Desde media mañana, y a pesar de que en La Aldea se vivieron dos días de intensa fiesta con La Rama, festividad del Santo Patrón y Romería, en el puerto se respiraba un ambiente de sana alegría, con vecinos y visitantes con la jiribilla metida en el cuerpo, deseando cumplir con una tradición que se presenta como un rito anual de disfrute de la vida.
Así, a las doce del mediodía, en el cruce de la playa, la Banda de Agaete, hizo sonar los instrumentos, y La Aldea en peso respondió levantando al cielo las cestas para pescar las lisas y las guitarras que dan voz a los tenderetes familiares de cada once de septiembre, plasmando en el lienzo festivo una estampa irrepetible, que enamora por su belleza, a los que la descubren por primera vez, y que calienta el corazón, de los que la esperan cada año.
Se bailó hasta el muelle, en esa peculiar danza que se escenifica cada año el día del Charco, gastando las últimas fuerzas que quedan después de más de 48 horas en las que el cuerpo y el alma apenas han tenido respiro.
Desde primeras horas, los amantes de la auténtica tradición de la fiesta aldeana, mostraban la esencia festiva más bella, con la vestimenta esmerada que cada año se usa para recibir la bendición del Charco.
Se bailó en el muelle durante la mañana, demostrando la fuerza y aguante del pueblo aldeano. Se aliviaron los dolores festivos del cuerpo, con un remojón en las acogedoras aguas de la playa, que este año, más que nunca, fueron aguas sanadoras para el cansancio acumulado de tantas horas seguidas de jolgorio.
Se charló con los amigos, en ese reencuentro anual en la avenida, disfrutando de la fresca cerveza o de la peseta de ron que prepara para el volador de las cinco.
Familias enteras volvieron a tomar el parque Rubén Díaz, con los olores de la sabrosa comida aldeana, que se ofrece con hospitalidad a los visitantes, y se comparte desde lo más hondo, con amigos y vecinos.
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