La Navidad y la trastocación del orden. Las Fiestas de Locos
La creación del mundo se reproduce año tras año. Esa eterna repetición permite el retorno de los muertos a la vida y mantiene viva la esperanza de los creyentes en la resurrección de la carne. En una sociedad cristiana se pueden apreciar las creencias casi universalmente difundidas según las cuales los muertos vuelven junto a sus familias en los doce días que separan Nochebuena de Epifanía, plasmando la esperanza de que en este momento mítico en el que el mundo es aniquilado y creado es posible la abolición del tiempo. De esta forma pueden retornar, pues todas las barreras entre vivos y muertos están rotas, reactualizando el caos primordial. En ese instante paradójico el tiempo estará suspendido, y por consiguiente podrán ser de nuevo contemporáneos de los vivos. De esta forma experimentamos la preparación de una nueva creación, posibilitando la esperanza a un retorno verdadero a la vida1.
Por su carácter de regeneración y muerte los días precedentes y que siguen al Nacimiento del año tienen un rango excepcional. Señalan la abolición de todas las normas e implican violentamente un trastoque de los valores y una licencia general de la sociedad en una palabra, una regresión de todas las formas. Tanto en el plano vegetal como en el humano estamos en presencia de un retorno a la unidad primordial, a la instauración de un régimen «nocturno», en el cual los límites, los perfiles y las distancias son indiscernibles2.
El período invernal es de retorno al principio de los tiempos, en el que se manifiesta la irrupción de las fuerzas del caos en la sociedad, estas fuerzas que durante el tiempo cotidiano se encontraban severamente reprimidas, por cuanto entonces serían disgregadoras y destructivas. Estos días son una etapa de orgía de alimentos y de sensualidad, de trastocación de los valores sociales, inclusive los naturales, y de abolición de jerarquías efectivas y creación de ficticias. Triunfan los pobres, los marginados, los animales, es decir, los que a diario se hallan marginados u obligados a la subordinación. Uno de los símbolos de esta época, las máscaras, posee este carácter. Quien se la coloca en realidad se afrenta de ser poseído por el ser del que asume la forma y cuyo comportamiento toma en consideración. La máscara no se la coloca uno fuera, sino «dentro de sí». Ese elemento viene reforzado por el hecho de que gran número de fiestas elijan la noche como su tiempo privilegiado. Es el signo exterior de una voluntaria mutación de personalidad, que no es otra que nuestra personalidad más profunda, aquélla que habitualmente procuramos ocultar a todos, a nosotros mismos inclusive.
La Fiesta de San Silvestre en el marco de las Fiestas Invernales
En Canarias no podemos hablar de una diferenciación radical entre las fiestas navideñas y las carnavalescas. Todas ellas forman parte de una misma concepción del año, presidida por el imperio de la estación invernal, que es un periodo de mutaciones, de nacimiento y de muerte que revive en todo su sentido la creación del mundo. Sólo en la época contemporánea, con la conversión de la Navidad en una fiesta familiar y hogareña y la traslación del Carnaval hacia la Cuaresma, se ha delimitado cada uno de los campos y se han privilegiado los aspectos externos y callejeros a las fiestas caracterizadas como laicas. La Nochebuena se convertía de esa forma en una cena familiar, frente al carácter carnavalesco y nocturno, eminentemente callejero del pasado, en la que se comía, bebía y reinaba el baile y la diversión desde que se entraba a la Misa del Gallo y se danzaba dentro de las iglesias.
Al divisar la Navidad, la noche reina en todo su apogeo, es el solsticio de invierno. Con el Martes de Carnaval, sin embargo, nos encontramos con la última luna de invierno, que augura la primavera y con ella la resurrección de la vida, la floración. El periodo comprendido entre el declinar del otoño y el nacimiento de la primavera tiene una misma entidad, responde a una misma dinámica social, ecológica y cultural. En la Navidad actual la fiesta más importante parece ser la Nochevieja en la espera del Año Nuevo. Sin embargo, para las gentes del siglo XVIII no poseía esa trascendencia. Los testimonios que poseemos sobre esa noche son escasos, pero su carácter debía de ser similar al de las de Reyes y Navidad. El definidor del convento franciscano de Granadilla refiere como «en la noche de Reyes y a los nuevos que concurre el venerable cura al convento le he visto bailar con los religiosos según costumbre de nuestra religión»3. Esa misma vertiente festiva debió poseer.
El 31 de diciembre, día de San Silvestre, aparece curiosamente como día festivo en el siglo XVIII, cuando en el anterior no poseía ese carácter. La noche de San Silvestre, por ese matiz sobrecogedor que tiene la noche en estos días de tránsito entre la Navidad y la Epifanía, y por ser el cambio de año, es tenebrosa, en la que más que en ninguna otra se encuentran las brujas y los diablos sueltos. Bethencourt Alfonso relata que se suponía que ese día en el Llano de Maja se hacían grandes solemnidades brujeriles4. La tradición recoge que San Silvestre fue quien bautizó al Emperador Constantino y liberó al país de la presencia de un dragón que vivía en una caverna. Para descender a ella debía bajar una escalera de 365 escalones, tantos como días tenía el año. En la noche de San Silvestre las brujas salían y los ancianos conjuraban su acción diciendo por tres veces la oración de San Silvestre y trazando en el aire tantas cruces como rincones tenía la habitación donde dormían:
San Silvestre de Montemayor,
conquista, conquistador,
guarda la cama y todo alrededor,
de brujas y hechiceras,
y de hombre malhechor.
Yugo en la frente,
freno en la boca
Dios me libre de vosotras.
Jesús en trances,
de a dos en tres,
que los de avance
abatan, Amen5.
Su oración se reza en Canarias desde el siglo XV hasta el XX como protección contra el mal. En 1499 ya se invocaba esa fórmula: Omíllome a ti, Virgen Santa María y a tu corona sanctíssima vendita y a la camisa que traía vestida cuando tu fijo preçioso pariste, ésta traiga por espada, por loriga, por defendimiento de mi vida, encomiéndome a Jesucristo amador y a Señor Sant Salvador y a Señor San Silvestre de Montemayor y a los ángeles treinta y siete, Señor, como legaste a la draga y al dragón, y a la syma y al león, y a la mujer y al varón, assí liguéis a Fulano y Fulana y a quien me quisiera hacer mal6.
Conservamos el testimonio de una descripción de la Fiesta de Año Nuevo o del Niño Dios celebrada en 1733 en un altar en la fachada de la casa de Don Isidoro Parloy en La Laguna, quien colocó en un nicho de su casa una escultura del Niño Dios por un voto que le salvó la vida «como de erisipela y sofocación»: Se formó una colgadura del techo y lados y espalda, todo bien colgado de damasco hasta el suelo por todos los lados y su dosel y altar y en él el Niño Jesús que de la calle se veía y enramada la casa (...). Habiendo venido beneficiado de la Concepción y clérigos y Hermandad del Santísimo se formó una procesión muy buena con muchas camaretas. Se llevó a la Concepción y puso en un altar al lado del Evangelio, sobre el Presbiterio, todo de plata, que es el de San Juan Evangelista, y se le hizo función7.
La Fiesta de Año Nuevo se integra dentro de esa concepción del año que Mircea Eliade denominó cristianismo cósmico, que integra el ciclo anual y la vida de Jesús. El 1 de enero es la Fiesta de la Circuncisión del Señor, conmemorando el sometimiento del Niño Dios a esta práctica hebrea. Es un día pleno de simbolismo, pues a la par de que Jesús se humilla dando ejemplo al someterse a las leyes divinas, a su vez aparece como víctima propiciatoria a través de su sacrificio en la Cruz, con el que libra a los hombres del pecado, triunfando sobre la muerte con su resurrección. Esta festividad que organizaban las cofradías de Misericordia, simboliza ese poder en potencia del Niño Dios que nos inmola a través de su resurrección, por lo que ese día se enramaban y se quemaban barriles8.
NOTAS
1. Eliade, M. El mito del eterno retorno. p. 63. Una visión general en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Tenerife, 2006.
2. Ibidem. op. cit. pp. 67-69.
3. Archivo del Obispado de Tenerife. Expediente sobre la conducta del cura de Granadilla Francisco Cruz Alayón.
4. Bethencourt Alfonso, J. Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte. Ed. Introd. y notas de Manuel Fariña González. Tenerife, 1985. p. 92.
5. Ibidem. op. cit. p. 91.
6. FAJARDO SPÍNOLA, F. Hechicería y brujería en Canarias en la Edad Moderna. Las Palmas, 1992, p.153.
7. Archivo Municipal de La Laguna. Fondo Ossuna. Papeles de Anchieta.
8. Rodríguez Mesa, M.; Alloza Moreno, M. Misericordia de la Vera Cruz. La Orotava, 1982. pp. 248-249.