(...) Pasamos con el escandallo en la mano por el canal que separa el islote de Alegranza del de Montaña Clara. Examinamos este archipiélago de islotes situados al norte de Lanzarote, que tan mal figurados están, tanto en el mapa del señor Fleurieu, muy exacto por lo demás, como en el que acompaña al viaje de la fragata la Flore. El Mapa del océano Atlántico publicado en 1786 por orden del señor De Castries, presenta los mismos errores. Como en estos parajes las corrientes son extremadamente rápidas, es importante para la seguridad de la navegación observar que la posición de los cinco islotes de Alegranza, Montaña Clara, Graciosa, Roque del Este e Infierno [Roque del Oeste], no está indicada con exactitud sino en el mapa de las Islas Canarias del señor Borda y en el atlas de Tofiño, fundado en esta parte sobre las observaciones de don José Varela, que están bastante conformes con las de la fragata La Boussole.
En el seno de este archipiélago, raramente atravesado por los bajeles con rumbo a Tenerife, nos sorprendió la configuración de las costas. Nos creíamos transportados a los montes euganeanos en el Vicentino, o a las riberas del Rin cerca de Bonn. La forma de los seres vivos varía según los climas, y esta variedad extrema es la que da tanto atractivo al estudio de la geografía de las plantas y los animales, pero las rocas, acaso más antiguas que las causas que produjeron la diferencia de los climas en el planeta, son iguales en ambos hemisferios. Los pórfidos contienen feldespato vítreo y anfíbol, las fonolitas (Porphyrschiefer, de Werner), las rocas verdes, los amigdaloides y los basaltos adquieren formas casi tan constantes como las materias simples cristalizadas. En las Islas Canarias como en Auvernia, en el Mittelgebirge de Bohemia como en México y en las orillas del Ganges, la formación del trapp se anuncia mediante una disposición simétrica de las montañas, por conos truncados, unas veces aisladas (Monti Gemelli, Zwillingsberge), y otras unidas por altiplanicies coronadas en sus dos extremidades por un mamelón.
Alegranza (Torriani, siglo XVI)
(...) Los vientos nos obligaron a pasar entre los islotes de Alegranza y Montaña Clara. Como nadie a bordo de la corbeta había navegado por este pasaje fue preciso echar el escandallo. Hallamos fondo a veinticinco y treinta y dos brazas. El plomo sacó una sustancia orgánica de tan singular estructura, que permanecimos por largo tiempo indecisos de si era zoófito o una especie de fucus. El dibujo que hice de ella en el mismo sitio, fue grabado en el segundo volumen de nuestras plantas equinocciales (...).
Según datos extraídos de un viejo mapa portugués, el capitán de la Pizarro creyó encontrarse enfrente de un fortín situado al norte de Teguise, capital de la isla de Lanzarote. Se tomó por castillo una roca de basalto, se saludó enarbolando el pabellón español y se echó al agua la chalupa a fin de que uno de los oficiales fuese a informarse con el comandante del supuesto fuerte si cruzaban por esos lugares embarcaciones inglesas. Nuestra sorpresa fue grande cuando se nos informó de que la tierra mirada como una prolongación de la costa de Lanzarote era la pequeña isla de La Graciosa, y que no había ningún sitio habitado en muchas leguas a la redonda.
Aprovechamos el bote para reconocer la tierra que se extendía tras una ancha bahía. Es indefinible la emoción que un naturalista experimenta cuando por primera vez llega a un suelo no europeo. Se presta atención a tantos objetos que con dificultad uno se da cuenta de las impresiones recibidas. A cada paso se cree encontrar una especie nueva. En medio de esta agitación a menudo no se reconocen las que son más comunes en nuestros jardines botánicos y en nuestras colecciones de historia natural. A 100 toesas (195 m) de la costa vimos un hombre pescando con sedal. El bote se dirigió a él, pero se dio a la fuga y se escondió detrás de un peñasco. Los marineros lograron atraparlo con dificultad. La visión de la corbeta, el cañón disparado en un paraje solitario pero visitado alguna vez por los corsarios berberiscos, el desembarco del bote, todo ello había contribuido a intimidar a ese pobre pescador. Nos informó de que la pequeña isla de La Graciosa, en la que acabábamos de abordar, estaba separada de Lanzarote por un canal estrecho llamado El Río. Nos propuso guiarnos al puerto de Las Coloradas para allí informarnos sobre el bloqueo de Tenerife; pero como al mismo tiempo aseguró no haber visto desde hacía algunas semanas ninguna embarcación en alta mar, el capitán decidió continuar ruta a Santa Cruz.
La pequeña parte de la isla de La Graciosa que recorrimos se parece a esos promontorios de lavas que se observan cerca de Nápoles. Entre Pórtici y Torre del Greco. Los peñascos están pelados, desnudos de árboles y arbustos y con gran frecuencia sin huellas de mantillo. Algunas plantas del tipo de los líquenes incrustantes, variolarias, leprarias y urceolarias se hallan esparcidas sobre el basalto. Las lavas que no están cubiertas de cenizas volcánicas quedan por siglos sin apariencia ninguna de vegetación. El calor excesivo y las largas sequías del suelo africano retardan el desarrollo de las plantas criptógramas.
Ilustración de La Graciosa desde Lanzarote, por Leonardo Torriani (siglo XVI)
Lo basaltos de La Graciosa no son columnares, sino que están divididos en capas de 10 a 15 pulgadas de espesor. Estas capas están inclinadas en un ángulo de 80 grados hacia el noreste. El basalto compacto se alterna con capas de basalto poroso y marga. La roca no contiene anfíbol, sino grandes cristales de olivino laminar que tienen una división triple (blottriger Olivin). Esta sustancia se fragmenta difícilmente. El señor Haüy la considera una variedad de piroxeno. El basalto poroso, que sirve de transición al Mandelstein, tiene cavidades alargadas de 2 hasta 8 líneas de diámetro, tapizadas de calcedonia, que encierran fragmentos de basalto compacto. No observé que estas cavidades estuviesen dirigidas en un solo sentido, ni que la roca porosa estuviese superpuesta a las capas compactas, como sucede en las corrientes de lavas del Etna y del Vesubio. La marga (Mergel), que más de cien veces alterna con el basalto, es amarillenta, friable, muy coherente en el interior y dividida a menudo en prismas irregulares análogos a los prismas trapeanos. El sol decolora su superficie, blanqueando varios esquistos desoxigenando un principio hidrocarbonatado que parece combinado con las tierras. La marga de La Graciosa contiene mucha cal y presenta una fuerte efervescencia con el ácido nítrico, incluso sobre los puntos donde se halla en contacto con el basalto. Tanto más peculiar es este hecho, cuando esta sustancia no rellena las hendiduras de la roca, sino que sus capas son paralelas a las del basalto; y de esto debemos concluir que los dos estratos son de una misma forma y que tienen un común origen. El fenómeno de una roca basáltica que encierra masas de arcilla endurecida y resquebrajada en pequeñas columnas se vuelve a encontrar en el Mittelgebirge, en Bohemia. Visitamos esas comarcas en 1792 el señor Freiesleban y yo y hemos reconocido del mismo modo en la arcilla de Stiefelberg la huella de una planta de la familia del cerastium o del álsine. ¿Se deberán a erupciones lodosas estas capas de marga que encierran las montañas estratificadas, o se las deberá considerar como depósitos acuosos alternando con depósitos volcánicos? Esta última hipótesis parece bastante más reforzada según las investigaciones de sir James Hall sobre la influencia que la presión ejerce en la fusión, la existencia de ácido carbónico en las sustancias conteniendo basalto no tiene nada de sorprendente. Muchas lavas del Vesubio presentan fenómenos análogos. En Lombardía, entre Vicenza y Abano, donde la caliza del Jurásico contiene grandes masas de basalto, he visto que este último hacía efervescencia con los ácidos allí donde entra en contacto con la roca calcárea.
No tuvimos tiempo suficiente para llegar a la cumbre de una elevada colina, puesto que su base estaba formada por bancos de arcilla sobre los cuales reposaban capas de basalto, exactamente como en un monte de Sajonia, el Scheibenberger Hügel, célebre por las disputas de los geólogos vulcanistas y neptunistas. Estos basaltos estaban cubiertos por una sustancia vítrea que busqué en vano en el pico de Tenerife y que ha sido designada con el nombre de vidrio volcánico, vidrio de Müller, o hialita, la cual constituye una transición del ópalo a la calcedonia. Arrancamos con trabajo algunas hermosas muestras y fue necesario dejar intactas las rocas que tenían de 8 a 10 pulgadas (de 20,32 cm a 25,4 cm). Nunca he visto en Europa hialitas tan hermosas como las de las islas de La Graciosa y las del peñón porfídico llamado Peñón de los Baños, a orillas del lago de México.
En la playa hay dos tipos de arena, una es negra y basáltica y la otra blanca y cuárzica. Expuesta a los rayos del sol, la primera hace subir el termómetro a 51,2º C (41º R) y la segunda a 40º C (32º R). La temperatura del aire observada a la sombra era de 27,7º C, o bien 7,5º C más elevada que la del aire del mar. La arena cuárzica contiene fragmentos de feldespato. El mar la devuelve y forma en la superficie de las rocas pequeños islotes, por decirlo así, sobre los que vegetan plantas suculentas y salinas. Se han observado en Tenerife fragmentos de granito; la isla de La Gomera contiene un núcleo esquisto micáceo, según informes que me ha suministrado el señor Broussonet; el cuarzo, diseminado en la arena que hemos encontrado en las playas de La Graciosa, es una sustancia extraña a las lavas y pórfidos trapeanos que tanto tienen que ver con las sustancias volcánicas. El conjunto de estos hechos parece probar que en las Islas Canarias como en los Andes de Quito, en Auvernia, en Grecia, y en la mayor parte del planeta, el fuego subterráneo se ha abierto paso por entre rocas primitivas. En lo sucesivo señalaremos un gran número de fuentes termales que hemos visto salir del granito, del gneis y del esquisto micáceo, y tendremos oportunidad de volver a esta materia; una de las más importantes de la historia física del globo.
Habiéndonos reembarcado al ponerse el sol, nos hicimos a la mar con una brisa demasiado floja como para continuar nuestra ruta a Tenerife. El mar estaba tranquilo y un vapor rojizo cubría el horizonte que parecía agrandar los objetos. En esa soledad, en medio de tantos islotes inhabitados, gozamos por largo tiempo del aspecto de una naturaleza imponente y salvaje. Las montañas negras de La Graciosa presentaban paredones escarpados de cinco a seiscientos pies de altura. Sus sombras, proyectadas sobre la superficie del océnao, daban un carácter lúgubre al paisaje. Del seno de las aguas emergían rocas de basalto parecidas a las ruinas de un gigantesco edificio. Su existencia nos recordaba aquella época remota en que los volcanes submarinos dieron origen a nuevas islas o desgarraron los continentes. Todo cuanto nos rodeaba de cerca parecía anunciar la destrucción y la esterilidad, pero en el fondo de ese cuadro, las costas de Lanzarote nos ofrecían un aspecto más risueño. En un estrecho desfiladero, entre dos colinas coronadas por grupos esparcidos de árboles, se alargaba un pequeño terreno cultivado. Los últimos rayos del sol iluminaban trigales prestos a ser cosechados. El desierto mismo se anima desde que en él se reconocen huellas de la mano laboriosa del hombre.
Probamos salir de este recodo por el paso que separa Alegranza de Montaña Clara, por el que habíamos entrado sin dificultad para desembarcar en la punta septentrional de La Graciosa. Habiéndose detenido el viento, las corrientes nos llevaron muy cerca de un escollo en el que el mar rompía con fuerza y que los antiguos mapas designan con el nombre de Infierno. Mientras medíamos este escollo a dos cables de la proa de la corbeta, nos percatamos que era una masa de lava de tres o cuatro toesas (de 5,8 a 7,7 m) de alto, lleno de cavidades y cubierno de escorias que se parecen al coque (coak) o a la masa esponjosa de la hulla desazufrada. Puede suponerse que la roca del Infierno, que los mapas más recientes llaman Roque del Oeste, ha sido levantada por el fuego volcánico. Y puede suceder que antaño haya sido mucho más elevada, porque la Isla Nueva de las Azores, que en varias ocasiones se la ha visto salir del mar, en 1638 y 1719, había llegado hasta 354 pies (115 m) de altura cuando desapareció por completo en 1723, encontrándose a 80 brazas (134 m) de profundidad en el sitio que ella había ocupado. La idea que sostengo sobre el origen del domo basáltico del Infierno está confirmada por un fenómeno que se observó a mediados del siglo pasado en esos mismos parajes. Durante la erupción del volcán de Timanfaya, se elevaron del fondo del océano dos colinas piramidales de lava tiloide y poco a poco de unieron a la isla de Lanzarote.
Ni el viento ni las corrientes nos permitieron volver a pasar por el canal de Alegranza, así que decidimos pasar la noche abordo entre Montaña Clara y el Roque del Este. Casi resulta fatal esta decisión. Es peligrosísimo permanecer mientras hay calma junto a esta última roca, hacia la cual se dirige una corriente con extraordinaria fuerza. A medianoche empezamos a sentir los efectos de esa corriente. La proximidad de las masas pétreas, que se elevan perpendicularmente sobre las aguas, nos quitaba el poco viento que soplaba; la corbeta casi no gobernaba y temíamos encallar en cualquier momento. Es difícil concebir cómo una masa basáltica, aislada en medio del océano, puede causar tal movimiento en las aguas. Estos fenómenos, bien dignos de la atención de los físicos, son no obstante, bien conocidos por los marinos; se les observa de un modo muy temeroso en el mar del sur, sobre todo en el pequeño archipiélago de las islas Galápagos. La diferencia de temperatura que existe entre el océano y la masa de peñascos no basta para explicar la dirección tomada por estas corrientes y ¿cómo admitir que el agua que se sumerge en las bases de estos escollos, no siempre de origen volcánico, conduce a las moléculas de agua a reemplazar el vacío que se forma?
La mañana del 18 se levantó un poco de viento y logramos pasar por el canal. Nos aproximamos mucho al roque del Infierno otra vez y observamos grandes grietas por donde probablemente se habían abierto paso los gases durante la emersión de este pitón basáltico.
Perdimos de vista los islotes de Alegranza, Montaña Clara y La Graciosa, que parecen no haber sido nunca habitados por los guanches. Hoy no se los frecuenta sino para recoger allí orchilla, producto que, sin embargo, es menos solicitado desde que tantas otras plantas liquenosas del norte de Europa ofrecieran sustancias adecuadas para los tintes. Montaña Clara es célebre por los hermosos canarios que se encuentran en ella. El canto de estos pájaros varía según el lugar, así como el de nuestros pinzones, que a menudo no es igual en dos cantones vecinos. Montaña Clara también tiene cabras, lo que prueba que el interior de este islote es menos árido que las costas que observamos. El nombre de Alegranza se ha construido por el de La Joyeuse, que dieron los primeros conquistadores de las Canarias, dos barones normandos, Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle. Fue el primer punto que abordaron. Después de permanecer varios días en La Graciosa, de la que hemos examinado una pequeña parte, concibieron el proyecto de apoderarse de la isla contigua de Lanzarote, en la que Guadarfía, el soberano de los guanches, los acogió con la misma hospitalidad que halló Cortés en el palacio de Moctezuma. El rey pastor, que no tenía más riqueza que sus cabras, fue traicionado tan vilmente como el soberano mexicano.
La Bocaina desde arriba (Torriani)
Seguimos las costas de Lanzarote, isla de Lobos y Fuerteventura. La segunda de estas islas parece haberse desprendido antiguamente de las otras dos. Esta hipótesis geológica fue enunciada ya en el siglo XVII por un religioso franciscano, Juan de Abreu Galindo. Este escritor supuso que el rey Juba no nombró más que seis Islas Canarias porque en su tiempo tres de ellas estaban unidas. Sin que admitamos esta hipótesis como probable, los geógrafos han imaginado que los habrían tomado por dos islas la Nivaria y la Ombrios, la Canaria y la Capraria de los antiguos.
El horizonte totalmente cubierto de brumas nos impedía durante toda la travesía de Lanzarote a Tenerife descubrir la cumbre del Teide. Si la altura de este volcán es de 1.905 toesas (3.707 m), tal y como lo indica la medida trigonométrica de Borda, su cima ha de ser visible a una distancia de 43 leguas marinas (239 km), suponiendo el ojo al nivel del océano y una refracción igual a 0,079 de la distancia. Se ha puesto en duda que el Teide se pueda percibir alguna vez desde el canal que separa Lanzarote de Fuerteventura, alejado del volcán según el mapa de Varela, 2º 29', o lo que es igual, unas 50 leguas (278 km). Este fenómeno, sin embargo, parece haber sido verificado por varios oficiales de la Marina Real de España; y he tenido en mis manos, a bordo de la corbeta Pizarro, un diario de abordo en el que se había marcado que el pico de Tenerife había sido determinado a 135 millas (250 km) de distancia, cerca del cabo meridional de Lanzarote, llamado Pichiguera (...).
Fragmento tomado de Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo: LAS CANARIAS... y otros escritos [1799-1804], Fundación Canario-Alemana Alexander von Humboldt, Nivaria Ediciones - MMV, 2005, con estudio introductorio, notas y bibliografía de Nicolás González Lemus, y traducción del mismo junto a Daniel Ardila Cabañas.