Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

Historias Mínimas (I): Una provincia de analfabetos donde enseñar era sufrir.

Jueves, 22 de Julio de 2010
Agustín Millares Cantero
Publicado en el número 323

De acuerdo con los índices del sociólogo Marcelo Álvarez, no es aventurado proponer que, precisamente en 1900, sólo uno de cada cinco canarios en 63 de nuestras municipalidades disponía de instrucción elemental y que únicamente en tres de ellas los letrados superaban el 30% de la vecindad.

 

La tasa de analfabetismo en Canarias era en 1909 del 69%, la más alta de todo el Estado español. Esta situación venía de muy atrás y apenas había mejorado en el último medio siglo. Hacia 1860, y descontando los menores de 11 años, sólo una de cada diez personas sabía al menos leer y escribir. Por cada 100 adultos se contaban 82 que no lo hacían, cuando la media europea de entonces rondaba en torno al 45-50%. Según los datos que ofrece Núñez, únicamente estaban alfabetizados en ese año el 19% de los hombres y el 9% de las mujeres, porcentajes respectivos que en 1887 eran del 26 y del 19% y en 1900 del 35 y del 27%. Al amanecer del siglo XX tuvo Canarias el triste “privilegio” de estar, junto con Cádiz, entre las provincias españolas más analfabetas.

 

El diputado a Cortes Pérez del Toro denunció en una memoria coetánea la inoperancia de un exclusivo centro escolar por cada 39 entidades de población, mientras el periodista Ricardo Ruiz y Benítez de Lugo señaló que las 256 escuelas públicas de la provincia debían elevarse hasta 450 de regir la legislación vigente. De acuerdo con los índices del sociólogo Marcelo Álvarez, no es aventurado proponer que, precisamente en 1900, sólo uno de cada cinco canarios en 63 de nuestras municipalidades disponía de instrucción elemental y que únicamente en tres de ellas los letrados superaban el 30% de la vecindad; Santa Cruz de La Palma pasó a ser, según todos los indicios, el distrito más ilustrado, merced a la actuación de una minoría intelectual especialmente inquieta por la enseñanza, a la cual inspiró el sacerdote liberal Manuel Díaz Hernández.

 

 

Los avances de la escolarización infantil en el medio rural tropezaron con multitud de escollos, sin que dentro del urbano progresasen en demasía. Semejante panorama tuvo una lógica incidencia sobre la despolitización de las capas populares, convirtiéndose en uno de los soportes del caciquismo. En las primeras décadas de la pasada centuria resultaba muy habitual que, alrededor de las tres cuartas partes de los electores en los distritos agrarios, fuesen analfabetos. Así, por citar algunos exponentes de Lanzarote, lo eran el 73% de Haría en 1904 o en torno al 76% de San Bartolomé y Tinajo en 1908, tasa que en Arrecife bajaba al 65% en 1906. Incluso en las urbes nos encontramos con una situación de iguales características: el censo electoral de Las Palmas en 1913 consigna hasta un 77% en Tafira y en La Isleta y un 65% en San José.

 

Más allá de los fríos guarismos de las estadísticas, me interesa referir algunos hechos protagonizados por varios docentes que expresan el calamitoso estado de la educación canaria a finales del Ochocientos. Se decía ya por aquellas fechas que "enseñar en España es llorar", pero esta frase, que pudiera resultar tópica, está realmente lejos de traslucir las desventuras sufridas por nuestros educadores en múltiples períodos. También enseñar por esta ínsulas fue morir o, al menos, padecer innumerables agobios. El 5 de septiembre de 1896, el mismo día en que fue asesinado en Tías el cacique y dirigente conservador Leandro Fajardo Cabrera, se suicidó en Haría el maestro nacional Santiago Noda García, funcionario con casi 29 años de servicio a esas alturas. En carta que dejó al juez municipal, el también cacique Enrique Luzardo Béthencourt, expresaba que había tomado la fatal decisión por no disponer de medios elementales para sobrevivir. Le eran adeudados sus emolumentos desde hacía “muchos meses” y su salud quedó muy quebrantada a consecuencia de enormes penurias, justamente cuando ya tenía en curso el expediente de jubilación a instancia propia. El suicida pidió, en un último gesto de honradez irreductible, que de llegarse a cobrar los adeudos gubernativos fuese destinada la suma a retribuir a sus numerosos acreedores.

 

Lo curioso del trágico asunto es que Santiago Noda García, quien había ejercido el magisterio en Telde durante su juventud, fue quien enseñó las primeras letras a un escolar llamado Fernando de León y Castillo. En el transcurso de los años, mientras su antiguo discípulo iba escalando los peldaños de una brillantísima carrera pública, mantuvo con él correspondencia habitual, aunque el cacique mayor de las Islas Orientales omitiera en sus memorias (Mis tiempos, tº I, cap. I) cualquier referencia al instructor pueblerino de primaria y apenas rindiese exclusivo tributo a los “sabios profesores” del Colegio de San Agustín. Al que fuera marqués del Muni le atribuye nuestra historiografía un papel cardinal en el llamado “crecimiento económico moderno” de Canarias, pero el desarrollo espoleado por los puertos mayores y los nuevos cultivos dominantes no bastó para garantizar la digna existencia del hombre con el que aprendió a leer y a escribir. Hay anécdotas en extremo reveladoras sobre la auténtica fisonomía de una etapa histórica. Santiago Noda murió sin enterarse de las ventajas que deparó el omnímodo cacicato leonista. O si supo de ellas, le importaron un pimiento.

 

 

El caso del señor Noda no constituyó un fenómeno extraño en la coyuntura finisecular por estas latitudes. En abril de 1899, la escuela de niños de San Bartolomé de Tirajana llevaba más de un año sin recibir las partidas asignadas para materiales y su titular, Miguel Guerra, no cobraba las asignaciones desde hacía nueve meses. Los dos maestros nacionales de Valleseco, Benito Navarro y Tarcila Expósito, denunciaron en un desgarrador comunicado de prensa fechado el 28 de noviembre que se les debían, respectivamente, once y ocho mensualidades, motivo por el cual anunciaban la clausura de los dos centros bajo su titularidad. Navarro comentó incluso a varias familias, al principiar enero de 1900, que se había visto obligado a vender parte de sus bienes para atender créditos contraídos y a cultivar por sí mismo su pequeño fundo con el único objeto de poder subsistir. Poco después fue cerrada una de las escuelas de Arucas. Y podríamos aducir otros lances sincrónicos de idéntica o similar naturaleza.

 

Los gobiernos centrales de la Monarquía no se inquietaron mucho ante el pavoroso grado de incultura imperante en Canarias y ni siquiera el soplo regeneracionista alentado tras el “Desastre” del 98 cambió las cosas de rumbo. Las élites políticas insulares, emanadas de las oligarquías agromercantiles, tampoco mostraron lógicamente gran preocupación por la materia, porque un pueblo ignorante es controlado con mayor facilidad. A las oposiciones republicanas pertenecieron los casi únicos y sistemáticos trajines para encarar ese estado de cosas, si bien ya sabemos que sus marcos de actuación estaban limitados a las principales ciudades. En 1910 las tasas de alfabetización meramente alcanzaban el 36% la masculina y el 31% la femenina, valores que en 1920 escalaron sin más hasta el 40 y el 36%, siempre conforme a los cálculos de Núñez. Al filo de la Segunda República entrañaban todavía un 56 y un 46%. Y en esta provincia tan indocta florecieron, a pesar de todo, algunos focos culturales urbanos de primera magnitud. Nuestros mejores intelectuales y artistas sintonizaron muy pronto con las tendencias europeas más avanzadas a lo largo del Ochocientos, según una directriz que hizo posible, entre otras cosas, la creación sobre bases positivistas del Gabinete Instructivo en Santa Cruz de Tenerife y del Museo Canario en Las Palmas. Pero esa intelectualidad urbana, tan sensible a los dictados del pensamiento y del arte que provenían de Europa, exhibió por lo común una escasa sensibilidad ante la ignorancia del campesinado. Si esta región hizo unas aportaciones relevantes a la llamada Edad de Plata de la cultura española, las efectuó hasta fechas tardías fundamentalmente de espaldas a su profundo atraso cultural.

 

 

Las imágenes forman parte del Archivo Histórico de la Fedac.

 

 

Comentarios
Domingo, 18 de Diciembre de 2016 a las 22:11 pm - luisa nordelo guerra

#05 No se de que se sorprenden siempre los poder esos contra el pueblo oprimido cuanto menos sepa mejor.

Martes, 05 de Abril de 2011 a las 18:17 pm - Y. Barroso

#04 El proceso alienador nos ha hecho amnésicos. Inculturizaron a nuestros padres ocultandoles nuestra historia para que sus hijos fueramos amnésicos, para que no supieramos nada.

Lunes, 07 de Marzo de 2011 a las 01:26 am - Barbara

#03 Buenos dias a Ustedes

Bueno yo solo quiciera saber un poco sobre el ano 1850 al 1894 si estoy preguntando sobre estas fechas es por que mis Bisabuelos eran Galdar o artenara y como dije mis antes pasados naciron en en Galdar y mi difunto Padre nacio en Barranco hondo al igual mis tios y yo quisiera saber un poco sobre Barranco Hondo en artenara mi Padre Jose Bernardo del Pino Diaz Diaz nacio en Barranco Hondo y yo quiciera saber donde queda y pienso que tengo preimos de 4 o 5 Generacion y me gustaria saber mas sobre Barranco Hondo

Muchas gracias por adelantado si Ustedes me pueden Informar sobre Barranco Hondo

Muchas Gracias

Barbara

Miércoles, 28 de Julio de 2010 a las 17:23 pm - A. H.

#02 Eclarecedora página de nuestra historia, no la de los apellidos y ringorrangos. Enhorabuena al autor por este trozo de verdad y de reflexión.

A. H.

Jueves, 22 de Julio de 2010 a las 11:37 am - Jorge B.

#01 Se comprende así muchos motivos intrahistóricos de nuestra comunidad cultural reciente. Pero es importante el análisis histórico porque si no siempre se recurre al argumento mentiroso de las causas naturales, cuando todo pasa por la historia, una fuerte historia de clases sociales en este caso.

Gracias al autor y a Bienmesabe por la iniciativa.