Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Miradas de mujer: homenaje a las mujeres rurales.

Miércoles, 25 de noviembre de 2009
Aguayro (nº 244)
Publicado en el n.º 289

Son la cara invisible del campo canario. Durante décadas, su trabajo pocas veces ha sido considerado como una actividad económica. La Asociación Insular de Desarrollo Rural de Gran Canaria (AIDER) las inmortalizó ya hace un tiempo en el proyecto de investigación Todo pueblo tiene sus mujeres. Los retratos de 63 luchadoras isleñas que, a lo largo de tres generaciones, ofrecen una mirada de historia viva, un viaje al pasado, presente y futuro de un paisaje agrícola y ganadero que muchos se resignan a ver desaparecer. Hoy día siguen sufriendo el síndrome de la invisibilización.

Isabel León, alfarera, como foto de portada del reportaje de Aider Gran Canaria a la mujer rural.

 

 

María Isabel León.- Nació en San Bartolomé de Tirajana en 1966. Trabajó algunos años en la hostelería hasta que se casó y se trasladó a vivir a Artenara, lugar del que se siente parte. Su oficio es la alfarería. Sus conocimientos le vienen de su suegra, Carmela Luz, una de las alfareras más antiguas de Lugarejos.

 

Carmen Cardona.- Nació en la Cruz de Firgas, en el seno de una familia agricultora. Desde pequeña ayudaba a su padre, ganadero, a coger pasto para los animales. Luego en casa ayudaba a su madre. Recuerda las cogidas de millos y las fiestas que se hacían a continuación. Ahora cuida a su madre y su marido, ambos enfermos, y participa en distintas actividades del pueblo.

 

Eva Trujillo.- Es una joven de 24 años, originaria del barrio de El Secuestro, en Teror. A pesar de su juventud, ejerce una profesión tradicionalmente realizada por hombres: es repartidora de Aguas de Teror. Empezó ayudando a su padre y su hermano, hasta que hace cuatro años decidió ser autónoma. Maneja un camión de 18.000 kilos, uno de los más grandes de la empresa.

 

Irene García.- Tiene 34 años y nació en Camino de la Madera, en Vecindario (Santa Lucía), en una familia aparcera de la que aprendió el oficio al que se dedica. Muchas generaciones de su familia se dedicaron a lo mismo y ella se siente orgullosa y realizada.

 

Coralia González.- Nacida en Fagajesto (Gáldar) hace 28 años; aunque estudió auxiliar de clínica, es ganadera. Su trabajo es elaborar quesos junto a su madre. Del resto de las labores se ocupan su padre y su hermano. A pesar de su juventud, es presidenta de la Cooperativa de Quesos del Norte de Gran Canaria.

 

Lolita Herrera y Mari García.- Son madre e hija de Agaete, y comparten actividad, que se dedican a la venta ambulante de pescado. Lolita comenzó a vender con su madre a los 17 años, pero también ayudaba a su padre a calamariar y a levar las nasas.

 

Fina Suárez.- Nace en Tejeda hace 43 años. Es una mujer emprendedora que ha logrado imprimir dinamismo a su municipio. En la actualidad regenta un hotel rural, aunque también ha gestionado apartamentos rurales, e incluso un restaurante.

 

Isabel León, alfarera.

 

 

Celestina Hernández nació en el Valle de Agaete en 1945, en la misma casa en la que vive hoy día. Regenta una curiosa tienda de aceite y vinagre que heredó de sus tíos, pero no se olvida de cuidar su finca de árboles frutales, ni de su trabajo como artesana de cestería, cuyas piezas ella misma expone y vende.

 

Clara Cabeza tiene 52 años, y aunque se ha dedicado a casi todo, al final ha vuelto a Fataga, el lugar de origen de sus padres, donde mantiene abierta, junto a su marido, una casa rural, de la que se enorgullece por ser una de las viviendas más antiguas del pueblo.

 

Eva Trujillo es una joven de 24 años originaria del barrio de El Secuestro, en Teror. Pocos la creen cuando cuenta que su profesión la tiene buena parte del día subida a un camión con el que reparte el agua que ha hecho famoso a su municipio.

 

A primera vista, estas tres mujeres, con vidas y edades diferentes, poco tienen en común. No es cierto. Representan tres generaciones que muestran, con un solo golpe de vista, la transformación del mundo rural en Canarias.

 

La filosofía del proyecto desarrollado por Aider, y que viajó por toda la geografia grancanaria en forma de exposición, llamada Todo pueblo tiene sus mujeres, pasa también por lograr el reconocimiento social que ha sido negado durante mucho tiempo a las mujeres rurales. Ya sea como trabajadoras asalariadas, empresarias autónomas o como integrantes de negocios de carácter familiar, las mujeres que han colaborado en el estudio comparten un nexo común: la necesidad de autonomía y desarrollo personal, y así lo reflejan las conclusiones del trabajo elaborado por Rosa María Henríquez y Lourdes Tejera.

 

 

Agricultoras.


Las 63 colaboradoras que han prestado su voz demuestran que las actividades de las mujeres en el ámbito rural no se limitan a la agricultura (aparceras, jornaleras...).

 

La percepción del mundo rural tiene muchos matices, según la experiencia de quien la valore.

 

Así, la tranquilidad, el ritmo y la calidad de vida que defienden algunas de las entrevistadas se contraponen con la progresiva pérdida de los lazos comunitarios que antaño unían a las gentes del mundo rural. Marusa Dámaso, cultivadora de café de Agaete. lo tiene claro: Hoy en día, el que se lo propone, y teniendo un terrenito o arrendando una finca... lo que pasa es que hay que trabajar... Pero Dominguita, de Valsequillo, que hace quesos desde los ocho años, reconoce que las nuevas normas de producción agrícola han acabado con la ayuda mutua. Antes nos ayudábamos, había una convivencia; hoy, con el jodío cajón ese que es la tele, ni se habla ya.

 

Las mujeres del mundo rural aseguran que aún hoy día siguen sufriendo el síndrome de la invisibilización. El papel de las mujeres en las actividades agrarias ha sido siempre considerado como un complemento al del hombre, no como una actividad económica independiente. Cuando se analiza este aspecto, cobra importancia la necesidad de reivindicar este reconocimiento.

 

Carmen Cardona

 

 

El testimonio vivo de 63 mujeres que representan a tres generaciones de canarias demuestra que la aportación femenina al mundo rural es mucho más que económica. Son transmisoras y herederas de un patrimonio que deben mantener y transmitir. Sólo por eso, la sociedad canaria debe un reconocimiento a las abuelas, madres e hijas que son legado vivo de la tradición.

 

También desarrollan otras labores que, remuneradas o no, han contribuido a la economía familiar y por lo tanto han sido determinantes en la pervivencia de los municipios rurales. Sin embargo, la agricultura de subsistencia, con cultivos dedicados muchas veces al consumo familiar, llenó gran parte del tiempo de muchas mujeres que, como Marusa Dámaso, de Agaete, han podido revalorizar con los años. Todo el día estaba cogiendo cafés, estábamos días enteros tendidos en el suelo, cogiendo café grano a grano. Ya hoy trabajo en mis propios cafeteros, cuenta.

 

La presencia de las mujeres en la agricultura de exportación como mano de obra, aparcera o incluso empresarias, ha sido determinante en el despegue de productos que, como el tomate, han sostenido a comarcas enteras, como la del sureste grancanario. Irene García, de Santa Lucía de Tirajana, lo sabe muy bien. Se dedica a la aparcería porque lo viví toda la vida. Mis abuelas ya eran aparceras. Después mis compañeras se fueron a limpiar apartamentos, pero a mí eso no me llena.

 

 

Pastoras y Marineras.

 

La ganadería y la pesca son dos de las actividades tradicionales que más diferencian las labores masculinas y femeninas. En el mundo ganadero, los hombres se dedican al pastoreo y las mujeres ordeñan o elaboran queso. Sin embargo, en Gran Canaria aún quedan mujeres pastoras que ordeñan, pero que también se dedican a la venta de ganado, por ejemplo. Las mujeres de los marineros también han mariscado, jareado, preparado escabeches y toda aquella actividad que le permitiera tener a sus hijos con ellas. Claro ejemplo es Rosario Martín, de Mogán. Yo soy marinera fina, explica. Los padres de mi madre eran marineros, mi padre era marinero y también lo fue mi hermano.

 

 

Artesanas.

 

Aunque hoy en día han perdido su utilidad doméstica, los productos artesanales siguen imprimiendo su sello personal, que tiene un claro nombre de mujer, por ejemplo en la alfarería.

 

La alfarera Teresa Sarmiento, de Moya, defiende que su arte es una tradición, es parte de nuestra identidad aunque mucha gente lo utiliza por decoración. Mari Luisa Artiles, caladora de Ingenio, asegura que no había una persona en Ingenio que se casara, que no llevara un juego de cama, una camisa de dormir una mantelería y un pañito para adornar el salón.

 

 


Publicado en la revista Aguayro de julio/agosto de 2007, número 244.


 

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