859, las aguas del barranco de La Aldea arrastran a Cristóbal Godoy Gil, cuyo cuerpo fue encontrado.
Y la mayor tragedia ocasionada por un aluvión tuvo lugar en Tejeda el 30 de noviembre de 1946, que arrasó con una casa de familia muriendo seis de sus miembros, dos de los cuales fueron encontrados en La Aldea, como dijimos más arriba.
Otra historia es la de daños materiales en fincas y casas por riadas de nuestros barrancos, o la de estar nuestro municipio más de una semana incomunicado, en tiempo de zafra, sin poder sacar hacia el Puerto de La Luz la producción tomatera. Pero todo no se puede contar de una vez...
En La Aldea de San Nicolás a 22 de diciembre de 2009
Publicado previamente en la página ya nombrada en la entradilla y en Infonorte Digital.