Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Los Indianos y el Carnaval.

Lunes, 15 de febrero de 2010
María Victoria Hernández Pérez (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)
Publicado en el n.º 301

El Lunes de Carnaval en Santa Cruz de La Palma, una cruzada de polvos de talco recibe a los indianos que regresan de «hacer las Américas», portando jaulas con loros, baúles, gigantescos cigarros puros, esclavos negros, leontinas y espejuelos, mientras la música caribeña se dilata.

Una foto de los indianos de César Borja.

 

Ya arrojan al cabello limpios talcos
ya al pulcro rostro harina y almidones

José Viera y Clavijo (1731-1813)

 

 

 «¡Cinco años… y una fortuna». Grito, lema y reclamo. Nacía la ilusión, sin medir el esfuerzo que costara. Era la única salida para buscar posesiones y hacienda. En el muelle de Santa Cruz de La Palma o en el pequeño embarcadero de Juan Adalid y en los porís de toda la costa perimetral de La Palma, se apresuraban a embarcar varones jóvenes y familias enteras en la busca de riqueza hacia la otra orilla atlántica. Se conocen como indianos a los emigrantes con fortuna que regresaban a su tierra de origen haciendo ostentación de la misma. Era la época en que los grandes veleros surcaban el Atlántico haciendo la «carrera de Indias». Tiempos de sueños, de esplendor y de dineros, enfrentados a la decadencia de una España que veía desmembrado su imperio de Ultramar.



Otros, los que ni tan siquiera tenían para pagar el pasaje en los veleros La Verdad, Nueva Engracia o la Ninfa de los Mares, se quedaron en La Palma. Llegó el siglo XX y el océano lo cruzaron modernos vapores de la emigración de tristes recuerdos: el Valbanera y el Príncipe de Asturias. Cinco años… y regresar a La Palma. Ese era el proyecto de miles de palmeros.

 

De allá llegaban noticias de tierras prósperas, fértiles y de abundantes mieses. El muelle de Santa Cruz de La Palma se veía concurrido de gentes cuando, a lo lejos, los vecinos descubren al «buque correo que trae la correspondencia, buque extranjero o buque de La Habana», al decir de Benigno Carballo Wangüemert (1826-1864).

 

En el discurrir cotidiano de la monumental ciudad renacentista, con calles empedradas, casonas de magnífica fachadas de piedra o mortero de cal, ventanas de celosía y magníficos balcones de tea y sinuosos callejones que llevaban a la vieja calle de La Marina, se identifica perfectamente el caminar del emigrante retornado por la vestimenta peculiar del indiano, tal y como recoge Isaac Viera (1858-1941): «Por las calles de la capital palmera discurren millares de forasteros, entre los que se ven a muchísimos indianos con el indispensable sombrero de Panamá, que han venido de Cuba».

 

El humor, la sátira y la parodia, de los que los palmeros tienen sobrados antecedentes, propiciaron el carnavalear con ello. Era la manera de sacar jugo a unos hechos y modos, idealizando al emigrante rico que retornaba a La Palma haciendo ostentación de su fortuna.

 

Acuarela sobre los Indianos de Fierro.

Acuarela de J. B. Fierro. Regreso de los Indianos

 

 

Los auténticos indianos decimonónicos y los de la parodia aportaron a la fiesta la vestimenta peculiar de América al estilo de las cálidas tierras del Caribe, sombreros de fina paja tejida, pantalón y chaquetas blancas o beige y gran cigarro puro; y ellas con blondas de colores pastel, encajes, pamelas con flores y sombrillas. Y es así, como los refleja en 1911 el palmero Juan Bautista Fierro Vandewalle (1841-1930) en una acuarela costumbrista titulada Llegada de los indianos. En ella se ve a una familia de emigrantes vestida a la usanza americana, portando baúles y una jaula con un loro; en contraposición, tres personajes palmeros ataviados con la tradicional indumentaria de la isla. No es de extrañar que, años después, esa imagen de los indianos ricos y ostentosos se parodiase en Carnaval.



Pero no sólo la indumentaria, sino también las expresiones, las hablas y los acentos, las danzas y los sones; recetas culinarias, incluso, se incorporan a la cultura palmera y conviven conjuntamente con las de la isla. Valga como muestra que en 1927 se ofreciera en el café Santo Domingo de la capital insular: «Dulces del país de todas clases, jaleas y dulces variados de Cuba, frutas de California de todas clases en latas», según recoge un anuncio publicado en prensa. Todos esos saberes (vestimenta, música, danza y riqueza gastronómica) configuran la celebración festiva del Desembarco de los Indianos.

 

J. B. Fierro, miembro de La Poteca y pintor de la acuarela Regreso de los Indianos

 



En cualquier lugar de La Palma por los días de Carnaval, en las parrandas de los que corren la fiesta en verbenas y bodegas, los polvos de talco y la música están presentes. Unos a otros, hombres a mujeres, niños a adultos, se envuelven en el juego de arrojarse polvos de talco. Auténticas batallas incruentas y blancas de miles de kilos de oloroso polvo de talco inundan los rincones de la isla.

 

La universalidad y rito de enharinarse en Carnaval lo recoge Gaspar Lucas Hidalgo (1560-1619) en su libro, incluido en los índices expurgatorios de la Inquisición, Diálogo de apacible entretenimiento, que contiene unas Carnestolendas de Castilla; dividido en las tres noches del domingo, lunes y martes de antruejo (Barcelona, 1605):

 

                    Qué de gritos por las calles,
                    qué de burlas, qué de tretas,
                    qué de harina por el rostro.

 

Empolvados en Los Llanos de Aridane

 

 

Como vemos, dentro de los más antiguos ritos del Carnaval se encuentra el arrojarse cenizas, harinas y talcos en medio de alocados juegos. Esa costumbre llega a Canarias y el ilustrado tinerfeño José Viera y Clavijo (1731-1813), en su poema Los meses, nos cuenta:



                     Todos son juegos, chanzas, diversiones.
                     Ya arrojan al cabello limpios talcos
                     ya al pulcro rostro harina y almidones
                     ya la agragea a la pulida espalda.

 

 

En 1799 se promulga una norma prohibitiva para todo el reino:

 

Ninguna persona osada de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros sitios, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con que se pueda incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni echar agua clara ni sucia en los balcones, y ventanas e con jarras, xeringas, ni otros instrumentos, si se da con pellejos, vejigas ni otras cosas.

 

Empolvados en la Real Sociedad Aridane

 

 

Las costumbres de los empolvados del Carnaval continuaron en La Palma, resistiendo las reprehensiones de los diferentes organismos. Las autoridades tomaban decisiones drásticas. Los empolvados y las harinas eran molestos y se pretendía erradicarlos. El periódico El Tiempo (Santa Cruz de La Palma, 26 de enero de 1928) publicó una nota de la alcaldía de la capital en la que se especificaba:

 

Relacionado con la prohibición hecha por el Sr. Delegado, de arrojar polvos y harinas durante las fiestas de carnaval, antigua costumbre que no está en consonancia con la cultura de esta ciudad, el señor Pérez González nos ha manifestado que está dispuesto a castigar con dureza y energía cualquier intento de desobediencia de esta prohibición, para lo que ha pasado las órdenes oportunas a la Guardia Municipal y a la Guardia Civil.

 

Nueva familia de indianos

 

 

Sea como fuere, el pueblo defendió sus viejos usos y costumbres que hoy se han convertido en uno de sus más altos valores antropológicos y culturales.

 

El Lunes de Carnaval en Santa Cruz de La Palma, una cruzada de polvos de talco recibe a los indianos que regresan de «hacer las Américas», portando jaulas con loros, baúles, gigantescos cigarros puros, esclavos negros, leontinas y espejuelos, mientras la música caribeña se dilata. Es una fiesta cargada de imaginación, peculiar y sorpresiva cada año, que depende de la imaginación particular de los asistentes. Las monumentales calles Dionisio O’Daly y Anselmo Pérez de Brito soportan estoicamente toneladas de polvos, y tardarán días en volver a su estado original.

 

Para encontrar los orígenes de esta peculiar parodia de Santa Cruz de La Palma nos remontamos a los carnavales «de los monárquicos años veinte», del decir de José Díaz Duque (Diario de avisos, 12 de febrero de 1966), cuando «empezó a circular un enigmático rumor: la llegada de “La Poteca” al baile de “los ideales”. (...) La Poteca resultó ser un “desembarco de indianos”, señores muy conocidos con sus esposas y sus hijos vestidos de isleños que regresaban de Cuba, al son del ritmo de allí».

 

La «sociedad» La Poteca fue célebre y «El alma de la misma era don Juan Henríquez, de un humor a toda prueba. En los carnavales era célebre su parranda», según Ermelando Martín Guerra (Diario de avisos, 19 de marzo de 1970). La familia de Henríquez Brito guarda un curioso documento-reglamento de La Poteca, «Sociedad Gastronómica Artística», de fecha 1 de enero de 1920 y con domicilio en la calle Pérez Volcán de Santa Cruz de La Palma. Documento cargado de ironía, guasón y buen humor carnavalero. La directiva estaba compuesta, en esa fecha, por Juan Henríquez Brito, Juan Bautista Fierro, Antonino Pestana Rodríguez, Luis Wandewalle Álvarez, Miguel Valcárcel Pinto, Manuel Wandewalle Pinto, Federico Salazar Hernández, Joaquín Poggio Álvarez, José Fierro Hernández y Félix Poggio Álvarez.

 

En un principio, los polvos de talco estaban alejados de este cortejo decimonónico. La implantación oficial —entendiendo por tal ser asumida por el Ayuntamiento y no tener esta fecha por su origen fundacional— de la parodia del desembarco de los indianos se recupera en 1966. En los años ochenta del siglo XX se reimplanta anualmente en el programa del Ayuntamiento la Llegada de los Indianos, a la que se unió, sin que nadie se lo propusiera, la vieja tradición de los polvos de talco. Pasado los años, Los Indianos se han convertido en el número más representativo del Carnaval de La Palma.

 

Empolvados

Los Llanos de Aridane

 

 

 

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