Si se tiene en cuenta todo esto, y también que lo que hasta ahora se ha publicado en antologías, extractado del Templo Militante, no representa sino de una manera muy lejana e imperfecta la imagen de nuestro poeta y de su mérito, no dejará de extrañar incluso lo poco que de Cairasco se sabe y se sigue diciendo en la historia literaria. Si no es un desconocido en el verdadero sentido de la palabra, ello se debe sin duda, en primer lugar, a la admiración y casi se puede decir a la veneración que su solo nombre ha suscitado siempre entre los isleños, y al cuidado con que los autores, sus compatriotas, han mantenido su memoria y, por decirlo así, su culto. Pero el hecho es que esta forma de conocerle es tan incompleta como injusta, y que Cairasco no es sólo un objeto de arqueología literaria, sino al mismo tiempo un poeta y un artista; es decir, un autor a quien los historiadores de la literatura tienen el deber de descubrir y de comentar, pero no el derecho de reservárselo para sí. Alejandro Cioranescu, 1957
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La buena voluntad, la disposición para con lo nuestro, el acto de ofrecer y rememorar… todo esto es motivo de alabanza; y yo no voy a decir lo contrario. Por eso creo que los actos conmemorativos del IV Centenario de la muerte de Cairasco organizados por el ayuntamiento capitalino de Gran Canaria tienen su mérito, incluso sus impulsos originales y atractivos para hacer llegar una figura histórica fundamental de nuestra coordenada cultural. El problema está en la estructura, en la columna vertebral de la idiosincrasia canaria, descoordinada en su corazón de vida, rumbo a la muerte de los callados. Porque, primero, ¿quiénes, de los que han estudiado literatura en Canarias, saben quién es Cairasco? Segundo: aún sabiendo, ¿quiénes lo han leído? Tercero: aún leyéndolo, ¿quiénes de forma profunda y completa? Y cuarto: el o la que ha intentado profundizar en su literatura, ¿ha encontrado en nuestras librerías y bibliotecas su libro cumbre y más importante, Templo Militante?
La respuesta a esta última pregunta merece párrafo aparte: Imposible.
Imposible es el sobrenombre de Cairasco, pues no posible hemos querido que sea su existencia en el tiempo. No es Templo Militante, ha sido borrado de la vida y forma parte de los museos muertos. Por eso pensamos que de buena voluntad no se vive ya que el desconocimiento hace que lo que podría ser fiesta resurrectiva de nuestro primer autor, en estos 400 años de muerte, se convierta en un cuerpo de maquillaje hermoso lleno de huecos interiores por la falta de sus principales órganos biológicos. Nadie con dos dedos de frente puede quedar inmune cuando escucha que la gran obra del primer autor de la Literatura Canaria no puede ser consultada en el presente, o lo que es lo mismo, no existe.
Hoy, 12 de octubre de 2010, cuatro siglos después del día de su testamento y fallecimiento -según el canario-rumano Alejandro Cioranescu-, venimos a celebrar el 400 aniversario de la muerte del primer poeta de nombre conocido de Canarias: Bartolomé Cairasco de Figueroa, un escritor que tiene su busto, su plaza, su calle… y hasta un instituto con su nombre en la ciudad que lo vio nacer, Las Palmas de Gran Canaria. Fue conocido por aquella época incluso, y así se nos repite, en las largas tierras de las letras de los centros históricos peninsulares; fue alabado como a nadie por el padre canario Viera y Clavijo, y no menos por el cargado humanista decimonónico Graciliano Afonso, que casi lo adornó con aureolas de santo; así como por una amplia lista de nombres de la cultura letrada canaria de esa centuria del XIX. Y en el siglo XX no digamos, especialmente en la segunda parte, con los primeros largos estudios, iniciados tiempo atrás por Elías Zerolo (1897), de María Rosa Alonso y Alejandro Cioranescu, amén de cuantos y tantos hasta llegar a este final de la primera década del XXI, cuando el autor y su obra ya abultan al menos unas cuantas monografías en su honor.
Nadie duda en calificar a Cairasco, por múltiples motivos más allá de las fechas, como Padre de la Literatura Canaria; ni siquiera los políticos y organizadores de paso contratados en el momento de la instauración del Día de las Letras Canarias, hace ya unos años, que promovieron otra vez su homenaje y cierta reivindicación de conocimiento del autor, al menos en el papel de las notas de prensa. Nadie lo cuestiona, nadie pone en solfa el atractivo de la figura histórica canaria como clave inaugural de nuestra literatura…
Sin embargo, pasa que sin embargo, hay un olor, una peste fuerte y fuerte rodeante, un tufo revuelto en cada alabanza que se le hace al poeta, un negro tizón metido en cada acto, en cada fecha conmemorativa, en cada homenaje a Cairasco de Figueroa. Porque seamos serios y claros: ¿qué cultura o qué literatura no se pelearía por volver a publicar esa obra clave que llevara tanto tiempo sin reeditarse? Es decir, ¿creerían que si hubiese, por poner ejemplos análogos de otras culturas, una obra sin reeditar de Shakespeare o de Petrarca, en Inglaterra o Italia, las editoriales del lugar no se matarían por sacarlas sobre la marcha?
Retrato de Cairasco incluido en su Templo Militante
Pues, para quien no lo sepa, la gran obra -como todo el mundo afirma sin titubeos- del primer escritor de la Literatura Canaria, llamada -como hemos redicho- Templo Militante, no está a disposición de nadie en la actualidad, ni siquiera para cualquier estudioso o especialista de las literaturas del XVI y XVII. De verdad que el tema es sangrante, alienante y vergonzoso. Es como si la llegada de un nuevo centenario, de una nueva celebración utilizando su nombre casi en vano, al menos para mí, se convirtiera en una diferente forma de afrenta al poeta, del que todo dios toma su nombre, pero al que nadie -y todos somos responsables- es capaz de restituir la injusticia histórica que le fue (im)puesta hace ya mucho tiempo: el sambenito de ser, por la gracia de los dioses de la crítica literaria, autor de antologías, y en esto ni Cioranescu se salva.
Seminarios, ofrendas florales, exposiciones, tesis doctorales, representaciones teatrales… Tanto y tanto sobre Cairasco y no conocemos qué escribió: ¿no es de risa? Pongamos por caso que, si se publicara (aunque sea en versión digital, que cuesta mucho menos) su voluminosa obra Templo Militante, cuatro siglos después, a lo mejor resulta que la obra del autor -y su figura- nos sería odiosa y desganada, por eso de que es libro de santos y que tiene miles y miles de versos; aunque al menos, a lo sumo al menos, sabríamos de quién estaríamos hablando. Pero así no, así esto sigue siendo una cuestión de fe, como decía ya en los años 30 Juan Manuel Trujillo sobre todas nuestras letras. Ni los beatos ni los culturetas literarios se han decidido de una vez por todas con su magna obra.
¡Qué llamativo! ¡Qué triste! Ni siquiera… tan sólo siquiera fuese por el orgullo patrio de fachada de algunos y algunas; tan sólo siquiera por presumir, como politiquillo cultural de paso, de haber publicado la gran obra de nuestro primer poeta; tan sólo siquiera por ponerse el galón, como editorial de Canarias, de ser la que primero volvió a darla a la luz cuatro siglos después… Digo que ni siquiera por esas menudencias de la oficial cosa pública raquítica canaria de la tierra única, de la pastosa educación y sus flirteos dineriles, se ha sido capaz. Porque el reclamo a la responsabilidad histórica, a estas alturas, y después de tanta largura en la sangrada herida de la historia de Cairasco de Figueroa y su obra, volverá a parecer chiste, cosa mínima y superflua, casi acto a contracorriente de una cabezonería que algunos, al menos algunos, como Viera, Afonso o Millares Torres hace mucho tiempo, no estamos dispuestos a abandonar.
Sé -un saber que es deseo- que Templo Militante tendrá que reeditarse algún día, pero ya veremos en qué circunstancias, cómo y quién lo hará. Y en ese día, si alguna vez llegáramos a tener los mínimos de conciencia histórica sobreentendidos en una sociedad sana, se nos sonrojará el rostro como verdaderos cómplices de una marginación anunciada ya antes de la muerte del autor, cuando él mismo reclamaba al comienzo de su gran obra sepultada que fuera mirada con ojos no satíricos, cuatro siglos atrás, cuando su sangre todavía palpitaba en 1610, cuando se ponía a rodar el coágulo de un sepulcro que, parece, nunca tendrá fin. 2010 ha vuelto a ser testigo de su perpetuo enterramiento ausente de memoria histórica.