Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Salomé. Alonso Quesada. Melitón Gutiérrez Castro.

Sábado, 2 de octubre de 2010
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el n.º 333

Gil Arribato es uno de los pseudónimos que empleó Alonso Quesada. Los tres textos suyos que aquí se rescatan son ejemplos de los numerosísimos que aún yacen en los periódicos, esperando su publicación en libro. Con ellos el lector podrá comprender mejor el porqué del silenciamiento de este tipo de escritos y las malquerencias que suscita aún en los descendientes de los que se veían retratados en ellos.

Salomé, por Deardsley, en la primera edición inglesa de la obra del mismo nombre de Wilde.

 

Un escueto pero sustancioso artículo del profesor Sergio Constán en Salina. Revista de Lletres, que se publica en Tarragona (n.º 22, noviembre de 2008), bajo el título “La Salomé de la Xirgu en Canarias”, me ha dado la idea de rescatar dos textos que allí cita, firmado el uno por Melitón Gutiérrez Castro y el otro por Gil Arribato, añadiendo dos poemas de este último que tienen que ver con el tema.

 

Portada del libro de Sergio Constán Wilde en España.Después de publicada en forma de libro la que fue su tesis doctoral: Wilde en España. La presencia de Óscar Wilde en la literatura española (1882-1936), prologada por Luis Antonio de Villena (Astorga, Editorial Akrón, 2009), supongo que Sergio Castán irá dando a la luz, como creo es este caso, aspectos de su investigación que no tuvieron cabida en su trabajo, o aspectos nuevos que vaya encontrando sobre el tema.

 

Como reza el título, el trabajo de Constán se dedica al estreno en Canarias de la Salomé de Oscar Wilde en los meses de abril y mayo de 1913, después de representada, en castellano, en Málaga y antes de su representación en Madrid. En Cataluña la había representado Margarita Xirgú en catalán. De Canarias pasó la Compañía a América, donde representó con éxito la obra en Buenos Aires y, posiblemente, en otras ciudades del continente americano.

 

La representación en Santa Cruz de Tenerife suscitó ya críticas y protestas por parte del sector conservador desde antes de la representación. Las señoras pertenecientes a la Congregación de Hijas de María Inmaculada reparten notas en que se consideran como ofensas a la modestia cristiana las obras de la compañía Xirgú-Thuillier. El Diario católico de información Gaceta de Tenerife insiste en lo mismo, tanto antes como después de la representación de las obras, con notas en las que tachaban de mentirosas las noticias de La Opinión y La Prensa de que el obispo de Tenerife excomulgaba a los católicos que asistieran a las representaciones; y con el desmentido de que el repique nocturno de campanas en la iglesia del Pilar, sede de las Hijas de María Inmaculada, durante la representación de Salomé, “aun cerca de las diez de la noche”, tuviera como objetivo molestar a los asistentes a la representación (se trataba, decía, de la finalización de unos ejercicios espirituales). El estreno en Santa Cruz de Tenerife tuvo lugar el 13 de abril de 1913. La Opinión, al día siguiente, hablaba de la “obra del degenerado Oscar Wilde”.

 

En Las Palmas de Gran Canaria, al conocerse el programa de la Compañía, ya se escriben artículos que anuncian que hay oposición por parte de ciertas señoras católicas. Sebastián Suárez León, desde El Tribuno (16-IV-1913; el artículo se publicó también en El Progreso de Tenerife, el 21 del mismo mes), advertía de esa oposición. En Las Palmas, la obra se estrenó el 4 de mayo de 1913. El semanario de los carlistas, o jaimistas, de Las Palmas, El Tradicionalista, se convirtió en adalid de los protestantes. En contra de la obra, se posicionaron los críticos de La Provincia y del Diario de Las Palmas; a favor, está la prensa llamémosla de izquierda, como el semanario El Cometa, con un crítico que firma como Erre Hache Be (¿Quién se esconderá bajo las iniciales R. H. B.?), y el diario republicano federal El Tribuno. Uno de sus redactores, Melitón Gutiérrez Castro, enmascarado como El Curioso Impertinente, firma una entrevista realizada al director de la Compañía y primer actor Emilio Thuillier el 28 de abril. Los ánimos se caldean en la representación de otra obra polémica, Zazá, de Pierre Berton y Charles Simon, hasta tener que dirigirse la actriz al público para pedirle que se esperara al final para juzgar la obra, según afirma una biógrafa de la Xirgú (dato que no he podido encontrar en la prensa de la época)1. Esto sucedía el 2 de mayo. Diario de Las Palmas (11 de abril), para argumentar a favor de la obra, publica los elogios que la prensa malagueña había dedicado al triunfo de Salomé.

 

La reacción en contra de la obra lleva a Melitón Gutiérrez Castro a explicar sus valores. Ése es el motivo de la entrevista citada y de su artículo “Un cuarto a espadas. Salomé”.

 

¿Quién es Melitón Gutiérrez Castro? Es un periodista del que habrá que rescatar muchos de sus escritos sobre la realidad de nuestras islas. Su vehemencia y facilidad de exaltación le jugaron algunas malas pasadas. La vida se le hizo imposible en Tenerife y se vio precisado a trasladarse a Gran Canaria, donde fue acogido por José Franchy y Roca en la empresa de El Tribuno. En Tenerife dirigió algunas publicaciones de carácter obrero, por cuyos artículos había sido encausado. Luego, cometió la imprudencia de causar la muerte de una prostituta en La Laguna, en presencia de un amigo de juerga, el poeta Rodríguez Figueroa. Por la misma época, se enemistó con sus correligionarios republicanos de Tenerife y con sus hermanos masones. La prensa del momento da pormenores de la muerte citada, incluso del juicio y de la sentencia absolutoria. Más adelante vendrían las malas relaciones con sus correligionarios de Las Palmas, y el cambio de partido y de periódicos. La razón de todas estas actitudes parece radicar en su carácter impulsivo y en sus maneras de actuar, al parecer, prepotentes. El hecho es que realizó en la prensa de Las Palmas lo que creo ningún otro periodista había hecho antes, un retrato de múltiples aspectos de la vida de la isla, tanto de la ciudad de Las Palmas como del interior, en forma de visitas a diversos lugares con entrevistas que retratan al vivo las condiciones de distintos grupos de actividad: la enseñanza, la sanidad, el campo, la literatura, etc. Tenía sus pujos de autor dramático, y de ahí sus amistades con actores, como Thuillier (que había estrenado en Málaga alguna obra de los hermanos Millares). Hay unas crónicas de sus visitas a los pueblos isleños que son impagables. Las firmaba con el pseudónimo El Curioso Impertinente (a veces, como E. C. I.). El nombre de pluma de tanto abolengo literario parece que retrata muy bien su carácter y su forma de actuar en la vida.

 

Gil Arribato es uno de los varios pseudónimos que empleó Rafael Romero Quesada, escritor que es más conocido por el de Alonso Quesada. Esta “Carta desmesuradamente abierta”, y los dos poemas, son unos de los numerosos escritos del poeta de El lino de los sueños que aún yacen en los periódicos, esperando su publicación en libro. Por eso los saco hoy aquí en este Rescate. Antes, traigo al presente unas palabras que escribía Gutiérrez Castro sobre los pseudónimos de Rafael Romero, al reseñar Las monedas de cobre, de Saulo Torón, y Crónicas de la ciudad y de la noche, de Alonso Quesada, a finales de 1919:

 

 

Don Alonso Quesada, Gil Arribato y Felipe Centeno, son tres distintas personalidades de un mismo escritor, tres manifestaciones literarias de un espíritu que ha podido cultivar, con singular fortuna, tres diversos estilos literarios.

     Si Don Alonso hizo vibrar las fibras del sentimiento con su Lino de los Sueños, Gil Arribato esgrimiendo la crítica hizo un arma sangrienta de la pluma, que más tarde cedió al señor Centeno, más reflexivo, más viejo, menos apasionado, que supo hacer de la mordacidad mansa ironía, y del cáustico, casero revulsivo.

 

 

Constán califica el escrito de Gil Arribato como “curiosa contestación”, “mordaz y un tanto ambigua carta abierta”, opiniones que confirmarán los lectores, además de la gran ironía que rezuma y de los relampagueantes brillos que emiten las numerosas citas literarias del texto. Éste pertenece a aquellos escritos que no le gustaban a Ramón Gómez de la Serna (según le dice en una carta, posiblemente, de diciembre de 1911) para su revista Prometeo:

 

 

Aquellos versos están próximos a publicarse. Me gustaron más que las prosas, demasiado metafísicas y llenas de versos admirables pero rotos para hacer una cosa dramática en vez de una cosa trágica y carnal, más carnal.

     Sin embargo usted debe tener la prosa triunfal y yo espero que me envíe algunas cosas cortas que no se perderían en mi poder.

 

 

El pseudónimo de Jacinto Terry, citado en el artículo de Constán, se corresponde con el nombre del que fuera director del periódico republicano tinerfeño La Prensa, Joaquín Fernández Pajares. El firmante de los escritos en el semanario El Cometa, Erre Ache y Be es aún desconocido para mí. Debe ser otro periodista republicano. Tampoco sé quién es el crítico de El Día, Noel, pseudónimo que podría corresponder al que fuera su director por 1913, Francisco León.

 

La “Carta” de Gil Arribato manifiesta el deslumbramiento que sentía Rafael Romero por Óscar Wilde, y del cual dará pruebas en otros escritos. En ella concentra buen número de los autores extranjeros que más amaba. El autor de la “Carta desmesuradamente abierta” da razones de por qué la obra de Wilde no ha gustado a unos y sí a otros, según el punto de vista con que la han observado: el estético o el moral. Él opina que la obra “es hermosísima, desde el punto de vista artístico”.

 

Margarita Xirgú en Salomé (http://margaritaxirgu.es)

 

 

Gil Arribato ya había entrado en la polémica sobre Salomé, al publicar el 5 de mayo de 1913, en El Tribuno, una contrafactura del célebre soneto de Quevedo “A una nariz”, que comienza “Érase un hombre a una nariz pegado”, bajo el título “La moralidad inmoral. Soneto metafísico, de muchísima actualidad”. Seguirá por aquel año el “desinquieto” escritor haciendo gala del pseudónimo tomado del profético personaje que, en las medievales Coplas de Mingo Revulgo, dialogaba sobre los males de su tiempo con el pueblo, llamado Mingo Revulgo, y sacando a luz escritos donde se refiere a la hipocresía y a la inmoralidad de sus conciudadanos. Al respecto, presento otro poema titulado “Unas ideas raras”, donde Gil Arribato hace alusión al “aclimatarse” de su escrito sobre Salomé, y que es como una anticipación del poema del póstumo Los caminos dispersos que comienza “Mi gran amigo el asno”.

 

Una vez leídos estos textos, el lector podrá comprender mejor el porqué del silenciamiento de este tipo de escritos de Alonso Quesada y las malquerencias que suscita aún en los descendientes de los que se veían retratados en ellos. Presento los cuatro rescates por orden cronológico:

 

 

“La moralidad inmoral. Soneto metafísico, de muchísima actualidad”2

 

Érase una señora muy chismosa
y era una damisela muy altiva;
érase una jamona indecorosa
y era una jaimista “de mirada viva”.
Érase un honorable caballero
–campos de fraudes para sus blasones–;
éranse un embuchado y un puchero;
era una airada turba de ladrones.
Eran cinco o seis cuernos en la testa,
el alma de Gitón en los zaguanes,
único tema de la extraña orquesta...
Y todo así, fundido, de tal modo,
por la alquimia especial de estos jayanes,
que una ¡Moralidad! surge del lodo.

 

Gil Arribato.

 

 

 

“Un cuarto a espadas. Salomé3

 

Ahora que cuanto se diga respecto a la Compañía Xirgú y a su repertorio no puede calificarse de reclamo ni perjudicar a nadie, y ahora que toda la crítica local ha puesto su escalpelo sobre Salomé, la hermosísima obra de Oscar Wilde, con no mucha fortuna a mi juicio, voy a permitirme decir unas palabras sobre el asunto; que no estaría bien que los descontentos hablasen hasta por los codos y guardáramos silencio los que hemos visto en Salomé algo más que “un engendro en el que las más bajas y repugnantes pasiones se presentan al público en toda su desnudez”, como ha blasfmemado nuestro colega La Provincia.

     Puesto que ello está en moda, pongamos cátedra.

     Se ha dicho que Salomé no ha sido de agrado de la mayoría del público, y lo creo a ojos cerrados. Conozco a orondos burgueses que se han quedado calvos sumando cifras detrás del monstrador, que abominan de la “impúdica desnudez” de la Venus de Milo, y se extasían ante la enjalbegada belleza y los rellenos de una artista de varietés.

     Oscar Wilde es un poeta decadentista, y esa literatura es puro sánscrito para muchos..., para la mayoría. Un literato de los más aplaudidos por los moralistas intransigentes, a pesar de su Historias Perversas, no más morales que Salomé; un estilista admirable, Valle Inclán, ha dicho que la literatura decadentista “no es de la que conmueve la sensibilidad de los jayanes”. Téngase en cuenta que no soy yo, es Valle Inclán quien habla.

     Otro literato, del cual no sé qué concepto tendrá fomado la mayoría, Teófilo Gautier, en el prólogo de Las flores del mal, de Baudelaire, dice de ese estilo literario, “que robando notas a todas las claves y colores a todas las paletas y palabras a todos los idiomas, aprisiona las imágenes más fugitivas y móviles y los contornos más fugaces”, alcanzando la suma expresión de las cosas.

     ¿Es falso el decadentismo? Quizás sí. Pero no más que las obras de un Echegaray, tan admirado por la mayoría.

     ¿Es bello? Sublimemente bello. Ante un Claudio Farré, un D’Annunzio, un Verlaine o un Wilde, han de sentirse humillados todos los mediocres que atiborran de noveluchos nuestras librerías.

     Se dice que es enfermizo el decadentismo. ¿No lo serán quienes tal afirman?

     En el disgusto de la mayoría, hay mucho de sugestión. Es fenómeno que se presenta a diario en las masas gregarias. ¡Hermosa fábula la de Panurgo!

     En toda obra literaria entran dos elementos esenciales: el artístico y el moral. A Salomé sólo se fue a ver el último, y con prevención, con una desconfianza que se había transparentado desde que se dijo que la obra se pondría en escena. Se fue a escrutar en todas sus más profundas oquedades lo que Salomé tuviera de más “inmoral”, de más “perversa”, y esto absorbió toda la atención impidiendo que se apreciaran las bellezas literarias de la obra, la parte artística, y las enseñanzas morales que se deducen de la perfecta expresión de la propia “inmoralidad”. La mala fama de Wilde y de su obra cegó a la mayoría de los espectadores, y los que aplauden las fábulas de adulterio, y algunas peores, creyéronse en el caso de ruborizarse ante las aberraciones de la neurosis [de] Salomé, que en suma no era más que uno de los motivos de la obra. Se fue al teatro juzgando a priori, se fue en la seguridad de que se saldría de él exclamando: “¡Esto es aberrante!”; pero el teatro se llenó. Dígaseme cuál es el elemento inmoral: ¿la obra o la mayoría que hoy manifiesta su disgusto?

     Para mí, las obras netamente artísticas, como Salomé, no son morales ni inmorales, están “más allá del bien y del mal”, como ha dicho Nietzsche. Todo depende de la aplicación subjetiva que se dé a lo objetivo.

     Pasa como axioma el de que “el abismo atrae”; pero, en la realidad el abismo aterra y se huye de él. Ahora cada cual crea lo que más le plazca. Yo estimo conveniente asomarme a las profundas simas cuando se puede hacer impunemente, cuando se tiene la seguridad de que no ha de padecerse el vértigo, cuando no se está enfermo, cuando se posee un cerebro bien equilibrado. “Pero se corre peligro”, se dirá: ¡Ah! Entonces los enfermos sois vosotros, no las obras. Peligro por peligro, prefiero el que veo, al que se me oculta. Mientras haya vino, existirá el peligro de la embriaguez, ¿verdad? Pues bien, ¿cómo se combate el vicio de la borrachera? Las Ligas antialcohólicas reparten obras y grabados en los cuales se pintan con los más vivos y repugnantes colores los estragos de la embriaguez. ¿Con qué objeto? ¿Con el de crear más borrachos? No: con el de despertar el odio al vicio, con el de hacerle aborrecer. ¿Por qué ha de suponerse que la intención o los efectos son contrarios, en los casos en que las más horribles aberraciones se llevan a la más hermosa forma literaria? Cervantes, cuando trazó la figura de Sancho, ¿lo hizo con el fin de crear egoístas, o con el de satirizarlos? Los Borrachos, de Velázquez, ¿serían pintados con objeto de contagiar el vicio a los que viesen el cuadro?

     Siempre he creído que a Masoch, al marqués de Sade y a Wilde se les ha calumniado. En sus obras se ha visto más a los autores que a las obras mismas. Viciosos, degenerados eran aquellos, y se han atribuido a todos los productos de su ingenio tendencias o efectos de contagiosa perversión. Sin embargo, yo creo todo lo contrario. Yo creo que tanto Sade como Masoch nos dicen en sus creaciones: “¡Huid de esto!” Wilde, en mi opinión, no dice nada: ha creado una obra artística y eso es todo. Cada vez que he leído las obras de aquellos hombres, admirables para mí artísticamente considerados, he sentido una impresión de asco moral, que en temperamentos enfermizos, propicios a caer en aberraciones, produciría seguramente efectos de reactivo y les preservaría de la caída.

     Se ha hilado aquí tan fino en el caso de Salomé, que hasta se han puesto de relieve los vicios personales del autor. Pero, ¿es que se iba a ver una creación artística o se iba a abrir una información sobre la moralidad de Oscar Wilde? De seguir este último criterio, preciso será retirar de los carteles muchas notabilísimas joyas de nuestro teatro. Porque, según dice la mayoría... Pero no; corramos sobre esto un pudoroso velo. Podría ruborizarse la mayoría.

     Yo creo que a los espectadores nos deben importar muy poco las condiciones físicas y morales, los vicios o virtudes de un autor, a condición de que sus creaciones sean bellas artísticamente consideradas. ¿Lo es Salomé? Nuestros críticos no se han atrevido a decir que no rotundamente. Yo afirmo que no rotundamente. Yo afirmo que es hermosísima, desde el punto de vista artístico, y reto a que se me pruebe otra cosa.

     Una apreciación particular, que tiene tanto valor como las que se hagan en sentido opuesto.

     En mi concepto, Salomé, al contrario que las obras de Sade y Masoch, no tiende a nada: ni a perveritr, ni a despertar el odio a las aberraciones. Wilde era más poeta cerebral que lírico, consideró bello el asunto artísticamente considerado, puso a contribución toda la prestancia de su pluma, y creó la obra prescindiendo al escribirla de toda consideración y juicio moral o inmoral. En la mayor parte de los casos, esto es lo que sucede. El artista, considerado como agente moral, cuando trabaja es neutro. Concibe y crea, aporta uno de los dos elementos que integran toda obra: el artístico. El moral lo aporta después el espectador, según su temperamento.

     Conste que me refiero a las obras puramente artísticas, como lo es Salomé.

     ¡Es mucho cuento que siempre ha de quererse ver, en toda creación artística, el temperamento, las aficiones, la idiosincrasia de su autor! Si la obra trata del adulterio, ¡tate!, el autor ha pasado por las penalidades del marido engañado. Si de robos o crímenes, habrá que suponer en el autor aficiones a la criminalidad. Y esto sucede nada más que en literatura. Al pintor y al escultor les está permitido apelar a todos los asuntos y recuerdos para sus obras, sin que de ello se deduzca que tengan tales apetitos ni que posean cuales virtudes.

     ¿Por qué es esto? ¿Por aquello del ex abundantia cordis? En tal caso, ¿no sienten los escultores ni los pintores? ¡Por Cristo vivo, señores!, considerad que el proverbio no va tan lejos como la mayoría, la respetable mayoría, quiere suponer. El literato habla de lo que siente; pero lo que siente es el Arte. Cuando trabaja sinceramente, cuando la penosa labor de crear absorbe por completo la atención del verdadero artista, para él no existen esos dogmas consagrados de la vida vulgar, a que la respetable mayoría acopla sus juicios, sus gustos, su existencia… y su hipocresía.

     El artista, cuando trabaja vive dentro de un único elemento, el Arte, y le importa muy poco lo que de él puedan pensar los fieles contrastes de la Moralidad.

     El artista concibe y crea, esto es todo. De ahí esas paradojas en que incurre a veces, sin percatarse quizás de ello, que le valen el dictado de “inconsecuentes”, por parte de la respetable mayoría.

     Ya lo dije antes: ¡cuidado que se ha hilado fino en la crítica de Salomé!

     ¿Qué los ingleses tienen prohibida la representación de esa obra, por vieja tradición que impide llevar al teatro los asuntos bíblicos? ¡Ya es una razón! Pero, perdónenme los ingleses: esa, como la mayor parte de las tradiciones –a mí me revientan todas las mayorías y mucho más las tradiciones–, me parece una necedad.

     Pero, ¡tate!, ahora caigo en el verdadero motivo de la prohibición británica: la inmoralidad, la indecencia, mejor dicho, de la Biblia. ¡Qué acertón el del gobierno que prohíba la lectura de ese texto inmortal! ¡Los incestos, los adulterios, las groserías más grandes se encuentran en cualquiera de sus páginas!

     Me explico, me explico perfectamente la prohibición.

     “El gusto artístico, lo mismo que el sentimiento de la belleza –dijo anteayer el señor Miranda Guerra en el Diario–, es algo tan subjetivo, tan derivado de la educación y de las tradiciones, que sólo en los individuos –y lo mismo puede decirse de los pueblos– sin carácter ni personalidad definida, se conciben los casos de fácil acomodación al exotismo o a las innovaciones que no vengan impuestas por evidentes postulados de perfección.”

     ¿Postulados de perfección? ¿Qué es eso? Con todos los debidos respetos, me parece que es sencillamente una frase pomposa tras de la cual no hay nada. Vacía, completamente vacía. ¿Quién establece esos postulados? ¿La crítica? ¿La mayoría? En ese caso los que aceptan sin análisis los “postulados” preestablecidos por esos elementos son en realidad los que no tienen carácter ni personalidad definida ni propia. ¿Para qué quieren la razón si aceptan el juicio ajeno sin discutirlo y embuten en su cerebro las opiniones ya forjadas por otros?
¿La educación y las tradiciones agentes del gusto estético? Voy a suponer que el señor Miranda Guerra se refiera a la educación y tradiciones artísticas –aunque él alude a estos elementos en el orden moral–, y afirmo que la educación artística, cuando no ha bebido en diversas fuentes, cuando no es amplísima, constituye un prejuicio. Las tradiciones son prejuicio siempre. La educación que admite el libre examen de todo, absolutamente de todo, es la que crea la libertad de criterio.

     ¡Tradiciones artísticas! ¡No la están llevando mala con la música wagneriana!

     ¿Qué en el disgusto producido por la representación de Salomé entra también la educación católica de los espectadores? ¡Acabáramos! Se llevó también al teatro el prejuicio religioso, y se consideró irreverente un cuadro artístico. Esto avalora todo cuanto llevamos dicho: la mayoría no va a considerar la obra, artística, sino moralmente. Con esto seguramente no contaba Wilde.

     Acabemos por ponerle puertas al campo y dictar un decálogo a los artistas.

     Pero termino, aunque no pocas cosas dejo en el tintero.

     El disgusto de la mayoría del público, en opinión del articulista del Diario, “más nos eleva que nos degrada.” Cuestión de apreciaciones. En mi humilde concepto, ni eleva tan siquiera un milímetro, ni tampoco nos rebaja en lo más insignificante. Suponer otra cosa es ir demasiado lejos.

     El caso es más sencillo. Se reduce a los siguientes términos: hay una mayoría a la cual no le gusta Salomé porque la considera repugnante desde el punto de vista moral en que por prejuicios y otros agentes se coloca, y que no estima en nada el valor netamente artístico de la obra, por razones que no estimo necesario repetir; y hay también una minoría que, considerando la obra como creación artística la estima bella, prescindiendo muchos de toda otra apreciación, y admitiendo no pocos el punto de vista moral en que se coloca el autor de estas líneas.

     Total: que hay una minoría numérica que no piensa como la mayoría. ¡Bah! Una cosa que se está viendo a cada instante. No tiene importancia.

     Y en esta ocasión, también tengo la desgracia de estar entre la minoría.

     Perdón, y sea piadosa con mi pobre piel la respetable mayoría.

     Se me olvidaba. A la mayoría le disgustó Salomé, pero al final de la obra los aplausos de los espectadores hicieron levantar tres veces la cortina. Consolémonos: somos una minoría muy respetable.

 

M. Gutiérrez Castro.

 

 

 

Salomé, la inmoral”4

 

Carta desmesuradamente abierta a don

Melitón Gutiérrez Castro.

 

Y yo me pregunto: –¿Hemos de ponernos serios, como cualquier Corredor de comercio, para disputar la moralidad de este exquisito poema? ¿Hemos de tallar un gesto de repugnancia ante Salomé, engendro según unos (advierta usted que digo unos) y mediocridad según otros? ¿Hemos de salir con la espada en la mano, con nuestra terrible y sanguinaria espada, a defender la memoria de Oscar Wilde, en una lejana población de provincia? ¿Gritaremos furiosos contra la moral tradicionalista, carlista, jaimista o como quiera llamársele? ¿Lamentaremos el fracaso intrínseco de Salomé? ¿Clavaremos sobre los corazones frases duras, pondremos palabras crueles sobre las opiniones? ¡Oh! Y ante los criterios autorizados, ¿haremos brillar las certeras flechas de nuestra aljaba? Recordaremos ahora que el Señor derribó a los ídolos y maldijo a los sacerdotes y, como a Nabucodonosor, les sacó el seso y les alargó las orejas.

     ¿Evocaremos a Nietzsche y grabaremos sus bellas arrogancias sobre el país de la Civilización, sobre la fiesta del Asno, o sobre los Doctos, sobre la Virtud apocadora y sobre el espíritu de la Pesadez?5

     ¿Trasladaremos las irónicas palabras que Anatole France puso en los labios de su famoso tejedor?6 ¿Volveremos a utilizar como un suave desprecio el ritmo hermoso de Carducci, ma il popolo è, ben lo sapete, un cane?7

     ¿Hemos de analizar el valor simbólico, liberal, de Salomé, para salvarle del adjetivo de inmoral que le han puesto estos señores?

     ¿Demostraremos con un periódico inglés que tengo a la vista, donde se reproducen escenas, que en Inglaterra se han representado –(en el Hipódromo de Londres)– mímicamente, que es lo mismo para los efectos de la sensualidad la tan decantada Salomé?

     ¿Escribiremos sendos artículos, como diría un erudito de la tierra, sobre la poesía decadente y los vicios particulares de los poetas decadentes?

     ¿Qué haremos, pues, amigo? ¿Reposar la testa y dejar vagar lentamente la pluma con todo su seso y todo su humorismo? ¡No! Ahora yo estoy hecho un sencillo ciudadano que sólo piensa en el problema del agua y sólo le preocupa el egoísmo tinerfeño.

     Y estamos muy aislados, además; los ecos son tan lejanos que no llegan a resonar. ¿Y por qué habremos de escandalizarnos de la moralidad inmoral, si lo terreno acaba, en suma, en el infierno y en el cielo, y son nuestras almas la espuma de un eterno mar?8

     No se escandalice usted; no se agite usted; no pierda usted sus bellas frases y su escogida cultura en estos pormenores, en estas moralidades de menor cuantía.

     Pero, si siente usted, sin embargo, el ansia de escandalizar a su espíritu, venga usted conmigo una noche a pasear por los alrededores del “Yoshiwara”9 isleño y verá usted entonces la alardeada pureza y la triunfal virtud del honor.

     Allí verá usted, en perpetua orgía decadente, amigados con las discípulas de Salomé, a una aplastante mayoría de señores casados que sufrieron ataques de moralidad cuando el estreno de nuestro amado poema; y no volvamos la vista al otro campo, ¡al campo de los Trimalciones...! ¡Oh manes de Tito Petronio Livio! ¡Esta gente que buscó el Ars Amandi para llevar los consejos del libro exquisito por otros caminos tortuosos!

     Es perder las horas, es olvidar la vida, y el sol y el mar. Es no mirar al cielo... ¡Bah! ¡Salomé, la inmoral...!
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Son las doce y media de la noche; nosotros venimos con un amigo de pasear por los caminos solitarios; al acercar nuestros pasos al “Yoshiwara”, surgen crueles, sangrientos, despiadados, los extraños versos de Darío:

 

“Se cambian comunicaciones
entre lesbianas y gitones...”10

 

     Y nada más, amigo Melitón. ¡Viva la bagatela!, como dijo Xavier de Bradomín, otro decadente, otro inmoral, aunque carlista...11 Pero, lo mejor sería aclimatarnos, como Ellida, la dama del mar12.

     Afectuosamente, las manos de vuestro amigo

 

Gil Arribato.

 

 

 

“Unas ideas raras”13

 

La vida es más prosaica que un puchero
(y perdone el lector el realismo,
pero no encuentro a mano otra figura
que dé la sensación con más motivo).
La vida en estos lares se desliza
agria y feroz, y en un dolor continuo...
Yo nunca pude someter al mundo
la rebelión suprema de mi espíritu;
pero hace días que una idea extraña
me atrae, al fin, con atracción de abismo;
y es que al pasar por esas tiendas, donde
la paja en sacos da el dorado brillo,
¡siento unas ansias de tragarla toda,
sin pensar en el hambre del vecino!...
¿Por qué serán estas ideas raras?...
¡Me estaré aclimatando, por lo visto!

 

Gil Arribato.
 

 

 

Notas

 

1. En Santa Cruz de Tenerife ocurrió otro accidente, al juzgar por las veladas palabras de Tarascón, el crítico de teatro de El Progreso (16-IV-1913), que, al comentar la representación de Zazá, dilata la información de lo sucedido, de tal manera que al final no nos enteramos de lo que realmente ocurrió.

2. El Tribuno, 5-V-1913.

3. El Tribuno, 9-V-1913.

4. El Tribuno, 13-V-1913.

5. Friedrich Nietzsche.- Así habló Zarathustra, , y 4ª parte.

6. Posiblemente se refiera a la obra de Anatole France Thaïs. En ella aparecen dos personajes que tienen como oficio el de tejedor.

7. Giosuè Carducci.- Giambi et Epodi, Libro II, estrofa 7ª. del poema “Il canto dell’amore”: “Ma il popolo è, ben lo sapete, un cane, / E i sassi addenta che non può scagliare, / E specialmente le sue ferree zane / Gode ne le fortezze esercitare” (“Pero el pueblo es, bien lo sabéis, un perro, que muerde las piedras que no puede arrojar, y goza especialmente en ejercitar sus férreos colmillos en las fortalezas”).

8. Rubén Darío.- Poema del otoño y otros poemas (1910), “Poema del otoño”, estrofa 14: “¡Si lo terreno acaba, en suma, / cielo e infierno, / y nuestras vidas son la espuma / de un mar eterno!”.

9. “Yoshiwara” es el nombre dado en Japón a los barrios de prostitutas.

10. Rubén Darío.- El canto errante, sección “Lira alerta”, poema “Agencia...”. Su final: “En alguna parte está listo / el palacio del Anticristo. / Se cambian comunicaciones / entre lesbianas y gitones. / Se anuncia que viene el Judío / errante... ¿Hay algo más, Dios mío?”.

11. Valle-Inclán.- Sonata de invierno, Madrid, Espasa Calpe, 1975, p. 170: “Yo no aspiro a enseñar, sino a divertir. Toda mi doctrina está en una sola frase: ¡Viva la bagatela! Para mí haber aprendido a sonreír, es la mayor conquista de la Humanidad”.

12. En la biblioteca de Alonso Quesada se conservan tres tomos encuadernados con las obras de Erick Ibsen. El drama en cinco actos, La dama del mar, está vertido al castellano por Antonio de Vilasalba (Barcelona, Librería de Antonio López, Editor, 1904). El personaje Ballested repite la frase varias veces: “me he acla... acli... aclimatado”; “En las poblaciones pequeñas hay que saber acla... acli... aclimatarse”; “sé que no puedes aclimatarte aquí”. Alonso Quesada empleó la idea en el poema “Has de resignarte al fin” de El lino de los sueños.

13. El Tribuno, 30-VI-1913.

 

  

Foto de portada: ilustración de A. Beardsley en la primera edición inglesa de la obra Salomé de Wilde.

 

 

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