Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Miguel Sarmiento-Carmen Laforet. Una coincidencia.

Martes, 15 de junio de 2010
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el n.º 318

Sería ya demasiada casualidad que el número de la casa de los abuelos de Carmen Laforet coincidiera, al pasar tanto tiempo y operarse tantos cambios en la Ciudad Condal, con el de la pensión desde donde Sarmiento, 23 años antes, escribiera su carta desesperanzada.

La escritora Carmen Laforet.

 

Últimamente los dos escritores que figuran en el enunciado de este Rescate han recibido atención por parte del público con la reedición de algunos de sus libros. Más atención ha tenido Carmen Laforet, a la que se le han dedicado también estudios y muy recientemente una concienzuda y valiente biografía que parece ha gustado a unos y disgustado a otros, firmada al alimón por Anna Caballé Masforrol, responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona, y por Israel Rolón Barada, bajo el título Carmen Laforet. Una mujer en fuga. Cuando apareció en la Editorial Idea de Tenerife (2005) la edición de La isla y los demonios de Carmen Laforet, prologada por María Dolores de la Fe (desde siempre, Lola o Lolita de la Fe), pensé unir a Miguel Sarmiento Salom y a Carmen Laforet Díaz por una muy sutil circunstancia. Sabedor de que se estaba gestando la aludida biografía de Caballé y Rolón, quise esperar a su aparición para relacionar a estos dos escritores canarios.

 

Miguel Sarmiento Salom es hijo de canario y mallorquina (1876-1926), nacido y muerto en Las Palmas, vivió la mayor parte de su vida en el ámbito mallorquín-barcelonés; Carmen Laforet (1921-2004), nacida en Barcelona, hija de padre castellonense y madre toledana, recaló en Gran Canaria, con dos años de edad, por traslado de su padre a la isla para ejercer de profesor de Dibujo en la Escuela de Peritos Industriales. Carmen Laforet permaneció aquí en su niñez y en parte de su juventud, hasta que marchó a Barcelona para estudiar en su Universidad, a los dieciocho años. Cinco años más tarde deslumbraría a toda España con su radiografía de aquella Barcelona en la novela Nada. Esta primera parte de su formación pasada en Canarias y el poso que de las islas queda en su obra justifican que sea considerada como escritora canaria.

 

¿Cuál es ese hilo con el que quiero unir a estas dos personalidades de nuestra literatura? La escritura de sendas cartas a otros tantos amigos en momentos importantes de sus vidas, desde la misma calle, Aribau, de Barcelona: la carta de Miguel Sarmiento, un hombre ya de cuarenta años, con responsabilidades familiares y lleno de desesperación por verse sin medios para cumplirlas, pidiéndole a su amigo Luis Doreste S. que le busque un trabajo en París, después de haber acudido a muchos amigos en España; y la carta de una juvenil Carmen Laforet, que comienza una nueva etapa de su vida, contándole a su amiga Lola de la Fe sus impresiones de llegada a Barcelona; impresiones que dejan transparentar un ambiente cerrado y duro, que plasmará enseguida en su primera gran obra, Nada.

 

Agradezco a la siempre generosa y sabia Lola de la Fe la copia de la carta de Carmen Laforet y el permiso de publicarla. A la Biblioteca Insular de Las Palmas de Gran Canaria, idénticas gracias por el cuidado de los fondos que conserva.

 

Estas noticias de la intimidad de los dos escritores nos ofrecen una buena ocasión para que releamos sus libros, incluida la reciente biografía citada.

 

 

La carta de Miguel Sarmiento dirigida a Luis Doreste, recién arribado a París, es de desesperación, aunque él lo niegue en la misma1. Está escrita desde una pensión regentada por una comadrona, de la calle Aribau de Barcelona, situada en el número 65, posiblemente durante el mes de abril de 1916.

 

Unos 23 años más tarde, el 9 de septiembre de 1939, llegaba, desde su Gran Canaria, a la misma calle Aribau, número 36, según nos dice la reciente biografía, la joven Carmen Laforet para continuar sus estudios, como ya he dicho, a la casa de sus abuelos y tíos. Desde allí, ese mismo mes, le escribe a María Dolores de la Fe Bonilla, su compañera del instituto de Las Palmas y confidente, y le cuenta sus primeras impresiones, en lo que se puede considerar como el germen de lo que sería la primera novela ganadora del premio Nadal. Sobre esta carta ha escrito María Dolores de la Fe en el artículo “Escala en Cádiz”, publicado en la revista gaditana Caleta (n.º 14, 2008). En la biografía de Caballé y Rolón, se comenta la carta y se publican fragmentos en las páginas 100-104, 467 y 475. Allí se explican muchas de sus alusiones.

 

Sería ya demasiada casualidad que el número de la casa de los abuelos de Carmen Laforet coincidiera, al pasar tanto tiempo y operarse tantos cambios en la Ciudad Condal, con el de la pensión desde donde Sarmiento, 23 años antes, escribiera su carta desesperanzada.

 

Luis Doreste S. estaba recién incorporado a su puesto de secretario personal de Fernando de León y Castillo, embajador de España en París. La carta de Sarmiento aparece sin datar. Su redacción debe fijarse durante el mes de abril de 1916. El 23 de marzo, el periódico Ecos de Las Palmas da la noticia del nuevo destino de Doreste. El 27 del mismo mes, llega a Las Palmas, para despedirse de la familia y de los amigos, que le ofrecen un homenaje, en el que Alonso Quesada da lectura al libro de poemas de Doreste Las moradas de amor; el 7 de abril, la redacción de Ecos le agasaja con una gira al campo. Ya a comienzos del mes de junio aparece en Diario de Las Palmas su primera crónica desde París.

 

Miguel Sarmiento se había movido en el ámbito mallorquín y barcelonés, participando en revistas y periódicos, y en empresas editoriales, como Espasa. A Barcelona llegó para hacer su carrera de Derecho, que nunca acabaría2. Buscando mejores recursos de vida, marcha a Madrid a comienzos de 1915. En una carta de Luis Doreste a Rafael Romero, de 9 de enero de ese año, le dice: “Queridísimo Rafael: Todo recibido, telegramas y cartas. Estoy ahogado de prisas. Ahora tengo aquí a Miguel Sarmiento que viene a Madrid también con empaque de conquistador, y todos vivamente interesados estamos por su valía extraordinaria. Veremos. Vengo de presentarlo a Don Benito.” Malviviría Sarmiento lo restante de 1916, posiblemente, volviendo a su mal pagado trabajo en la Enciclopedia Espasa, en Barcelona, u ofreciendo sus escritos a las publicaciones que se los aceptaban. Su aliadofilia militante le cerró puertas en aquella España “neutral”, como cuenta en la carta. No he tenido ocasión de ver prensa barcelonesa o mallorquina para poder afirmar con seguridad qué publicaba entonces. Desde marzo de 1917, parece que colabora asiduamente en La Publicidad barcelonesa, sobre todo con sus reseñas teatrales y con la serie “La linterna de Diógenes”, donde cabía de todo, hasta 1922, en que el periódico salió enteramente en catalán. Incluso va de corresponsal a Italia, con algún salto hasta Viena, desde donde manda hermosas crónicas de lo que ve y piensa. Luego volvería a Las Palmas, ya tocado por la enfermedad, con la ilusión de elaborar una guía de las Islas, cuando le alcanzó la muerte.

 

La carta que presento nos dice lo demás: su nobleza de alma, su sinceridad, su agobiante situación. En ella salen a relucir nombres de amigos a quienes acude, detalles familiares, opiniones, que retratan su espíritu y la nervadura de su escritura. Pensemos, al leerla, que Europa está en plena Guerra Mundial.

 

Miguel Sarmiento

 

 

Lo mismo ocurre en la carta de la joven Carmen Laforet. En ella está, de un modo sencillísimo, el alma que veremos en la novela Nada. Ambos escribían con igual método y soltura, tanto una carta como una novela, como un artículo. No son escritores puramente de ficciones, que puedan prescindir de lo biográfico en sus escritos, sino que se dejan en ellos jirones de sus vidas. Los dos están poseídos de “la pulsión autobiográfica”, de que se habla con respecto a Laforet en la biografía de Caballé y Rolón, aunque lo pudieran negar muchas veces, como es el caso de Laforet. Por los innumerables artículos, cuentos y las novelas de Sarmiento, conocemos ese poner la carne en el asador de lo que cuenta. Siempre hay algo personal, de su alma, en lo que escribe. Lo mismo le ocurre a Carmen Laforet, como lo ha dicho la crítica y queda muy bien corroborado en la biografía recién publicada3.

 

Listaré los amigos que cita Sarmiento, para que se vea en qué ambientes se movía y en quiénes confiaba para salir de su desesperada situación. En su carta aparece alguna noticia que deberían seguir los estudiosos de su obra, como es la escritura de “comedias infantiles”. El conocimiento de su relación con los pintores y escritores del entorno mallorquín y catalán, si se encuentran sus correspondencias, sería de un gran valor: Gabriel Alomar, Ciges Aparicio, Santiago Rusiñol, Miguel de los Santos Oliver, Ángel Guimerá, Jerónimo Pou, el uruguayo Pedro Blanco. Entre los canarios, además de Luis Doreste S., nombra a Agustín Millares Carlo, Rafael Romero, Ángel Guerra y Leopoldo Matos.

 

 

Carta de Miguel Sarmiento

 

                    Señor don Luis Doreste
                    París

 

Querido amigo Luis: Son las dos de la madrugada; te escribo desde una habitación del número 65 de la calle de Aribau, pral., 2.ª, en Barcelona. Esta noche, en el café, acabo de saber que te hallas en París, de secretario particular de don Fernando, en la Embajada de España. La noticia me ha causado una profunda emoción.- Me alegro por ti y, en mi egoísmo –tan humano y tan disculpable en una vida como la mía– me alegro por mí, también. En el café te he escrito una carta tan vehemente que, al releerla, apenas la he entendido yo mismo. Ya era mucho tiempo que el corazón no se me había desbocado como hoy.


¡Lo que he sufrido después de que allá, en Madrid, nos separamos! Mi carta a ti, desde Mallorca, te revelaba cómo andaba mi espíritu. Salí de Madrid y me refugié en Mallorca, resuelto a clausurarme un año, a ganarme la vida modestamente allí y terminar mi carrera. Todo inútil. La guerra había paralizado todo, y mi trabajo, el de escribir, más que ningún otro. Resuelto a vencer, me embarqué y vine a Barcelona a buscar trabajo editorial para reunirme con mi mujer y mis hijos en un rincón de la isla. He de advertirte que, al convencerme de que no podía sostener a Marie y los niños, dejé la casa de mis suegros. Allí viven aún, pero yo, por dignidad, no podía consentir que me mantuviesen ellos. En un viaje a Barcelona logré algo de algunos editores: encargos que luego han procurado no aceptar. Tú sabes, Luis, que yo conozco lo que puedo llegar a hacer en mi oficio, tú sabes que no soy vanidoso. Pues bien, yo te confieso que las comedias infantiles que escribí podrán pasar mejor que muchos mamarrachos que en Barcelona se editan y no me las aceptaron. ¡Figúrate! Había alquilado una casita en Bimaraix, tenía mis planes para defenderme en el gran temporal de la guerra. Todo perdido. Agoté mis recursos. Regresé a la isla. Vuelta a empezar. Busqué lecciones, intenté combinaciones en los periódicos en que colaboraba. Fracasé ante el egoísmo de los editores. La tristeza y el dolor tienen un pudor suyo; no hay que recordarlas. Yo sé lo que he sufrido en aquella gran soledad, sin casa y sin ver a mi mujer y a mis hijos más que de tiempo en tiempo. Sentirse fuerte, honrado, con ganas de trabajar y estrellarse ante la indiferencia de la gente. Y allí en Palma con la preocupación de la guerra, entre la turba germanófila, viendo mis artículos tachados o archivados por no ser neutrales, por defender a Francia. En esos días llegué a tal punto, que escribí a Leopoldo Matos para que me ayudara con su influencia a ir a París. Matos, siempre generoso, me ofreció apoyarme en cuanto le fuera posible, el día que yo le avisase. Gabriel Alomar, por su parte, escribió a Ciges Aparicio solicitando que secundara mi propósito. Ciges nos contestó ofreciéndome unas traducciones y diciéndome que, por entonces, no había que confiar en trabajos editoriales suficientemente continuos para vivir ahí. Lo comprendí y enfrené mi anhelo. Cansado de buscar, de luchar, hace diez o doce días que me embarqué y aquí estoy. No volveré a Mallorca. Yo he de ganarme la vida, mi vida y la de mi mujer y mis hijos.


Aquí he revuelto Roma con Santiago. López me ha dado a ganar unos duros arreglándole unos dibujos para La Esquella de la Torratxa. He ido a Las Noticias, al Diluvio, a La Vanguardia. Rusiñol ha puesto en juego sus influencias. Todo está en veremos. Aún. Santos Oliver me ha ofrecido un puesto en la redacción de corresponsales que proyecta establecer en Madrid, dentro de un año. ¡Un año, calcula! Para evitar el verme en una situación extrema, he escrito a Ángel Guerra y a Matos. ¿Qué les pido? Esto: o Madrid inmediatamente para vivir solo y prepararme unas oposiciones; o un cargo o empleo en cualquier sitio donde poder estudiar y ahorrar unas pesetas para arrugarlas en Madrid en el albur de obtener una cátedra o cualquiera otra solución burocrática; eso que yo he rechazado siempre en mi espíritu por creerlo un vicio de los españoles holgazanes. –Ambas cartas han salido hoy. Y esta noche, al cabo de unas horas de salir la correspondencia, me entero de que tú, Luis Doreste, estás en París.


Yo no sé explicarte cómo está temblando mi alma entera. No es un antojo de momento, no es la decisión de un desesperado; es la aspiración de toda mi vida. Es –¿qué sé yo?– como un tumulto de agua que, al cabo de mucho tiempo de chocar aquí y allá, encuentra su salida y su camino. Luis, Luis, es inútil que me digas que no. Yo he de vivir en París. Tú sabes lo que representa Francia para nosotros; tú sabes cómo ha nutrido nuestro espíritu, y lo que hemos sufrido por ella en estos años de angustias. Mira, después de la contestación de Ciges Aparicio pensé en hacer prácticas en algún ramo de mecánica y marcharme a Francia; días hubo que quise presentarme al cónsul francés para que dispusiera de mí. Mis hermanos se interpusieron. ¡Lo que significaría para mi mujer vivir para siempre en Francia! Su madre es francesa, sus abuelos lo fueron también. Ella sabe el francés desde muy niña y se ha educado en el culto a ese pueblo admirable. En nuestras conversaciones hemos hablado siempre de esa gran ilusión. ¡Poder educar a nuestros hijos en Francia! No creemos que Francia sea Eldorado. Después de vencer, después de firmada la paz, Francia habrá de trabajar bravamente. Pues bien, trabajar por ella, vivir en nuestro rincón modesto, educar a nuestros niños en el espíritu de Francia, no quiero más. Tú sabes, Luis, mi vida. Ha sido lucha, angustia años y años. Pues todo esto lo olvidaría. Yo creo que sería para mí nacer de nuevo.

 

Firma de Miguel Sarmiento.

 

Y tú dirás ¿cómo venir aquí? El proyecto de ir a Francia lo conocen mis suegros. No sólo lo aprueban sino que lo aplauden. Mi mujer y mis niños permanecerán allá, y yo a luchar, a abrirme camino. Por de pronto no quiero literatura. Yo podré reunir cien francos al mes con escribir en los periódicos de Mallorca y Barcelona. Y yo, si tú quieres –yo no admito que tú no puedas–, me ganaré el resto en cualquier cosa. Yo tengo resolución, soy abnegado; iré a servir a un hospital, a un taller, a cavar la tierra. No es una locura, no. Yo aceptaré los sacrificios que sean necesarios. Si París no puede ser, a otra parte. Soy fuerte, soy honrado, estoy decidido a trabajar en lo que otros hombres más selectos que yo trabajan seguramente en Francia. ¡Si pudieras verme por dentro! Yo no voy a conquistar a París; lo que deseo es que el día de mañana no puedan decir que voy a aprovecharme de la paz sin haber ayudado en lo que podía en los días difíciles, y en lo poco que pueda, a esa gran nación.


No te pido más que tu influencia en los primeros meses. El sufrir me ha templado para mirar la vida cara a cara. No son frases. Es la verdad.


Luis, tiene que ser, tiene que ser. Si me ayudas, me harás el mayor favor que podrías concederme. Ya sabes lo que significa para nuestra profesión vivir en París. Primero arrancar y luego lo otro viene. Es el dedicarse a una especialidad, es conseguir para mis hijos armas para defenderse mejor que yo, en lo futuro.


Para el día de mañana yo tengo una gran amistad en esa: Pedro Blanco, un pintor uruguayo amigo de Ghavenon el director de la Information, y de Thomas4 el actual ministro de municiones.


Yo puedo obtener para mí buenos informes de los cónsules de Mallorca y Barcelona, de Rusiñol, de Guimerá, de López, el editor que defiende a los aliados en sus dos semanarios; de Alomar que Le Temps ha citado por sus artículos a favor de Francia. En cuanto a la Embajada, tú sabes que en España hice lo que pude; en Mallorca he publicado artículos en favor de la Entente. Jerónimo Pou, senador y uno de los mantenedores de la Gaceta de los Aliados en Palma, puede decir quién soy. Entiéndeme, Luis. No invoco méritos. ¡Pobres méritos! Intento seguramente ofrecer las garantías que ahí tienen derecho a exigir.


Contéstame. Háblale a don Fernando. Yo no aspiro a vivir de la Embajada. Sólo quiero la recomendación, la ayuda moral para sostenerme los primeros tiempos. Dime lo que exigen para entrar en Francia. En un mes o en el tiempo que tú me aconsejes me defenderé aquí. Practicaré el francés. En una palabra, tú sabes lo que significa “¡Quiero!” Pienso en la gran alegría que le daré a mi mujer: Lo de París arreglado. Habrá, Luis, en el mundo un rincón en que cuatro almas unidas te bendecirán un día. Yo no sé de adulaciones, pero eso nace de donde brotan las cosas nobles y buenas.


Insisto. Instrúyeme en lo que es necesario para ir a esa. Yo haré de cabeza. ¡Pensar que Francia puede ser una realidad para mí! Escríbeme, Luis. ¡Imagina cómo aguardaré tu contestación, y piénsalo bien. Yo no soy un inútil y por vivir en Francia y por educar a mis hijos ahí, estoy resuelto a todos, ¿sabes?, a todos los sacrificios. Un abrazo.

 

Miguel Sarmiento.5

 

                    Vivo en la calle Aribau 65 -pral- 2.ª
                                                             Barcelona.
En Madrid fui a parar a casa de la viuda del director de El Fusil, un periódico carlista, y aquí estoy en casa de una comadrona donde me sospecho que germanofilean. Mira tú qué mala sombra. Estaré hasta fin de mes porque ya he pagado.

 

Calle de Aribau 65 –pral. 2.ª

A las siete de la mañana:

 

No he podido dormir. Oh, qué inquietud. Todo ha sido pensar. Mira. Si en París no consiguiera arraigar, siempre me sería provechoso. El ir ahí sería aprender a fondo el francés y poder ganarme una cátedra para el día de mañana. Para ello no se exige ser licenciado en Letras. El burocratismo me repugna pero yo no puedo permitirme esos lujos espirituales. Ahora escribo a Ángel Guerra y a Leopoldo Matos. Para ir a Canarias necesitaría el mismo dinero que para ir a París, con ventaja, en este último caso, de poder llevarme de Barcelona alguna corresponsalía.


No temas por mi estancia en esa.


Cuanto más pienso, más me armo en la idea de marcharme a Francia.


Luis, por lo que más hayas querido o quieras en el mundo, secúndame, ayúdame.
No te molesto más. Escríbeme. En un mes, yo me arreglaría, practicaría el francés. ¡Qué alegría, Luis, qué alegría!


Un abrazo

                         Miguel

En cuando recibas esta ponme una postal. Luego me contestas cuando puedas. Luis, ha de ser, tiene que ser.

 

 

 

Fragmento de otra carta de Miguel Sarmiento a Luis Doreste Silva6

 

[…] Hoy he recibido carta de Baltasar Champsaur mi cuñado que desde La Laguna me encarga que trate de recuperar el puesto que tenía en Barcelona en casa Espasa: cuarenta duros y geografía a todo pasto.


Soledad espiritual.


Blanes, el pintor, se marcha uno de estos días a América, Bemareggi, Alomar en Figueras […] en aquel Ateneo, sede de tanto ganso […] he perdido […] para siempre: la alegría.


Habría manera de leer lo de Romero7. A este le debo carta. Quiero escribirle extensamente y en otro tono. No quisiera contarle tristezas. Vosotros animadle.


De Agustín8 tuve carta hace días. Yo le escribí lo que pasa y me escribió que me marchara a Canarias. Mas Canarias, por lo que veo, no es una solución. Ahora espero contestación a una segunda carta mía. […] Muchos recuerdos a todos, a don Luis9 y familia, a Romero, a todos un abrazo de

 

                                                                                                  Miguel.

 

 

 

 

Carta de Carmen Laforet a María Dolores de La Fe10

 

Esta carta es también para que la lean Julia y Carmen11.

 

Dukesunke:


                       Perdón por la tardanza, pero todo llega en este pícaro mundo, hasta una carta mía, tabarrosa y larga.


Te cuento punto por punto mis impresiones.


Punto 1.º


Despedida del muelle: tu casa, la de mi padre, la de Julia que se van borrando... Canarias que se aleja, yo me emociono, pero ¡con una alegría! Les tiro un beso a todos mis recuerdos alegres y ves alejarse la isla con el alma revuelta de sentimientos en los que el optimismo grita alto una canción blanca...


Punto 2.º Viaje.


Hasta Cádiz: Mar y cielo, delicias de descubrir rincones del barco, de tumbarse al sol, frente a la inmensidad a leer.


De Cádiz a Barcelona.


Cambio de gente. Voces peninsulares. Baile, amigos y un plan estupendo.


En Cádiz fui a casa de Diego que estaba aquel día de cuartel y no lo pude ver. Y fui a hacer tu encargo, como verás de un modo... un poco... original...


Como proféticamente anunciaste, el jarrito tuyo típico se me rompió, pero yo llevaba otro del mismo tamaño, de Talavera, un poquito descascaronado en un pie, pero muy mono, y lo envolví en el papel de Fataga... Luego me daba vergüenza llevarlo porque se veía que era un poco usado y lo llevó un amigo diciendo que yo estaba mareada... ¡Perdón! Te ruego que escribas, como el que no quiere la cosa, que compraste el cacharro en una tienda de curiosidades... porque es de Talavera auténtico, ¿sabes?


Punto 3.º Llegada a Barcelona. Caigo en brazos de mi tutora que me aprieta con feroz emoción, como si no quisiera soltarme jamás... En cuanto respiro le doy tus recuerdos a la estatua de Colón. Desfila Barcelona por la ventanilla del taxi, calles rectas, iguales verdes de árboles, tiendas, bullicio, gentes. Estamos en casa: escaleras y luego el templo del arte, almacén de curiosidades, parque zoológico, laboratorio de psicología que todo eso es esta casa.


Trastos viejos, trastos viejos, muebles antiguos, cachivaches.


El abuelo y la abuela viejecitos maniáticos y graciosísimos (ya te contaré cosas de ellos).


Tío Luis: alto y tan delgado que se le aguzan los pómulos bajo la piel, está neurasténico después de la guerra y es un tipo tan interesante, como un personaje de Dostoiewski.


Tío Pepe interesantísimo también en su género y también algo chiflado desde que salió de la checa.


Mi tutora, tipo terrible que merece un capítulo aparte.


La mujer de Luis, tipo gris de espíritu, de físico muy mona, muy delgadita, muy angelical, no te imaginarías al verla que es casada.


La niña que llora.


Un perro, un gato y una criada respondona.


Estos son los componentes de la casa. Conjunto: ¡El acabose! ¡Todos están enfadados unos con otros! Caigo yo en medio de este barullo. Abro las maletas, atiendo a unos y a otras, almorzamos y enseguida suena el timbre. Abro y… ¡Ricardo y Pedro!


Me quedé tan desconcertada que dije que era mi novio.


El abuelo vive aún en el siglo en que nació que es a principios del pasado... La tutora, poco menos...


Poco faltó para que le dieran la clásica patada por detrás... Quedé aterrada. Afortunadamente tengo dos tías casadas y una de ellas –sobre todo–, mi tía Teresa, es la más adorable y simpática muchacha que he conocido.


Veo, naturalmente, a Ricardo bastante a menudo, mientras la tutora y el abuelo creen que lo estoy olvidando... Te advierto que me divierto...


He pasado dos días en Ocata, un pueblecito precioso de la costa con una familia amiga.


Esta familia son tres hermanos ya mayores, dos chicos y una señora, íntimos amigos de casa y la gente más agradable que he conocido.


El pueblo tiene pinos y mar y es limpidísimo y blanco y la casita nuestra una barraquita de verano que parece por dentro, con sus cretonas y sus maderas claras, una casita de película.


Me he bañado en el mar Mediterráneo, tan estupendo como el nuestro pero no superior..., eso de que es más azul es un camelo...


He comido una fruta tan rica y tan variada que estaba encantada.


Me he imbuido de sol y de optimismo... La semana que viene pienso volver.


Ricardo ha encontrado ya trabajo. Pedro aún no, pero Dick se lo está gestionando.


Te abrazo a ti, a Julia Cuenca, a Carmen Lezcano con toda mi alma.

 

                                                                                         Carmen
Cariños a Maruja y a tu madre.

 

 

 

Notas

 

1. Es curioso que Luis Doreste utilice el mismo medio cuando ve peligrar su puesto en la embajada de París, al llegar la Segunda República. Algún día presentaré esa carta en la que intenta convencer a un escritor de que estaba con la República, para que intercediera ante las autoridades por la seguridad de su puesto de trabajo. Tuvo que volverse a su isla. La carta no se parece en nada a la de Sarmiento, ni moral ni humanamente. Sus escritos posteriores a favor de Franco fijarían su verdadera filiación ideológica.

2. Tampoco Carmen Laforet acabó ninguna de las dos carreras comenzadas (Filosofía y Letras, en Barcelona; Derecho, en Madrid).

3. En una segunda edición deberían cuidarse ciertas imprecisiones, como el llamar alguna vez al barrio de Vegueta de Las Palmas “la Vegueta” (p. 31); o “cercano pueblo de San Cristóbal” (p. 39) al que era –y es– uno de los barrios marineros de Las Palmas; o el transcribir datos inexactos del comienzo de nuestra guerra incivil (p. 97); o el cuidar la ortografía de algún término, tal “Íbid.”, que no lleva tilde en la primera i, como “Ídem”, sino en la segunda (“Ibídem”). Gracias a no se sabe quién, todavía subsiste, hermosa, la playa de La Laja (p. 38). En las islas no se suelen llamar “torres” a las casas de campo o de playa (p. 34). A la “casa-museo de Cristóbal Colón” (p. 31) se la llama llanamente “Casa de Colón”. En Tafira, ¿“enormes fincas plataneras”? (p. 48); un poco más abajo, sí. Por el modo de decirlo, la condesa de Torre-Mata estaba en Las Palmas en otro país distinto al suyo (p. 66); o sea, que aquí, en Canarias, no se estaba en guerra, y sí en “su país”. Curioso que los autores coincidan con cierta tradición canaria de referirse al país. Posiblemente Carmen y Ricardo (p. 88) paseaban por El Monte [Lentiscal], y no “por el monte”.

4. Albert Thomas era el ministro socialista de armamento del segundo Gabinete de Guerra de Aristide Briand (1916). Había sido periodista en L’Information y en L’Humanité.

5. Lo que sigue aparece en una cuartilla aparte.

6. Sin datación. Debe referirse a El lino de los sueños.

7. Rafael Romero Quesada (Alonso Quesada).

8. Agustín Millares Carlo.

9. Luis Millares Cubas.

10. Lola de la Fe me cuenta que Carmen Laforet no solía datar sus cartas. La salida de Las Palmas hacia Barcelona de Carmen Laforet fue el 5 de septiembre de 1939. Llegó a la Ciudad Condal el 9 del mismo mes. Esta carta debe haberse escrito alguno de los días siguientes a la llegada.

11. Se refiere a Julia Cuenca Schwartz y Carmen Lezcano García.

 

 

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